Alberto Baraya: el regreso de lo reprimido

I am very interested in art but I am instinctively more interested in truth […] The more I work, the more I see differently

Alberto Giacometti

 

Con respecto al ejercicio Ornitología bolivariana, la fábula de los pájaros, en un artículo planteé que Alberto Baraya es uno de los artistas más imaginativos, prolíficos y rigurosos con que cuenta el actual régimen artístico colombiano. El rigor reta a la imaginación. Del juego mortal entre estas dos potencias insurge el pensamiento del artista. En arte, prolífico quiere decir que el artista no es un asalariado del mercado. Al contrario, el artista con rigor imaginativo se exige a sí mismo, el tiempo necesario que requiere la verdad que se promete en todo ejercicio plástico. La cabeza de Baraya no es un Banco de Proyectos, no es una máquina de producción estética.

En 2015,  por segunda vez Baraya se presenta al Premio Luis Caballero con Ornitología bolivariana. La primera vez que participa en este evento nacional es en 2005. La propuesta registrada para esta última convocatoria fue Expedición. En ambas oportunidades, Baraya muestra que piensa sus imágenes mediante herramientas del filósofo-historiador contemporáneo. La historia que narra es la historia de hoy. Sabe que a ese hoy solo se accede desde las ideas que son silenciadas en otras épocas. Sus metodologías son sarcasmos a la figura del científico, la institución más venerada dentro de las liturgias estéticas que promueve el Ministerio de Cultura a través del régimen de las curadurías. Baraya no es un investigador. Al contrario, piensa las imágenes de aquello que somos en la actualidad. Es decir, explora los bordes del lenguaje para apreciar la claridad oscura de las ideas que actúan y afectan los cuerpos que modelan su época: los nuestros. Saca del olvido aquellas revueltas de sentido que han sido sepultadas en los Discursos de la Historia. Baraya relaciona con éxito el oficio de arqueólogo con la práctica del genealogista. Sus montajes evidencian el sentido de lo político en el arte de aquello que es lo común. En Colombia, la idea de lo común aún no se entiende, a pesar de que los artistas repiten acríticamente la consiga según la cual “todo arte es político”. El mérito de todo pensamiento artístico consiste en producir vacíos dentro de la existencia domesticada, en abrir abismos dentro del lenguaje. Artistas como Baraya, no pintan con base en “hechos de la vida real”. Saben que ser artista, es todo lo contrario. Se es artista por las ficciones que se inscriben en su imaginación.

Por estos días termina la exposición Estudios comparados de paisaje de Alberto Baraya, en Espacio Odeón. Se trata de una muestra transdiciplinar inédita en cuanto a sus motivaciones plásticas (la alegría de pintar y soñar); prometedora respecto a sus propósitos políticos (lo político del arte es mantener distancia con respecto a la política de lo común vuelto común, o reducido a comunidad). La política artística y estética de Baraya rompe con el cliché del artista político. La política del juego de metáforas que Baraya pone en acción rompe con el consenso en torno a “lo común”, según las lógicas de Estado y de su aliado estratégico el Mercado. En arte, “lo común” no es común. Al contrario, es apertura, dispersión y diferencia (Esposito, 2009). Asimismo, la muestra de Odeón es ingeniosa en cuanto al uso de las herramientas contemporáneas de montaje, y, lo más importante, generosa con el espectador. Pocas veces los artistas de hoy piensan en los espectadores. En esta oportunidad feliz, Baraya se muestra en Odeón como un artista alegre, burlesco, jovial, sencillo y terrenal. En sus recorridos por los infiernos ocultos de la historia del paisaje colombiano, se hace acompañar por varios poetas: Melissa Vargas, Luis Alfonso Morales y Diego Castillo, entre otros. Estos tres pianistas sonorizan los paisajes comparados de Baraya y contaminan el espacio y la sensibilidad de quienes asisten a esta performancia pictórica.

Dentro de los relatos acerca de la propuesta artística de Baraya, nunca se filtró la potencia pictórica del artista. Al respecto, Agamben habla de la potencia-de-no, propia del pensar sin supuestos comunes. Se reprimió al artista, se le “normalizó” dentro de la estética de “lo contemporáneo” estatal. Se encasilla a un sensible y talentoso artista en un discurso fuerte, pero, por ello mismo, muy débil y precario, inútil dentro del sistema del arte real, aquel que hace espacios a “lo común” como diferencia sentida e imaginada. La imaginación del artista fue sometida a unos conceptos interesantes para el mercado internacional, pero queda limitada en cuanto al acceso a ideas de emancipación común.

 

Ahora bien, pienso que Alberto Baraya no solo quiere hablar del paisaje. Sería una obviedad superflua e ingenua pretenderlo. El artista dos veces nominado al Luis Caballero, no tiene un pelo de ingenuo (en el peor sentido, porque hay una ingenuidad inteligente y muy potente). Sin embargo, él sabe que el tema del paisaje lo agota el 44SNA sin mayores resultados. Al respecto, algunos hablan de fiasco, por ejemplo, en Bucaramanga, el artista Carlos Eduardo Serrano. La pifia estatal —una más dentro de este sacro rosario— sería razón suficiente para mandar un mensaje sutil a quienes hacen un pegote discursivo de los Salones Nacionales. Con estas notas, Baraya nos quiere decir algo más acerca del 44SNA. El paisaje colombiano aún no logra ser pensado. La exposición Estudios comparados de paisaje retoma el problema del paisaje y el artista hace un esfuerzo por pensarlo adentrándose en sus infiernos.  Sin embargo, esto último no es muy relevante. En segundo plano, así el artista no lo sepa, Baraya quiere sacar a la pintura del silencio que le impuso el mercado. Y lo logra con destreza e ingenio. Lo vi haciendo una performancia no prevista (quizá sí). Durante la performancia de inauguración, en varias oportunidades cambio las “partituras” dispuestas en los pianos. En medio de la multitud, vestido para no llamar la atención sobre lo accesorio, lo vi rondando con sus paisajes “al hombro”, como cualquier campesino cargando sobre sus espaldas un bello racimo de plátanos verdes por las veredas de Dios. Baraya conoce muy bien este tipo de paisajes humanizados.

Baraya nos hace notar que el arte, y en particular los paisajes, tiene voz, una voz que requiere ser leída y comprendida. Por primera vez, nos damos cuenta que el arte contemporáneo no tiene voz. Por ello mismo, nadie lo comprende. Ahora, esa voz que le llega a los paisajes, sale de las manos diestras y siniestras de los pianistas Melissa Vargas, Luis Alfonso Morales y Diego Castillo, entre otros, sin contar con los espontáneos que el evento activa. Esta voz colmó los espacios de Odeón y creó la conmoción que se puede apreciar en el registro, tanto en Odeón como en quienes generosamente siguieron la transmisión del evento en directo,  a través de Facebook.

Los pianistas reinterpretan las notas pictóricas de Baraya, pero no se ponen a su servicio. Esto sería servil. Al contrario, creo que en ejercicio de su libertad de pensamiento de la potencia de no, nos dicen mucho más de aquello que los paisajes pueden decir. La exposición  deja mucho en que pensar. Ojalá nos pongamos en esa tarea. Los artistas involucrados lo merecen. Haber trabajado con músicos del talento como aquellos que estuvieron en la inauguración, es un gran logro. Urge explorar mucho más estos lazos con la música. Sin embargo, en mi opinión, los pianistas no se limitaron a acompañar los Paisajes de Baraya. Hicieron su propia propuesta, así muchos aún no lo hayan notado. Baraya sabe que tuvo un tête a tête con los pianistas invitados. No podía ser de otra manera.

Compartimos la conversación que Alberto Baraya concedió al colectivo Liberatorio Arte Contemporáneo. Durante el coloquio, el artista muestra que es uno de los artistas mejor preparados con que cuenta Colombia, en lo plástico (es pintor), en lo estético (comprende a cabalidad los regímenes que se ponen en escena en la Historia), en lo político (tiene la sabiduría para no caer en la bocaza de la politiquería criolla, de medios y de mercados), en lo sensible (comprende la necesidad de alegría que tiene del espectador de arte en todos los tiempos).

 

Estudios comparados de paisaje:

 

Espacio Odeón: Abril 26 – Junio 10

 

Agradecimientos: Alberto Baraya y Espacio Odeón.

Fotografías: Ricardo Muñoz

Bibliografía:

Agamben, Giorgio (2007). La potencia del pensamiento. Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora.

Badiou, Alain (2012). El Despertar de la historia. Madrid: Clave Intelectual.

Esposito, Roberto (2007). Communitas. Madrid: Amorrortu.

Esposito, Roberto (2009). Comunidad, inmunidad y biopolítica. Madrid: Herder.

Foucault, Michel (2002). Arqueología del saber. Buenos Aires: Siglo XXI.

 

Un cuento de dos ciudades

Thomas B. Hess, “Un cuento de dos ciudades”, publicado por primera vez en Location, tomo I, No. 2, verano de 1964. Apartes de la fascinante historia que cuenta B. Hess como explicación a la caída de la escuela de París y el ascenso de la escuela de NYC. (1)

… Los negociantes, con sus críticos pagados, lo gobernaban todo. Los artistas caen complacientemente de rodillas ante las manipulaciones del mercado. Todo el mundo está tan a gusto  —se quejó —. “Ellos” se sienten superiores en una forma idiota, y se sienten felices si se pasan la vida embadurnándose mutuamente las espaldas. La estructura artística de París —concluyó— es un racket muy confortable; a él y sus amigos les repugna…

… Lo que esto indica, creo yo, es que, después de un siglo de actividades revolucionarias, la gran mayoría de los pintores parisienses, en algún momento entre 1935 y 1944, comenzaron a desaparecer en el medio ambiente. Trabajando para y no contra el establecimiento, se volvieron indiferenciables de él; y sus sacrificios de algo de individualidad aguda implicaron la pérdida del arte.

En su relación con el público, existe un fuerte contraste entre la pintura actual parisiense y la pintura de París desde Courbet pasando por Picasso. El arte de vanguardia de París tuvo en el pasado una actitud ruda, intransigente, con frecuencia revolucionaria. El artista era enemigo declarado de la gente de bien, no se proponía épater al burgués; estaba separado de él y en su contra. Estaba en contra del gobierno, de sus tribunales, su economía, su industrialización, su capitalismo. Por lo general, los artistas estaban del lado de la izquierda política (se ha observado que los movimientos de manifiestos de vanguardia en la pintura del siglo XX solían moldearse siguiendo las líneas de la célula política; como Van Doesburg, agitador en favor de Stijl o los dadaístas alemanes). A veces los artistas se ponían de lado de la extrema derecha aristocrática (por ejemplo, la pasión antidreyfusista de Degas, o el “anarquismo monárquico católico” de Dalí). Manet, viejo y famoso, rechazó la Legión de Honor. Picasso se unió al partido comunista, Van Gogh soñaba con una república de artistas gobernada de acuerdo con las reglas del comunismo apostólico. A mediados de los años veinte, toda la pandilla surrealista se dedicó al “Servicio de la Revolución”. Un buen símbolo del pintor francés moderno podría ser Courbet ayudando a los trabajadores de la Comuna que derribaran la columna napoleónica de la plaza Vendôme…

… Casi como una reacción contra este ataque por parte de los artistas, el capitalismo desarrolló, primero en Francia y después internacionalmente, lo que ha sido llamado el público de vanguardia.

A diferencia de la masa heterogénea del público y de la clase media alta, que gobernaba y que nunca se había interesado por el arte moderno, el público de vanguardia está estrechamente compenetrado con los artistas, pero para sus propios fines. Sigue apegado y arraigado en el statu quo político y económico. Se aproxima al mundo del arte para divertirse, descansar, distraerse y ante todo para encontrar un ambiente social confortable y pintoresco. Los bailes de disfraces y las recepciones son objetivos del público de vanguardia que busca al artista como relación social y no a su obra. Los chismes acerca de las debilidades de los pintores y las anécdotas, así como las ojeadas a los primeros ensayos, proporcionan la imagen de sustitución del contenido subversivo de la pintura moderna.

Fascinado por la bohemia, el público de vanguardia sigue la trayectoria establecida por sus poderosos apetitos adquisitivos y de elevación social. Subvenciona galerías de arte, compra pinturas y aun cuando al principio los trofeos del nuevo coleccionista sean símbolos de una situación altruista, el motivo lucrativo nunca está enterrado muy profundamente en la transacción. El dinero fácil es tan atractivo como los amigos deslumbrados y el privilegio de entrada. El único problema que tiene el miembro del público de vanguardia es cómo entrar, y una vez dentro, cómo seguir en movimiento.

Como el público de vanguardia es fundamentalmente antagónico al contenido de la pintura moderna, su única posibilidad de mantenerse dentro del mundo artístico es causar agitación en favor del cambio. Puede seguir siendo moderno y superficial sólo mientras el aspecto de lo moderno siga siendo extraño.

Vaciada de su contenido, la pintura moderna sólo tiene una significación: su novedad. Por lo tanto, el público de vanguardia mantiene a los artistas bajo presión para que cambien de estilos y maneras, produzcan modas nuevas, sacudidas nuevas y nuevas carcajadas. El pasaporte para el futuro necesita ser renovado casi diariamente.

Cuanto más rápidamente remplace un ismo a otro, tanto mejor. Y lo nuevo siempre resulta un poco más barato; los motivos de lucro siempre fortalecen un histerismo interior. El rentier, el comerciante en detalle o el especulador de bolsa ajenos buscan una cultura que responda a los ritmos de su propio modo de vida deprimido y maniático.

Además, la buena acogida a lo nuevo brinda un disfraz atractivo de cultura. El explorador de los barrios bajos puede decorar sus salones con el moblaje del liberalismo, sin pestañear.

En su papel pasivo, el público de vanguardia está en campaña en busca de dinero, prestigio y emoción más o menos en ese orden de importancia. Pero tiene su lado activo. La sociedad en conjunto encomienda al público de vanguardia el deber de contener y, siempre que se pueda, emascular al arte moderno. Puede tomarse un ejemplo de los anticuados diagramas de anatomía del Child’s Book of Knowledge (el Libro de saber para los niños). El público de vanguardia es un ejército de fagocitos blancos, movilizados por el cuerpo político para detener la infección del arte. Al igual que las células blancas de la sangre, rodean a los elementos ajenos, los sumergen y los disuelven. El auditorio de vanguardia comprará a un artista hasta matarlo. Eso podría parecer una comparación forzada si no fuera porque se recuerda el suicidio de Nicolás de Staël. Por supuesto, no existe una razón única para la autodestrucción, especialmente cuando se trata de un hombre tan complicado, sensible e inteligente como De Staël; hubo muchos factores. Pero una de las causas de su angustia —como contó a sus amigos— fue que sus cuadros se seguían vendiendo más rápidamente y a precios más elevados, a medida que él se sentía más dudoso acerca del camino que seguía y de lo que producía.

La mayoría de los pintores de París aceptaron la comodidad del público de vanguardia sin sacrificar nada más importante que esas insignificancias que son las que distinguen una obra de arte de un pedazo de decoración de buen gusto.

A mediados de la década de 1930, por ejemplo, los pintores surrealistas mostraron una tendencia a mostrarse precisamente tan exagerados como exageradas eran las exigencias que les imponían la moda y los grandes tratantes. El público de vanguardia absorbió al movimiento volcando su aceptación de las agresiones de los artistas en un molde negativo. Finalmente, la aceptación y la agresión se combinaron formando un cojín único y confortable.

Si el caudillaje de Courbet en la Comuna es epítome de las actitudes de los artistas en la época de la hegemonía de París, una exposición reciente de Spoerri en la misma ciudad es ejemplo del enfoque de la pos-guerra. En esa manifestación, el artista envió por correo invitaciones elaboradas para la inauguración, en la que guisó una cena; sus amigos críticos de arte actuaron de camareros y los coleccionistas comieron y pagaron su comida. Después de lo cual Spoerri empastó los restos de la mesa y esos ensamblajes constituyeron su exposición. En esa parodia, el artista intuyó cierta verdad: se ha transformado en un sirviente complaciente, un buen cocinero.

No es asombroso que artistas como Balthus y Giacometti, que siguen creando una obra importante, hayan optado por salirse del escenario artístico parisino.

Dubuffet presenta un caso especialmente interesante en este contexto. Ha edificado para sí una barricada artificial dentro del propio establecimiento posando como antiarte, antiburgués, antiesteta, a la vez que manufactura pinturas estéticas y burguesas. Corre con la manada y al mismo tiempo aúlla como un lobo. Trabaja para y con el público de vanguardia, aun cuando lo está denunciando en manifiestos que se publican en ediciones de lujo, prólogos de catálogos complicados para exposiciones de gran venta, frases malhumoradas expresadas en privado que acaban en las columnas públicas de las revistas influyentes. Ha escogido astutamente el papel de saboteador consentido de la cultura de París. Su anfibología ha proporcionado a la obra de Dubuffet durante los diez últimos años una tensión vívida y no totalmente desacertada. Pero sus cuadros anteriores, que a los ojos de un extraño al mundillo artístico de París parecerían ataques, son mucho más conmovedores y profundos.

No basta una causa para provocar el derrumbamiento de una escuela tan amplia, heterogénea y profundamente arraigada en la tradición y el convencionalismo como la pintura internacional de París. El destructivo público de vanguardia no se la tragó cruda y enterita Hubo otro acontecimiento, coincidente, que en cierto sentido aflojó el anclaje de la pintura: París mismo cambió…

(1) El investigador y crítico de arte Guillermo Villamizar selecciona apartes del artículo de Thomas B. Hess, publicado en libro El nuevo arte, una antología crítica  de Gregory Battcock, 1969, Madrid, Editorial Diana.  La selección que hace Villamizar es oportuna,  llega en muy buen momento, pues, en Colombia, al igual que en los años setenta del siglo XX, hoy se cuestiona el compromiso mercantil de algunos artistas y críticos de arte. Battcock señala la decadencia del arte por cuenta del mercado. La discusión acerca de la crítica y el mercado se adelanta actualmente en el blog de Facebook Critica Pública, espacio moderado por el filósofo y crítico Ricardo Arcos-Palma. Nota del editor.

Fotografía: Lucian Freud, Girl with a White Dog,  1950. Fuente. Tate Modern.

57 Bienal de Venecia

Que algo se hunde es evidente: Sí. Sin embargo, aquello que se hunde no es tan obvio, como lo plantea la crítica de arte activada con esta muestra de arte contemporáneo… Gracias a Miguel Cereceda por este post…Su apostilla a la 57 Bienal no solo cumple el noble propósito de compartir experiencias (1). Principalmente, nos convoca a indagar qué es el arte y sus discursos, a esclarecer qué es la crítica y sus escrituras y a pensar qué es el sentido de una “obra de arte”. El sentido no es susceptible de capturarse en discursos. El sentido se dispersa en escrituras críticas.

En concreto, respecto a esta micro-crítica (la crítica con verdad se nos ofrece en pequeños lugares), pienso que valdría la pena detenerse a pensar los conceptos que han insurgido aquí. En primer lugar, Obra de Arte. A mi modo de ver, este es muy pomposo (pompier lo llamaron en Francia). En segundo lugar, la potente distinción entre sentido y significado. En mi opinión, la actividad de un artista está más del lado del sentido que del significado. El artista no produce discursos. Al contrario, propicia experiencias de mundos otros. Cuando el discurso suplanta el sentido en el pensamiento del artista, el pensamiento se cosifica y se quiebra

Respecto a la actitud de la crítica, pienso que no es un discurso, porque en ella sobreviven las imágenes de los artistas. El compromiso de la crítica con la experiencia del artista, es ampliar su apertura, propiciar su dispersión de sentido.

Finalmente, respecto a qué se hunde en Europa, la respuesta no es fácil. Parece que todo. Pero no solo en Europa. Como los sólidos, América pronto se disolverá en el aire. A mi modo de ver, este sentido nos puede ayudar a comprender mejor la experiencia de Quinn en Venecia 2017.

(1) Nuevas reconsideraciones sobre el arte público y monumental. Tres esculturas de la Bienal de Venezia que sin embargo no participan directamente en ella: James Lee Byars, The golden Tower, Venezia, 2017. Se presenta como una especie de Monumento a la humanidad, que invita a la experiencia espiritual y evoca la iluminación interior. Símbolo solar y sorprendente pervivencia del viejo obelisco egipcio. ¡Qué grande era James Lee Byars, por místico y espiritista que nos siga pareciendo! Lorenzo Quinn, Support, Venezia, 2017. Alegoría de la catástrofe ecológica que se nos avecina. Invocación a la ayuda y al apoyo mutuo. La escultura ha sido ejecutada, al parecer, en un taller Huesca. No es tan mala como el resto de las obras a que nos tiene acostumbrado el hijo de Anthony Quinn. Dedicada a llamar la atención sobre el hecho de que la ciudad se hunde, se convierte en una obra demasiado torpe y evidente (unas manos que emergen del agua, tratando de impedir que la casa se hunda). Tal vez hubiera sido más interesante si la hubiese dedicado a llamar la atención sobre el drama de los refugiados. Erwin Wurm, One Minute Sculpture, Pabellón de Austria, Venezia, 2017. Sobre el final de la escultura. Sobre escultura, arte de acción y participación ciudadana. Siempre que veo un Erwin Wurm tengo que ejecutar sus esculturas de un minuto. No puedo resistirme. Fotografía de Angus Freijo.