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Eat Shit: segunda ronda para la video-acción de Oscar Salamanca

Don Luis Guzmán hace parte del colectivo Antiduchamp de facebook y responde críticamente a un artículo acerca del maestro Oscar Salamanca. Hace varias observaciones y algunas  preguntas a las cuales remito al lector o lectora de esta Segunda Ronda para Eat Shit, la video-acción del maestro Salamanca.

Don Luis: le agradezco la reprimenda estilística. Su voluntad de orden y disciplina estilística es importante. En momentos críticos, esta política del texto nos hace falta.  Sin embargo, usted me otorga demasiados créditos y responsabilidades. ¡Ojalá pudiera responder a una sola de sus preguntas! Si pudiera hacerlo, no estaríamos en las que afortunadamente estamos, como efecto de la potencia del gesto de un cuerpo en dispersión, un cuerpo por fuera de los consensos burgueses que dominan las políticas artísticas del Ministerio de Cultura feudal. Digo afortunadamente, porque qué mayor fortuna puede tener un hombre o una mujer que el tener la oportunidad de hablar de igual a igual con sus iguales.

Para comenzar, reconozco que algunos gestos artísticos recientes de artistas colombianos me han despertado de mi sueño dogmático, es decir, de mi sueño conceptual. Como diría Jacques Rancière, sólo sé que puestos en los límites a los cuales nos arrastran algunos artistas, lo más sabio consiste en declarar  que sólo se es un maestro ignorante, siempre obligado a dejar a un lado sus prejuicios académicos y  a comenzar de nuevo. Esta es la virtud del arte: emanciparnos de nosotros mismos para tener la oportunidad de comenzar otra vez, una vez más. Si debemos mostrar maestría a nuestros amigos del colectivo Antiduchamp, pues, hela ahí: nuestra maestría es nuestra ignorancia respecto a algo tan vital para una comunidad como lo son sus imaginarios artísticos.

Los críticos del maestro Salamanca claman por el respeto de los imaginarios más arcaicos respecto a la humanidad imaginada por los teóricos a partir del siglo XVIII, así aquellos valores aún feudales sean prestados, o, en la mayoría de los casos, onerosamente rentados. La peculiaridad de la modernidad consiste en que con el ascenso de la burguesía a la esfera política, cada cual puede rentar sus valores a quien mejor le venga en gana. Tienen razón los críticos del maestro Salamanca: sin imaginarios artísticos no tenemos nada, mucho menos la humanidad que a veces el ÚNICO MUNDO nos renta o nos vende, cuando le conviene, cuando no afecta su voluntad de usura.  Prestar, rentar, vender, son las acciones más prolíficas que la modernidad burguesa le impone a los artistas.

Así Descartes nos vuelva a pellizcar, no estamos en capacidad ni en situación de explicar nada, o por lo menos muy poco. En medio de esta  ignorancia epocal, diría algo respecto a ese poco. En primer lugar, esta es la situación en la cual nos deja la  potencia de un gesto artístico cuando se manifiesta en toda su intensidad, aquello que llamo cuerpo. Los gestos intensos que son objeto de debate son gestos que claman por algo.  En segundo lugar, se debe preguntar: ¿qué es lo que claman estos gestos? ¡Que las plañideras de oficio griten todo lo que quieran! Al crítico serio le corresponde guardar compostura si quiere aprehender el sentido de la acción de un artista que nos golpea inmisericordemente. En medio de tanta mierda salpicándonos a diario el rostro, ¿qué razones podría tener un artista de vanguardia para ser amable con nosotros, peones de la mercancia,  seres avezados a la usura como forma de vida y a la hipocresía como virtud estética?

La crítica seria debe preguntarse, quién se devela en el gesto y cuál es su anuncio. ¿Anuncia el gesto una catástrofe de sentido o la realización de una vieja y frustrada esperanza? ¿Evidencia lo que nadie se atreve a oler? La escritura crítica debe estar-ahí presente, al lado del gesto artístico, al tanto de su temor, contagiándose de sus tremores. Su saber hacer, su arte, consiste en realizar los ajustes necesarios que requiere el gesto en cada una de sus fases y en cada uno de los casos singulares. La crítica seria no juzga por fuera del contexto en el cual emerge el gesto artístico. Los discursos de esos jueces no  interesan a la crítica. Tampoco al artista. La crítica es una impostura cuando pretende explicar la nada que acontece en el gesto del artista. La crítica no puede justificar nada. Su aporte es muy pobre, ¡qué le vamos a hacer! Sin embargo, la pobreza bien llevada puede devenir belleza.  Como el gesto del artista, la crítica también emerge ahí, bajo ese nuevo sol que se promete en un acontecimiento de sentido inédito. Solo puede acompañar la deriva que se anuncia cuando el sentido detona en un gesto potente.

Digo que el gesto acontece, que se pone ahí-alrededor en el instante de la creación. Y punto. El artista no investiga, al menos no como pretende el régimen positivista. El artista se atreve a sentir por primera vez aquello que se llama mundo, la Idea de ser con otros. La nada y el vacío comienzan a significarse una vez más. La vida del gesto es un instante. Si el artista se pone a pensar en cómo explicar su gesto vital, todos estaremos perdidos. Pues, cuando el artista finalmente se decide a crear, el impulso ya lo habrá dejado para siempre. Nunca más regresará el impulso creador a tentar a un artista medroso y calculador. Lo condenará a vivir de la propaganda del mercado.

Del gesto artístico sólo queda un registro imperfecto. En medio de la catástrofe de sentido que se devela en un gesto artístico, ¿qué importa la perfección técnica y la corrección ideológica cuando lo que está en juego es la verdad de la vida misma del artista y su entorno más inmediato? A quienes se ufanan de la perfección técnica y de la corrección estética (el consenso burgués), se les escapa la intensidad diferenciante  de la vida misma en el proceso singularizante en que se arrebata el pensamiento del artista. Al gesto  se le puede ocultar, vilipendiar o reprimir, pero seguirá ahí conservando la potencia disruptiva de lo reprimido. El arte no se explica. El arte se siente. Entre sus procesos, se vive el regreso de su eterna diferencia, una y otra vez reprimida. Sentir es vivir un instante singular: el regreso de lo reprimido. Algunos  filósofos llaman “acontecimiento” a este sentir disruptor. Este instante es la vida misma. El instante en que se siente y se vive el arte, no se explica. Los cartesianos se quejan, se embejucan,  gritan y exigen una explicación, porque ellos mismos en sus desvaríos epistemológicos, tampoco están en capacidad de darla.

¿Que el gesto del maestro Salamanca ofende y avergüenza? ¡Pues sí! ¿Que es irresponsable e inconsciente? ¡Pues sí! ¿Que violenta la humanidad victoriana que pedantemente reside en nuestro corazón? ¡Pues sí! Sin embargo, ¡hay señal de que cabalgamos! Se evidencian unos elementos mínimos para hacer una crítica seria, lejos del totalitarismo moral del sentido común aburguesado de las colombianas de bien como la señora Betty Gutiérrez. Debemos preguntarnos ahora  por qué este gesto ofende y es irresponsable. Luego debemos indagar acerca del lenguaje que hace que nos avergoncemos de algo tan cotidiano como la mierda. A continuación debemos preguntar en qué medida hemos respondido libremente al gesto del artista: ¿esta reacción instintiva está precondicionada? El crítico debe preguntarse, si esta reacción sólo es el regreso de lo reprimido por parte del sujeto burgués fálico, heterosexual, blanco, cristiano, usurero y comerciante de valores.

¿Cuál es la potencia del cuerpo puesto al límite en el gesto? El dejarnos sin palabras. El cuerpo muestra su potencia cuando  rompe todos los consensos neoliberales acerca de la dignidad totalitaria de la cual se precia la ideología burguesa. Este es el instante en que vale pena escribirnos libremente una vez mas e inscribirnos sin temor en otra manera de sentir, pensar y actuar.

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