¿Otra excusa para no decir nada?

David G. Torres comenta recientemente el pensamiento de cinco  artistas, testigos de las guerras que son propiciadas en los países orientales. Nos pregunta: ¿podemos reaccionar contra la guerra y el horror? ¿Guerra y horror son una y la misma cosa? Esto nos recuerda una pregunta que inquietó a Adorno: ¿es posible escribir poesía después de Auswitch? Adorno preguntaba si era posible reaccionar ante el horror. La respuesta es no, después del horror viene el trauma y la incapacidad para la acción,  y con ellas llega la desolación. En medio del miedo que origina el caos, el arte ya no puede representar; el horror por principio es irrepresentable.

Aunque no podamos representar el horror, sí podemos pensarlo.  La única dimensión posible que  restan al hombre  y  a la mujer ante el horror, es la que instaura la poesía, las escrituras diversas que construyen humanidad una vez los artistas contraponen una diversidad de  signos. Esta escritura no pretende decir nada, –pues ya nada se puede representar; –trata de volver una y otra vez sobre lo mismo, sobre el trauma, sobre el horror, para suturar las heridas. El problema de nuestra época no es decir, es curar: solo así podemos recomenzar el proyecto humanidad. Ahora, solo las escrituras poéticas pueden curar en nosotros los horrores de la guerra. Por esta razón Torres habla de que el arte de los países en guerra no puede ser de denuncia, ni de representación del horror.

¿Podemos decir que el arte de esta época de horrores es un arte con orientación ética, como sugieren Carlos Salazar y Gina Panzarowsky en sus observaciones críticas al pensamiento de Doris Salcedo? La ética y la moral son asuntos importantes, no cabe duda; no obstante, lo urgente es la cura, luego viene la moral. La repetición es un elemento importante en la artista colombiana y un mecanismo fundamental para la recuperación psíquica.  La incomprensión que ella misma propicia, puede aclararse si consideramos que aquello que  realiza es la repetición permanente de un trauma colectivo que los colombianos y las colombianas deseamos curar, curación que sólo pueden realizar los artistas poetas, así sea a distancia, en la Tate, (hoy todo lo hacemos a distancia creyendo que todo está cerca).

El Museo de Arte del Banco de la República, con la curaduría de Gloria Moure, trae  a Bogotá, una muestra de aquella generación de artistas estadounidenses y europeos  que quieren curar sus heridas de guerra; el suyo no es un arte para salón, es una arte de galpón, es un hospital de guerra. La curadora optó para su instalación, como en las guerras,  por lo que más tenía a la mano: los sótanos-parqueaderos del Museo. Gesto dadá,  que desalojó a los funcionarios y funcionarias  que día  a día parquean sus carros elegantes en este Museo.

La muestra de Moure es un concierto de divos, así no tengamos en el Museo sus mejores interpretaciones del horror que caracterizó al siglo XX: Daniel Buren, Hans Haacke, John Baldassari, Dan Graham, Marcel Broodthaers, Vito Acconci, Richard Long, Walter de María, Robert Smithson, entre muchos otros. Cumple el Museo con sus objetivos, «educar la mirada» de los colombianos y las colombianas, dijo José Roca en la apertura del evento. Con seguridad Roca quiso decir otra cosa, pues hoy sabemos que educar es sinónimo de amaestrar.

La mayoría de los artistas participantes fueron formados en el Minimalismo, un giro en el pensamiento artístico de amplia repercusión no sólo en una Europa en deuda con los Estados Unidos; también influyó en una Colombia que se aferraba al arte formalista que los minimalistas criticaban. Si el formalismo perdió el habla, el arte contemporáneo está intentando recuperarla. Perdimos el habla, eso solamente lo comprendemos de manera diferida, en medio del horror no nos damos cuenta del trauma, podemos comenzar a comprender aquello que nos pasó, si logramos salir del trauma, eso es lo que intenta el arte de los años sesenta.

Poco  se ayuda para comprender la complejidad política y social de los años sesenta, tanto en Colombia como en Estados Unidos, o Europa, limitándose a traer fragmentos de pensamiento artístico descontextualizado; apreciamos mucho más esta debilidad del proyecto actual del Museo del Banco de la República, cuando consideramos que estos  artistas son los que abren la mayoría  de los caminos por los cuales  transita actualmente el arte contemporáneo.

El Museo ha debido aprovechar esta oportunidad para reactivar su Cátedra Internacional de Arte,  si lo que quiere  es contribuir a formar el pensamiento de artistas y ciudadanos ¿en verdad lo quiere? Una Cátedra sobre el Minimalismo y sobre esta década ya mítica, hubiera contribuido a la comprensión de esta curaduría, a cuyo pensamiento logra acceder sólo un público especializado. Mostrar estos artistas en crudo a un público con serías deficiencias en su formación cultural, no contribuye a la formación de su pensamiento; todo lo contrario a aquello que anima a los artistas contemporáneos, amplia el abismo entre unos y otro.

En la década de los años treinta del siglo XX nacen en Colombia artistas famosos como Fernando Botero y artistas importantes como Beatriz González. Esta es la década en que nacen buena parte de los artistas de Tras los hechos –Behind the facts–. Hubiera sido iluminador relacionar aquello que estos artistas pensaban en los años sesenta con lo que estaba pensando el arte colombiano es ese momento. El Museo de Arte debe fomentar el diálogo de los artistas colombianos con el arte internacional; nada debería hacerse al margen del interés de  los primeros.

Unas preguntas finales: ¿qué es lo que buscan los artistas en Tras los hechos? ¿De qué hechos hablamos en el siglo de las interpretaciones? ¿Los horrores de la Guerra? ¿El trauma? Ya lo  hemos dicho: en las  guerras no hay hechos, solo traumas, ni siquiera contamos con interpretaciones, todo se vuelve propaganda.

El no-lugar de Humberto Junca

Los aficionados al fútbol están familiarizados con el Fuera de Lugar, los amantes de los estudios clásicos conocen el origen de la palabra Utopía y los lectores

de signos artísticos contemporáneos han coqueteado alguna vez con el concepto No-Lugar. Aunque formalmente cercanos en su negatividad, las tres expresiones nombran situaciones diferentes. En el primer caso, el juez  sanciona un movimiento prohibido para habilitar posteriormente  la participación que ha sido negada momentáneamente. Con el segundo término, el filósofo concibe un hábitat con tal cantidad de cualidades que la cordura hace necesario negar su realidad. Mediante el tercer caso, el antropólogo registra la  degradación del  hábitat contemporáneo, que ha llegado a tal grado, que ya no merece ser llamado Lugar.

Los Lugares nos aprovisionan de signos y significados contrapuestos que propician maneras de ser y de pensar igualmente contrapuestas. Con su actividad, los Lugares  sostienen los espacios que abren los caminos que hombres y mujeres, hombro a hombro, hemos construido y recorrido para encontrarnos, para relacionarnos y reconocernos unos en otros con nuestras diferencias. Los Lugares nos podrían resguardar de la densidad del bosque de mercancías que hoy nos acosa y asfixia.

Aquello que hoy denominamos espacios significativos son Lugares de conversación continua  entre lo eterno y lo transitorio, entre la divinidad y los mortales;  son fruto de la construcción de  hábitats, originalmente realizada por  artistas y poetas, solo a un artista-poeta se le puede ocurrir erigir un Dolmen. Los hábitats son la realización de las esperanzas de hombres y mujeres de tejer un «nosotros», allí  revisamos permanente los correspondientes hábitos que han surgido con ellos. Cuando afirmamos ser, el hombre y la mujer dicen «habitamos», contamos con un Lugar, con un refugio para mortales y dioses, solía afirmar Heidegger1.

La Contemporaneidad es una de esas épocas extrañas, bellas por lo raras; en este tipo de épocas experienciamos, como recordó en algún momento Marguerite Yourcernar, que los dioses antiguos han terminado su huída, que el dios moderno ha muerto por consunción y que los nuevos dioses  aún no se  manifiestan.  Nuestra contemporaneidad pasará a la historia como aquella época en que sólo se ejecutaron movimientos reflejos, en que los hombres y mujeres quedaron mecanizados en su soledad. No existe un Lugar para realizar nuestra humanidad, se nos ha negado la oportunidad de reconocernos en nuestra finitud, para que los mercados puedan sostenerse. Nuestros sacrificios y deberes ya no son para con Dios, pues es al Mercado al que debemos todo.

crithistjunca3

 

«Con la derecha» es una propuesta estética realizada por Humberto Junca en el año 2006. Con nostalgia, el artista buscó un Lugar en el cual sus inquietudes estético-políticas pudieran prosperar. Rememoró las cosas que tuvo a la mano en su colegio y que antaño le proporcionaron el sentimiento enriquecido de plenitud; “desolvidándolas” y repensándolas trató de restaurar y ganar para su autocomprensión aquel sentimiento reprimido, quizá por rectitud política; momentáneamente, estas pequeñas cosas  conformaron  un Lugar para erigir sus ideas estéticas y elaborar su ansia de autoreconocimiento.

Es probable que Junca haya recordado que la belleza reside por lo general en nuestras pequeñas cosas, no en los Objetos, como aún creen ingenuamente algunos y algunas artistas.  Poco importa ahora que las cosas de su colegio sean esas marcas ciegas  responsables de sus angustias, de sus deseos, de su sensibilidad y de su carácter. Lo relevante para nuestra época es  el bubón que este tipo de remembranzas ha venido develando, la ausencia de espacios  construidos, modelados para habitar, para vivir el reconocimiento,  pensados para alternar auténticamente con otros, quizá más diferentes que nosotros mismos. Autenticidad quiere decir auto reconocer la red de creencias y deseos que estructuran nuestra manera de ser y de pensar, asumirla con decisión y estar dispuesto a reconocer con humildad su precariedad.

El Lugar paradigmático para experienciar el sentimiento de plenitud, de totalidad, es la Iglesia. En la Modernidad, los grandes museos del mundo trataron de secularizar esta experiencia, religiosa en su origen. Sin embargo, en Colombia, nuestros museos siguen siendo nuestras iglesias, éstas son museos vivos, son  hábitats porque allí nos sentimos en casa; sentirse en casa es experienciar en otros seres que conversan, y con otro sentido, la presencia de los signos y deseos que nos determinan. En la iglesia somos al escuchar el llamado de todas las cosas que dan forma a la divinidad y configuran nuestra mortalidad. Allí no existen Objetos, solo cosas a la mano, por ejemplo: cuando antiguamente prendíamos una veladora a la divinidad; pequeñas cosas como éstas conforman el mundo de hombres y mujeres. Habitamos en el entramado que confluye en la iglesia, allí nos reconocemos en nuestra menesterosidad, reconocible por el temblor que nos suscita la divinidad: Lo Otro en su mísera y prolífica otredad. Lo otro que soy yo mismo cuando vislumbro mi precariedad, reconozco mi finitud y anticipo mi putrefacción.

La iglesia es el más antiguo de estos Lugares. Con nuestras practicas más cotidianas, hombres y mujeres nos las hemos arreglado para construir otros Lugares en los cuales experienciamos  sentimiento de plenitud, el colegio y la universidad son algunos de ellos. De manera sugestiva, en la Sala Alterna de la Galería Santa Fe, Milena Barón nos recuerda con pequeñas cosas, triviales sólo en apariencia, La Florida, un  Lugar de los bogotanos de antaño. Barón con La Florida y Junca «Con la derecha»  proyectan el eco del interés de algunos artistas colombianos contemporáneos, para quienes los «espacios neutros», los proyectos abstractos, hoy no son más que un chiste flojo de  quienes se propusieron  matematizar la vida cotidiana,  los que convirtieron el Lugar en El Espacio, quienes redujeron la vida a El Concepto. Como muchos hombres y mujeres contemporáneos, estos artistas añoran los Lugares, reflejando la angustia que carcome nuestra época, lenta pero eficazmente.

La sensibilidad contemporánea comienza a apercibir en el ambiente  cierto tufo neoliberal, quizá con razón, cuando hablamos universalmente de Proyecto o de Investigación en artes. Para evitarnos esta incomodidad olfativa, hablaremos de Acto Reflejo como la propuesta de Junca para la cuarta versión del Premio Luís Caballero. Hoy en día son pocos los que quieren escuchar chistes flojos, aún menos los que desean asistir a «espacios neutros», lo cual no quiere decir que amen sobreexponerse a los vestigios del saco humano, a un arrume visualmente anacrónico de los escombros que, a su pesar, nos  lega el pasado.

Las generaciones acostumbradas a los chistes insulsos de los científicos y para-científicos del arte contemporáneo, experienciamos un sobresalto más cuando percibimos la encarnación de las ideas estéticas de Junca en Acto Reflejo. Una vez más los asiduos e incondicionales del arte se ven obligados a revisar sus nociones básicas sobre arte. Inclusive, aquéllos cuyas preocupaciones habituales no están centradas en las vicisitudes del arte, preocupados por el destino que la Alcaldía Mayor de Bogotá  le da a sus impuestos, se podrían preguntar, legítimamente, si vale la pena mantener la institución Arte Contemporáneo en estas circunstancias de No-Lugar. Tendríamos que preguntarles: ¿por qué los artistas deberían negar o ignorar su época? Con desesperación contenida, nos podrían replicar: pero, ¿por qué tienen que someterse compulsivamente a ella? ¿Qué horrible pecado creen que están expiando?

En un pasado no muy lejano, los artistas solían construir Lugares con sus propuestas artísticas. Intuitivamente, como corresponde a todo artista, Junca rechaza esta tradición que es denominada por los iconoclastas como  Gran Arte y decide no construir un Lugar para el  premio Luís Caballero. Todo lo contrario, opta por resaltar la condición de No-Lugar de la Galería Santa Fe y en general del llamado Arte Contemporáneo como reflejo de nuestra Mauvais Epoque. Lo logra de manera simple: concibe una puesta en escena en seis actos que son no-actos porque son la repetición mecánica de un mismo movimiento reflejo del cual desconocemos su patología. En la penumbra de la Galería, seis esferas voluminosas de discoteca resuman el narcisismo tenebrista propio de estos ambientes; talladas industrialmente  en icopor y decoradas con teselas-espejo de 1,5 cm, giran pesadamente sobre su eje;  en su deambular solitario, planetario, las teselas-espejo  reflejan las luces de los reflectores y las que creen proyectar los asiduos de los No-Lugares,  y las esparcen  por cada uno de los rincones de los muros y los pisos «neutros» de la Galería; el movimiento silencioso de las esferas  crea un ambiente ensordecedor y embriagante.

Seis elementos triviales, construidos de manera mecánica, son suficientes para proporcionar, para reproducir a voluntad, la sensación de vacío de carácter, de hastío, que generan los No-Lugares; seis artefactos sacados de la industria del entretenimiento, de esos No-Lugares paradigmáticos que son las discotecas del No-Lugar globalizado del Homo Escarcha.

Con pedantería, los Objetos-Esfera exigen nuestra atención sin que la merezcan; sobre el sector ecuatorial, dejado en icopor crudo, se han modelado algunas máximas filosóficas que no suscitan mayor conmoción,  emoción o reflexión, quedan banalizadas por el exhibicionismo que condensan las esferas; la máxima sexta, puede ser también la primera (es indiferente saber cuál reflejo reflejó a cuál), afirma: «Gracia ante la Desgracia». Es probable que Junca conozca que la antigüedad clásica se representó las actividades bellas por medio del término Gracia: ¿inconscientemente anhela un retorno de lo bello que sólo puede residir en un Lugar? ¿Comenzamos a vislumbrar que nuestra redención sólo puede provenir de la Gracia?

Tratar de suscitar el desasosiego (el susto afirmaba espontáneamente una señora que dudaba entre exponerse o no exponerse) que experiencian  hombres y mujeres en los No-Lugares, es suficiente mérito para el artista nominado. Las consignas recogidas de otros contextos y registradas aquí, creadas para seres en penumbras y que nunca aprendimos a leer, se perciben como frases de cajón, con incredulidad, con la bella indiferencia mecánica con que observamos una masacre en un noticiero de televisión. En este contexto de No-Lugar, las reflexiones filosóficas  modeladas  se experiencian con indiferencia, se las considera superfluas, triviales, así pretendan registrar un neoexistencialismo de salón. ¿Es esta la actitud que asumimos cuando experienciamos cotidianamente las violencias que filtran los medios masivos de fragmentación? ¿Son estas las máximas que se nos ocurren ante estos acontecimientos? ¿Resguardarse estéticamente en ellas no configura ya un movimiento mecánico, reflejo, reforzado sistemáticamente por aquéllos medios en nuestra Mauvais Epoque? ¿Puestas estas máximas en este No-lugar, no devienen en libreto para un presentador de noticias de nuestra televisión? ¿Nuestra indiferencia refleja ante el bubón develado no configura este tipo de movimientos mecánicos que nos caracteriza hoy en día? ¿Es esto  aquello que quiere Junca que nos preguntemos? Bueno, lo hemos preguntado.

Junca se propuso  realizar algo distinto de aquellos artistas que lo antecedieron en la lucha por domesticar El Espacio abstracto, matematizado de la Galería Santa Fe. Formalmente, Edgar Guzmánruiz  fue quien llegó más lejos en este esfuerzo, no desprovisto de características épicas. Junca ha sido pragmático, hombre y artista de su tiempo, no lucha para domesticar este No-Lugar, comprendió de inmediato la inutilidad de tratar de convertirlo  en  Lugar, donde hombres y mujeres se puedan proveer de signos para pensar y persistir en sus convicciones fundamentales, las que estructuran ese sentimiento de totalidad no física cuando el yo y el Otro funden sus horizontes.

No  trata de hacer habitable aquello que quizá ya no pueda habitarse más, nuestro planeta globalizado, icoporizado; simplemente ha ejecutado un movimiento mecánico, que no es un Acto Reflejo; que es quizá, algo más complejo; mediante aquél ha puesto en evidencia y en cuestión nuestra Mauvais Epoque, pero también la noción misma de Arte Contemporáneo, el arte imperial del No-Lugar, en donde el icopor nos desproveyó de signos, por tanto de significados.  (Ante la desidia cultural de nuestra Administración Local, no sería raro que el Planetario Distrital fuera cedido finalmente en arrendamiento a algún promotor de espectáculos. ¡Una discoteca allí sería una sensación!).

Junca ha resaltado el ambiente artificial, inhóspito de la Galería Santa Fe, quizá el mismo que merodea y erosiona la estructura del premio Luís Caballero, uno de los pocos Lugares  que le restan al arte colombiano. Muestra que el Arte Contemporáneo del No-Lugar no puede prosperar en nuestro país, ni como estilo, como teoriza Danto, ni como dictado estético de la época imperial; ¿nos sugiere que aún es posible proponerse en Colombia la reconstrucción de Lugares, la recuperación de la Gracia perdida por medio del arte, tal y como se lo propuso «Con la derecha»? Parece preguntar si el artista y la artista contemporáneos todavía pueden huir con un poco de imaginación de la indeterminación, o de la degradación de los No-Lugares, o  escapar a la ley de gravedad de la bella indiferencia, propia de las divinidades. Finalmente, ¿qué hubiera pasado si Junca hubiera tratado de hacer habitable la galería Santa Fe con sus remembranzas «Con la derecha»? ¿Había logrado  domesticar la Galería Santa Fe y construir Lugar para los colombianos y las colombianas?

Notas

1. Algunas las ideas de se despliegan en estas palabras conversadas, abrevan en su pensamiento.

No los odiamos por habernos sorprendido desnudos

Algunos teóricos de la política notan que muestro mundo se ha venido deteriorando una vez los artistas dejaron de construir cosas y concibieron su hacer como un pensar objetos.

En el momento en que otros medios para pensar artísticamente rehúyen las cosas, la fotografía contemporánea trata de  rescatarlas de su olvido y suplir la indiferencia por la cosa en el arte contemporáneo, la cosa tiene un componente matérico que no podemos soslayar.

Los artistas que participan en Bogotá Fotográfica 2007, a pesar de las reflexiones de sus teóricos, no desbordan  la objetividad,  porque simplemente no les interesa, no encontramos en sus fotografías aquello que los profesores universitarios acríticamente llaman El Concepto. Para la mayoría de los participantes, su interés son las cosas que constituyen al hombre y a la mujer, las historias que se entretejen en ellas,  y  algunas de esas cosas -por ejemplo el alma-, son irreductibles a concepto. Los cuerpos de hombres y mujeres son perceptibles por sus cosas, ellas nos proporcionan los criterios para comprenderlos: “dime qué cosas te acompañan y te diré quién eres”, pues he inteligido tu alma. Existimos en nuestras cosas, gracias a ellas podemos hablar y somos seres con mundo.

Si  en Fotográfica 2005 el pensamiento fue determinado por el realismo ingenuo e insaciable del reino de los imagófagos; en Fotográfica 2007 sus participantes deambulan por nuestros más recónditos vericuetos psicológicos; por medio de la invención de la cosa fotográfica, buscan hacer intuible las historias no contadas, articulándolas velándolas.

La cruda realidad  sin interpretación artística no nos dice nada que ya no sepamos: el artista no nos puede sorprender como el vándalo a la vuelta de la esquina. Fotográfica 2007 recupera la ficción como la característica esencial de las historias del hombre y  la mujer, resalta  las sombras que iluminan nuestro mundo. Restaura el gusto por la lectura visual; cuando los sentidos intuyen y el pensamiento reflexiona.  Cuando unos y otro  satisfacen su deseo de saber, se genera un gusto que trasciende los apetitos sensuales; cuando el arte vela la realidad cruda constituimos  una época. Fotográfica 2007 recupera para las  artes plásticas y visuales, un público cada vez más escéptico respecto a la idea de que podemos intuir objetos artísticos intelectuales sin la construcción de cosas para los sentidos,  sin una  mediación sazonada. El alma no es sólo idea.

«Miradme en mí habita el miedo», afirmaba María Mercedes Carranza, y parecen repetir los pensadores  de Cazadores de Sombras, en el Museo de Arte Moderno de Bogotá. Como carecemos de cosas para habitar, el miedo anida en nuestro pensamiento. Las cosas fotográficas sazonadas con los lenguajes de las artes nos permiten hacerle frente al miedo, sacarlo al frente, tomar distancia, logran que el miedo no inhiba nuestra facultad esencial: pensar.

En su preocupación por las cosas, Fotográfica también recupera la idea de imitación. Recordando una sentencia de la Poética de Aristóteles,  afirma Rosa Olivares, curadora de Cazadores de Sombras: «la fotografía no sólo imita lo que sucede sino lo que puede suceder, lo que ya ha sucedido, o lo que tal vez no ocurra nunca». Con este marco teórico que recupera las cuatro causas  que determinan el hacer del hombre, la material, la  formal, la  final y la  reflexiva o eficiente de que habló Aristóteles, la fotografía se instala en el lugar que dejaron vacante las artes plásticas hace unas pocas décadas, continúa el cultivo de  esta tradición.

Fotográfica 2007 resalta de manera particular el interés por los valores plásticos  sin olvidar que aquéllos han de subordinarse a una historia. El arte se trivializa cuando se limita a registrar  aquello que sucede, por el contrario, se  constituye en origen  de realidades inéditas cuando nos proporciona pensamientos para redescribirnos con otras palabras.

A través de una serie de 20 retratos Juan Urrios, en el MAMBO,  nos muestra que perseguir la identidad es ir en pos de una sombra, nos la presenta como una ficción,  no como algo falso sino como lo más verdadero que le acontece a hombres y mujeres, los artistas comprenden la verdad como acontecimiento, incluyendo todas sus paradojas. ¡Qué más verdadero que soñar que hacemos parte de una comunidad que nunca nos va reconocer, así portemos y reverenciemos las insignias que la constituyen! ¡Usa los símbolos de nuestra religión, cómpralos, pero nunca serás uno de los nuestros! Parece pensar Urrios en los inmigrantes que llegan a las grandes ciudades, cuando caen en las redes de nuestra aristocracia mercantil, con la esperanza de una nueva vida.
Intuimos el escudo del equipo de fútbol de la ciudad, sus camisetas, sus gorras, como cosas fundamentales porque nos prometen abrir las puertas al reconocimiento de nuestra libertad: por medio de las cosas comprendemos que los otros son garantes de nuestra libertad. Urrios muestra que los emblemas deportivos  logran que notemos aspectos ignorados por las cegueras y el culto a los atavismos con que nos disciplinan los regímenes tradicionalistas; no obstante, notarlos, no es reconocer a sus portadores como uno de los suyos. Nos alquilan a corto plazo sus símbolos pero logran que intuyamos que nunca seremos  reconocidos como uno de ellos. En efecto, lo intuimos y nos volvemos melancólicos como cada uno de los hombres y mujeres que nos miran a través de la lente de Urrios «ya los fantasmas, las sombras me cercan y tengo miedo. Oídme bien, lo digo gritos: tengo miedo». Continúa diciendo María Mercedes Carranza. Los personajes en las historias que salen a la luz en las cosas fotográficas de Urrios, nos gritan sin estridencias sus miedos. El miedo a conformarnos con un reconocimiento comprado, alquilado a corto plazo, falso, interesado sólo en su rentabilidad.

Germán Gómez nos presenta unos personajes que escenifican su incapacidad para reconocerse a sí mismos, seres que sólo tienen como interlocutor las cicatrices de sus guerras por las cosas que prometen identidad. Con nostalgia, anhelan -sin esperanza-, reencontrase en su identidad perdida, en las cosas abandonadas por los objetos universales, vacios. Compuestos de fragmentos de soledad,  no logran articular una frase con sentido, pues hablan una lengua que no es la suya, su incoherencia los lacera como las agujas que dejan  huellas en sus rostros, solo perceptible para ellos, y que Gómez acertadamente intuye. Sus retratos evidencian el miedo que caracteriza nuestra época, ser reconocidos como una colcha de retazos amorfos y multiculturales, ser reducidos a un collage vistoso y superficial.

La arquitectura de nuestro aparato anímico,  presentada por Begoña Montalbán en sus Pasos Perdidos, nos muestra una escalera que   conduce a ningún lugar conocido, como en los dibujos de Escher. Aquello que al “yo” le parece ser  una escalera con propósitos claros no es más que un arrume de peldaños de  escaleras rotas, que ignoramos de dónde provienen, que sólo conducen a la diversidad de abismos inventados por las paranoias multiculturales. A primera vista, el de Montalbán parece ser un ejercicio  vacuo, una demostración de dominio técnico para lograr resultados académicos; en Fotográfica 2007 se encuentran varios. Esas rutas de escape con que soñamos permanentemente para liberarnos de nuestros opresores, de nuestros miedos, le proporcionan a su trabajo una causa final que le otorga relevancia a su pensamiento. Si la arquitectura imaginada por Montalbán está concebida para recorrer a pie, la que imagina Amparo Garrido es ingrávida, está pensada para planear, para huir de aquello que la curadora llama el “Hombre del Saco”. En las dos construcciones fotográficas retumban los pasos  del temible “Hombre de Arena” que tanto interesó  a Freud, en ellas habita la angustia que tanto atormentaba a Nataniel, el protagonista del cuento de Hoffmann.

«Cuando sentimos miedo, disparamos. Pero cuando sentimos nostalgia, hacemos fotos», afirmaba Susan Sontag. La autora no ignoraba que la lente fotográfica podía ser empleada como instrumento al servicio del homo depredador: las lentes disparan, asedian, manipulan, sitian,  hieren, asesinan.

No sólo la nostalgia determina el pensar la cosa fotográfica, con igual fuerza también el miedo, este es el caso de Joel Peter Witkin en la galería Alonso Garcés. Con habilidad y sensibilidad plástica, sus miedos convertidos en obsesión, lo llevan a cebarse en  cuerpos  oprobiados  por la naturaleza,  la cultura, o por ambas,  obligan a  parodiar la tradición artística que  deja los cuerpos del hombre y la mujer sin ningún atributo, sin  la posibilidad de realizarse en las cosas. Las cosas que dan carácter a los cuerpos de  Witkin los niegan aún más, sus fotografías no son  provocadoras, ni siquiera inspiran miedo, mucho menos compasión, son desesperanzadoras, su causa final es reforzar el miasma contemporáneo,  paradójicamente legitima el nuevo orden político y económico.

No es que las obsesiones privadas no sean motivos legítimos para el pensamiento artístico, Witkin logra resultados plásticos sorprendentes, que sugieren una comprensión sutil de los grandes maestros del arte,  paradójicamente también logra una identificación radical con ellos. Se trata más bien de explicitar que una obsesión privada en raras ocasiones coincide con un interés público: estas coincidencias son hitos en la historia. No es el caso de Witkin. Con Gottfried Helnwein, en la Galería Santa Fe, ocurre algo similar, sólo que este fotógrafo no cuenta con los recursos plásticos de Witkin. Las fotografías de Helnwein recuerdan los cuadros semáforo que tanto crítico Marta Traba, rojos y de enormes dimensiones para atravesársele al espectador, para forzar su contemplación.
Rafael Navarro es el más pictórico de los Cazadores de Sombras. Muestra la noche de nuestra época, las pesadillas que agobian nuestros sueños de libertad, en especial nuestras represiones sexuales. Sus Miedos en grises,  son registrados en el momento que el agua se vuelve espuma y azota con inclemencia un conjunto de formas totémicas, con clara connotación sexual. Pertinente es volver al cuento de  Hoffmann: nuestros miedos infantiles surgen por la amenaza de castración que enarbolan nuestros padres.

Es notable que Oscar Muñoz con todos sus meritos no haya estado a la altura de los fotógrafos internacionales. Su aporte a esta Fotográfica es modesto, quizá por eso se encuentre refundido en la Biblioteca Luis Ángel Arango. Adriana Duque saca la cara por Colombia;  los diferentes momentos en que realiza su narración, son imaginativos y logran suscitar la angustia y el miedo que habita en el país de las maravillas.

A pesar de habernos sorprendido desnudos, sin cosas, como en la serie que presenta Mónica Barreneche, en la Sala Gregorio Vásquez, no odiamos ninguno de los artistas que  escarban o escudriñan el amasijo de miedos que, con  manos y brazos aferrados a nuestro pecho,  nos negamos a liberar. Hemos aprendido a deleitarnos en nuestros miedos, ¿mostrar esto es lo perverso de la fotografía, como creía Susan Sontag?

Fotográfica 2007 les  llega a los bogotanos y a las bogotanas porque les habla de  sus miedos, porque narra poéticamente sus historias más intrincadas con el lenguaje sazonado de la tradición plástica occidental, pero principalmente porque los ha puesto a pensar, porque han aprendido algo, que el miedo es un fantasma que se puede controlar si lo hacemos real por medio del arte.

Si las artes plásticas quieren ser contemporáneas tienen que seguir el camino que está reabriendo la Cosa Fotográfica en Bogotá, el camino de regreso a las historias,  velándolas por medio de la imaginación, creando ficciones para rescatarnos del imperio del miedo y de sus administradores. La consolidación de Fotográfica Bogotá es una alternativa artística en los años que no tenemos Salón Nacional. En el próximo Salón podrían los artistas reivindicar otras artes y sacudirse el imperialismo autoritario que hoy detenta la fotografía. Los bogotanos y las bogotanas respondieron   con satisfacción al esfuerzo de Fotográfica 2007, pero siempre estarán a la espera de la reivindicación de las otras artes plásticas: no sólo de fotografía vive el hombre y la mujer contemporáneos; Colombia ama las artes. Después de todo no somos tan escépticos. La fotografía corre el riesgo de aplanarlo todo, de contribuir a la reafirmación  unidimensionalidad económica en boga.

El paraíso no / es aquí

El arte de vanguardia, el que abre horizontes inéditos –he aquí la paradoja– pasa por desapercibo para sus contemporáneos que suelen andar atrapados por las miserias en que se debate la vida.

Las ideas de los artistas suelen llegar a muy pocas personas, el envilecimiento contemporáneo es tal que las ideas estéticas ya ni siquiera llegan a los hombres y mujeres que pueden comprenderlas. No obstante, persiste en los/las artistas  un espíritu pitagórico, de secta, que potencia al máximo sus ideas cuando deciden cruzar la frontera de lo permitido sin autorización. Por esta razón, cuando se les exige a los artistas que se embadurnen de vida, se les envilece, se les humilla. A pesar de todos los ejemplos en contrario, la humillación no fue lo primero que Dios creó en la tierra.
critactelparaisonoesaqui06
Un grupo de artistas residentes en Bogotá se han escapado de las rutinas que agobian a la ciudad y se han emancipado de los protocolos de circulación para las artes que campean en la Ciudad. David Lozano, Nelson Vergara, Francisco Klinger, Nicolás Cárdenas y Santiago Rueda han violentado el muro que restringe el pensamiento de los/las artistas colombianas: el dispositivo ecónomo-curatorial. Descubrieron el espacio más sugestivo con que cuenta el arte contemporáneo en Bogotá: una antigua fábrica de calzado del sector histórico de La Candelaria ha sido adaptada exitosamente, sin violencias superfluas, como taller de pensamiento artístico. Allí, en el Laboratorio Interdisciplinario para las Artes –lialab–, han pensado algunos materiales para hacer sensibles sus ideas. En uno de los lugares más bellos con los que cuenta nuestra ciudad, han tomado el concepto arquitectónico del espacio –lugar para hacer zapatos– y nos proporcionan otras herramientas para caminar en esta ciudad endiablada y sensible, violenta y terrible.
critactelparaisonoesaqui03

El paraíso no / es aquí, es y no es un concepto curatorial. Lo es en la medida en que la expresión repliega sentidos insospechados que nos invitan a redesplegarlos. Este redespliegue es un ejercicio curatorial que no obliga a los artistas a pintar pajaritos o palmas de cera. Todo lo contrario, los conmina a ir más allá de lo que la expresión indica. No es un concepto curatorial porque los artistas no están interesados en esa figura de poder económico que agobia la libertad del artista contemporáneo. La expresión está allí sola, aislada pero irradiando una fuerza que alcanza a las obras individuales y a los espectadores. Esta-ahí para que la pensemos nosotros, los legos, no para conminar a los artistas, para someterlos y envilecer aún más la vida, y sus vidas.

critactelparaisonoesaqui05
Al igual que El paraíso no / es aquí, idea que no pretende agrupar los pensamientos de los artistas, sino ser una obra más dentro del grupo, las obras de los artistas están-ahí, subsisten aisladas pero autónomas. Avasalladora y seductora la de Lozano, extraña, enajenante la de Vergara, sugestiva e inquietante la de Klinger, sutilmente calculada la de Cárdenas y desafiante la de Rueda. Todos los artistas tienen discursos sofisticados para hablar de sus obras. Es bueno que el artista muestre su solvencia del mundo, que no se deje reducir a la condición de cargaladrilos que le asignó el dispositivo ecónomo-curatorial del momento. No obstante, el discurso de boca del artista es malo para la obra. El artista debe ser cauto con el lenguaje, con su saber. Una palabra o un concepto extraartístico pueden romper el encanto de la obra, sacarla de su estar-ahí, puede resolver su enigma y vulgarizarla. Existen obras como las que se presentan en El paraíso no / es aquí que no merecen someterlas a esta vulgaridad. Los artistas de El paraíso no / es aquí, tienen claro está máxima y muestran mesura a este respecto. ¿Nuestra vanguardia está repensando nuevamente lo bello como horizonte? Sí. El cuidado, el esmero, la mesura y la medida que apreciamos en este grupo de obras es un indicador que debemos tener en cuenta en adelante. Bienvenida la propuesta y no se diga más al respecto
critactelparaisonoesaqui02
Debemos volver a apreciar mejor esta exposición, en este lugar en el cual me sueño el Luis Caballero. Es una gran oportunidad para apreciar un trabajo personal y muy profesional. Es un ejemplo a seguir en Bogotá. Más artistas y menos curadores. ¡Qué vuelva la belleza autónoma en términos contemporáneos, por fuera de los espacios comprometidos con el capital, sin dios ni ley! Gracias a los artistas por su esclarecedora compañía el día de mi visita a La Zapatería. La exposición se puede ver durante el mes de febrero en la calle 13 No 2-71, de lunes a sábado, de 10 A.M. a 5 P.M.

La Deconstrucción de los mitos del Arte Conceptual en Colombia

La historiadora María Mercedes Herrera ofreció una conferencia en el Aula Máxima de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, el día 7 de febrero de 2011.

Expuso algunas de sus hipótesis respecto a los mitos que rondan el imaginario colombiano respecto al surgimiento del arte conceptual en Colombia. Los resultados de esta investigación van a obligar a los historiadores colombianos a realizar algunos ajustes respecto a las creencias que tenemos a este respecto. Las hipótesis son provocadoras: la laureada colección de entrevistas que en el año 2000 convenció a un jurado capitalino sobre los orígenes del arte conceptual en Colombia, aporta poco para comprender y explicar el arte conceptual en nuestro país. Herrera plantea que sobran algunos de los autores entre los referenciados por Álvaro Barrios y sospecha que otros de mayor importancia fueron desplazados del escenario plástico. Es el caso de Gustavo Sorzano a quien rescata del olvido.

La tesis más provocadora de Herrera consiste en plantear que Espacios Ambientales (1968) no es muy diferente de otras exposiciones de fin de año de la época, como Pesebre de los Genios (1966), evento muy parecido en su forma a las convocatorias contemporáneas para realizar arbolitos, caballitos o maripositas para enriquecer la polución que padecemos los bogotanos y las bogotanas. Para esta exposición de “Genios”, a cada uno de los artistas invitados se le pidió que confeccionara una determinada figura del Pesebre Navideño. El resultado fue lúdico, a diferencia de la contingencia extra artística lograda en Espacios Ambientales: una contingencia que fue capitalizada oportunamente por la crítica (Marta Traba) y tardíamente por la historia (Álvaro Barrios): unos estudiantes incursionaron en las instalaciones del incipiente Museo de Arte Moderno de Bogotá, por entonces localizado en la Universidad Nacional. Los activistas causaron unos destrozos porque consideraban que las obras disueltas en el espacio no reflejaban las problemáticas sociales y políticas del momento. En verdad fue poco lo que se destrozó, dice Herrera, porque había poco que fuera susceptible de comprenderse y ser objeto de agresión. Hasta aquí la historia es bastante conocida por la opinión pública.

La interpretación contemporánea de los eventos recordados por los interlocutores de Álvaro Barrios constituye el interés de la investigación de Herrera, la cual obligará a replantear el relato de la historia del arte en Colombia. La historia comienza apenas con la recopilación de “hechos”, no obstante en ellos no aparece todavía la historia, así a los positivistas se les erice el cabello. Más fundamental es la manera como explicamos el porqué determinados acontecimientos modifican nuestra manera de percibirnos y comprendernos. Lo provocador de las hipótesis hermenéuticas de Herrera, consiste en que, de sostenerse, pueden dar paso a pensar que la historia del arte en Colombia está todavía pendiente por contar, pues la actual consiste en una colcha de “hechos”.

Herrera centró su exposición en la presentación de tres mitos, de tres creencias que no tienen ningún fundamento y que han alimentado el ego de algunos artistas hasta nuestros días. 1) El arte conceptual se inicia en Espacios Ambientales en la cabeza de los artistas allí reunidos para celebrar el inicio de las vacaciones navideñas. 2) Todo arte conceptual es político. 3) Los artistas entrevistados para realizar la laureada retrospectiva de Álvaro Barrios, son los mentores del arte conceptual en Colombia. Respecto a este último mito, bastaría con mostrar que Ana Mercedes Hoyos y Santiago Cárdenas son artistas conceptuales de domingo y que ello no es suficiente para considerarlos como tales. La investigación concluye que en Colombia se han conformado unos dispositivos estéticos para excluir a quienes piensan mejor que otros, dirigidos por la crítica y otros dispositivos de poder institucionales, principalmente, y para el caso del arte conceptual, para crear hechos históricos allí donde no cabe hablar de acontecimientos, o de prácticas que hayan generado discursos para ampliar el sentido del arte contemporáneo.

Para finalizar, Herrera hizo una presentación amplia del pensamiento y trabajo de Gustavo Sórzano, el cual parece perfilarse como el único artista conceptual en Colombia. Hay algo razonable en las hipótesis de Herrera. Para ser conceptual el artista debe concebirse y mantenerse como tal por un lapso determinado de tiempo, el necesario para que surja un discurso que ponga a prueba las ideas del artista. Ninguno de los llamados artistas conceptuales en Colombia pasaron esa prueba, porque no hubo discurso, porque a Marta Traba lo le interesó este diletantismo, excepto como fiesta de fin de año. De la misma manera, porque la crítica emergente no estaba en capacidad intelectual para producir tales discursos, así algunos artistas tuvieran propuestas que podrían comprenderse como conceptuales. Es cierto que, como ha afirmado en repetidas ocasiones Eduardo Serrano, Marta Traba estaba aferrada a un discurso que no le permitía apreciar las ideas estéticas que transformaban el arte contemporáneo. No obstante, tampoco hubo alguien a su altura que lo produjera. La práctica artista cambió pero el discurso en Colombia quedó rezagado. Ahora, las conversaciones extemporáneas recogidas en Los orígenes del arte conceptual en Colombia, no alcanzan para constituir una ruta conceptual que explique las prácticas que menciona Barrios en su compilación de entrevistas, falta un discurso que nos sirva para hablar de que Colombia tuvo arte conceptual. Herrera constituye un primer intento de ver diferente nuestro pasado estético, nos ofrece herramientas conceptuales para comenzar a construir ese discurso: el discurso que requeriría Sorzano para desplazar a Espacios Ambientales como arjé del arte conceptual en Colombia. (Tendríamos que pensar si la explosión del fenómeno de las curadurías en Colombia está vinculada con la incapacidad de producir un discurso a tono con la época).

Deconstruir el mito respecto a que todo arte conceptual es político es más problemático; a este respecto Herrera con seguridad va a encontrar contradictores. En efecto, las vanguardias y las segundas neovanguardias artísticas, fuera de Colombia, tenían claro que su pensamiento debía dirigirse a cuestionar el carácter de los espacios de circulación que el régimen económico había diseñado para legitimar la producción artística. Esto no fue lo que propusieron los artistas conceptuales en Colombia, en el caso de Espacios Ambientales, parece ser la celebración de una novena navideña, de sostenerse las hipótesis de Herrera. Los espacios de exposición no fueron cuestionados y elSalón Atenas, el espacio más conceptual, aparentemente, de la época, siempre se realizó dentro de las instituciones que debían ser cuestionadas, desmercantilizadas. Al contrario, una empresa de publicidad financiaba el Atenas. El arte que cuestionaba las instituciones se estaba produciendo en contextos no museísticos. Esta es la razón que lleva a María Mercedes Herrera a afirmar que a los artistas que estaban cuestionando las instituciones, nunca les interesó el arte conceptual como medio para expresar sus ideas y su insatisfacción social. Seguro les debió parecer diletante, como diletantismo debió parecer Espacios Ambientales a los estudiantes de la Universidad Nacional. No obstante, si ubicamos la emergencia del arte conceptual en las vanguardias artísticas de los años 20 y 30 del siglo XX, debemos aceptar que efectivamente el arte conceptual sí es político, que está pensado para transformar las prácticas sociales mediante las cuales se ha empoderado la sociedad capitalista para reducir el pensamiento artístico a mercancía. Esta relación entre mercado y arte que he sugerido arriba, deberá ser matizada con una investigación sobre el Salón Atenas, en la cual estoy interesado desde hace algunos años, aunque con poca colaboración por parte de la curadora del Museo de Arte Moderno de Bogotá, quien nunca me recibió a pesar de que la doctora Gloria Zea dio su aprobación a mi solicitud.

Tendremos que esperar la aparición Emergencia del arte conceptual en Colombia: 1968-1982, el libro de María Mercedes Herrera, para tener todo el material probatorio a nuestro alcance, e iniciar los ajustes que tengamos que realizar en torno al arte conceptual en Colombia. Pero sobre todo para mejorar nuestra comprensión de esta época. Es probable que lleguemos a una conclusión no deseable: en Colombia no ha habido arte conceptual. El arte conceptual está aún por venir: es una promesa. Lo que hemos visto en los últimos decenios del siglo XX en Colombia, son sólo remedos del arte conceptual del primer mundo. El arte conceptual en otros países latinoamericanos por esa misma época fue performático, tal y como nos lo muestra la exposición Arte?Vida. Si nos mantenemos en la idea, según la cual todo arte conceptual es político, probablemente el arte conceptual en Colombia tiene su origen en Taller 4 Rojo y no en Espacios Ambientales.

Me atrevo a pensar que si el arte conceptual está aún por venir, éste se manifestará a través del arte en connivencia con los cuerpos. Las acciones plásticas cada vez más atraen el pensamiento artístico de los artistas jóvenes en Colombia. Sólo mencionaré dos indicadores recientes: el 29 de diciembre de 2010, un grupo de jóvenes se reunió en Bogotá para socializar los resultados de la experimentación de su cuerpo en espacios públicos con fines estéticos, en el mejor sentido: como inicio de una transformación radical. Este fue un proyecto de la Fundación Cultural Waja (Paola Correa y Gustavo Gutiérrez), para el cual fueron llamados Fernando Pertúz, Mario Opazo y Gustavo Villa, quienes fueron los responsables de dirigir el componente plástico del proyecto. Fue un proyecto abierto a los jóvenes que quisieran explorar esta alternativa expresiva que es la acción plástica. La inscripción fue gratuita. El logro principal del taller consistió en motivar y retener a un grupo de jóvenes quienes mostraron el día ya mencionado su experiencia personal y colectiva. Ante la inconstancia de la juventud contemporánea, haber logrado que los muchachos y las muchachas pensaran y realizaran sus acciones plásticas es un gran logro para este tipo de proyectos que no tiene manera alguna de retener a los jóvenes más que manteniendo su motivación. Las acciones fueron registradas por Gutiérrez y socializadas con posteridad.

Un segundo indicador lo veo en la acción espontánea El Cruce, de Amanda Hernández, Iván Cardona y Jaime Iregui. Durante 2010 Iregui mostró un interés por el espacio habitado y convocó a varias caminatas ilustradas por espacios públicos de relevancia histórica en Bogotá. Con esta última idea Iregui ha dado un salto cualitativo. De las marchas dirigidas por expertos en temas históricos o literarios, ha pasado a la toma de conciencia del cuerpo como espacio de transformación y para la transformación mediante la interacción pública. El colectivo que produjo El Cruce trabajó un espacio que ha sido colonizado por las Estatuas Humanas. En particular, la fachada de la iglesia de San Francisco tiene sus Estatuas Humanas propias. Lo público habitado por el silencio de estos personajes que emulan la vida fue visitado por un arte que tiene conciencia de lo que está haciendo para diferenciarse de la vida, para seguir reivindicando la diferencia que exige la vida para seguir con vida gracias al arte. Este escenario de tránsito para miles de bogotanos y bogotanas es descubierto por el arte contemporáneo para que se convierta en objeto de debate; los artistas se vuelven a interesar por lo bello como lugar de aparición para los cuerpos que reclaman reconocimiento. Faltó convocar a los agonistés que debatieron en Esfera Pública el tema que planteó y escenificó El Cruce. Hubiera sido interesante ver a Carlos Jiménez en esta multilocución performática frente a la Iglesia de San Francisco. No obstante, se aprovechó el espacio, tal y como lo hacen las Estatuas Humanas, pero no se cuestionó este dispositivo de poder: nada menos que una de las primeras iglesias que tuvo Bogotá. Si no recuerdo mal, fue la segunda. El tiempo de las acciones plásticas ha llegado ya.

Arte ≠ Vida: acciones por artistas de las Américas, 1960-2000

Deborah Cullen ha convocado un grupo de artistas internacionales que decidieron cambiar los materiales de expresión tradicionales del taller del artista por los materiales que el taller de la vida social nos ofrece generosamente a todos y todas por igual. A pesar del registro de este desplazamiento, la curaduría plantea que el arte es diferente de vida (Arte ≠  Vida), hipótesis un tanto manida.

El Museo de Arte del Banco de la República ha dispuesto el piso segundo para este encuentro rememorativo que vuelve a actualizar problemáticas sociales y políticas reprimidas pero no del todo olvidadas. Rememorativo porque nos indican que algunas de las situaciones que se denuncian en algunas de las acciones plásticas seleccionadas, se pueden estar replicando en otros contextos de manera más cruel y agresiva, pero pasan desapercibidas debido a que aquello que en los años setenta y ochenta del siglo XX fue acontecimiento hoy solo es pesada cotidianidad.

La muestra tiene interés para la ciudad. Como se recordará, Donald Judd es quien hace un uso técnico del término interés en su polémica con Clement Greenberg acerca de la calidad que éste último le exigía a los productos artísticos (Foster, 2001). Si el trabajo del artista, sostiene Judd, es interesante, cumple a cabalidad con las expectativas que ha generado la generación que llega a su juventud en los años sesenta del siglo XX: el arte por sí mismo deja de ser interesante. El arte mira la vida pero no es vida en sí mismo.

La exposición Arte ≠ Vida cubre los últimos cuarenta años del siglo XX, acotados o glosados diversamente por artistas que hoy cuentan con un amplio reconocimiento internacional: Helio Oiticica, Alfred Jarr, Lotty Rosenfeld, María Teresa Hincapié, Marta Minujín, Lygia Clark, Ana Mendieta, Regina José Galindo, Alberto Greco, Santiago Sierra, Jacobo Borges, María José Herrera y Mariana Marchesi (Tucumán Arde), Guillermo Gómez-Peña, Alfredo Jaar, Leopoldo Maler, Tania Bruguera, entre muchos otros que aún hoy en día asumen el peligro de pensar en lugar de adular a los tiranos que reinan en las instituciones autosostenidas por el capital que se sustrae del pueblo trabajador.

critactartevida05

Sin duda alguna,  los artistas documentados en la exposición son interesantes para un determinado contexto, y esta es una oportunidad que tenemos los/las bogotanas para recordar cómo fue nacionalizado en cada uno de los países latinoamericanos el interés que manifestaron los artistas posminimalistas por problemas concretos, vitales, en los cuales se arrojaron a partir de los años sesenta del siglo XX. Ya sabemos que estos artistas no son muy inventivos pero tienen algún interés para los promotores del arte contemporáneo.

El interés de Cullen son las acciones plásticas, recurso expresivo mediante el cual los artistas vuelcan su mirada hacia la carnalidad de unos cuerpos marcados que cohabitan conflictivamente con signos sociales. Esta fue una relación que pasó desapercibida para muchos artistas modernos porque el cuerpo como lugar de conflicto estuvo siempre al margen de sus inquietudes estéticas, orientadas estas últimas más hacia la adulación del modelo individualista en ascenso que a la crítica de la sociedad que logró acomodarse y sacar provecho económico de esta ideología. Por esta razón, cuando hablamos de arte contemporáneo tal y como se ofreció en los años sesenta del siglo XX, hacemos referencia a esa manera de arriesgarnos al encuentro con otros y otras cuyos cuerpos igualmente padecen sus respectivas marcas y nos convierten en seres peligrosos.

El registro en video o fotográfico de una acción plástica no permite apreciar la experiencia del espacio público que muchos de los artistas realizan con el propósito de romper la cotidianidad y hacerla real mediante su intervención. (Cotidiano es todo aquello que nos da pereza reflexionar y se las arregla para pasar por real). Uno y otro son medios estéticos que traicionan el pensamiento pues ningún registro puede recoger el conjunto de signos y emociones que relaciona un artista durante una acción plástica. El registro disuelve la relación que establece toda propuesta artística desde sí. Por lo tanto, estos registros sólo deben tomarse como testimonio de un acontecimiento que no podrá repetirse y que si bien no puede olvidarse, su valor es historicista y antropológico. Sólo en las/los artistas que no se dejan absorber en las formas caducas que constriñen la cotidianidad, sus acciones pueden reivindicar valor estético (libertad y autonomía), en el sentido de emancipación más allá de las ideologías que buscan atrapar a los incautos. El registro documental es una actividad secundaria con respecto a la acción emancipadora del artista. Algunos de los registros dispuestos en la exposición Arte ≠  Vida evocan en el pensamiento del espectador  ideas quizá equivocadas de estas acciones: ingenuidad sin pensamiento. La ingenuidad que debe caracterizar al artista debe entretejerse con la producción de pensamiento que le proporciona su actuar en contexto. Sin desconocer, por supuesto, que estos equívocos hermenéuticos pueden activar ideas auténticas de renovación estética y social.

Si por definición la exposición Arte ≠  Vida es interesante, el montaje promiscuo deja mucho que desear, pues obliga a los espectadores a aglomerarse en un espacio que si bien es amplio, por la cantidad de objetos dispuestos en esta ocasión en sus paredes y paneles, queda pequeño y constriñe la percepción y comprensión de lo que se pretende contar. (Inexplicablemente la Casa Republicana, un espacio expositivo excepcional del Banco de Republica, lleva siete meses sin albergar ninguna exposición en sus amplias salas, pero más increíble aún es que no se haya aprovechado este espacio cesante para hacer más interesante la exposición Arte =/ Vida. De la misma manera la Fundación Gilberto Alzate Avendaño no aprovechó sus convenios con la Biblioteca Luis Ángel Arango para aprovechar este espacio y realizar un montaje más respetuoso con los artistas que participaron en el pasado Salón de Arte Bidimensional, así algunos de los equívocamente seleccionados no lo merecieran).

Ahora bien, la prótesis conceptual de la cual Cullen se vale para evocar sus inquietudes historicistas sigue siendo interesante y muy sugestiva: Arte es diferente a Vida, pero no tan diferente: viejo conflicto conceptual que tiene en Oscar Wilde a uno de sus teóricos más representativos. No se dice mayor cosa a este respecto, pero ni el artista o la curadora deben decirlo todo, so pena de caer en pedanterías antipáticas. A cambio, esta relación conceptual entre Arte y Vida nos deja mucho que pensar. Los artistas latinoamericanos de la época que cubre la exposición están más acá de la vida, lo suyo no está en un más allá donde la vida se confunde con la muerte. Su interés consiste en interpelar los procesos sociales puestos al servicio de una aristocracia comercial sin mundo conocido, la cual sólo piensa en su lucro personal. Llama la atención que aparezca dentro de los artistas convocados sólo María Teresa Hincapié, María José Arjona y María Fernanda Cardozo en representación de Colombia. ¿Se nos quiere decir que tarde las/los artistas colombianos comprendieron el giro contemporáneo en las artes que se dio durante la década de los años sesenta, y que para no dejar sola a la divina María Teresa, se la hizo acompañar de María Fernanda y María José?

critactartevidamariateresa

Finalmente, es notable la respuesta de la ciudadanía bogotana a esta exposición. En varias ocasiones la visité y en diferentes horarios, y siempre encontré la Sala colmada. Bogotá cuenta con un público culto que valora estos ejercicios curatoriales y le está sacando gusto a participar en la cultura que se gesta en estos lugares, incluso a pesar de la aridez  museográfica de Arte ≠  Vida, la cual fue necesaria para la mayoría de los registros, pero que pudo haberse mejorado si se hubieran incorporado otros espacios para el montaje de registros que tienen además de un interés antropológico, valor artístico y estético, como los de Hincapié, Oiticia, Mendieta y Sierra, Maler, entre otros.

En varias ocasiones, he insistido  en que estos espacios expositivos deben ser amables con los espectadores, aglutinarnos como en una estación o un vagón de Trasmilenio no es nada gentil. Por supuesto, esta vez no fueron dispuestos catálogos para no tener que acondicionar una sala de lectura para aquellos que muestran vivo interés por lo mostrado por los artistas, que los hay, así muchos no logren salir de su escepticismo.

Bibliografía:

Foster, Hal (2001). El retorno de lo real. Madrid: Akal.

Fotografías: cortesía artista y fotógrafo Ricardo Muñoz Martinez.

Colectivo Maski: Abajo El Telón

El 15 de septiembre de 2009 concluyó la exposición Cinema Insostenible en el Museo de Bogotá, en este entonces localizado en el Planetario Distrital. Consistía en una puesta en escena de objetos rescatados, in extremis, de las cenizas de los antiguos teatros bogotanos que proyectaban cine, cenizas dispersas en los más recónditos lugares de la ciudad. Los artistas plásticos Jairo Suárez, Camilo Ordóñez y Juan David Laserna conformaron un grupo de trabajo bajo el nombre Colectivo Maski, tenían como propósito transformar en fragmentos las cenizas de los teatros para rescatar algo del sentido que naufragó con estas prácticas sociales y culturales.

crithistcolectivomaski04

La estrategia creativa de conformar comunidad para elaborar inquietudes artísticas que trasformen nuestras maneras de ver el mundo, caracteriza a muchos proyectos de arte contemporáneo, cuyos artistas han repudiado el narcisismo, el culto a la personalidad de muchos artistas modernos. Si bien desde siempre el artista ha requerido conformar un equipo de trabajo para realizar sus ideas, esta modalidad creativa de la contemporaneidad pone de manifiesto que el hacer creativo es una acción con otros, otros que se convierten en contrapunto creativo. Éste saca al trabajo artístico de su marginalidad estética, le proporciona una dimensión polifónica para proyectarlo al mundo de las acciones humanas. Maski hace énfasis en el nosotros, muestra que sólo podemos ser en la acción, y que las acciones son posibles sólo por la presencia de otros hablantes que nos salen al encuentro.

Los objetos desenterrados por Maski hablan de nuestra época, cuentan la historia de unos hombres que se quedaron sin historia, evocan todo tipo de nostalgias e ideas; por ejemplo, nos sugieren que nuestra memoria no es memoria efectiva, que no está al servicio de la vida, que es un implante realizado por los medios masivos de incomunicación para facilitar la circulación de las mercancías.


Cinema Insostenible
es un proyecto creativo vigente. Maski sigue pensando y modelando ideas a partir de los fragmentos que han recopilado y agrupado para que recobren algo del sentido perdido. Los artistas examinan el objeto de su interés sin la pretensión de hacer ninguna demostración de carácter positivista. Tienen claro que la verdad que se reserva para sí la vida en acto, es inaprensible en conceptos, que sólo se nos devela mediante estrategias creativas como aquellas que exploraron en la articulación y el montaje de los objetos que salieron a su encuentro. El artista contemporáneo sabe que el montaje es asunto sustancial en un proyecto artístico contemporáneo, porque tiene la pretensión de reconfigurar el mundo, así predomine en él un interés antropológico. Al igual que otros artistas, Maski no han vendido su alma al mercado, tampoco la han empeñado en la investigación con fines específicos, positivistas, o para lograr una beca de nuestras instituciones positivizadas, así hayan sido destacados con varios premios sobre el patrimonio.

 

 

crithistcolectivomaski crithistcolectivomaski02

El montaje de Cinema Insostenible en el Museo de Bogotá tuvo sus problemas. La institución Museo de Bogotá no es un Museo, es una institución de carácter burocrático que no está en capacidad de apoyar proyectos de envergadura como aquellos que allí se han mostrado, proyectos sobre el patrimonio que son abordados desde una perspectiva creativa, sin que ésta sesgue o distorsione la realidad. Recuerdo el trabajo de María Elvira Escallón sobre el Hospital San Juan de Dios, fruto de muchos esfuerzos y largas jornadas de campo. En uno y otro proyecto, percibimos algo falso, artificioso, pero por cuenta de la institución que encorsetaba el pensamiento de los artistas, sujeto a unas condiciones físicas que decían nada de la problemática que planteaban los artistas con sus ideas hechas objetos. El museo de Bogotá es un museo abstracto, sin condiciones materiales ni académicas para potenciar los proyectos que a allí llegan. Escallón finalmente encontró su lugar adecuado para montar algunos de los logros alcanzados en su experiencia con el naufragio de las instituciones que deben velar por la salud de los bogotanos y las bogotanas. La exposición Sin Remedio, realizada en 2008, resaltó la importancia de sus exploraciones en el mundo de la vida.

crithistcolectivomasky

Maski también ha encontrado su lugar a posteriori. El próximo domingo 12 de Septiembre realizará una vespertina para los abuelos y abuelas del barrio Santa Bárbara, carrera 7 No. 4-75. Proyectará Abajo el Telón en las ruinas del antiguo teatro Santa Bárbara a las 6:30 P.M. El título ha sido seleccionado después de haber escuchado testimonios de los habitantes del sector que vivieron sus días en este teatro. Abajo el telón es una película de Mario Moreno, Cantinflas. Con este proyecto Maski encuentra alternativas de montaje que potencian y dan sentido concreto a sus ideas.

 crithistcolectivomaski06 crithistcolectivomaski07

Como complemento, desde las 12 M del mismo día, Ricardo Muñoz, mostrará sus fotografías de los habitantes del sector, en los alrededores del Teatro Santa Bárbara. Otros artistas jóvenes refuerzan este acercamiento a una memoria efectiva que sale a nuestro encuentro para transformarse y transformarnos. A este tipo de intercambio simultáneo de sentido lo he denominado Transpropiación.

Angelus Novus

¿Es una quijotada exigir a las autoridades religiosas y estatales colombianas la repatriación del legado espiritual de la iglesia Santa Bárbara de Bogotá?

Hasta el 22 de junio de 2010, una pintura de Baltasar de Vargas Figueroa y una escultura de Pedro Laboria serán exhibidas en el Museo de Arte del Banco de la República. Los dos artistas ilustran el martirio de Santa Bárbara para reiterar la fe que profesan los habitantes bogotanos en la Divina Providencia, desde el siglo XVII en adelante. Durante varios siglos el culto a Santa Bárbara en la parroquia epónima de Bogotá en la localidad de la La Caandelaria, dio prestancia económica y social al barrio que aún lleva su nombre. Envueltas en la potencia del mito y en la esperanza que manifestaba su Cofradía en un mundo más justo, las prácticas religiosas y sociales instauradas por la Santa lograron mantenerse vigentes hasta la primera mitad el siglo XX.

crithistangelusnovus

crithistangelusnovus01

Poco queda hoy de esta antigua espiritualidad, de su motivación y de las riquezas artísticas que albergó en el pasado, la mayoría saqueadas por las instituciones culturales, otras robadas por la delincuencia común. De estos “retratos” de época, algunas obras fueron pensadas por el imaginario de los Figueroa y de su émulo Gregorio Vásquez, el denominado Rafael santafereño. Guillermo Hernández de Alba afirma que en la sacristía se guardaba “la joya pictórica” de la iglesia, una pintura de Santa Brígida atribuida por este historiador a El Greco. Hoy solo restan nichos vacíos en las tres naves o, en el peor de los casos, ocupados por réplicas artesanales toscas. Para los artistas plásticos, el lugar tiene importancia, o debería tenerlo, porque cerca del Altar Mayor yace inhumado Gaspar de Figueroa y porque en una de las capillas de la iglesia se encontraba el mítico San Roque, pintura retocada por Vásquez de Arce y Ceballos, acción virtuosa por la cual este pintor fue oprobiado y separado del taller de los Figueroa. En medio de la desesperación silenciosa del mundo contemporáneo, no pocos anhelan que el próximo presidente de Colombia consagre nuestro país a San Roque, patrono de las pestes. Muchos de los antiguos residentes del sector piensan que no estamos mejor que los súbditos neogranadinos en los siglos XVII y XVIII, azotados por todo tipo de pestes y calamidades.

El entorno arquitectónico que circunda la iglesia no ha corrido con mejor suerte. Cuentan los vecinos que durante los disturbios del Nueve de Abril, un tanque del ejército impactó la torre de la iglesia para desalojar a los liberales que allí se parapetaban. Aunque la torre posteriormente derribada fue agregada durante las celebraciones del primer Bicentenario de nuestra independencia, quizá con el propósito de congraciarse aún más los centenaristas con la Santa, su derrumbe significó una pérdida para la feligresía de la ciudad. A partir del siniestro político mencionado, muchas familias abandonaron sus casas y el barrio comenzó a perder su antiguo lustre como consecuencia de la invasión de estos predios por parte de los arrumes de desheredados que asediaban la igualdad y la libertad de las familias nobles bogotanas. Los ciudadanos y ciudadanas que aún habitan el sector sólo esperan el día en que se les notificará el desalojo definitivo para dar paso al Progreso del Capital.

crithistangelusnovus04

Las dos obras que podemos apreciar en el Banco de la República hicieron parte del conjunto artístico que mantuvo vigente las convicciones religiosas de la ciudad, antes de que fueran estetizadas por el Museo de Arte Religioso del Banco de la República y posteriormente “recogidas” por la Arquidiócesis de Bogotá en el Palacio Arzobispal. Hoy hacen parte de la colección de arte religioso de los príncipes de la iglesia. En 1992 y después de haber pasado por una restauración, los bogotanos tuvieron la oportunidad de apreciar el conjunto sacro por última vez en la exposición Santa Bárbara: conjuro de las tormentas. A este respecto, el portal de internet de la biblioteca Luis Ángel Arango proporciona a sus usuarios la siguiente información:

“Las obras fueron sacadas de la Iglesia para restauración y llevadas al Museo de Arte Religioso para su efecto. El Museo de Arte Religioso presentó los originales restaurados en la exposición Santa Bárbara Conjuro de las Tormentas en septiembre de 1992 y luego fueron entregadas a Monseñor Huertas de la Arquidiócesis de Bogotá”.

crithistangelusnovus02

El sistema de información de la Biblioteca Luis Ángel Arango registra 71 diapositivas de esta exposición. No obstante, aparecen registradas en el sistema pero no están físicamente. Nadie sabe de ellas, pese a la diligencia y buena disposición de los funcionarios a quienes me dirigí para su localización. Una mano invisible quiere borrar cualquier rastro de este conjunto de obras, principalmente pinturas. Piensa mal y acertarás, sentencia la sabiduría popular. Los ciudadanos del común podemos pensar que en algún momento del proceso de restauración, la mano invisible del Capital encontró el pretexto adecuado para despojar a una comunidad de su patrimonio vivo, –inutilizarlo invisibilizándolo, estetizarlo reduciéndolo a imagen de almanaque o de estampa, con el pretexto perverso de conservarlo para el goce de los estetas y de  los coleccionistas. Con el propósito de ser restaurado, el conjunto artístico conformado por las 69 obras catalogadas en la exposición mencionada, salió del hábitat que le daba sentido. Posteriormente fue restaurado y presentado en una Sala de Estetizaciones como trofeo de guerra de los Señores del Progreso que quieren limpiar sus crímenes de guerra con proyectos de esta naturaleza, tal y como plantea Carlos Salazar insistentemente en Esfera Pública. Nunca más regresó a su lugar de origen el ajuar litúrgico de la Santa. Alguien decidió apartarlo del lugar al cual pertenece.

El Capital no da puntada sin dedal. Sigo con mis sospechas. El propósito de la acción no era valerse de dineros fiscales para recuperar el sentido en el patrimonio de una comunidad creyente. Se trató de lo contrario: expropiarlo para lucrarse estética y económicamente, y despojar a la comunidad de Santa Bárbara de todo aquello que le daba sentido a su existencia. Las imágenes que habitaron el templo fueron arrancadas de su contexto cuando fueron separadas de sus fieles. A su vez, éstos fueron despojados de los vínculos que le proporcionaban sentido a sus vidas, que justificaban el vivir juntos. Unas y otros fueron separados por el culto moderno a lo bello desencarnado, a las formas abstractas que explícitamente han renunciado a reivindicar cualquier sentido político, ético o social de una comunidad. Del antiguo barrio Santa Bárbara sólo quedan en pie unas pocas cuadras al norte del barrio Las Cruces, lugar de nacimiento de Jorge Eliecer Gaitán. La mayoría ha sucumbido ante la potencia del Angelus Novus, mito artificial anunciado por las vanguardias artísticas de los años veinte y treinta del siglo XX, y realizado plenamente en las prácticas éticas, estéticas, sociales y políticas del siglo XXI, en orden lexicográfico. Este íncubo es la encarnación de la divinidad del Capital, del ser que ha colonizado el inconsciente de nuestra época, aquélla en la cual las mujeres y los hombres tuvimos que inmolar todos nuestros compromisos humanos para satisfacer la voracidad y la codicia del nuevo soberano. A cambio, éste promete garantizarnos la igualdad abstracta que los epónimos de la ideología moderna reclaman en las plazas públicas para todos los ingenuos de Dios.

Ahora bien, para tomar distancia del semanticismo posestructuralista, algunos teóricos contemporáneos hablan de un giro geográfico en las artes, discurso que ha sido denominado geoestética. Resaltan la vitalidad que emerge al caminar los lugares recorridos por hombres y mujeres que sueñan o han soñado con el ejercicio permanente y pleno de libertades espirituales y civiles. Recorrer los caminos que preparamos para que los dioses puedan transitar sin dificultad por nuestros valles agrestes, es la disposición de la sensibilidad a dejar huella en los territorios en los cuales decidimos habitar. No dudamos respecto a que detrás de todo grafo existe un hombre o una mujer que optaron por recorrer los caminos que otros abrieron con un solo propósito: ampliarlos de manera permanente para sus hijos. Allí donde existe algo que comprender hubo un hombre o una mujer que dejaron huella. Al recorrer las grafías –huellas y señales– que dejaron impresas las adelantadas en todas las épocas que nos precedieron, encontramos los caminos por los cuales otros hombres y mujeres en el pasado intentaron fugarse de los oprobios del momento. Toda época tiene su propio oprobio. El nuestro es la ideología del Progreso para el Capital Ecuménico.

Parece entonces que comprender lo contemporáneo en las artes, significa recorrer las grafías que se resisten a los dictados del nuevo ser empoderado. Dos o tres cuadras del antiguo barrio Santa Bárbara resisten aún la fiereza del huracán que nos llega de este nuevo paraíso de metal verde: el Plan Centro ideado por el Angelus Novus para Bogotá: apilar ruinas sobre ruinas ante los ojos y bocas desmesuradamente abiertos de los habitantes de Santa Bárbara: ciudadanos y ciudadanas que intentan recoger lo que resta de vitalidad en este antiguo sector colonial. Aunque infructuosamente. El progreso no cree en rogativas a San Isidro para pedirle que haga llover humanidad. Sólo cree en las lágrimas de cocodrilo de la Banca cuando se declara en quiebra. Esta ideología despliega una lógica economicista tan contundente que aplasta cualquier contexto o particularidad específica, cualquier intento de erigir una ciudad para los seres humanos.

crithistangelusnovus06

Un grupo de jóvenes entusiastas que desean comprender los giros estéticos en las artes de la Contemporaneidad, se han desplazado hasta este antiguo sector capitalino para aprender de viva voz una lengua en vías de extinción. Han encontrado que la parroquia de Santa Bárbara ha perdido para siempre sus imágenes de culto o han pasado a ser propiedad privada de algún príncipe, alguno de aquellos que creen que lo humano es hojarasca que no vale la pena recoger. También han tenido la oportunidad de comprender los actos de resistencia activa de sus fieles devotas, todas ellas contrarias a la ideología del progreso para las máquinas. (Son las mujeres las mejor dispuestas a rememorar el pasado del sector). Al igual que en la alegoría de Walter Benjamin, estos artistas jóvenes tampoco podrán contribuir a recoger los despojos que están siendo apilados en el barrio Santa Bárbara, pero con el pensamiento intentarán inhumarlos artísticamente con la dignidad que nos exige Antígona desde la Antigüedad. Mediante esta experiencia de vida, los jóvenes desconfiguran el conocimiento divulgado por los especialistas en las academias y reconfiguran su manera de pensar mediante la incorporación de los saberes insólitos que salieron a su encuentro para ofrecerles diálogo. También estos saberes tienen necesidad de reconfigurarse, ésta es la razón de su llamado a la juventud de la ciudad. La acción propuesta es una apropiación reciproca o transpropiación, condición sine qua non de cualquier diálogo.

 crithistangelusnovus08

crithistangelusnovus07

Los jóvenes entusiastas del arte harán una intervención el día 9 de junio de 2010 a partir de las 6:30 de la noche en este sector bogotano. No buscan recoger al otro embalado en las pedanterías teóricas contemporáneas, las cuales de manera servil recogen para lucro personal el aura del arte tirada al barro por los artistas de las primeras vanguardias del siglo XX. Mostrarán la menesterosidad simbólica que padecen los artistas contemporáneos cuando deben hacer frente a lo real que asedia el marco de sus lienzos, cuando se encuentran frente a un pueblo humillado y ofendido pero por ello mismo fértil en experiencia de mundo, en relatos e historias, así el régimen contemporáneo economicista insista en silenciarlas o fragmentarlas, o enterrarlas por medio de las retroexcavadoras del progreso. De viva voz intentarán aprender algo para desbloquear los condicionamientos del Angelus Novus Contemporáneo que nos impide pensar nuestra contemporaneidad con generosidad. Estas fueron las razones que consideramos para denominar a esta acción Transpropiación.

¿Es una quijotada exigir a las autoridades religiosas y estatales que el legado de Santa Bárbara sea desestetizado? El 9 de Junio, todos y todas serán bienvenidas a dar testimonio de los últimos días de Santa Bárbara, calle quinta con carrera séptima de Bogotá. Su presencia en el sector el día señalado, podría hacer el milagro de rehabilitar a la ciudadanía de esta parroquia, oprobiada por todo tipo de miserias. Comenzaremos a despejar las dudas de quienes consideran este lugar como un riesgo para el patrimonio que, con esta excusa, no ha sido devuelto a su comunidad. ¿A quién pertenece el legado espiritual que albergan las iglesias antiguas de Bogotá en las cuales el Estado colombiano invierte ingentes sumas de dinero para su conservación?

Recientemente el Cardenal de Bogotá entregó la expoliada y empobrecida Santa Bárbara al Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (Inpec), el cual no tenía una parroquia territorial. El capellán general del Instituto administra actualmente esta parroquia. La Señora de las Tormentas funge ahora como Patrona de los Reclusos del Capital. Nadie habla hoy en público de demoler la iglesia, pero es tal el olvido y deterioro que le ha sido inflingido al sector que las sospechas no tardan en aparecer: en privado algún ingeniero institucional debe estar tramando su destrucción, junto con las viviendas circundantes. Si el desvarío modernizante logró derribar el convento y la iglesia de Santo Domingo, en la carrera séptima con calle 12, qué no podrán hacer hoy los ingenieros de planeación con esta edificación tan humilde.

Fotografías: cortesía del artista y fotógrafo Ricardo Muñoz


BIBLIOGRAFÍA

Corradine Angulo, Alberto. (2002) Apuntes sobre Bogotá, Historia y Arquitectura. Bogotá: editorial Guadalupe.
Heidegger, Martin. (1990) Identidad y diferencia. Barcelona: editorial Anthropos.
Hernández de Alba, Guillermo. (1948) Guía de Bogotá. Bogotá: Librería Voluntad.
Santa Bárbara, Conjuro de las Tormentas. (1992) Bogotá: Banco de la República.

LGBT Bogotá: Artistas en pulso con la vida

El domingo 27 de junio de 2010, los artistas de la comunidad LGBT se tomaron la carrera séptima de Bogotá, desde el Parque Nacional hasta la Plaza de Bolívar, el paseo más tradicional de esta Ciudad de Dios, de almas bellas e impolutas, dignas de la ascendencia de Felipe II de España. Los marchistas no eran artistas de Academia, son artistas que sostienen su existencia en un pulso permanente con la vida bogocitadina, –egoísta, violenta, intransigente y fanática; ésta es Bogotá, ciudad-pueblo al cual aprendimos a amar, «golpe a golpe, verso a verso», situación que los expertos han denominado condición siniestra de nuestra existencia.

Son hombres y mujeres que apenas están asomándose a la existencia y necesitan estas expresiones para iniciar procesos de reconocimiento que les permitan existir en la esfera pública como seres humanos con derechos plenos.

Pero no solamente estos performers en pulso permanente con la vida requieren reconocimiento por parte de una lengua bella, ilustre, pero que se caracteriza por su intransigencia y por su fanatismo religioso. La lengua es una forma de vida determinada y determinante. Los miles y miles de jóvenes que los siguieron con música y comparsas creativas durante toda la tarde del domingo, exigían un orden de cosas menos dogmático; con su entusiasmo querían proyectar la creación de un nuevo hombre y una nueva mujer, un ser lo suficientemente fuerte como para poder dejar ser lo extraordinario que determina nuestra existencia, habitándola a nuestro pesar. A diferencia de los artistas en pulso con la vida, muchos de los artistas académicos ignoran estos llamados que nos hace la vida y optan por un reconocimiento superficial, mecánico, más elemental: el virtuosismo en las prácticas profesionales de alguna técnica práctica o teórica con fines comerciales; por su supuesto, no confesados abiertamente, pues este impulso espontaneo les ha sido reprimido por una crítica bella, especializada, que les ha enseñado a ser desinteresados.

crithistlgtb02

Durante una acción políticocultural de cinco horas, miles de hombres y mujeres unieron su necesidad de reconocerse como homosexuales, lesbianas, bisexuales y transgeneristas, y salieron a exponerse al escarnio público y silencioso por parte de una ciudad cuasi-estado que no desaprovecha ninguna oportunidad para hacer mofa-de y reprimir la condición sexual de estos cuasi-ciudadanos y ciudadanas: “sin libertad sexual no hay libertad política”, fue una de las pocas consignas repetidas durante la marcha. La comunidad LGBT se hizo visible ante los ojos escépticos de los bogotanos y las bogotanas, quienes, en el mejor de los casos, los toman más como espectáculo de carnaval que como una acción políticocultural que busca oxigenar los espacios democráticos locales contaminados por el fanatismo religioso que determina nuestros criterios para comprender lo bello, lo bueno y lo justo. Sus acciones buscan reconfigurar los dogmatismos ideológicos y religiosos que han mantenido a la comunidad LGBT amedrentada y sin reconocimiento pleno de sus derechos humanos, y, en especial, sujetos a todo tipo de oprobios por parte de una sociedad blanca, católica y feudal que arrogantemente preconiza su justicia con bombos y platillos a través de los medios de los cuales disponen para comunicarse con sus masas.

La marcha Arco Iris del pasado domingo en Bogotá, pese a esa mentalidad mítica que nos impide salir de nuestro círculo de muerte y opresión, no dejó indiferentes a los transeúntes domingueros de nuestra ciudad, pero no sólo por la vistosidad del acontecimiento artístico y civil que pudimos apreciar. Los miles de no-reconocidos que colmaron la carrera séptima no dejaron de suscitar en el espectador desprevenido cierto terror placentero. “Yo soy normal, pero me estoy gozando la fiesta”, me dijo una señora muy sonriente y entusiasmada con la alegría de los jóvenes que bailaban, se abrazaban y se tomaban fotografías con los performers del evento. (Afirmar ser normal es declarar eufemísticamente cierto horror ante la presencia de algo que nos resulta familiar, por lo tanto amado.) La marcha no dejó indiferentes a los bogotanos, más por el reconocimiento de algo familiar en lo que nos resulta no-familiar, y menos como deseo de solidaridad con los y las que se atreven a no ser como Dios y el Estado lo establecen. Esta emoción ambivalente es lo que he denominado condición siniestra de la humanidad, siguiendo las meditaciones de Stanley Cavell a este respecto.

crithistlgtb03

Los medios masivos de comunicación apenas mencionaron el acontecimiento, pues sus jefes de redacción saben de ante mano qué es lo bello y lo feo, qué lo justo y lo injusto, qué bueno y qué malo, y desidentifican todas aquellas manifestaciones que rebasan sus atavismos traumáticos. Digo que la marcha de la comunidad LGBT fue un acontecimiento porque de manera inédita los miles de hombres y mujeres que marcharon por la Carrera Séptima y sus andenes, no todos pudieron llegar a la Plaza de Bolívar. La capacidad de ésta fue desbordada. Las decenas de policías apostados a lo largo de la avenida no salían de su asombro, ese asombro que es manifestación del horror placentero que suscita lo siniestro, –el reconocimiento de lo humano que somos y nos condiciona. Nos horroriza porque nos recuerda algo familiar, reprimido, nos recalcan los intérpretes contemporáneos de Freud.

Poco arte y mucha gracia fue lo que pude apreciar en este día soleado, disfrazado de 25 de diciembre, como dijo algún poeta en el pasado. Pero, ¿quién demandaría arte a quien muestra gracia en la expresión? Tener gracia es estar en condición de expresar artísticamente una necesidad espiritual, es decir, sin pretensiones de ser reconocida como arte, como discurso para el entendimiento que entretiene. Entiendo por arte la sorpresa y el entusiasmo que una reconfiguración del orden de las cosas suscita en un grupo humano, la posibilidad de ampliar las libertades de quienes han padecido opresión y humillación por ser diferentes a aquellos que padecen normalidad, que creen ingenuamente ser normales. Esta necesidad espiritual diferencia una acción artística de una acción mecánica, una acción pensada para dar símbolo y palabra a la represión, de otra que sólo busca reconocimiento económico por la habilidad en el manejo de herramientas técnicas, ya sean prácticas o teóricas.

crithistlgtb04
Los atuendos exhibidos por algunos entusiastas de la marcha, quienes sólo esperan la mirada despiadada y horrorizada de aquellos que a diario y con cualquier pretexto les infligen todo tipo de reproches y afrentas, terminaron por deslumbrar a propios y extraños, porque hasta los más rehaceos a aceptar la presencia de lo extraordinario en lo ordinario, observaban no tanto para aprobar los gestos y la motivación detrás de ellos: «ni delincuentes ni antisociales», fue otra de las arengas más repetidas. Todos y todas observaban a los performers, maravillados por la creatividad con que se manifestaba la condición siniestra propia de ese ser cómico que un buen día se atrevió de manera desvergonzada a andar en sus patas traseras, dejando expuestas sus vergüenzas.

La normalidad humana de la cual me habló la dama que se gozó la fiesta LGBT sin ser lesbiana, está gobernada por la Condición de lo Siniestro. Esto es lo que han planteado teorías recientes inspiradas en Freud. Lo siniestro consiste en la recurrencia constante de lo reprimido como algo extraordinario que es ordinario, consiste en algo odiado que es amado; en términos más coloquiales, es la visibilización de algo anormal que nos parece normal porque siempre ha estado ahí, así sea reprimido. La gracia de los performers y de los miles que con ellos marcharon, consistió en horrorizar a los transeúntes con su presencia, porque la acción les recordaba el regreso ominoso de lo reprimido. Lograba que el espectador comprendiera que eso terrible ante sus ojos, era de lo más familiar, que consistía en ese otro en sí mismo silenciado, al cual siempre se le negó su posibilidad de existir mediante la palabra, mediante el reconocimiento de la condición humana. Esta emoción debió sentirla el pueblo griego de Pericles ante una presentación de Edipo, cuando Edipo regresaba a hacer presencia en la escena pública para recordar la condición siniestra que gobierna lo humano. No somos muy diferentes del pueblo acabado de mencionar, con perdón de Aristófanes y Sócrates, Platón y Aristóteles, Praxíteles y Fidias y Esquilo y Sófocles. Esta misma emoción experienciamos el pasado domingo en la acción políticocultural de los artistas en pulso con la vida, de aquellos que la retan para mejorar su condición y la de la vida misma.

crithistlgtb05

Finalizando la tarde, a eso de las 6 y 30 P.M., la coordinadora de LGBT Bogotá, a quien no identifico pero a quien me gustaría conocer algún día, se dirigió a la multitud. Nadie la escuchó, no podían hacerlo, el sonido instalado no dio la capacidad para llenar todos los espacios de la Plaza de Bolívar. Falla excusable, si pensamos que los organizadores no esperaban el alud de alegría con el cual hombres y mujeres colmaron la totalidad de la Plaza.A los organizadores les queda un reto, no defraudar a los miles que aceptaron su convocatoria. A pesar de que este un es mérito administrativo de la ciudad, al gobierno local le corresponde pensar a fondo la manera de seguir implementando aún más políticas de reconocimiento, post-fiesta. La fiesta está bien, sí y sólo si después de ella no sigue imperando la discriminación por las preferencias sexuales de los hombres y mujeres que habitamos Bogotá, que la sufrimos y la amamos. Sí todos y todas las que marcharon con sus novios y con sus novias recuerdan que juntos se puede más.

BIBLIOGRAFÍA:
Cavell, Stanley. (2002) En busca de lo ordinario. Líneas del escepticismo y romanticismo. Valencia: Cátedra.
Freud, Sigmund. (1988) Lo ominoso. En Obras Completas, Volumen 17. Buenos Aires: Amorrortu.

Farenheit 1210

Colombia es un país de “ingeniedades”. Esta expresión fue construida para mostrar localmente a los genios que no logran serlo porque no pueden superar su ingenuidad, porque no logran abrir ninguna realidad visual o discursiva. Algunos de los escritores de este país de ingenios caídos bajo el peso de la gravedad de su ingenuidad, han  denunciado que los estudiantes de artes de nuestro país están leyendo demasiado, cuando la pedagogía correcta consiste en mantener la naturaleza de su ser amarrada al yugo que le impone el hacer mecánico de sus manos. A este hacer manual lo ha denominado pensar. Los artistas de hoy deben limitarse a ser máquinas programadas para pensar determinados por la naturaleza de sus materiales. Pensar es dejarse llevar por los ritmos naturales. A los jóvenes artistas en formación, se les debe ocultar que los grandes maestros del pasado fueron hombres cultos, buenos lectores y en algunas ocasiones excelentes escritores, sin ningún menoscabo para su producción plástica. No obstante, una cosa es que el artista se limite a ilustrar el pensamiento de otros, y otra cosa muy distinta es aquella mediante la cual el artista se prepara y cuida su espíritu, para incursionar en el difícil arte de pensar un lugar para realizar la libertad de ser diferente con otros que reclaman este mismo horizonte de sentido.

Uno de estos bomberos contemporáneos, encargados de apagar el fuego de las ideas, ha sentenciado que esta “verborrea” discursiva que corrompe a nuestra juventud debe cesar. Por lo tanto, las universidades quedaron conminadas a sacar de circulación las palabras y expresiones más subversivas, verborreicas, como modernidad, altermodernidad y decolonialidad. En relación con estas últimas, en especial la palabra igualdad, la cual es la peor de todas ellas porque, según estos bomberos, ha dado lugar a todo tipo de “tiranías”. En el mundillo plástico nacional da buenos réditos morder lo que no se comprende. Cuando se tiene el horizonte por debajo de los pies, es difícil hacer otra cosa.

Para no exponerme demasiado al fuego de los bomberos en la noche de año viejo, sólo voy a decir que en la última exposición de este año en la Sala de Exposiciones ASAB salió a mi encuentro una construcción sencilla y sugerente que me mostró lo que no pueden mostrar los discursos decoloniales, pero no porque sean “verborrea”, sino porque su sino es mostrar otras cosas, lo cual no deja de ser interesante para aquello que fue visualizado por la artista. La imagen mencionada tiene el mérito de abrir tanto la palabra Angola como al cuerpo que responde al nombre de Mercedes. Mercedes Angola es una artista que piensa finamente con base en la palabra y lo que puede apreciar y aprender de sí misma. Su autorretrato “decolonial” relaciona visualmente universos dispares –signos-objetos– para construir un lugar en el cual esa disparidad sea superada en una contemporaneidad dispuesta a abrir realidades discursivas y visuales en las cuales todas las diferencias se universalicen de manera dinámica y aleatoria. Angola no se margina, no se castiga por tener piel oscura o por habitar X región del planeta. Al contrario, con sus gestos evidencia la universalidad de un nombre que lucha por establecer, inútilmente, una relación directa con su piel. En la imaginación de la artista, piel-palabra conforma un discurso para sacar finamente los gestos con que Mercedes Angola supera su particularidad y se eleva por encima de sus condicionamientos culturales y teóricos, visuales y literarios.