Dante: una poética desheroizada. Un ejercicio artístico de José Alejandro Restrepo

A pesar de que es muy conocido y frecuentado por la ciudadanía capitalina, el Monumento a los Héroes, en su intimidad, como nuestro mismo régimen político, es un espacio poco o nada conocido. Su realidad es aparente, es una ilusión ideada por el arte para ocultar lo real, para esquivar aquello que nos rehúye la mirada, que se resiste a ser nombrado (Foster, 2001).

La realidad es una ficción, es una estrategia artística para domar la violencia de lo real político: el conjunto de acciones contradictorias con el cual se sostiene un determinado régimen político.

Los bogotanos y las bogotanas a pesar de estar tan familiarizados con el Monumento a los Héroes, pueden decir poco de él. Ahora, si aceptamos que conocer en arte  es aprender amirarse desde dentro, este Monumento requería una acción  que facilitara la intelección y la modulación de ese saber, esa mirada a sí mismo que ama ocultarse. Y quién mejor que un artista para abrir ese interior oscuro, esa diferencia inasible, ese real material esquivo a la mirada de hombres y mujeres que merodean en sus entornos.
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La subdirección de Divulgación de los Valores del Patrimonio Cultural y el Museo de Bogotá, orientados por Alejandro Burgos y Julien Petit, respectivamente, deciden gestionar la apertura interna del Monumento a los Héroes, un espacio heroico y de gran atractivo para la sensibilidad artística contemporánea. Para su inauguración como espacio expositivo, José Alejandro Restrepo fue invitado a pensar el espacio. Este artista es el ganador del premio Luis Caballero 2013. Como aún muchos y muchas recuerdan, Restrepo dejó dudas respecto a la pertinencia de su propuesta para este premio; en especial, se notó un prurito por experimentar técnicas de expresión alternativas sin el acompañamiento de ideas que justifiquen mínimamente la necesidad de esta exploración. La técnica sepultó a las ideas, la técnica estuvo al servicio de sí misma. La preocupación del artista fue anclada al campo de la innovación y no al de la creación. La innovación piensa en función de la técnica misma. La creación persigue con obsesión la igualdad de los seres humanos. No se puede confundir innovación con creación.
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Ahora bien, si la intervención de 2013  en una de las salas de la Casa del Teatro Nacional no dejó mella en los espectadores, en la video-instalación Dante, realizada en el Monumento a los Héroes durante el mes de abril, el artista muestra todo aquello de lo que es capaz de crear cuando, en primer lugar, se tienen a la mano los espacios adecuados; en segundo lugar, cuando se dominan las técnicas apropiadas para el espacio elegido, y en tercer lugar, cuando se afinan las herramientas conceptuales y se cuenta con un apoyo financiero firme y generoso.
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En Dante, y pesar de algunas debilidades, Restrepo despeja cualquier duda en quienes lo encuentran ansioso de técnica durante su participación en el premio Luis Caballero 2013. Tuvo la suerte de encontrarse con este espacio que reivindica sus prácticas, así sea imperfectamente. El artista despliega su inteligencia visual y espacial recurriendo a estrategias narrativas sencillas, fáciles de seguir. Por ello mismo, la curiosidad arrebata la imaginación de los espectadores. No hay que olvidar que la curiosidad es el origen mismo de todo saber, al cual, según Aristóteles, todos los seres humanos aspiran. Toda idea artística propicia la dispersión de múltiples saberes. A diferencia de la idea científica, el gesto artístico toca a los espectadores, les sacude el polvo con el cual son  marcados por el sentido común, los lleva a sentir en sus cuerpos los pensamientos que hacen posible los diferentes saberes que en sus prácticas erigen hombres y mujeres.

En el Luis Caballero 2013, Restrepo confundió a los espectadores, en Dante deja claro que su técnica ha sido refinada y simplificada. La navaja de Ockham se aplicó virtuosamente. Todo para realizar dos propósitos fundamentales para los artistas contemporáneos. En primer lugar, para abrir un espacio para el acontecimiento de  la Idea. En segundo lugar, para tocarel cuerpo de los espectadores. ¿De qué ideas se habla en el arte contemporáneo? ¿De qué cuerpos se ocupan los artistas?  Se trata de la idea más fundamental durante los dos últimos siglos: la Idea de igualdad (Badiou, 2012). Asimismo, los cuerpos de su interés son los cuerpos marcados por el trauma de una verdad que reclama expresión (Foster 2001). Estos dos propósitos con frecuencia están íntimamente entrelazados en los ejercicios artísticos contemporáneos. Restrepo muestra solvencia en la comprensión de los cuerpos. No obstante, a pesar de que es un excelente lector, no logra relacionar efectivamente los cuerpos con las Ideas. Los cuerpos no evidencian sus ideas. Es el caso de las ideas detrás de su Dante.
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Restrepo concibe una estrategia para generar la sensibilidad adecuada al ejercicio propuesto. Audazmente, dispone que la entrada al Monumento sea desde el techo. Para ello diseña una estructura externa y la instala sobre el monumento a manera de diadema. En uno de sus flancos, se instala una escalera lateral la cual absorbe a los espectadores desde el primer piso hasta el último. Durante el trayecto a pie, el espectador padece una modificación de su estado perceptivo, pues, todo ascenso súbito causa vértigo, angustia y desasosiego, justo el estado sensible que exige el ejercicio propuesto por Restrepo a los espectadores. Una vez en el techo, éstos toman algo de aire y observan el panorama nocturno de la bella apariencia de Bogotá. Los visitantes empoderados toman la fotografía de rigor para su facebook y de inmediato comienzan su descenso, supuestamente al infierno prometido por Dante y Restrepo, quizá un infierno previamente encarnado en las mismas miradas de estos visitantes siempre inoportunos. Poco a poco se encuentran con su propio infierno: los miedos atávicos que maniatan sus cuerpos, su miedo a sí, su temor de confrontarse con aquello que es común a una comunidad: sus miedos.
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En un primer momento espacial, los espectadores se encuentran con unas imágenes tipo Nosferatu. Pronto descubren en sí mismos una voluntad de terror y sangre que les horroriza. Comprenden que las imágenes son sólo sombras  de sí mismos, de su lado más oscuro y tenebroso. Este  efecto, este encuentro recuerda a otro autor clásico, el poeta de la Alegoría de Caverna. La verdad de este miedo a sí mismo consiste en que, en sus soledades, los hombres y las mujeres son solo sombras largas y lánguidas. Continuando con su descenso, se siguen encontrando con más imágenes, esta vez corresponden a aquellas que manipula con frecuencia el artista. Un sonido inocuo de  perros ladrando acompaña este recorrido. Hasta aquí nada sorprendente, excepto, la fuerza subyugante del espacio y de las sombras que lo envuelven y lo compelen a gritar sus horrores más secretos.
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Se sigue bajando hasta llegar al primer piso en donde los espectadores se encuentran con un espacio que desestabiliza la percepción, se apabulla la imaginación y se nulifica el entendimiento común.  A diferencia de los anteriores, sendos videos de gran formato se cuelan por los entresijos que dejan entremirar los muros. Son imágenes cotidianas que llaman poco la atención, principalmente, porque el espacio sigue cumpliendo con una misión dictatorial, con el ejercicio de una heroica y  soberbia soberanía: dominar la percepción de los espectadores con su materialidad crudamente singular. En el ir y venir constante de imágenes a lo largo del espacio, se muestran algunas de aquello que puede ser una película antigua acerca del infierno de Dante. El sonido que acompasa cada una de las imágenes se confabula con el espacio para que los espectadores no busquen aquello que ninguna imagen es capaz de mostrar. La realidad siempre engaña, nunca tiene el coraje de mostrar lo real.
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Las acciones de Restrepo realizadas para el Luis Caballero 2013 fueron representativas, comprometidas más con el teatro que con la performance. En su  Dante, las imágenes no pretenden representar  el Infierno, pues, ningún humano es capaz de hacerlo. Aquello que cuenta para el artista es generar  la experiencia perceptual del infierno, hacerlo vibrar en el presente, no representarlo. Restrepo está pensando en los imaginarios que abrazan los espectadores, no tanto en las imágenes requeridas o adecuadas  para colgar en este tipo de lugares. Sabe que ninguna imagen puede disputarle su fuerza al espacio que le alberga en sus entrañas. A cambio, crea en los espectadores la sensación de infierno. ¿Qué es lasensación de infierno? No es otra cosa que la sensación de universo de la cual habló Valery (1998).  No poca cosa: se trata del abrazo eterno del bien y el mal: su indiscernibilidad plástica. Mediante  esta experiencia les hace sentir que están en el infierno universal.
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Por lo menos alguna vez, ¿quién no ha pensado que vivir en Colombia es vivir en el infierno? ¿Quién no  piensa que esta percepción relaciona sin ambigüedades  vivir y gozar? Vida y gozo siempre van de la mano. Su conjunción excluyente es el infierno. ¿Es imposible separarse de la idea según la cual el infierno es gozo violento y permanente? Lo que se muestra en Dante se muestra por sí mismo, sin representaciones, sin que el espectador tenga que recurrir a las imágenes para adquirir la sensación de infierno, así entre ellas el espectador culto descubra, como ya se dijo, algunas imágenes sonsacadas a alguna película acerca del Infierno de Dante.
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Si Restrepo concibió alguna alegoría o metáfora en su evocación del poeta italiano, no se siente la presencia de la idea en su crítica a la poética de Los Héroes. Explicar una metáfora no tiene sentido, pues, su fuerza se siente o no siente. La debilidad de los ejercicios de Restrepo consiste en que es necesario explicarlos. El arrebato momentáneo de la imaginación es suspendido y  el placer exiliado.
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Falta un amarre contundente para intensificar  el gozo y evitar  que desaparezca una vez se abandona la edificación. Tal y como está planteado, el anacronismo consiente pensado por el artista no produce efectos concretos en la actualidad. El choque anacrónico no produce el efecto deseado: develarnos algo en la actualidad. A pesar de la gran dificultad, faltó algo. Quizá generar más fuerza visual o, por otro lado, realizar una intervención sonora más audaz e intensa, tal vez agresiva. En su mayoría los espectadores de Dante son jóvenes y pueden soportar la intensidad de un gesto artístico llevado hasta el límite. Esta carencia de intensidad debilita el loable ejercicio de Restrepo.
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En Colombia, desde las primeras exploraciones del arte contemporáneo, Dante  está presente en el pensamiento de los artistas. Uno de los primeros en explorar  las ideas del poeta es Álvaro Barrios. La propuesta Inferno de Jaime Franco para la cuarta versión del premio Luis Caballero en 2007, es una de las últimas. En la propuesta de Restrepo falta explorar una Idea tan fuerte como la enormidad del espacio que se atreve a mirar de frente, pues el Infierno de Dante se muestra diezmado, incapaz de articular la voz en este espacio gimiente. En la actualidad, no es fácil afectar un espacio tan sombríamente autoritario como el Monumento a los Héroes. El espacio hizo trizas el propósito del artista. El anacronismo queda depotenciado, desprovisto de su fuerza subversiva. En arte, la  función de todo anacronismo consiste en convocar lo real para volver trizas la realidad que vela la actualidad de lo real, de lo reprimido (Foster, 2001).
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El sonido de los perros ladrando que acompañan al espectador o alertan al espacio acerca de su presencia,  aporta poco a la situación que se quiere detonar en la percepción de los visitantes. Sin embargo, así su uso sea ingenuo, en las video-instalaciones de los pisos superiores, el ladrido es la figura más destacada del segundo momento espacial de la video-instalación. Allí contribuye poco al ejercicio de intervenir la percepción del espectador. Tampoco ayuda a prepararlo para la experiencia del espacio más profundo en la exploración del sentido de lo real no dicho por los Héroes, la verdad abyecta convocada por Restrepo. Si por lo menos se pudiera conjeturar que los aullidos de los perros son las quejas del inconsciente del cuerpo político o colectivo, se tendría una idea que articulara mínimamente, que sostuviera con firmeza el ejercicio. Pero hacer esta intervención simbólica es sobreinterpretar el gesto del artista.

A futuro y cuando el espacio lo amerite, como es el caso que apostillamos, Restrepo deberá considerar otras alternativas expresivas e introducir en sus instalaciones sonido en vivo, mejor concebido y construido, menos efectista. Ahora, si su interés en este momento es laestética del terror tan en boga en el cine experimental de Nueva York durante los años ochenta del siglo XX, pues, la cita sonora y visual debe ser más intensa, directa y creativa. El Monumento a los Héroes es un espacio ideal para hacer puestas en acto interdisciplinarias. Rodolfo Acosta, compositor de música contemporánea, ha realizado varios ensambles interdisciplinarios en este tipo de espacios con excelentes resultados. Pero hay otros artistas interesados en este tipo de experiencias, que realizan prácticas alejadas del artista solitario, soberbio y todopoderoso.
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Si tuviera la oportunidad de sugerir una idea a Restrepo acerca de la actualidad de su ejercicio y de aquellos que habrán de venir, diría que la presencia del voyeur es algo presente en toda la video-instalación de Dante y los Héroes. En varios momentos el espectador se encuentra con registros de acciones que se resisten a ser develadas pero que sin embargo exigen expresión y verdad. El espectador interpreta, se vuelve actor, juega el papel de mirón. En Dante, todo se confabula para reforzar la cultura del voyeur, del mirón obseso en sí que es atraído, arrastrado irremediablemente  hacia lo real. Sin embargo, se le teme tanto que sólo se le puede mirar desde lejos con la protección de un poeta. ¿Qué tanto ayuda el poeta a acercarse a lo real abyecto? Ese real que se teme es lo reprimido en la experiencia de los cuerpos de una polis deseante de acontecimientos, en especial de la Idea de igualdad que abre espacios para el disfrute igualitario del goce público con los cuerpos. Este real es una oportunidad que se le abre a Restrepo para refrescar las inquietudes puestas  en acto en cada uno de sus gestos. Como las guerras que asuelan a Colombia, el componente “político” de sus ejercicios previos acusa fatiga.

En la experiencia del mundo contemporáneo se aprecia un desplazamiento  del espectador al voyeur, del sujeto universal, del observador neutro, hacia el sujeto marcado por el trauma que infringe la experiencia de lo real político o sexual. Si se carece de recursos creativos para generar placer corporal catártico, el trauma queda sin tratar. Ahora bien, política y sexo andan siempre de la mano, pues, la política se ejerce en y con los cuerpos. Aquello que se denomina cuerpo es la promesa de sexo permanentemente diferido (Cassin, 2013).

La relación entre política y sexo es tabú en los ejercicios de Restrepo. Restrepo es demasiado filósofo: no goza su cuerpo en sus prácticas, sus ejercicios no evidencian el goce de ser caído. Está obsesionado con el credo tenebrista que niega el cuerpo y el placer de ser otro en sí. Esta carencia es intuida por los espectadores, intuición que les cierra cualquier salida a su propio goce. Su entendimiento padece el imperio de un arte conceptual no suficientemente comprendido y decantado. Debe recordar que si el espectador moderno niega el goce, por el contrario, el voyeur contemporáneo se extasía en él. El gozo es el todo en que se modela lo real en todo trauma infernal.
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Es necesario devolverle a los espectadores el cuerpo que los artistas les raptaron, es urgente reivindicar de nuevo el placer emergente en los cuerpos. En Dante, Restrepo muestra que tiene las herramientas para desplegar esta cruzada.  A espaldas del artista, si algo queda claro en este ejercicio plástico es que, amparados en la oscuridad, los espectadores convertidos en voyeurs evidencian sus traumas y gozan de sus miedos a sus anchas. Restrepo indirectamente logra que los visitantes gocen, así la estética del terror aquí implementada haya sido explorada tímidamente. Los artistas son artistas por no tener miedo a quebrar los principios que se convierten en obstáculos para el goce de una imaginación libre y abierta. Botero ya no goza. Tiene otros intereses que no son los de la vida ni de los de la polis deseante de igualdad. Al contrario, el vigor desplegado por  Restrepo en su Dante, indica que  está en el mejor momento de su existencia. Deja claro que puede hacer frente a la vida y a los diversos intereses de una polis desheroizada. Muestra que está presto a reinventar el placer como práctica del arte de la igualdad. Este atisbo al placer del mirón es una salida que encontrará adeptos en el campo del arte. Para un juicio aprobatorio, esto es lo que cuenta, digan lo que digan los manieristas conceptuales. Los voyeurs que tuvieron la oportunidad de escudriñar los adentros del Dante de Restrepo, cada uno a su manera y en diferentes intensidades, gozaron esta experiencia, por lo tanto, dieron su aprobación. El juicio de la mayoría es lo que cuenta, una mayoría que los artistas contemporáneos han despreciado con pedantería.   dante 9

En general, es un buen ejercicio plástico y una experiencia sensorial sorprendente. Asombra que previamente Restrepo no haya tenido conocimiento de este espacio monumental para realizar su propuesta  al premio Luis Caballero 2013. Sorprende también la ceguera conceptual de los funcionarios del Distrito que conociendo la riqueza visual, espacial y simbólica de este espacio, no lo hayan propuesto a los artistas nominados. Ahora bien, teniendo en cuenta que está en marcha la próxima versión de la octava versión del premio Luis Caballero, y que una las promesas incumplidas del Idartes al campo del arte bogotano es dotarlo de una sede propia para la Galería Santa Fe, sería interesante seguir invirtiendo recursos económicos y simbólicos en el Monumento a los Héroes. De la dispersión acrítica y turística por toda la ciudad, la cual fue experienciada en la séptima versión del Premio, queda nada.  No sobra recordar que el Monumento a los Héroes fue uno de los espacios propuestos por el Idartes para albergar a la Galería Santa Fe, la cual, desde entonces, está saltando de tumbo en tumbo, con altos costos para las arcas del Distrito Capital. Ojalá se estudie la próxima realización del premio en este espacio vigoroso y exigente, tal y como lo exige un premio como el Luis Caballero.

Sin duda alguna, la feliz iniciativa de Alejandro Burgos y Julien Petit abre muchas expectativas  espaciales para el arte colombiano que se realiza en Bogotá.

 

 

BIBLIOGRAFÍA
Badiou, Alain (2012). El despertar de la historia. Buenos Aires: Nueva visión.
Cassin, Barbara, (2013b). Jacques el sofista. Lacan, logos y psicoanálisis. Buenos Aires: Manantial
Foster, Hal (2001). El retorno de lo real. Madrid: Akal.
Valéry, Paul (1998). Teoría poética y estética. Madrid: Visor.

Thomas Hirschhorn: un ejercicio de «flamme éternelle» en el Palais de Tokyo

RESUMEN

Llama Eterna  ocupa un espacio de aproximadamente de 2.000 m2, de acceso gratuito, abierto de mediodía a medianoche, del 24 de abril al 23 de junio de 2014. Durante los 52 días que dura la exposición, 200 filósofos, escritores, poetas e intelectuales son invitados a compartir su trabajo, su visión, su pensamiento alrededor de dos Ágoras. El artista estará presente todos los días, junto con el poeta Manuel Joseph y el filósofo Marcus Steinweg. Una biblioteca, una videoteca, puestos Internet, un workshop, un bar, así como una publicación gratuita producida diariamente en el mismo lugar, estarán diariamente a disposición del público.

Curador: Julien Fronsacq

 

DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS

“Llama Eterna” es el título de la exposición que propongo para el Palacio de Tokio. Se trata de una obra de arte, de una exposición en una institución. Quiero crear en una institución un espacio público o momentos de espacio público. Un espacio de encuentros, de diálogos, de confrontaciones. Un espacio para ser, para quedarse, para pasar el tiempo y un espacio para reflexionar. “Llama eterna” no es una exposición interactiva, es un trabajo activo, un trabajo cuya actividad jamás se detiene. Esta actividad es la actividad de la reflexión. El título de esta obra viene de ahí; “Llama eterna” del pensamiento, “Llama eterna ” del arte y de la filosofía, “Llama eterna” de la poesía, de lo que nos sobrepasa, de aquello que no comprendo. “Llama eterna” es también el fuego que permanece vivo, el fuego de las ideas, los conceptos, los proyectos. “Llama eterna” es también el Ágora alrededor de la cual uno se reencuentra para recalentarse, para dialogar y sentirse menos solo, cambiar sus ideas, sus proyectos, para confrontar sus posiciones. “Llama eterna” es también una señal. Es la señal de que algo no está extinto, que algo es alimentado y conversado, que la forma está siempre allí. Es una señal que significa que hay alguien que vela, que está presente, que no se duerme, que queda despierto, lúcido y atento. Esta llama puede lamarse: creo en el arte y creo en la filosofía. “Llama eterna” es una propuesta universal. Existe Fuego, existe una Llama, nos acercamos, nos ubicamos  alrededor: el intercambio puede comenzar, fuera de anuncios, fuera de planificación y fuera de un timetable. No se trata de una manifestación cultural, se trata de una obra de arte. La obra de arte no debe funcionar. La obra de arte no tiene controles, no tiene obligación de presentar resultados. Pero la obra de arte, porque es una obra de arte, puede crear momentos mágicos y maravillosos de verdad. Momentos furtivos inesperados y secretos. “Llama eterna” quiere ser una manifestación concreta de arte en una institución que es capaz por la presencia y la producción de crear momentos de espacio público. Eso es el desafío de este trabajo. Los momentos de espacio público son los momentos abiertos y precarios cuando la utopía se sobrepone a la realidad y donde la autonomía del Arte se confirma a cada instante dentro de momentos imprevistos. Los momentos del espacio público son los momentos abiertos y precarios cuando la utopía se sobrepone a la realidad y donde la autonomía del Arte se confirma a cada instante dentro de momentos imprevistos. Los momentos del espacio público son también los momentos intensos cuando el Otro puede ser tocado, donde el Otro no es espectador, público o auditorio, sino total y solamente el Otro.

“Llama eterna” sólo es posible como movimiento de amistad, de amor, de esperanza, de porvenir, de densificación, de materialización, de contacto y de conciencia. De la conciencia: “condición humana ” a cada instante, en cada momento en la realidad total y absoluta. Más efectiva que la misma realidad. Quiero crear este espacio concreto de ensueño. Quiero crearlo con Formas, con la Presencia y con la producción. Quiero que “Llama eterna” sea Universal.

FUENTE
http://www.flamme-eternelle.com/

BIOGRAFÍA
http://en.wikipedia.org/wiki/Thomas_Hirschhorn

No deje de ver foto Sady recuerdos de la realidad

NO PERMITA QUE LE DEJEN FUERA DE LA HISTORIA:

Pese a la banalidad  del montaje y a la precariedad lumínica, es una exposición que no puede dejar de ver ningún colombiano o colombiana.

No importan estas fallas, porque no  se trata de Arte, es la vida misma del país la que nos sale al encuentro en el conjunto de fotografías de Sady González.

 

Lugar: Biblioteca Luis Ángel Arango, Hemeroteca.
Desde el Miércoles Santo hasta el Domingo de Gloria estará cerrada la biblioteca (por desgracia).

Eat Shit: segunda ronda para la video-acción de Oscar Salamanca

Don Luis Guzmán hace parte del colectivo Antiduchamp de facebook y responde críticamente a un artículo acerca del maestro Oscar Salamanca. Hace varias observaciones y algunas  preguntas a las cuales remito al lector o lectora de esta Segunda Ronda para Eat Shit, la video-acción del maestro Salamanca.

Don Luis: le agradezco la reprimenda estilística. Su voluntad de orden y disciplina estilística es importante. En momentos críticos, esta política del texto nos hace falta.  Sin embargo, usted me otorga demasiados créditos y responsabilidades. ¡Ojalá pudiera responder a una sola de sus preguntas! Si pudiera hacerlo, no estaríamos en las que afortunadamente estamos, como efecto de la potencia del gesto de un cuerpo en dispersión, un cuerpo por fuera de los consensos burgueses que dominan las políticas artísticas del Ministerio de Cultura feudal. Digo afortunadamente, porque qué mayor fortuna puede tener un hombre o una mujer que el tener la oportunidad de hablar de igual a igual con sus iguales.

Para comenzar, reconozco que algunos gestos artísticos recientes de artistas colombianos me han despertado de mi sueño dogmático, es decir, de mi sueño conceptual. Como diría Jacques Rancière, sólo sé que puestos en los límites a los cuales nos arrastran algunos artistas, lo más sabio consiste en declarar  que sólo se es un maestro ignorante, siempre obligado a dejar a un lado sus prejuicios académicos y  a comenzar de nuevo. Esta es la virtud del arte: emanciparnos de nosotros mismos para tener la oportunidad de comenzar otra vez, una vez más. Si debemos mostrar maestría a nuestros amigos del colectivo Antiduchamp, pues, hela ahí: nuestra maestría es nuestra ignorancia respecto a algo tan vital para una comunidad como lo son sus imaginarios artísticos.

Los críticos del maestro Salamanca claman por el respeto de los imaginarios más arcaicos respecto a la humanidad imaginada por los teóricos a partir del siglo XVIII, así aquellos valores aún feudales sean prestados, o, en la mayoría de los casos, onerosamente rentados. La peculiaridad de la modernidad consiste en que con el ascenso de la burguesía a la esfera política, cada cual puede rentar sus valores a quien mejor le venga en gana. Tienen razón los críticos del maestro Salamanca: sin imaginarios artísticos no tenemos nada, mucho menos la humanidad que a veces el ÚNICO MUNDO nos renta o nos vende, cuando le conviene, cuando no afecta su voluntad de usura.  Prestar, rentar, vender, son las acciones más prolíficas que la modernidad burguesa le impone a los artistas.

Así Descartes nos vuelva a pellizcar, no estamos en capacidad ni en situación de explicar nada, o por lo menos muy poco. En medio de esta  ignorancia epocal, diría algo respecto a ese poco. En primer lugar, esta es la situación en la cual nos deja la  potencia de un gesto artístico cuando se manifiesta en toda su intensidad, aquello que llamo cuerpo. Los gestos intensos que son objeto de debate son gestos que claman por algo.  En segundo lugar, se debe preguntar: ¿qué es lo que claman estos gestos? ¡Que las plañideras de oficio griten todo lo que quieran! Al crítico serio le corresponde guardar compostura si quiere aprehender el sentido de la acción de un artista que nos golpea inmisericordemente. En medio de tanta mierda salpicándonos a diario el rostro, ¿qué razones podría tener un artista de vanguardia para ser amable con nosotros, peones de la mercancia,  seres avezados a la usura como forma de vida y a la hipocresía como virtud estética?

La crítica seria debe preguntarse, quién se devela en el gesto y cuál es su anuncio. ¿Anuncia el gesto una catástrofe de sentido o la realización de una vieja y frustrada esperanza? ¿Evidencia lo que nadie se atreve a oler? La escritura crítica debe estar-ahí presente, al lado del gesto artístico, al tanto de su temor, contagiándose de sus tremores. Su saber hacer, su arte, consiste en realizar los ajustes necesarios que requiere el gesto en cada una de sus fases y en cada uno de los casos singulares. La crítica seria no juzga por fuera del contexto en el cual emerge el gesto artístico. Los discursos de esos jueces no  interesan a la crítica. Tampoco al artista. La crítica es una impostura cuando pretende explicar la nada que acontece en el gesto del artista. La crítica no puede justificar nada. Su aporte es muy pobre, ¡qué le vamos a hacer! Sin embargo, la pobreza bien llevada puede devenir belleza.  Como el gesto del artista, la crítica también emerge ahí, bajo ese nuevo sol que se promete en un acontecimiento de sentido inédito. Solo puede acompañar la deriva que se anuncia cuando el sentido detona en un gesto potente.

Digo que el gesto acontece, que se pone ahí-alrededor en el instante de la creación. Y punto. El artista no investiga, al menos no como pretende el régimen positivista. El artista se atreve a sentir por primera vez aquello que se llama mundo, la Idea de ser con otros. La nada y el vacío comienzan a significarse una vez más. La vida del gesto es un instante. Si el artista se pone a pensar en cómo explicar su gesto vital, todos estaremos perdidos. Pues, cuando el artista finalmente se decide a crear, el impulso ya lo habrá dejado para siempre. Nunca más regresará el impulso creador a tentar a un artista medroso y calculador. Lo condenará a vivir de la propaganda del mercado.

Del gesto artístico sólo queda un registro imperfecto. En medio de la catástrofe de sentido que se devela en un gesto artístico, ¿qué importa la perfección técnica y la corrección ideológica cuando lo que está en juego es la verdad de la vida misma del artista y su entorno más inmediato? A quienes se ufanan de la perfección técnica y de la corrección estética (el consenso burgués), se les escapa la intensidad diferenciante  de la vida misma en el proceso singularizante en que se arrebata el pensamiento del artista. Al gesto  se le puede ocultar, vilipendiar o reprimir, pero seguirá ahí conservando la potencia disruptiva de lo reprimido. El arte no se explica. El arte se siente. Entre sus procesos, se vive el regreso de su eterna diferencia, una y otra vez reprimida. Sentir es vivir un instante singular: el regreso de lo reprimido. Algunos  filósofos llaman “acontecimiento” a este sentir disruptor. Este instante es la vida misma. El instante en que se siente y se vive el arte, no se explica. Los cartesianos se quejan, se embejucan,  gritan y exigen una explicación, porque ellos mismos en sus desvaríos epistemológicos, tampoco están en capacidad de darla.

¿Que el gesto del maestro Salamanca ofende y avergüenza? ¡Pues sí! ¿Que es irresponsable e inconsciente? ¡Pues sí! ¿Que violenta la humanidad victoriana que pedantemente reside en nuestro corazón? ¡Pues sí! Sin embargo, ¡hay señal de que cabalgamos! Se evidencian unos elementos mínimos para hacer una crítica seria, lejos del totalitarismo moral del sentido común aburguesado de las colombianas de bien como la señora Betty Gutiérrez. Debemos preguntarnos ahora  por qué este gesto ofende y es irresponsable. Luego debemos indagar acerca del lenguaje que hace que nos avergoncemos de algo tan cotidiano como la mierda. A continuación debemos preguntar en qué medida hemos respondido libremente al gesto del artista: ¿esta reacción instintiva está precondicionada? El crítico debe preguntarse, si esta reacción sólo es el regreso de lo reprimido por parte del sujeto burgués fálico, heterosexual, blanco, cristiano, usurero y comerciante de valores.

¿Cuál es la potencia del cuerpo puesto al límite en el gesto? El dejarnos sin palabras. El cuerpo muestra su potencia cuando  rompe todos los consensos neoliberales acerca de la dignidad totalitaria de la cual se precia la ideología burguesa. Este es el instante en que vale pena escribirnos libremente una vez mas e inscribirnos sin temor en otra manera de sentir, pensar y actuar.

Oscar Salamanca: Eat Shit

En Colombia, lo que pasa es que no pasa: Ortega y Gasset.

Betty Gutiérrez Flórez cita al filósofo español en la carta dirigida al rector de la Universidad Tecnológica de Pereira, en la cual se denuncia al Maestro Oscar Salamanca como un artista indigno de la majestad de la vocación y del magisterio pedagógicos. En lugar de abrir un debate crítico serio en su propio campo, pues la propuesta lo amerita y lo exige, la autora renuncia a su condición de artista y se enmascara como ama de casa defensora de la Liga de la Decencia en el Arte Contemporáneo. Lo amerita porque  Salamanca es un artista que conoce a fondo los problemas del arte y se desempeña con maestría es las artes tradicionales. Lo exige, porque obliga al campo del arte colombiano a hacerse muchas preguntas, en especial la siguiente: ¿por qué un artista con formación clásica, egresado de la universidad de mayor tradición plástica en Colombia, decide radicalizar su experiencia de sí mismo y del arte? La señora Gutiérrez opta por la línea cómoda y en las líneas que escribe “denuncia” al maestro Oscar Salamanca ante la máxima instancia administrativa de la Universidad. Tal y como funcionan algunas Redes Sociales, la maestra denunciante funge como una informante “digna” de su Liga.  Bajo esta máscara, oculta al rector su  incuria profesional y evidencia ante sus colegas que carece de recursos críticos para hacer frente a lo que se les fue encima en la Tecnológica: ¿sus propias heces? Hasta la mierda hay que verla en contexto. De hecho tiene su propio contexto: el más cercano es el culo.  Otra realidad que escandaliza en Colombia más que una de las múltiples masacres de hombres y mujeres que han asolado el país.

En momentos de crisis como el que se padece en la actualidad, más que nunca nos urge la crítica, pero hacerlo exige no tanto rigor moral como fineza conceptual. No se entiende cómo la señora Gutiérrez pudo ser Decana de Humanidades en la Tecnológica. Eat Shit, la acción de Salamanca, evidencia que todo el humanismo del que hablan los administradores de mercancías lustrosas, es pura mierda. Esta carta miedosa del poder del cuerpo y de la mierda en que nos disolvemos, sólo busca una censura burda. Gutiérrez no da elementos que ayuden a esclarecer por qué el gesto de Salamanca no puede pasar en la Tecnológica de Pereira. ¿Qué dicen los flamantes doctores y doctoras en estética de la Tecnológica?  La propuesta atrevida de  Oscar Salamanca pone a prueba a los doctores del campo y de su propia Universidad. El saber de las  doctorías debe mostrar su eficacia en estos casos álgidos. Pero al parecer, los doctores tienen la cabeza oculta bajo la arena mercantil  del desierto crítico colombiano. Si este saber doctoral no es capaz de dar cuenta del gesto de Salamanca, si sólo cabe la censura o la sanción administrativa, algo anda mal, y es probable que no sea el artista en cuestión. Si  el campo del arte actual, observa que los prejuicios morales de una ama de casa desplazan el criterio de una maestra en artes, y no dice nada al respecto, esto debe leerse como síntoma de un desorden en el orden del discurso. Es deseable que los títulos de doctorados en crítica y estética, sirvan para algo más que subir los salarios de los profesores.

La nadería discursiva y moral  de la señora Gutiérrez que juega los juegos diabólicos  de Ordoñez, no merece mayor atención académica, pero con seguridad tendrá sus efectos administrativos. De nada servirá decirle  al rector de la Tecnológica que  la noción de posmodernidad a la cual alude la señora Gutiérrez, está contaminada de una jerga empírica que todo lo que sabe de la posmodernidad lo sabe de oídas. Entre otras cosas, se tiene que ser muy torpe para llamar posmoderno el gesto de Salamanca.  ¿Por qué alguna gente que dicen llamarse maestros de arte, insisten en hablar de aquello que se resiste a ser puesto en palabras como es lo real del cuerpo?  La denuncia  contra el maestro Salamanca es torpe, mucho más si viene instigada desde del propio campo. La  inseguridad conceptual que despliega la autora de la denuncia muestra  su precaria formación profesional,  lo cual también debe denunciarse ante el rector, pero, principalmente, ante los estudiantes de la Facultad. Gutiérrez pide auxilio a Edgar Morin, pero al igual que el gesto de Salamanca, tampoco lo entiende, ni se esfuerza por esclarecer aquello que el filósofo nos indica. Cita para adornarse, para darle peso carnal a una cháchara que no merece tenerlo.

¡Claro!  ¡Qué haya crítica! ¡Ni más faltaba! Las práctica de las artes no se entienden sin la crítica, así desde el Ministerio de Cultura feudal nos tengan  exultando por el acontecimiento de la Mercancía. Pero que quienes se atreven a juzgar el trabajo artístico muestren su solvencia conceptual y no sus prejuicios morales. Estamos fatigados con tanta empiricidad crítica. El campo del arte merece respeto, tiene una historia amplía y un conjunto de ejercicios teóricos y críticos realizados a lo largo de muchos siglos, mucho antes de que hubiera ciencia moderna. Esta experiencia del campo debe tenerse en cuenta, antes de reportar una propuesta artística ante el juicio técnico de una autoridad administrativa.

Elogio de las emputadas cartageneras

Es hora de hacer balances. No tenemos tiempo para hacer  duelos porque se nos han negado todos los espacios.

El duelo se hace cuando se ama y se respeta una pérdida. No es el caso con la primera Bienal de Cartagena ni con respecto al Salón Inter, que todavía no está muerto, pero que es nuestro deber ayudar a morir. No hacemos duelo por entidades que no respetamos, por entidades que ultrajan la inteligencia de los artistas que rechazan el espíritu nórdico del arte angloamericano impuesto en Colombia.

Muriel Angulo, Alexa Cuesta y Helena Martin están emputadas, siguen emputadas. Emputarse en medio del culto artístico al mercado es una locura. El trabajo de estas emputadas cartageneras muestra una cualidad y un interés específico. En primer lugar, evidencian aquello de lo cual no dan cuenta los comercialmente llamados “artistas políticos”. “Evidente”, es aquello que tiene tal potencia de persuasión que no necesita ninguna demostración curatorial a posteriori: ¡en el acto se es! Evidente es el relámpago y el trueno que le sucede. Evitémonos el penoso trabajo  de citar los nombres de todos aquellos y aquellas que son solo en las citaciones de las  demostraciones  de teorías de otros “comunes” que no son los suyos propios.

Una gran cualidad: la actitud. ¡Las emputadas  muestran coherencia en sus ideas! La coherencia no es un discurso, es una actitud. Esto es lo que debe evidenciar cualquier artista en cada uno de sus gestos. Evidenciar no es demostrar algo por medio de argumentos manidos, ya sean ellos tomados de los teóricos de moda o de los poetas del mercado de bienes suntuarios. La coherencia artística no debe confundirse con  la coherencia empírica del sentido común, “coordenadas” impuestas desde el Ministerio de Cultura feudal y la gerencia de artes aristocráticas del Distrito Capital. Con toda su sabiduría feudal, Sancho tiene poco que decirle a la universalidad que reivindica Don Quijote, el igualitarista. Sancho no es capaz de salir de la jerarquización que le impone arbitrariamente el sentido común de su señor que no es el señor Cervantes. Sancho está atrapado en “lo común” a otros. Don Quijote no vagabundea impunemente, lo hace para evidenciar ante el mundo trivial, ante el mundo duramente codificado por el mercado, para evidenciar, decimos, su actitud, la coherencia sensible –no medible– de la multiplicad de mundos en que se hace real un artista, un hombre o una mujer que ve en los otros a seres iguales y por ello mismo libres en su ser. Don Quijote evidencia que la locura artística es el mejor estado de ser.Lo es porque, una vez liberados del sentido común impuesto por “los otros imperiales”, todos y todas podemos vernos sin las “coordenadas” oprobiosas de las cuales hablan nuestros curadores. Los artistas nos hacen sentir que la igualdad es un imposible posible.

En segundo lugar, las emputadas tienen un interés claro. Nos invitan a decir no  a la limpieza estética que establecen estos “órganos de control” imperial. Los curadores neoliberales que en la actualidad llegan a Colombia, son los Bomberos de Fahrenheit 451, sólo que ahora la guerra es contra las imágenes poéticas: solo tiene valor su logorrea. En 2013 le oímos decir al maestro Jaime Cerón en la Universidad de Los Andes, que el ministerio “tenía unas coordenadas” que le permitían detectar a los buenos artistas. ¿Es verdad tanta clarividencia gerencial? ¿No es hora de hacer un balance de esta “estética neogótica? ¿No es hora de superar el trascendentalismo neogótico del maestro Cerón? Recordemos que a partir del siglo XII, bajo el nombre de gótico, se conoció el arte de los países del norte de Europa, tan admirados por nuestra élite local. Disculpen por citarme a mí mismo, pero sería importante retomar la discusión del malhadado Salón Inter. Los y las invito a leer un artículo del año pasado escrito “en caliente” a propósito de la discusión acerca del primer Salón Inter, interpuesta por el primer emputado contemporáneo, el maestro Nadin Ospina. Como las emputadas en su querella de la primera Bienal de Cartagena, el maestro Ospina orienta bien su querella: el asunto actual en Colombia, es un problema de actitud: luchar por el reconocimiento de la dignidad que reivindica todo proceso creativo. En estos procesos todos y todas somos iguales. Como se sabe, la igualdad no le interesa al Ministerio de Cultura Feudal de Colombia.

El robo del florero de Llorente

El símbolo que selló la revolución e independencia de un país ha sido robado en las últimas horas, el florero de Llorente ha desaparecido y fue remplazado por una totuma de chicha.

Volver a romper el florero de Llorente estrellándolo contra el piso podría ser un agravio contra la madre patria, pero encontrarlo como el símbolo de dicha Independencia es aún más irónico y desconcertante, pues poco o nada representa los ideales de una comunidad sometida a los designios de colonizadores o de gobiernos opresores. La totuma que dejaron es un llamado de atención y una apuesta a la reflexión de un país que aún depende de los intereses de otros. Nos han convocado a re-pensar la historia, la memoria, la democracia y la vida; nos han invitado a romper nuevamente el florero de Llorente, y nos han incitado a pensar en sueños de libertad, igualdad y sencillez, se ha retado al pasado y a nuestro tiempo para hacernos recapacitar en el valor que tienen los símbolos de libertad.

Las autoridades aún no saben cómo sucedieron los hechos, pero lo cierto es que así como la espada de bolívar desapareció y volvió, nunca sabremos si el florero es un original o una copia, nunca sabremos si el símbolo de la libertad e independencia está en manos del pueblo, del gobierno o de la mafia. Las cámaras de seguridad aún están siendo analizadas y las versiones corroboran que los asaltantes remplazaron el florero de Llorente por una totuma de chicha y bebieron de la misma en las instalaciones hasta altas horas de la noche. La policía ha ofrecido una recompensa para aquellos que den información sobre el paradero del florero, lo único que sabemos es que lo han ofrecido en venta a través de internet, al mejor postor, y al parecer existen muchos interesados en comprarlo.

Qué le espera a un país que le roban la libertad, la democracia o la revolución, qué esperamos los ciudadanos de las autoridades que no son capaces de proteger y mantener la libertad y el orden, y qué esperamos de compatriotas que roban y subastan nuestra patria.

En momentos cuando el voto del pueblo no vale, cuando las cortinas de humo se extienden cubriendo con un velo la realidad, y en tiempos donde la vida no vale nada, pues le pusieron precio a la muerte, un florero no tiene significado ni validez.

Las directivas del museo y de patrimonio han decidido dejar la totuma de chicha en el lugar del florero mientras las investigaciones continúan. Lo triste es que no existe un solo indicio de quién lo haya hurtado, testigos dicen que un señor de apellido Sierra es el directo responsable y principal sospechoso del hecho, pero hasta que las autoridades no den su versión de los hechos no podremos juzgar a nadie y es mejor hablar del presunto sospechoso.

Así como el robo de la espada de Bolívar, la desaparición del Florero de Llorente es una señal a un sistema, a un gobierno, a una nación. No podemos quedarnos callados ante tal hecho de barbarie y egoísmo, todos sabemos que es un símbolo que dice muy poco de la mayoría y que excluyó a quienes verdaderamente pensaron en la emancipación en esas chicherías que inspiraron a un pueblo a ser libre. Así como desaparecieron la chichería o la tienda de barrio con las disculpas de momento, la limpieza social comenzó con dispersarnos y alejarnos unos de otros evitando las conversaciones y reflexiones propias de momentos con amigos y vecinos.

totuma de chcha 2

Si un colombiano es capaz de retarnos, porque no todos somos capaces de construir el futuro a partir de realidades y no de símbolos franceses o españoles, si un ser humano nos dirige la mirada al pasado y la proyecta al futuro es porque sabe, que poco o nada nos representa ese símbolo, y que los ideales de libertad deben ser repensados inmediatamente.

Si todo un pueblo quiere la paz y está cansado de tanta violencia e injusticia, por qué esperamos a que se rompa nuevamente el florero, por qué callamos ante tanta masacre, violación, narcotráfico, paramilitares, guerrilleros, militares, políticos o policías corruptos; por qué nos convertimos en cómplices de todo aquello que nos oprime o exprime.

Todo esto parece más una intervención artística de uno de esos jóvenes irreverentes o conscientes de un mundo que le tocó vivir… pero no acepta. Si intervenir la historia es un proyecto de la casa del Florero, el Ministerio de Cultura y de la universidad de los Andes, ellos deben recapacitar sobre la responsabilidad que tienen dichos símbolos en la historia del país y del mundo. Remplazar la estatua de la libertad o el florero de Llorente carece de sentido si el fin no es pensar en para qué y por qué queremos ser libres, en esta aquí y en esta ahora. Si Sierra pensó y se arriesgó a herirnos en lo más profundo no podemos quedarnos ajenos al grito en silencio que nos asecha, no podemos seguir siendo indiferentes ante la responsabilidad que debemos asumir como hombres y mujeres sensibles, pensantes y capaces de cambiar el destino de esta humanidad. En nuestra mente quedará el recuerdo de este día donde un hombre se atrevió a hablar de libertad en medio de la guerra que le toco vivir.

En el manuscrito dejado junto a la urna que contiene la ¨Totuma de Chicha¨ dice: ¨ en esos mismos años las chicherías fueron un espacio de encuentro e intercambio; un lugar común entre indígenas, negros y criollos, donde los matices sociales y culturales de estos grupos humanos se fundían en torno a una bebida ancestral y al sueño de libertad e igualdad que anhelaban quienes allí se reunían; libertad que solo se hacía manifiesta cuando convocaban a una o varias totumas de chicha”.

“Cabe mencionar, además, que muchos historiadores que han investigado este fenómeno señalan que las chicherías fueron igualmente uno de los sitios más combatidos por la autoridades virreinales y republicanas, pues alrededor de ellas se construyó todo un estereotipo de maldad asociado a la subversión frente a los principios más arraigados en la sociedad pues, entre otras cosas, daban cabida al amor sin ataduras matrimoniales e incluso a la independencia económica femenina, pues eran las mujeres quienes administraban e incluso eran las propietarias de muchos de estos negocios.¨ Sierra Enciso.

¿Qué haría Franco en su lugar?

Arte, política exterior y la Marca España desde 1950 –

 

La Fundación Francisco Franco (FFF en adelante) lleva a un segundo round judicial a Eugenio Merino, un artista cuyas provocaciones escultóricas deberían resultar indiferentes para cualquier mandatario de una monarquía constitucional como la nuestra, siendo esta forma de Estado la reina y señora del laissez faire en términos culturales, confiando desde comienzos del siglo XIX en la inocuidad del compromisoartístico, él mismo muchas veces enfrentado con la genuina participación ciudadana, y cuyo epítome serían los románticos franceses convertidos -chaqueta aquí, chaqueta allá- en perritos falderos de Luis Felipe I, el delfín de los liberales;  pero parece que la sociedad borbónica española tolera menos que otras el recuerdo de su pasado, pues basta con hablar en alto de la herencia fascista recibida (eso sí resulta inquietante, y no lo de ZP) para que la peña se santigüe y saque el DNI: «A mi no me vengas con ponencias de geriátrico, socio, que yo nací después de 1975.» Para la desmemoriada generación de los millenials (y para los franquistas que amanecieron demócratas en 1978) la dictadura debe estar entre Abell 1835 y A1689-zD1, galaxias primitivas a millones de años luz de distancia desde la Tierra, situada en un pasado atávico -junto con las Guerras Carlistas y el material de los ensayos de Fernando Sánchez Dragó- que nada tiene que ver con nosotros.

No obstante, como reza el lema que algunos conductores se hacen grabar con prudencia en sus retrovisores: los objetos en el espejo están más cerca de lo que parecen; Franco no es una excepción. Haber tenido en cuenta este principio óptico universal quizá hubiera evitado unos cuantos accidentes de tráfico y bastantes espejismos relativos a la libertad de expresión de los españoles, como cuando –para sorpresa de demócratas cristianos, esa contradictio in adiecto– Eugenio Merino y su pieza Always Franco fueron vetados de ARCO, la feria de arte, por dictamen del antiguo alcalde de Madrid, José María Álvarez del Manzano, lo que permite trazar una línea desde la creciente despolitización de lo que tiene lugar en IFEMA y la candidatura de la capital a los Juegos Olímpicos, ese sueño de verano que una vez tuvo (y ahí sigue roncando) este miembro de los populares. This is MAD: ¿la suma de todos?

Tampoco exageremos. Otros artistas españoles han vejado símbolos nacionales sin obtener ninguna represalia institucional o judicial a cambio. Es el caso de Fernando Sánchez Castillo, cuya trayectoria profesional abarca cantidad de sacrilegios y apostasías, incluyendo esa profanación del franquismo titulada Síndrome Guernica (2012), una pieza hecha site specific para la antigua cámara frigorífica del Matadero de Madrid que consiste en exponer de otro modo el Azor, el barco oficial del dictador convertido en chatarra comprimida de vertedero; o El pacto de Madrid (2003), donde el artista entierra la figura ecuestre del caudillo bajo tierra (en algunas versiones lo mete en leche en polvo) con motivo del cincuenta aniversario de la entrada de España en la ONU merced a los trapicheos que realizaba el discípulo aventajado de Adolf Hitler y de Benito Mussolini con Estados Unidos: yo te permito instalar bases militares, tú me presentas a la comunidad internacional; un beneficio recíproco.

Sánchez Castillo no solo no está perseguido por la Justicia u oficialmente represaliado, sino que además fue elegido por Harold Szeemann para The Real Royal Trip, una muestra colectiva cuyo título juega con los múltiples sentidos de lo real, empezando por la ineludible referencia a Jacques Lacan y su taxonomía psicoanalítica infumable, pasando de puntillas por el final de las utopías y la caída en descrédito del socialismo real, terminando finalmente por el cuarto viaje de Cristóbal Colón, bautizado como real o también monárquico porque estaba íntegramente subvencionado por los Reyes Católicos, una expedición que involucra naufragar en Jamaica y el descrédito del navegante porque nunca alcanzó a descubrir el esperado paso marítimo a la India (todavía pensaba que estaba flotando entre islotes chinos o japoneses). Y otras cosas que menciona el comisario artístico suizo:

Yo siempre digo respecto a este viaje que Colón llevó la sífilis, el catolicismo, el esclavismo y un montón de cosas malas. Yo llevo artistas.

Este sorprendente paralelismo entre arte actual, asuntos venéreos y crímenes coloniales incluye como elemento de contraste a creadores politizados como Tania Bruguera, Pilar Albarracín, Nestor Torrens, El Perro (Ramón Mateos, Iván López y Pablo España) o Santiago Sierra. The Real Royal Trip, alojada en el MoMa y en el PS1, inaugurada la víspera del día de la Hispanidad y financiada por el Ministerio de Asuntos Exteriores, está justamente considerado el día D de la trasgresión estética imperialmente subvencionada, pues los jóvenes artistas españoles desembarcaron en Nueva York el mismo año que la coalición de los dispuestos entraba en guerra con Irak, coincidiendo con una exhibición antológica de El Greco en el Metropolitan, una exposición retrospectiva en el Centro de Arquitectura de Santiago Calatrava, figura electa para reconstruir la Zona Cero, y la apertura de la nueva sede del Instituto Cervantes. Todo esto amparado por la caverna mediática de derechas: «La cultura española y en español, tan ninguneada, despreciada y aun perseguida en la propia España, está ganando su futuro al otro lado del Atlántico», rezaba un elogioso artículo en La Razón el 11 de octubre de 2003. El objetivo de aquello, en palabras del entonces presidente José María Aznar, era «modificar la imagen de España, porque está desfasada».

¿Qué ha cambiado en la última década para que izquierdistas como Eugenio Merino pasen de garantizar la actualidad de nuestra imagen exterior a convertirse en abusones y camorristas de la libertad de expresión? Tendrá que estudiarse con detenimiento cuando termine esta primera (y única: crucemos los dedos) legislatura de Mariano Rajoy, pero parece haberse producido una transformación en el seno del blandipoder. Hagamos genealogía: desde la Mancha Verde, la estrategia de ocupación del Sáhara Occidental orquestada por Hasan II en 1975, el Reino de España es un país sin política exterior propia, más allá de cerrar fronteras y reforzar el Fuerte Europa, donde la noción de hispanidad (cara a América Latina) y los artistas plásticos desempeñan una versión cutre del soft power yanqui que, para abreviar, llamaremos blandipoder. Dada la naturaleza de nuestros escritores desde la Guerra Civil, cuyo estilo suele dividirse entre los pueblerinos (Delibes) y quienes escriben en inglés (Benet) o en francés (Umbral), los artistas —habitualmente más acordes con los modismos estéticos del momento a nivel global— han encarnado el blandipoder durante las épocas de mayor compromiso imperialista del gobierno, oficiando muchas veces como comparsas inconscientes o despistados de las sucesivas operaciones de lavado de facha del Régimen.

El deshielo de los 50s tiene lugar en paralelo a la consolidación del informalismo, una continuación de la diplomacia por otros medios en el marco de la Guerra Fría, cuando la abstracción pictórica era considerada (y financiada por la CIA) como el paladín de la creatividad desbordante que creaba furor en el mundo libre y sus aliados, frente a la figuración realista soviética o el surrealismo que abrazaban destacados comunistas en Occidente (sobre todo México y Francia). En 1951, tras el declive de la estética romántica fascista, Joaquín Ruiz Giménez pronuncia una conferencia ante Franco donde estipula los principios del liberalismo democristiano en materia de creación estética; las palabras del entonces ministro de Educación, anterior embajador ante la Santa Sede y posterior Defensor del Pueblo a sugerencia del gobierno socialista (#OjitoCuidao) entre 1982 y 1987, fundador del Instituto de Cultura Hispánica en 1946 (cuyo fin, según el entonces ministro de Asuntos Exteriores, Alberto Martín Artajo, era «emplear todas las armas de la diplomacia y de su inteligencia en la defensa por el aislamiento decretado por las Naciones Unidas […] a través de las huestes del pensamiento y la cultura»), verdaderamente marcan época y merecen citarse en su extensión completa:

Por lo que toca a la creación de la obra artística, el Estado tiene que huir de dos escollos, que no son sino reflejo de los dos eternos escollos de la política dentro del problema que ahora nos ocupa: el indiferentismo agnóstico y la intromisión totalitaria. El primero se inhibe ante la Verdad, y también ante la Belleza; el segundo las esclaviza, haciendo de las obras de la inteligencia y del arte unos serviles instrumentos de la política concreta. Entre ambos peligros, la actitud a adoptar tiene que arraigarse en una comprensión viva, inmediata, de la naturaleza del Arte. Tiene éste una legítima esfera de autonomía, como expresión libre del alma individual, en la cual no puede el Estado, por su propio interés, inmiscuirse. Lo inauténtico es siempre impolítico; lo inauténtico en arte —esto es, lo no arraigado en la autonomía creadora— revierte a la larga, sean cuales fueren las medidas proteccionistas adoptadas y los éxitos aparentes, en empobrecimiento y menoscabo de la propia obra política. […] En nuestra situación concreta, nos parece que esta ayuda a la autenticidad debe adoptar dos direcciones: por una parte, estimular el sentido histórico, esto es, la ubicación del artista en el tiempo actual huyendo de todo engañoso tradicionalismo formalista; por otra parte, fortificar el sentido nacional, huyendo de toda provinciana admiración por lo que se hace fuera de la propia patria […]. Este libre despliegue del espíritu, que se propugna como fundamental política artística, es un arma esencial para la lucha contra el materialismo, al que llamaba Belloc «la gran herejía de nuestro tiempo». Tanto más grave y urgente es aquí nuestra tarea cuanto que los estados comunistas se esfuerzan en poner el arte bajo su servicio, haciendo una tremenda caricatura y mistificación del arte verdadero. Si se logra que éste sirva a su propio dueño, el espíritu, por éste solo hecho se convertirá en aliado esencial de toda obra política cristiana. […] Es necesario contagiar al artista de anhelos de servicio y transcendencia: pero no imponiéndoselos desde fuera opresivamente, con lo cual la raíz misma del arte quedaría dañada, sino haciendo que sean el riego que nutra su vida. Un ilustre historiador de arte español ha dicho que el mundo es para nuestros artistas el escenario donde se despliega la grave aventura de su vivir personal. Esta es en esencia la gran preocupación que debe orientar la política artística: hacer que el arte sea para sus servidores, no una ocupación trivial o una rutina, sino una ‘grave aventura’, un factor dramático de su existencia.

Vaya esto como aviso para los idealistas del chichinado, lectores de Heidegger que pueblan nuestras tierras: la conjunción entre arrojo torero, trascendencia desmelenada y auténtica aventura existencial que vendéis en calidad de rebeldía ontológica es profundamente guerrafriolera; yo no digo nada, pero le huelen los pies al Segundo Concilio Vaticano. En cuanto a la lectura felipista posterior, aquella que califica a los cómplices liberales del franquismo como ‘bombas de relojería de la Modernidad’ o ‘caballos de Troya de la democracia’, paladines del «antifranquismo que fluía a través de las grietas de un Régimen cada vez más tambaleante» (Calvo Serraller dixit), basta con citar las memorias de Antoni Tàpies para desvelar su falsedad. En la Bienal Hispanoamericana de 1953, donde el pintor resultó aclamado mejor artista español vivo, cuentan que Alberto del Castillo le dijo a Franco: «Excelencia, ésta es la sala de los revolucionarios». A lo que el dictador replicó: «Mientras hagan las revoluciones así… »

La propia noción de la bienal era una bicoca erecta «para contrapesar idealmente la espantosa miseria que en la actualidad sufre el pueblo español mediante una fanfarronada imperial», como firmó Pablo Picasso en un manifiesto publicado por El Correo Literario de Madrid en 1951 (el Régimen andaba tan falto de atención que reproducía las críticas de sus exiliados con tal de tener quien le escribiera y reconociera en su existencia). Y sobre la Bienal de Venecia de 1958, donde los nacionales se hicieron con los premios de pintura y escultura, en una entrevista concedida hacia 1977 Tàpies primero bromea («Las cajas que enviaba el gobierno a Venecia y en las que iban las obras de arte, iban marcadas con el rótulo “Material de propaganda de España”») y luego añade: «La Bienal era una especie de “pasteleo” que organizaban los comisarios. […] En realidad, era un puro arreglo diplomático, en el que debía jugar su papel el problema de la Guerra Fría y la coexistencia.» El mejor resumen de la década del renacer artístico franquista lo ofrece Ángel Llorente: «¿Hubo artistas militantes? Pocos. ¿Hubo artistas colaboracionistas? Más. ¿Hubo artistas que se dejaron utilizar? Más aún.»

Sea como fuere, a diferencia de la relación que tuvieron otros gobiernos fascistas con el campo de las artes, el nuestro no estableció distinciones siguiendo cánones estéticos sino diplomáticos. No hubo exposición y quema de obras degeneradas como en el Tercer Reich, ni siquiera artistas excluidos por motivos evidentes. Luis González Robles, el comisario que llevara a Jorge Oteiza a ganar el premio de escultura en la Bienal de Sao Paulo de 1957, declaró que «me traía sin cuidado» que el vasco escribiera panfletillos antifranquistas en sus ratos libres: «A mí me importaba muy poco si alguien era rojo, homosexual o lo que fuera». Si el Régimen no utilizó los ismos del primer tercio de siglo a su favor, como hizo Benito Mussolini canalizando el imaginario militarista del futurismo hacia el secarral de las camisas pardas, no sería por tirria o falta de ganas de, pues desde 1951 —año en que Salvador Dalí promulgó su “Picasso y yo”, una homilía que llamaba a reconciliar a los hermanos peleados durante la Guerra Civil— la puerta estaba abierta para el regreso de los creadores de vanguardia exiliados y solo la conciencia politizada de algunos pudo evitar que todos volvieran con la cabeza gacha, por la puerta de atrás y con el rabo entre las patas como volvió Joan Miró a Mallorca en 1956; como dijera Picasso: «Dalí tiene la mano tendida, pero yo solo veo la falange».

Por eso resulta extraña la posición asumida por la FFF contra Merino, porque contraviene frontalmente el escaparate de reconciliación buenrollista y tolerancia que estuvieron vendiendo los miembros del Régimen, incluido un caudillo cuya principal afición artística consistía en hacerse retocar fotos suyas. Es famoso el montaje que hicieron los servicios de información sobre las imágenes del encuentro en la cumbre que tuvieron Franco y Hitler, pues los negativos que llegaron desde Hendaya mostraban a dos pequeños napoleones caminando, el nuestro con el brazo izquierdo acalambrado, la mandíbula prieta y los ojos cerrados; la foto oficial del Régimen mejora lo presente —por lo menos— tanto como la célebre desaparición de Trotsky y Kamenev de todas las imágenes donde salga Lenin durante el periodo estalinista. Menos conocidas son las capturas del dictador de caza, posando junto a sus piezas, instantáneas que comunican tremenda garra, casta y raza, reforzando el vínculo fílmico directo con Juan Carlos I, otro de igual garra, casta y raza, solo que el Borbón no manda borrar del encuadre a los querubines (léase cazadores profesionales) que acompañan la hazaña, haciendo ellos solos toda la matanza.

Pero basta de ningunear la creatividad del Generalísimo. Las malas lenguas dicen que, entre todos los creadores frustrados y amateurs que ha dado el siglo XX metidos a estadistas con cierta inclinación por los puestos de mando vitalicios, nuestro dictador es una excepción porque no pintaba como Wiston Churchill (hoy recibiría el premio Turner en lugar del Nobel de literatura) y tampoco escribía como Charles de Gaulle (la autobiografía tuvo que escribírsela Manuel Vázquez Montalbán), pero todo esto son insidias sin motivo, calumnias sin razón pues todo el mundo sabe que Franco tenía unas dotes naturales como ventrílocuo, bastante superior a la Doña Rogelia de Mari Carmen o el Rockefeller de José Luis Moreno, hasta el punto de conseguir lo impensable: convertir a su propia hija en un muñeco de trapo ante la pantalla de todos los españoles, una proeza que iguala las peores escenas de Al morir la noche (Charles Crichton & Basil Dearden, 1945), una película donde el muñeco tiene vida propia y decide cambiar de dueño, llevando a la locura a su portador. (Todo cuadra, por cierto. Los orígenes de este Pinocho Maligno resultan casi tan oscuros como los de Carmen Franco y Polo. Sus presuntos progenitores tardaron tres años de matrimonio en conseguir descendencia. Su padre nominal tenía un solo huevo (el otro lo perdió en combate o buena lid). No se conocen imágenes de su madre nominal durante el embarazo. Tampoco ninguna de su infancia. La chiquilla aparece ante las cámaras habiendo cumplido unos diez años. LaGesamkunstwerk de la familia Franco, como toda obra maestra, admite múltiples lecturas. ¿Simple bastardía? ¿Hurto de recién nacido? ¿Vientre materno en alquiler? Especulen sin menoscabo.)

Incluso desde un punto de vista falangista —ahora en serio— las medidas legales asumidas por la FFF contra Merino quizá pequen de anacronismo. Los retrógrados han adoptado multitud de posiciones en relación a lo novedoso y lo provocador en el campo de las artes, desde las puñaladas que lanzaron los guerrilleros de Cristo Rey contra la Suite Vollard —y los cócteles molotov contra el primer estudio de Picasso en Barcelona— hasta la carta que enviase el entonces director del Museo del Prado, Fernando Álvarez de Sotomayor, a la Sección de Psiquiatría del Colegio de Médicos preguntando exactamente qué síndrome padecían los «surrealistas abstractos», ese cajón desastre donde caben todos los nacidos después de 1880, una noción holista del arte actual que todavía domina el imaginario mediático contemporáneo: «¿Quiénes son los locos?», se preguntaba Sotomayor. Nunca hemos visto, sin embargo, un espectáculo como el ofrecido ante el juez por Jaime Alonso, presidente de la FFF, arrojando definiciones cargadas de vitalismo y disyunciones tautológicas (A®T€ «es toda creación de una persona que tiene un concepto de la vida y que lo expresa, esa plasmación de sus sentimientos, y que tiene unas cualidades innatas o adquiridas») contra una pieza, Punching Ball, que no es novedosa. Como tampoco Always Franco es provocadora (o denigratoria u ofensiva).

No es novedosa por las cosas dichas más arriba, a las que cabría sumar el que el acusado satisfaga punto por punto los criterios que el principal filósofo y esteta del franquismo, Eugeni d’Ors, pusiera por escrito en Lo barroco: es más, las esculturas figurativas de Merino —y las del maestro absoluto en materia de caricaturas hiperreales: Maurizio Cattelan— son una continuación realmente epigónica del siglo XVI ibérico, con sus pasos de Semana Santa y sus retablos para capilla, obra de Pedro de Mena, Gregorio Fernández, Juan Martínez Montañés y todos esos chupacirios muertos que hacen saltar siempre las lágrimas a las abuelas; a estos artistas no puedes decirles —algo es algo— que mis hijos saben hacerlo mejor.

Tampoco es provocadora, y aquí está el núcleo de mi tesis, porque meter a Franco en una nevera de Coca-Cola resulta elogioso. Suponer reconocer su carácter refrescante. Ponerle a la altura de Walt Disney. Ideal para el Museo de Cera. El caudillo como chispa de la vida. Deberían demandarle, en todo caso, la directiva de Coca-Cola o la oficina del consumidor por publicidad engañosa. Tengo entendido que los primeros están localizables, pero tienen su propia batalla. Y los segundos —qué decir— o bien muertos o bien de parranda. Solo cabe la duda: ¿qué haría Franco en su lugar?

 

Publicado originalmente en http://www.salonkritik.net