Las Guerras Comerciales del Arte Contemporáneo

Los Columbarios localizados en la periferia del Cementerio Central de Bogotá, animan  la tradicional discordia bogotana entre artistas, en especial y de manera mediática, entre quienes siguen la estética de la política del Alcalde Enrique Peñaloza y aquellas otras que publicitan la política de la artista contemporánea Beatríz González. Ambas perspectivas  las sostiene una historia fantasmática que propicia la movilización  de los imaginarios sociales y las estéticas en disputa. Es oportuno preguntarnos en qué consiste una historia fantasmática, esta historia entretenida por fantasmas que dan risa, como afirma el investigador Juan David Ospina, a quien debemos la relación entre angustia, fantasma e historia.  

El arte permite sobrevivir en épocas de suma angustia, en donde con insistencia la muerte reclama nuestra presencia negando el calor que se genera cuando un pueblo tiene experiencias en común, cuando puede discernir entre palabra auténtica y parodia, cuando los acontecimientos no devoran la experiencia, según lo expresa Giorgio Agamben (2007). La historia fantasmática de las gonzalistas y las peñalozistas es un disfraz que no ayuda a tramitar la angustia que produce la muerte voraz que no cesa de asediarnos con violencia. También el arte contemporáneo es un disfraz, una pose social que vela más que aquello que pretende develar. Podemos decir que la vida es angustia y que el arte y la historia deben dar cuenta de esa angustia fundamental. Actualmente, el arte contemporáneo da la espalda a la angustia que nos ayuda a pensar y modelar espacios de igualdad e inclusión artística, estética, política y social. El prurito conceptual de las artistas niega la experiencia (Ibíd). 

En arte contemporáneo, plañir se constituye hoy en un negocio rentable para  algunas artistas respetabilísimas, como ironiza el Alcalde Peñaloza, creemos con razón. Sin embargo, es más provechoso para la sensibilidad formateada, zafarse de la tenaza de intereses cruzados con la cual se configura la guerra comercial entre gonzalistas y peñalozistas. Lejos de la estética neoliberal de Peñaloza y de la política feudal del séquito de González, hoy nos importan las auras anónimas auténticamente vivas, las que sobreviven bellamente sin necesidad de autoproclamarse Monumentos ni Contra-Monumentos. Desde este horizonte comprendemos los abusos de la memoria plañidera que tan buenos rendimientos da hoy a algunas artistas.

Las gonzalistas deberían darse una vuelta por el Averno local haciendo un giro copernicano. Por un lado, preguntemos quién está en el origen de todo relato, cuáles son sus filias, fobias e intereses, y, por otro lado, esclarezcamos, 1) cómo se diseñan las estrategias de poder para crear un espacio e imponer un relato, y 2), con cuáles complicidades ópera el poder del Arte y desde qué espacios. Este enfoque espacial ayuda a confrontarnos con una historia que reivindica la diacronía propia del sesgo temporal, puede contribuir a decir algo de interés para la actualidad que no sea una exhortación al plañir propio de las artistas contemporáneas. La historia será actual y espacial o no será. Mirará lo que se mueve y dónde se mueve, o no será. De otro modo, quedará entregada a la contemplación de Monumentos y Contra-Monumentos. 

Por ejemplo, imaginemos que en cuanto a obras de arte, quien recibe y acoje, quien relata ese recibimiento, quien inventa al AUTOR y a sus personajes, es realmente quien hace la obra. En este caso Los Columbarios. Es claro que el mito de Leo Kopp o Julio Garavito asociado a unas piezas o espacios escultóricos, en verdad es Obra de las chicas del barrio Santa Fe. Así sea evidente un “origen” material y formal, la Obra la hace quien la recibe y acepta en sus prácticas. Con este giro copernicano, nos libramos del debate acerca de cuál es el vínculo esencial que establecen los gonzalistas entre Los Columbarios y El Bogotazo; u otro más surrealista-peñalozista, acerca de cuántos restos humanos de El Bogotazo albergaron las bóvedas funerarias, llamadas artísticamente Columbarios. En este sentido, podemos afirmar que las gonzalistas creen firmemente que ellas son las verdaderas autoras de Los Columbarios. Así de complejo es el problema: “importa quien habla, dijo alguien que importa quien habla”.

Los “valores históricos” que reivindica el arte contemporáneo son más valores que históricos. Son instrumentos para posicionar una estética de la política y una economía del arte. Se instituyen como valores para someter por medio de un relato fantasmático la sensibilidad de quienes no se indentifican con las Reglas del Orden que las ha hecho rehenes de sus atavismos. 

¿Existe algún valor simbólico en Los Columbarios que nos ayude a comprender la miseria violenta de sus alrededores y de todo el pais? ¡Qué va! Al igual que otros Monumentos y Contra-Monumentos, ¡hoy solo son el símbolo de la mercancía que se mofa de las artistas! ¡Ay! ¡Los escribas del Régimen ni siquiera saben qué significa lo sagrado! Según Agamben, sagrado es aquello que es sacrificable (2006). 

¿Valor simbólico nacional? Sí, sin duda, pero el de las mujeres que sobreviven en la miseria social, en la exclusión violenta y total, justo al lado de este insensible elefante blanco, elegantemente corrupto. Le habría quedado más fácil a González seducir la opinión artística y la pública, si hubiera seguido el ejemplo de Doris Salcedo. Se hubiera inventado alguna estratagema para vincular a su proyecto las mujeres subyugadas que habitan el barrio Santa Fe. 

¿Nos hemos percatado de quiénes están detrás de la querella por este puñado de dólares? No se trata de ningún valor simbólico… Se trata simplemente del valor simbólico de los valores del mercado, de la búsqueda de figuración y de ganancias de dudosa reputación. 

Bibliografía:

Agamben, Giorgio ( 2006). Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida. Valencia: Pre-Textos.

_______________ (2007). Infancia e Historia. Buenos Aires. Adriana Hidalgo Editora. 

Liminal, Clemencia Echeverri en el Museo de Arte del Banco de la República

Clemencia Echeverri fue nominada para dos Premios Luís Caballero (PLC). No ganó en ninguna de las dos oportunidades, pero hoy el Museo de Arte le hace una retrospectiva que la deja muy por encima de todos y todas las ganadoras del PLC, hasta nuestros días. Actualmente podemos ver sus mejores video-instalaciones montadas con todos los juguetes en los dos pisos del Museo. Unas más impactantes que otras, unas más sugestivas que otras, en especial, Versión Libre, la propuesta para el VI PLC. En nuestra opinión, esta nueva puesta en espacio de Versión Libre, no mejora lo que vimos en la antigua galería Santa Fe, pero sí nos ayuda a comprender mejor qué pasó en ese momento en donde muchas artistas importantes tuvieron la oportunidad de encontrarse. Decimos que no mejora lo visto en la Galería Santa Fe porque, a pesar de su formalidad, el espacio de la antigua galería tenía vida propia, y como tal, les exigía a las artistas pensar. El Museo de Arte del Banco de la República no tiene el movimiento por el cual se hizo famosa la arquitectura de la fallida galería. 

A propósito de esta retrospectiva, diez años después cabe preguntarse, ¿por qué Echeverri no ganó el Luís Caballero? ¿Quizá se debe a que la sofisticación de sus montajes eclipsan lo humano de lo cual habla la artista con insistencia? Podría ser, porque la alta tecnología no garantiza la con-moción que se espera de una imagen pensante. Echeverri es una artista que piensa muy bien cada una de las imágenes que dan vida a sus alegorías. No obstante, las imágenes sonoras silencian los acordes de las imágenes visuales.

Muchas daban por seguro que Echeverri ganaría el VI PLC. Sin embargo, Fabio Melecio Palacios, fue el ganador de esta versión, en 2011. Palacios ganó porque se lo presentó como un artista de provincia, étnicamente excluido que luchaba consigo mismo para ser detectado por el Régimen. Palacios diseminó en el espacio de la Galería una sensibilidad ausente en la propuesta de Echeverri. La artista era la antítesis de Palacios. Esta construcción crítica, política y social pegó. Hay algo apolíneo en la propuesta de Echeverry, que conflictúa con esta época visceral. Claro, Echeverri le apuesta a lo visceral de la existencia colombiana, pero Apolo controla cada uno de sus gestos. 

Lo cierto de este relato consiste en que Palacios desapareció del mapa artístico nacional y Echeverri mantiene su ritmo de producción. Varios libros se han escrito acerca de su trabajo, quizá por eso sus críticos la identifican como una artista del Régimen. ¿Esto habla mal del Premio? ¿Su incapacidad para detectar resquicios que ayuden a la imaginación a respirar, lo deslegitiman? Sí, quizá un poco… Por lo general, sus ganadoras no han logrado limpiar los establos del arte colombiano. Esta es una de las tareas que debiera realizar toda ganadora del Premio. Ellas saben acerca de este deber… pero luego de recibido el Premio, da la impresión de que las coge la pereza…¡ay! 

Podemos plantear una hipótesis acerca del por qué Echeverri no ha logrado el reconocimiento nacional que otorga el Premio Luís Caballero, del cual se dice es el más importante de Colombia. Así, luego de veinte años y diez versiones, nadie lo conozca por fuera del mundo del arte. ¡Ay! Muchas consideran que Echeverri hace parte del mainstream local. Precisamente, el día de su charla en el Museo de Arte estaba en primera fila la historiadora Ivonne Pinni, con un rictus académico que refrendaba el prejuicio político con el cual se lee la obra de Echeverri. Pini es una de las asistentes del Régimen. En efecto, estos prejuicios han impedido que la obra de Echeverri se comprenda mejor, es decir, que se la reciba con crítica, no con lisonjas, ni con discursos que reapolonizan a Apolo. Por otra parte, no hay que olvidar que las que han sido juradas en los Premios Luis Caballero son presionadas en muchos sentidos, por un lado, por parte de las personalidades cercanas a la burocracia que controla el Premio, y por otra parte, por las afines a las artistas protagonistas. 

Hoy, después de diez años de Versión Libre, valdría la pena preguntarse por esas “verdades a medias” de las que habla Echeverri, concepto potente, que ha pasado por desapercibido, precisamente, por ausencia de crítica pensante. Asimismo, sería importante preguntarle al jurado del VI Premio Luís Caballero acerca de los aciertos y desaciertos de este Premio. Es justo decir que fueron muchas las personas que presionaban para que ganara Palacios solo por antipatía a Echeverri. Claro, para entonces, el Premio aún era de interés local. 

Las juradas del VI Premio fueron, Beatriz Eugenia Diaz, Mariángela Méndez y el artista Jaime Ávila.