Por: Jorge Peñuela
Fecha: marzo 20, 2011
Angelus Novus
¿Es una quijotada exigir a las autoridades religiosas y estatales colombianas la repatriación del legado espiritual de la iglesia Santa Bárbara de Bogotá?
Hasta el 22 de junio de 2010, una pintura de Baltasar de Vargas Figueroa y una escultura de Pedro Laboria serán exhibidas en el Museo de Arte del Banco de la República. Los dos artistas ilustran el martirio de Santa Bárbara para reiterar la fe que profesan los habitantes bogotanos en la Divina Providencia, desde el siglo XVII en adelante. Durante varios siglos el culto a Santa Bárbara en la parroquia epónima de Bogotá en la localidad de la La Caandelaria, dio prestancia económica y social al barrio que aún lleva su nombre. Envueltas en la potencia del mito y en la esperanza que manifestaba su Cofradía en un mundo más justo, las prácticas religiosas y sociales instauradas por la Santa lograron mantenerse vigentes hasta la primera mitad el siglo XX.
Poco queda hoy de esta antigua espiritualidad, de su motivación y de las riquezas artísticas que albergó en el pasado, la mayoría saqueadas por las instituciones culturales, otras robadas por la delincuencia común. De estos “retratos” de época, algunas obras fueron pensadas por el imaginario de los Figueroa y de su émulo Gregorio Vásquez, el denominado Rafael santafereño. Guillermo Hernández de Alba afirma que en la sacristía se guardaba “la joya pictórica” de la iglesia, una pintura de Santa Brígida atribuida por este historiador a El Greco. Hoy solo restan nichos vacíos en las tres naves o, en el peor de los casos, ocupados por réplicas artesanales toscas. Para los artistas plásticos, el lugar tiene importancia, o debería tenerlo, porque cerca del Altar Mayor yace inhumado Gaspar de Figueroa y porque en una de las capillas de la iglesia se encontraba el mítico San Roque, pintura retocada por Vásquez de Arce y Ceballos, acción virtuosa por la cual este pintor fue oprobiado y separado del taller de los Figueroa. En medio de la desesperación silenciosa del mundo contemporáneo, no pocos anhelan que el próximo presidente de Colombia consagre nuestro país a San Roque, patrono de las pestes. Muchos de los antiguos residentes del sector piensan que no estamos mejor que los súbditos neogranadinos en los siglos XVII y XVIII, azotados por todo tipo de pestes y calamidades.
El entorno arquitectónico que circunda la iglesia no ha corrido con mejor suerte. Cuentan los vecinos que durante los disturbios del Nueve de Abril, un tanque del ejército impactó la torre de la iglesia para desalojar a los liberales que allí se parapetaban. Aunque la torre posteriormente derribada fue agregada durante las celebraciones del primer Bicentenario de nuestra independencia, quizá con el propósito de congraciarse aún más los centenaristas con la Santa, su derrumbe significó una pérdida para la feligresía de la ciudad. A partir del siniestro político mencionado, muchas familias abandonaron sus casas y el barrio comenzó a perder su antiguo lustre como consecuencia de la invasión de estos predios por parte de los arrumes de desheredados que asediaban la igualdad y la libertad de las familias nobles bogotanas. Los ciudadanos y ciudadanas que aún habitan el sector sólo esperan el día en que se les notificará el desalojo definitivo para dar paso al Progreso del Capital.
Las dos obras que podemos apreciar en el Banco de la República hicieron parte del conjunto artístico que mantuvo vigente las convicciones religiosas de la ciudad, antes de que fueran estetizadas por el Museo de Arte Religioso del Banco de la República y posteriormente “recogidas” por la Arquidiócesis de Bogotá en el Palacio Arzobispal. Hoy hacen parte de la colección de arte religioso de los príncipes de la iglesia. En 1992 y después de haber pasado por una restauración, los bogotanos tuvieron la oportunidad de apreciar el conjunto sacro por última vez en la exposición Santa Bárbara: conjuro de las tormentas. A este respecto, el portal de internet de la biblioteca Luis Ángel Arango proporciona a sus usuarios la siguiente información:
“Las obras fueron sacadas de la Iglesia para restauración y llevadas al Museo de Arte Religioso para su efecto. El Museo de Arte Religioso presentó los originales restaurados en la exposición Santa Bárbara Conjuro de las Tormentas en septiembre de 1992 y luego fueron entregadas a Monseñor Huertas de la Arquidiócesis de Bogotá”.
El sistema de información de la Biblioteca Luis Ángel Arango registra 71 diapositivas de esta exposición. No obstante, aparecen registradas en el sistema pero no están físicamente. Nadie sabe de ellas, pese a la diligencia y buena disposición de los funcionarios a quienes me dirigí para su localización. Una mano invisible quiere borrar cualquier rastro de este conjunto de obras, principalmente pinturas. Piensa mal y acertarás, sentencia la sabiduría popular. Los ciudadanos del común podemos pensar que en algún momento del proceso de restauración, la mano invisible del Capital encontró el pretexto adecuado para despojar a una comunidad de su patrimonio vivo, –inutilizarlo invisibilizándolo, estetizarlo reduciéndolo a imagen de almanaque o de estampa, con el pretexto perverso de conservarlo para el goce de los estetas y de los coleccionistas. Con el propósito de ser restaurado, el conjunto artístico conformado por las 69 obras catalogadas en la exposición mencionada, salió del hábitat que le daba sentido. Posteriormente fue restaurado y presentado en una Sala de Estetizaciones como trofeo de guerra de los Señores del Progreso que quieren limpiar sus crímenes de guerra con proyectos de esta naturaleza, tal y como plantea Carlos Salazar insistentemente en Esfera Pública. Nunca más regresó a su lugar de origen el ajuar litúrgico de la Santa. Alguien decidió apartarlo del lugar al cual pertenece.
El Capital no da puntada sin dedal. Sigo con mis sospechas. El propósito de la acción no era valerse de dineros fiscales para recuperar el sentido en el patrimonio de una comunidad creyente. Se trató de lo contrario: expropiarlo para lucrarse estética y económicamente, y despojar a la comunidad de Santa Bárbara de todo aquello que le daba sentido a su existencia. Las imágenes que habitaron el templo fueron arrancadas de su contexto cuando fueron separadas de sus fieles. A su vez, éstos fueron despojados de los vínculos que le proporcionaban sentido a sus vidas, que justificaban el vivir juntos. Unas y otros fueron separados por el culto moderno a lo bello desencarnado, a las formas abstractas que explícitamente han renunciado a reivindicar cualquier sentido político, ético o social de una comunidad. Del antiguo barrio Santa Bárbara sólo quedan en pie unas pocas cuadras al norte del barrio Las Cruces, lugar de nacimiento de Jorge Eliecer Gaitán. La mayoría ha sucumbido ante la potencia del Angelus Novus, mito artificial anunciado por las vanguardias artísticas de los años veinte y treinta del siglo XX, y realizado plenamente en las prácticas éticas, estéticas, sociales y políticas del siglo XXI, en orden lexicográfico. Este íncubo es la encarnación de la divinidad del Capital, del ser que ha colonizado el inconsciente de nuestra época, aquélla en la cual las mujeres y los hombres tuvimos que inmolar todos nuestros compromisos humanos para satisfacer la voracidad y la codicia del nuevo soberano. A cambio, éste promete garantizarnos la igualdad abstracta que los epónimos de la ideología moderna reclaman en las plazas públicas para todos los ingenuos de Dios.
Ahora bien, para tomar distancia del semanticismo posestructuralista, algunos teóricos contemporáneos hablan de un giro geográfico en las artes, discurso que ha sido denominado geoestética. Resaltan la vitalidad que emerge al caminar los lugares recorridos por hombres y mujeres que sueñan o han soñado con el ejercicio permanente y pleno de libertades espirituales y civiles. Recorrer los caminos que preparamos para que los dioses puedan transitar sin dificultad por nuestros valles agrestes, es la disposición de la sensibilidad a dejar huella en los territorios en los cuales decidimos habitar. No dudamos respecto a que detrás de todo grafo existe un hombre o una mujer que optaron por recorrer los caminos que otros abrieron con un solo propósito: ampliarlos de manera permanente para sus hijos. Allí donde existe algo que comprender hubo un hombre o una mujer que dejaron huella. Al recorrer las grafías –huellas y señales– que dejaron impresas las adelantadas en todas las épocas que nos precedieron, encontramos los caminos por los cuales otros hombres y mujeres en el pasado intentaron fugarse de los oprobios del momento. Toda época tiene su propio oprobio. El nuestro es la ideología del Progreso para el Capital Ecuménico.
Parece entonces que comprender lo contemporáneo en las artes, significa recorrer las grafías que se resisten a los dictados del nuevo ser empoderado. Dos o tres cuadras del antiguo barrio Santa Bárbara resisten aún la fiereza del huracán que nos llega de este nuevo paraíso de metal verde: el Plan Centro ideado por el Angelus Novus para Bogotá: apilar ruinas sobre ruinas ante los ojos y bocas desmesuradamente abiertos de los habitantes de Santa Bárbara: ciudadanos y ciudadanas que intentan recoger lo que resta de vitalidad en este antiguo sector colonial. Aunque infructuosamente. El progreso no cree en rogativas a San Isidro para pedirle que haga llover humanidad. Sólo cree en las lágrimas de cocodrilo de la Banca cuando se declara en quiebra. Esta ideología despliega una lógica economicista tan contundente que aplasta cualquier contexto o particularidad específica, cualquier intento de erigir una ciudad para los seres humanos.
Un grupo de jóvenes entusiastas que desean comprender los giros estéticos en las artes de la Contemporaneidad, se han desplazado hasta este antiguo sector capitalino para aprender de viva voz una lengua en vías de extinción. Han encontrado que la parroquia de Santa Bárbara ha perdido para siempre sus imágenes de culto o han pasado a ser propiedad privada de algún príncipe, alguno de aquellos que creen que lo humano es hojarasca que no vale la pena recoger. También han tenido la oportunidad de comprender los actos de resistencia activa de sus fieles devotas, todas ellas contrarias a la ideología del progreso para las máquinas. (Son las mujeres las mejor dispuestas a rememorar el pasado del sector). Al igual que en la alegoría de Walter Benjamin, estos artistas jóvenes tampoco podrán contribuir a recoger los despojos que están siendo apilados en el barrio Santa Bárbara, pero con el pensamiento intentarán inhumarlos artísticamente con la dignidad que nos exige Antígona desde la Antigüedad. Mediante esta experiencia de vida, los jóvenes desconfiguran el conocimiento divulgado por los especialistas en las academias y reconfiguran su manera de pensar mediante la incorporación de los saberes insólitos que salieron a su encuentro para ofrecerles diálogo. También estos saberes tienen necesidad de reconfigurarse, ésta es la razón de su llamado a la juventud de la ciudad. La acción propuesta es una apropiación reciproca o transpropiación, condición sine qua non de cualquier diálogo.
Los jóvenes entusiastas del arte harán una intervención el día 9 de junio de 2010 a partir de las 6:30 de la noche en este sector bogotano. No buscan recoger al otro embalado en las pedanterías teóricas contemporáneas, las cuales de manera servil recogen para lucro personal el aura del arte tirada al barro por los artistas de las primeras vanguardias del siglo XX. Mostrarán la menesterosidad simbólica que padecen los artistas contemporáneos cuando deben hacer frente a lo real que asedia el marco de sus lienzos, cuando se encuentran frente a un pueblo humillado y ofendido pero por ello mismo fértil en experiencia de mundo, en relatos e historias, así el régimen contemporáneo economicista insista en silenciarlas o fragmentarlas, o enterrarlas por medio de las retroexcavadoras del progreso. De viva voz intentarán aprender algo para desbloquear los condicionamientos del Angelus Novus Contemporáneo que nos impide pensar nuestra contemporaneidad con generosidad. Estas fueron las razones que consideramos para denominar a esta acción Transpropiación.
¿Es una quijotada exigir a las autoridades religiosas y estatales que el legado de Santa Bárbara sea desestetizado? El 9 de Junio, todos y todas serán bienvenidas a dar testimonio de los últimos días de Santa Bárbara, calle quinta con carrera séptima de Bogotá. Su presencia en el sector el día señalado, podría hacer el milagro de rehabilitar a la ciudadanía de esta parroquia, oprobiada por todo tipo de miserias. Comenzaremos a despejar las dudas de quienes consideran este lugar como un riesgo para el patrimonio que, con esta excusa, no ha sido devuelto a su comunidad. ¿A quién pertenece el legado espiritual que albergan las iglesias antiguas de Bogotá en las cuales el Estado colombiano invierte ingentes sumas de dinero para su conservación?
Recientemente el Cardenal de Bogotá entregó la expoliada y empobrecida Santa Bárbara al Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (Inpec), el cual no tenía una parroquia territorial. El capellán general del Instituto administra actualmente esta parroquia. La Señora de las Tormentas funge ahora como Patrona de los Reclusos del Capital. Nadie habla hoy en público de demoler la iglesia, pero es tal el olvido y deterioro que le ha sido inflingido al sector que las sospechas no tardan en aparecer: en privado algún ingeniero institucional debe estar tramando su destrucción, junto con las viviendas circundantes. Si el desvarío modernizante logró derribar el convento y la iglesia de Santo Domingo, en la carrera séptima con calle 12, qué no podrán hacer hoy los ingenieros de planeación con esta edificación tan humilde.
Fotografías: cortesía del artista y fotógrafo Ricardo Muñoz
BIBLIOGRAFÍA
Corradine Angulo, Alberto. (2002) Apuntes sobre Bogotá, Historia y Arquitectura. Bogotá: editorial Guadalupe.
Heidegger, Martin. (1990) Identidad y diferencia. Barcelona: editorial Anthropos.
Hernández de Alba, Guillermo. (1948) Guía de Bogotá. Bogotá: Librería Voluntad.
Santa Bárbara, Conjuro de las Tormentas. (1992) Bogotá: Banco de la República.
Comentarios