Por: Jorge Peñuela
Fecha: marzo 22, 2011
¿Otra excusa para no decir nada?
David G. Torres comenta recientemente el pensamiento de cinco artistas, testigos de las guerras que son propiciadas en los países orientales. Nos pregunta: ¿podemos reaccionar contra la guerra y el horror? ¿Guerra y horror son una y la misma cosa? Esto nos recuerda una pregunta que inquietó a Adorno: ¿es posible escribir poesía después de Auswitch? Adorno preguntaba si era posible reaccionar ante el horror. La respuesta es no, después del horror viene el trauma y la incapacidad para la acción, y con ellas llega la desolación. En medio del miedo que origina el caos, el arte ya no puede representar; el horror por principio es irrepresentable.
Aunque no podamos representar el horror, sí podemos pensarlo. La única dimensión posible que restan al hombre y a la mujer ante el horror, es la que instaura la poesía, las escrituras diversas que construyen humanidad una vez los artistas contraponen una diversidad de signos. Esta escritura no pretende decir nada, –pues ya nada se puede representar; –trata de volver una y otra vez sobre lo mismo, sobre el trauma, sobre el horror, para suturar las heridas. El problema de nuestra época no es decir, es curar: solo así podemos recomenzar el proyecto humanidad. Ahora, solo las escrituras poéticas pueden curar en nosotros los horrores de la guerra. Por esta razón Torres habla de que el arte de los países en guerra no puede ser de denuncia, ni de representación del horror.
¿Podemos decir que el arte de esta época de horrores es un arte con orientación ética, como sugieren Carlos Salazar y Gina Panzarowsky en sus observaciones críticas al pensamiento de Doris Salcedo? La ética y la moral son asuntos importantes, no cabe duda; no obstante, lo urgente es la cura, luego viene la moral. La repetición es un elemento importante en la artista colombiana y un mecanismo fundamental para la recuperación psíquica. La incomprensión que ella misma propicia, puede aclararse si consideramos que aquello que realiza es la repetición permanente de un trauma colectivo que los colombianos y las colombianas deseamos curar, curación que sólo pueden realizar los artistas poetas, así sea a distancia, en la Tate, (hoy todo lo hacemos a distancia creyendo que todo está cerca).
El Museo de Arte del Banco de la República, con la curaduría de Gloria Moure, trae a Bogotá, una muestra de aquella generación de artistas estadounidenses y europeos que quieren curar sus heridas de guerra; el suyo no es un arte para salón, es una arte de galpón, es un hospital de guerra. La curadora optó para su instalación, como en las guerras, por lo que más tenía a la mano: los sótanos-parqueaderos del Museo. Gesto dadá, que desalojó a los funcionarios y funcionarias que día a día parquean sus carros elegantes en este Museo.
La muestra de Moure es un concierto de divos, así no tengamos en el Museo sus mejores interpretaciones del horror que caracterizó al siglo XX: Daniel Buren, Hans Haacke, John Baldassari, Dan Graham, Marcel Broodthaers, Vito Acconci, Richard Long, Walter de María, Robert Smithson, entre muchos otros. Cumple el Museo con sus objetivos, «educar la mirada» de los colombianos y las colombianas, dijo José Roca en la apertura del evento. Con seguridad Roca quiso decir otra cosa, pues hoy sabemos que educar es sinónimo de amaestrar.
La mayoría de los artistas participantes fueron formados en el Minimalismo, un giro en el pensamiento artístico de amplia repercusión no sólo en una Europa en deuda con los Estados Unidos; también influyó en una Colombia que se aferraba al arte formalista que los minimalistas criticaban. Si el formalismo perdió el habla, el arte contemporáneo está intentando recuperarla. Perdimos el habla, eso solamente lo comprendemos de manera diferida, en medio del horror no nos damos cuenta del trauma, podemos comenzar a comprender aquello que nos pasó, si logramos salir del trauma, eso es lo que intenta el arte de los años sesenta.
Poco se ayuda para comprender la complejidad política y social de los años sesenta, tanto en Colombia como en Estados Unidos, o Europa, limitándose a traer fragmentos de pensamiento artístico descontextualizado; apreciamos mucho más esta debilidad del proyecto actual del Museo del Banco de la República, cuando consideramos que estos artistas son los que abren la mayoría de los caminos por los cuales transita actualmente el arte contemporáneo.
El Museo ha debido aprovechar esta oportunidad para reactivar su Cátedra Internacional de Arte, si lo que quiere es contribuir a formar el pensamiento de artistas y ciudadanos ¿en verdad lo quiere? Una Cátedra sobre el Minimalismo y sobre esta década ya mítica, hubiera contribuido a la comprensión de esta curaduría, a cuyo pensamiento logra acceder sólo un público especializado. Mostrar estos artistas en crudo a un público con serías deficiencias en su formación cultural, no contribuye a la formación de su pensamiento; todo lo contrario a aquello que anima a los artistas contemporáneos, amplia el abismo entre unos y otro.
En la década de los años treinta del siglo XX nacen en Colombia artistas famosos como Fernando Botero y artistas importantes como Beatriz González. Esta es la década en que nacen buena parte de los artistas de Tras los hechos –Behind the facts–. Hubiera sido iluminador relacionar aquello que estos artistas pensaban en los años sesenta con lo que estaba pensando el arte colombiano es ese momento. El Museo de Arte debe fomentar el diálogo de los artistas colombianos con el arte internacional; nada debería hacerse al margen del interés de los primeros.
Unas preguntas finales: ¿qué es lo que buscan los artistas en Tras los hechos? ¿De qué hechos hablamos en el siglo de las interpretaciones? ¿Los horrores de la Guerra? ¿El trauma? Ya lo hemos dicho: en las guerras no hay hechos, solo traumas, ni siquiera contamos con interpretaciones, todo se vuelve propaganda.