Por: Jorge Peñuela
Fecha: marzo 20, 2011
Arte ≠ Vida: acciones por artistas de las Américas, 1960-2000
Deborah Cullen ha convocado un grupo de artistas internacionales que decidieron cambiar los materiales de expresión tradicionales del taller del artista por los materiales que el taller de la vida social nos ofrece generosamente a todos y todas por igual. A pesar del registro de este desplazamiento, la curaduría plantea que el arte es diferente de vida (Arte ≠ Vida), hipótesis un tanto manida.
El Museo de Arte del Banco de la República ha dispuesto el piso segundo para este encuentro rememorativo que vuelve a actualizar problemáticas sociales y políticas reprimidas pero no del todo olvidadas. Rememorativo porque nos indican que algunas de las situaciones que se denuncian en algunas de las acciones plásticas seleccionadas, se pueden estar replicando en otros contextos de manera más cruel y agresiva, pero pasan desapercibidas debido a que aquello que en los años setenta y ochenta del siglo XX fue acontecimiento hoy solo es pesada cotidianidad.
La muestra tiene interés para la ciudad. Como se recordará, Donald Judd es quien hace un uso técnico del término interés en su polémica con Clement Greenberg acerca de la calidad que éste último le exigía a los productos artísticos (Foster, 2001). Si el trabajo del artista, sostiene Judd, es interesante, cumple a cabalidad con las expectativas que ha generado la generación que llega a su juventud en los años sesenta del siglo XX: el arte por sí mismo deja de ser interesante. El arte mira la vida pero no es vida en sí mismo.
La exposición Arte ≠ Vida cubre los últimos cuarenta años del siglo XX, acotados o glosados diversamente por artistas que hoy cuentan con un amplio reconocimiento internacional: Helio Oiticica, Alfred Jarr, Lotty Rosenfeld, María Teresa Hincapié, Marta Minujín, Lygia Clark, Ana Mendieta, Regina José Galindo, Alberto Greco, Santiago Sierra, Jacobo Borges, María José Herrera y Mariana Marchesi (Tucumán Arde), Guillermo Gómez-Peña, Alfredo Jaar, Leopoldo Maler, Tania Bruguera, entre muchos otros que aún hoy en día asumen el peligro de pensar en lugar de adular a los tiranos que reinan en las instituciones autosostenidas por el capital que se sustrae del pueblo trabajador.
Sin duda alguna, los artistas documentados en la exposición son interesantes para un determinado contexto, y esta es una oportunidad que tenemos los/las bogotanas para recordar cómo fue nacionalizado en cada uno de los países latinoamericanos el interés que manifestaron los artistas posminimalistas por problemas concretos, vitales, en los cuales se arrojaron a partir de los años sesenta del siglo XX. Ya sabemos que estos artistas no son muy inventivos pero tienen algún interés para los promotores del arte contemporáneo.
El interés de Cullen son las acciones plásticas, recurso expresivo mediante el cual los artistas vuelcan su mirada hacia la carnalidad de unos cuerpos marcados que cohabitan conflictivamente con signos sociales. Esta fue una relación que pasó desapercibida para muchos artistas modernos porque el cuerpo como lugar de conflicto estuvo siempre al margen de sus inquietudes estéticas, orientadas estas últimas más hacia la adulación del modelo individualista en ascenso que a la crítica de la sociedad que logró acomodarse y sacar provecho económico de esta ideología. Por esta razón, cuando hablamos de arte contemporáneo tal y como se ofreció en los años sesenta del siglo XX, hacemos referencia a esa manera de arriesgarnos al encuentro con otros y otras cuyos cuerpos igualmente padecen sus respectivas marcas y nos convierten en seres peligrosos.
El registro en video o fotográfico de una acción plástica no permite apreciar la experiencia del espacio público que muchos de los artistas realizan con el propósito de romper la cotidianidad y hacerla real mediante su intervención. (Cotidiano es todo aquello que nos da pereza reflexionar y se las arregla para pasar por real). Uno y otro son medios estéticos que traicionan el pensamiento pues ningún registro puede recoger el conjunto de signos y emociones que relaciona un artista durante una acción plástica. El registro disuelve la relación que establece toda propuesta artística desde sí. Por lo tanto, estos registros sólo deben tomarse como testimonio de un acontecimiento que no podrá repetirse y que si bien no puede olvidarse, su valor es historicista y antropológico. Sólo en las/los artistas que no se dejan absorber en las formas caducas que constriñen la cotidianidad, sus acciones pueden reivindicar valor estético (libertad y autonomía), en el sentido de emancipación más allá de las ideologías que buscan atrapar a los incautos. El registro documental es una actividad secundaria con respecto a la acción emancipadora del artista. Algunos de los registros dispuestos en la exposición Arte ≠ Vida evocan en el pensamiento del espectador ideas quizá equivocadas de estas acciones: ingenuidad sin pensamiento. La ingenuidad que debe caracterizar al artista debe entretejerse con la producción de pensamiento que le proporciona su actuar en contexto. Sin desconocer, por supuesto, que estos equívocos hermenéuticos pueden activar ideas auténticas de renovación estética y social.
Si por definición la exposición Arte ≠ Vida es interesante, el montaje promiscuo deja mucho que desear, pues obliga a los espectadores a aglomerarse en un espacio que si bien es amplio, por la cantidad de objetos dispuestos en esta ocasión en sus paredes y paneles, queda pequeño y constriñe la percepción y comprensión de lo que se pretende contar. (Inexplicablemente la Casa Republicana, un espacio expositivo excepcional del Banco de Republica, lleva siete meses sin albergar ninguna exposición en sus amplias salas, pero más increíble aún es que no se haya aprovechado este espacio cesante para hacer más interesante la exposición Arte =/ Vida. De la misma manera la Fundación Gilberto Alzate Avendaño no aprovechó sus convenios con la Biblioteca Luis Ángel Arango para aprovechar este espacio y realizar un montaje más respetuoso con los artistas que participaron en el pasado Salón de Arte Bidimensional, así algunos de los equívocamente seleccionados no lo merecieran).
Ahora bien, la prótesis conceptual de la cual Cullen se vale para evocar sus inquietudes historicistas sigue siendo interesante y muy sugestiva: Arte es diferente a Vida, pero no tan diferente: viejo conflicto conceptual que tiene en Oscar Wilde a uno de sus teóricos más representativos. No se dice mayor cosa a este respecto, pero ni el artista o la curadora deben decirlo todo, so pena de caer en pedanterías antipáticas. A cambio, esta relación conceptual entre Arte y Vida nos deja mucho que pensar. Los artistas latinoamericanos de la época que cubre la exposición están más acá de la vida, lo suyo no está en un más allá donde la vida se confunde con la muerte. Su interés consiste en interpelar los procesos sociales puestos al servicio de una aristocracia comercial sin mundo conocido, la cual sólo piensa en su lucro personal. Llama la atención que aparezca dentro de los artistas convocados sólo María Teresa Hincapié, María José Arjona y María Fernanda Cardozo en representación de Colombia. ¿Se nos quiere decir que tarde las/los artistas colombianos comprendieron el giro contemporáneo en las artes que se dio durante la década de los años sesenta, y que para no dejar sola a la divina María Teresa, se la hizo acompañar de María Fernanda y María José?
Finalmente, es notable la respuesta de la ciudadanía bogotana a esta exposición. En varias ocasiones la visité y en diferentes horarios, y siempre encontré la Sala colmada. Bogotá cuenta con un público culto que valora estos ejercicios curatoriales y le está sacando gusto a participar en la cultura que se gesta en estos lugares, incluso a pesar de la aridez museográfica de Arte ≠ Vida, la cual fue necesaria para la mayoría de los registros, pero que pudo haberse mejorado si se hubieran incorporado otros espacios para el montaje de registros que tienen además de un interés antropológico, valor artístico y estético, como los de Hincapié, Oiticia, Mendieta y Sierra, Maler, entre otros.
En varias ocasiones, he insistido en que estos espacios expositivos deben ser amables con los espectadores, aglutinarnos como en una estación o un vagón de Trasmilenio no es nada gentil. Por supuesto, esta vez no fueron dispuestos catálogos para no tener que acondicionar una sala de lectura para aquellos que muestran vivo interés por lo mostrado por los artistas, que los hay, así muchos no logren salir de su escepticismo.
Bibliografía:
Foster, Hal (2001). El retorno de lo real. Madrid: Akal.
Fotografías: cortesía artista y fotógrafo Ricardo Muñoz Martinez.