SNA: ¿espacios críticos concebidos para la participación ciudadana o Salones galantes diseñados para relacionar artistas?

La presente meditación se realiza con base en dos tesis de carácter político. En primer lugar, plantea que el Salón Nacional de Artistas (SNA) es un dispositivo colonial porque su propósito es evangelizar a los colombianos con las doctrinas estéticas afines a los intereses del Estado neoliberal. En segundo lugar, sostiene que el SNA es un espacio neoliberal porque exalta la individualidad y el interés privado, y, a la vez, soslaya muchos colectivos de artistas que no hacen parte de circuitos con poder académico, burocrático, clientelista, económico o estético. Hago notar que mantendré una diferencia entre Salón Nacional de Artistas (SNA) y 44 Salón Nacional de Artistas (44SNA).

Para comenzar, planteo algunas consideraciones de carácter conceptual respecto a los SNA y a los criterios de selección de artistas para el 44SNA. En primer lugar, los últimos SNA no evidencian una conversación abierta, igualitaria y libre. Al contrario, constituyen un rosario de lisonjas a quienes transitoriamente dirigen el sentir artístico de las colombianas y los colombianos. Dicho en términos políticos, mediante este encuentro de lisonjas, los Salones Nacionales de Artistas reiteran un proyecto neocolonial. En términos económicos, refuerzan un dispositivo administrativo que favorece más a los contratistas del Estado que a los mismos artistas. En la actualidad, a esta estrategia contractual se la denomina neoliberalismo. En términos éticos, el dispositivo SNA promueve Aún el individualismo que irrumpe en la escena política a partir del siglo XIX.  En términos artísticos, impone una estética formal con la cual se embellecen todo tipo de abusos y violencias coloniales, o necesidades expresivas de artistas bien pensantes. Esta estética corporiza el ímpetu colonial, la voracidad neoliberal y el desarraigo individualista.

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En segundo lugar, el 44SNA se inscribe dentro de la antigua tradición plástica del paisaje. No puede evitarla porque los artistas que hacen presencia en Pereira son artistas con perspectiva histórica. El artista contemporáneo se mueve entre dos imaginarios cosificados por el mercado de bienes suntuarios: el espacio urbano y el rural. Localiza su pensamiento en este entre. Allí medita sus heridas. Durante este diálogo emerge la verdad que aquéllas relaman. En este vacío que se abre a sus pies, los artistas tienen la oportunidad de modificar los enfoques académicos, cotidianos, curatoriales, empíricos, ingenuos, habituales o históricos acerca del paisaje. Del diálogo entre la percepción del sujeto contemplativo y el cúmulo de estímulos sensoriales que la animan o asedian, emerge el paisaje. El rodeo a aquello que uno es en sí mismo orienta la percepción que construye el paisaje. Todo paisaje da cuenta de un sentimiento que es una relación de sentido, que por su especificidad no es una relación ética, moral o política. No es ética, ni moral o política, pero tiene efectos éticos, morales y políticos. Por ello mismo, la meditación del artista contemplativo configura un gesto político, el más subversivo dentro de todos los actos políticos. En este sentido, paisaje es toda aquella relación en la cual el sujeto contempla el entorno para sentirse a sí mismo de manera singular. Este sentirse a sí mismo es un acto de pensamiento sentido. El artista se piensa a sí mismo hasta liberarse de los hábitos impuestos, para escapar de las trampas en que cae consciente o inconscientemente. Los criterios paisaje y el territorio no son solo ideas estéticas. Principalmente, son espacios que se modelan en conversaciones abiertas con quienes disienten de nuestros más amados pareceres.

En tercer lugar, el 44SNA evoca la idea según la cual, Aún es posible suspender la acción y detenerse a contemplar estéticamente la “naturaleza”. Esta actitud “estética” es una manera de ser. En otras palabras, dicha “estética” contemplativa es una ética, una manera de estar en relación con otros y otras. No es extraño que los artistas cuidadosos, se hayan percatado de la fractura oculta tras la retórica del dispositivo curatorial. Su perspicacia consiste en entrever esta fisura en el sentido de aquello que puede significar “arte colombiano hoy”.  Los artistas más corajudos, se instalan en ella, ampliando la fractura, produciendo campañas y movimientos inesperados. Una de esas campañas, sin duda alguna se pone en marcha en los suburbios del 44SNA, dentro del espacio Curare Alterno. Los artistas que se cruzan en esta última configuración de sentido, se encargan de evidenciar la fractura en que se hunde el arte colombiano y que los avezados escribientes del régimen volverán a ocultar con dosis de retórica más concentradas. Con el propósito de propiciar el acontecimiento de otros tipos de realidades, Curare Alterno no solo evidencia la vieja fractura. Su virtud consiste en ampliarla hasta que el régimen que la oculta revienta, tal y como luce hoy dentro del Paisaje Cultural Cafetero. Por otro lado, desde el interior del dispositivo del 44SNA también se aprecia en algunos artistas la misma inquietud, la inquietud por Aún no ser, por ser seres sin diferencia, por estar conminados a ser artistas hacedores de tareas, con el inconsciente colonizado, sin opciones de libertad para contemplar otro tipo de realidades más allá de las lógicas comerciales, materiales y mercantiles que marcan la sensibilidad de los artistas contemporáneos y los ciudadanos globalizados.

Pasemos a “los hechos estéticos” puestos en marcha por los artistas. El 44SNA se instala en Pereira, en lugares específicos marcados con violencias específicas, muchas de ellas silenciadas con todo tipo de estrategias de blanqueamiento artístico, estético y político. Con excepción de Adriana Arenas, ninguno de los artistas se percata de que sus acciones contribuyen a ocultar los proyectos neocoloniales más oprobiosos que desde hace siglos siguen marcando la actualidad. Ningún artista pregunta más allá de las buenas costumbres estéticas. Los curadores se limitan a echar cal y colgar cuadros, sin duda alguna, con mucha destreza. Los espacios más blancos están en las Galerías del Centro Colombo Americano y la Alianza Francesa, satélites estéticos del montaje realizado en el antiguo Club Rialto. A pesar de que las propuestas instaladas en la Universidad Tecnológica quedaron disueltas en el campus, la indiferencia de la comunidad universitaria evidencia que el arte no es bien recibido en esos predios.

Es necesario mencionar que el lugar que OKupan la mayoría de los artistas, constituyó la sede del Club Social más excluyente de la región. Ninguno de los artistas se muestra molesto por este pasado. En este tipo de eventos, urge ser neoliberalmente pragmáticos: Time is money. No hay que perder tiempo con disensos que no terminan en nada. Así algunas propuestas pretendan ser críticas, la mayoría los artistas lucen exultantes en su aspecto formal y radiantes en sus pedestales ad hoc. Sus juegos galantes reconcilian al señor colonial con sus subordinados. No pocos artistas se muestran cómodos y complacientes con el espacio otorgado. Sin embargo, estas actitudes son explicables por el esnobismo que caracteriza la sensibilidad colombiana. Al volver la mirada hacia otro lado, los artistas se ahorran el trabajo de escrutar en sí mismos el dispositivo colonial que reproducen, que ellos mismos ponen en marcha.  El 44SNA Aún deja intacto el pasado colonial que caracteriza no sólo a la región anfitriona. Principalmente, rehúsa hablar del proyecto neocolonial que impera actualmente en Colombia.

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La propuesta de Instalación que más llama la atención dentro del 44SNA es Piñatas, una iniciativa de Paulo Licona anclada incómodamente a la ideología y la estética de las víctimas. La Instalación está concebida en tonos pastel y ocupa justamente un lugar destacado en el Rialto. Se instala en el segundo nivel dentro del vacío de la antigua piscina del Club. Se trata de una instalación concebida para el goce de niños y niñas. Con confetis, festones y muñecos de papel descuartizados, se alegoriza la degradación de las múltiples guerras que asuelan Colombia. Las figuras de confeti refuerzan el sentido de aquellas que cuelgan ingenuamente en los festones: cabezas y brazos cercenados, herramientas viles para la disección de cuerpos, entre otras abyecciones. La idea es sencilla, pero, por diversas razones, horroriza. Los pueblos que se degradan en sus relaciones, terminan gozando ingenuamente —como niños— el horror que los devora. Así se perciben algunos niños y niñas que juegan dentro de la Instalación. Felices, recogen del piso las figuras horripilantes diseñadas para comunicar lo incomunicable: el horror de la guerra.

En Colombia, no es la primera vez que salta a la escena plástica este tipo de alegorías de guerra. Es más, a manera de hipótesis se puede plantear que, en silencio, dentro de la imaginación de los artistas opera un violenticismo amparado por el Estado, sólo porque sus agentes lo consideran adecuado para lavar un poco la maltrecha imagen internacional de aquél. Hay quienes piensan que en algunas ocasiones, agentes del Estado han permitido violencias abyectas en contra de mujeres y hombres.

Es oportuno preguntar: ¿qué aporte estético o político realiza Licona a la comprensión de la violencia en Colombia? Uno, a mi manera de ver, fundamental. Esto es lo novedoso de su propuesta: los colombianos jugamos como niños con la violencia fratricida, nos gozamos nuestro propio dolor, nuestra desaparición como seres de palabras hiladas en conversación con aquellos y aquellas que disienten de nuestros más queridos atavismos. Lo más provocador en esta idea, es una de las múltiples sugerencias que el visitante puede evocar: los artistas juegan con la violencia fratricida como los niños gozan en sus piñatas.

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Licona parte de una imagen degradada de la guerra colombiana, una imagen que es un imaginario colectivo. Si el artista realiza investigaciones profundas acerca del paisaje y el territorio, no se notan en la Instalación. Yo creo que no tuvo necesidad de realizar una investigación ni de ficcionar etnografías, mucho menos fingir que habló con víctimas de guerra. El artista de verdad, imagina y elabora situaciones más allá de los hechos constatables y verificables. Se localiza en esas pequeñas cosas que otros silencian u ocultan con cal, con aquellos blancos inmaculados y sublimes que aman con vehemencia los artistas sin imaginación.

Si Licona realiza una investigación, la sabe camuflar muy bien durante la puesta en acto de sentir la guerra que Aún devora a las colombianas y los colombianos menos favorecidos con fortuna material. Sin duda alguna, este es un gran mérito. El artista no requiere explicar aquello que se evidencia de manera cruel pero imaginativa en su instalación. Como se sabe, la mayoría de los artistas de hoy no logran resolver imaginativamente la socialización de sus inquietudes investigativas. Muchas de ellas terminan en discursos aburridos dentro de unos espacios que no están concebidos para el sedentarismo conceptual que propone el arte de ideas puras. El artista investigador sueña con monstruos discursivos para aburrir la imaginación ciudadana y política. El artista imaginativo se abre a su trauma personal sabiendo que este último está enlazado con un trauma colectivo. Sin temer más la herida de sí mismo, propicia la emergencia de sentidos otros para ser en otros mundos, sentidos inesperados dentro del mismo estado de cosas que lo oprime, esa herida que comparte con otros y otras. Este es el caso de Piñatas de Pablo Licona. Como este ejercicio virtuoso, se pueden apreciar otros en el 44SNA. Con ellos se justifica en parte este montaje que en términos formales deja el arte colombiano en el mismo horizonte formalmente agónico en el cual se localizan los últimos SNA.

Una crítica artística debe darse por satisfecha si encuentra dentro de una exposición propuestas como aquella que presenta Pablo Licona. Pero, así sean pocas, hay otras en el 44SNA. La bella instalación de Juliana Góngora en la salita del Centro Colombo Americano, es delicada en su confección e impacta en la imaginación del visitante porque con base en muy pocas cosas Góngora habla desde sí misma acerca del todo que rodea a la artista y a sus coetáneos. La propuesta sonora de Carlos Bonill llama la atención por su sencillez y la de Jorge Panchoaga por su autenticidad. Los ejercicios de La Decanatura y Ricardo Muñoz Izquierdo llaman la atención por la técnica empleada. Sin embargo, la video instalación del primer colectivo se ve amenazada por el formato comercial de unas fotografías que la acompañan. En el caso de Muñoz, el exceso de virtuosismo formal se corrige con una imagen insólita que reza lo siguiente: mierda o arte rupestre. Nos queda la tarea de abrir esta fractura que pocos ven en el 44SNA.

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No es posible dar cuenta de la totalidad de los artistas del 44SNA, mucho menos inmersos como estamos en los protocolos que rigen las redes sociales, espacios por donde circula la comunicación post-contemporánea del arte. Sin embargo, las expectativas de los artistas con respecto al Salón son de tal magnitud que es imposible no comentar brevemente algunos de los desaciertos en que incurren artistas y curadores dentro de esta convocatoria. Los primeros por la inactualidad de sus ejercicios, los segundos por su falta de juicio. El caso es dramático en los artistas de trayectoria y mucho más preocupante en los artistas que son conocidos por sus propuestas para el Premio Luis Caballero. Algunos de ellos hicieron algunos refritos de sus respectivas participaciones para este último Premio.

Juan Fernando Herrán participa en el 44SNA con un pedazo de su instalación Héroes Mil, la cual fue presentada en el VIII premio Luis Caballero en 2015. Compuesta por un conjunto de pedestales, la instalación cuestiona el culto a la individualidad romántica encarnada en la monumentalidad de la política colombiana. Se instala una de estas piezas en el primer piso del Museo de Arte de Pereira sin que la estructura logre decir algo de interés al visitante ni comunicarse con las otras propuestas que la acompañan. A un lado Herrán tiene dos paisajes de Gonzalo Ariza, al otro una Instalación de dibujos y guijarros de Luis Roldán. Una instalación apretada y monótona porque deja sin perspectiva al visistante. En otro de los lados, un mural de Prabhakar Pachpute y una instalación de Matilde Guerrero, sin duda las piezas que rescatan esta sala de su pesada monotonía. En general, la Instalación de Herrán, luce cerrada, hermética e inocua, teniendo la potencialidad de deconstruir algunos de los pedestales que levantan los curadores dentro del 44SNA. Más acorde con los conceptos del 44SNA es su obra reciente flujos deseantes. El yerro de Herrán es la falta de contextualización de su propuesta.

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Fredy Alzate participa en el VII Premio Luis Caballero con la propuesta Quinta fachada. La estrategia formal de la cual se sirve para hacer sensible sus ideas es la misma que implementa durante el 44SNA. El artista cambia los contenidos, pero los piensa bajo los mismos conceptos. Después de su participación en el Luis Caballero en 2013, no se aprecian cambios relevantes en su estrategia por pensar sus inquietudes. Alzate no actualiza las formas que le sirven para solucionar estéticamente los problemas que explora. Instalado en el tercer piso del Museo de Arte, Alzate es acompañado por una video-instalación de Ming Wong que llama la atención del visitante pero que, simultáneamente, lo decepciona cuanto se encuentra con dos pinturas de la peor calidad. No hay que olvidar que Colombia es un país de excelentes pintores. La instalación de Mario Opazo que acompaña a Alzate está compuesta por elementos visuales que capturan la mirada del visitante. En este mismo piso, Gala Porras Kim, presenta un ejercicio un tanto pretensioso y aburrido, inspirado en estéticas anglosajonas que ya pocos tienen en cuenta.

Fabio Melecio Palacios gana el VI Premio Luis Caballero con BMR (Bamba, Martillo y Refilón), en 2011. Se trata de una de las más bellas e impactantes instalaciones vistas en la Galería Santa Fe, en su antigua sede del Planetario Distrital. Cinco años después, Palacios muestra en el 44SNA unas réplicas de trapiches talladas en icopor. La mímesis de estas máquinas muestra cómo evoluciona el procesamiento de la caña de azúcar, pero no logra decir nada que no haya sido mencionado en BMR, cinco años antes. Palacios se repite, queda atrapado en 2011, no introduce ideas alternativas a las exploradas para el Luis Caballero, ni estrategias expresivas que sean de interés para la actualidad. Error de juicio de los curadores.

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Wilson Díaz participa en el VI Premio Luis Caballero con La flor caduca de la hermosura de su gloria, en 2011. Cinco años después de realizado este ejercicio, no muestra nada de interés para el arte colombiano ni para el 44SNA. Utiliza algunos cuadros de la Instalación para el VI Luis Caballero y les cambia el nombre. El fragmento de instalación llevado al 44SNA recibe el nombre Alienando pueblo. Una denominación tan enigmática como aquella que dispuso para el Luis Caballero. Cinco años después, Díaz no muestra que merece estar en un Salón Nacional de artistas actuales. Por supuesto, hay otros artistas que tampoco merecen estar en este Encuentro. Error de juicio de los curadores.

Más afortunada es la participación de Mario Opazo, ganador del V Premio Luis Caballero, en 2009. En Mapa Mudo, Opazo hace uso eficiente de sus técnicas para poetizar aspectos esenciales de la existencia. Opazo nunca se repite, siempre está cambiando las formas mediante las cuales piensa y elabora los problemas que le inquietan. Con pocos elementos, pero bien localizados, logra que los visitantes se detengan y traten de sintonizarse con su un verbo que quiere decirlo todo callando. Opazo logra que su Mapa Mudo hable con elocuencia.

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En general, entre los artistas expuestos se aprecian algunos nombres memorables que hicieron bien la tarea, pero no logran decir algo a los visitantes que sea de interés nacional, que desborde la idea de que es necesario pensar localmente para tener acceso a lo global. Otros artistas menos memorables se pueden excusar porque Aún están en formación, lo cual es muy importante. Con seguridad, se percatarán de sus fallos por ellos mismos. Entre ellos, los curadores, sin duda jóvenes prometedores. Cuando se la asume sin arrogancia, la crítica y la autocrítica señalan a los artistas caminos prolíficos. Repetir incesantemente lo mismo con los mismos de siempre, puede ser interesante a nivel local pero irrelevante y preocupante cuando se trata de mostrar ideas estéticas en un espacio de circulación nacional. El 44SNA no abre el Arte de Salón a las trochas y las contaminaciones que prometieron los curadores. Las trochas y las contaminaciones brillan por su ausencia. Son solo figuras retóricas para la galería.  Al contrario. Aquello que más se evidencia son las grandes superficies pulcras y ordenadas propias del diseño de espacios para el consumo febril de pedestales. Así se recurra a estrategias de pinkwashing (Sergio Zeballos), gender washing Liliana Vélez), entre otras estrategias de persuasión y seducción, por su cruda elaboración (ausencia de imaginación) estas instalaciones no logran contaminar el Salón. Tampoco representan ninguna trocha frente a la fuerte institucionalización de los SNA.

PD: El gran mérito del 44SNA consiste en mostrar con discreción las propuestas de los artistas extranjeros invitados. A penas sí se notan. Y hay unas que detienen a los visitantes.

 

 

 

 

Representación-Presentación, en el proceso de investigación-creación “El fallecido ojo de Vidrio”

 En esta investigación indago cómo desde el entrenamiento actoral se crean propuestas formativas para la escena, en lo individual, lo grupal y en un espacio académico. Exploro las relaciones existentes entre la acción y el entrenamiento. Los resultados de esta investigación se ven reflejados en las experiencias de montaje o puesta en escena que asumo desde lo individual, lo grupal y lo académico y atraviesa la práctica formativa que se adquiere como director de grupo de investigación, tutor de semillero, docente del programa de artes escénicas y creador independiente.

Acción – Creación

 En el programa de Artes escénicas de la Universidad Distrital y de la Facultad de Artes, ASAB,  la preparación de actores y actrices se asume desde el concepto, desglose y manejo de la acción y es por ello que se hace necesario comprender y clarificar algunos términos e incluso atreverse a emitir algunos conceptos relacionados con el tema.

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La acción en el escenario puede ser entendida como actividad, como acción propiamente dicha y como acción dramática. La actividad es la que se realiza en un oficio escénico, nos pone en situación y ayuda al espectador o testigo a caracterizar al que está sobre la escena; caminar, barrer limpiarse el vestido, el cabello, acicalarse.  La acción en propiedad es la que se realiza para clarificar una situación o los acontecimientos expuestos en la obra; (emprender una disputa, comprar una propiedad, venderla, irse para otra ciudad).  La acción dramática es la que incide directamente en el curso del conflicto, acrecentándolo o resolviéndolo; (el asesinato de Duncan,  de Desdémona, la muerte de Lear, el asesinato de Agamenón, la muerte de Antígona o la muerte de Penteo en manos de Agave, etc).

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Desde otro punto de vista en la escena teatral se conjugan tres formas o tipos de acción; acción corporal, acción verbal y acción emotiva. La acción corporal tiene que ver con el movimiento y define el comportamiento exterior del personaje, de la persona o del actuante.  Digamos que es la acción que constituye la memoria corporal y se relaciona con lo que se hace en la escena.

La acción verbal tiene que ver con la palabra, con la emisión del texto. Define un poco la forma de hablar, de expresarse vocalmente, de emitir sonidos. Digamos que es la acción que constituye la memoria racional, ya que el lenguaje articulado está emparentado con la razón, con la comprensión del mundo, con lo que se dice en la escena.

La acción emotiva tiene que ver con el estado sensitivo y define la forma de sentir y de emocionarse en la escena. De ella deriva pensamiento, comportamiento y sicología.  Digámonos que es la acción que constituye en nuestro caso la memoria emotiva o emocional.  Es el mundo sensitivo del actuante o del personaje.

Para el estudio de la acción es importante comprender que la conjugación de estas tres formas de la acción es lo que constituiría la acción dramática y que todo el entrenamiento del actor está orientado en esta dirección.

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Entonces podemos definir la acción dramática como algo que el personaje o el actuante realizan y que significa un avance de la obra e impulsa la situación hacia su complejidad, hacia la resolución del conflicto o su escalada y puede modificar la situación anterior y generar una nueva situación frente a la cual los personajes o los actuantes reaccionan. Es una acción con consecuencias tanto en la escena como en el desarrollo general de la obra.

Puede ser entendida como un cambio, un acontecimiento determinante en el desarrollo de la situación y provoca una transformación interior, nos pone en conflicto consigo mismos y con los demás, hace que tomemos decisiones inesperadas y a veces incomprensibles.  Para algunos incluso es el punto de no retorno, pues se han sufrido grandes transformaciones.

Una puesta en escena, sin importar su tiempo de duración, se resuelve cuando la acción posibilita que el espectador o el testigo se hagan las preguntas importantes para el desarrollo de la situación, y finaliza cuando estas preguntas se han resuelto o cuando no tiene sentido preguntarse más. Casi todos sabemos cuándo es el fin, cuándo termina el relato o la historia, cuando el acontecimiento se ha completado, cuando se establece un nuevo equilibrio. Incluso en el teatro cíclico, la situación propicia  un cambio emocional que transforma la situación inicial.

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Un proceso para pensar y re-pensar

“El fallecido ojo de vidrio” es un montaje que nace en una propuesta de investigación-creación del grupo de investigación “Estudios de la voz y la palabra” y consiste en dilucidar cuáles son las relaciones o diferencias que hay entre la presentación y la representación. ¿Se puede repensar la escena contemporánea desde la representación o desde la participación-presentación, desde la interpretación o desde la caracterización? El teatro contemporáneo casi que exige investigaciones sobre el tema de la relación entre los personajes, las personas o los actuantes entre sí y con el público-testigo. Es necesario también indagar si con la actuación hablamos desde el actor que interpreta un personaje, o del performer que se descifra a sí mismo.

El mismo concepto de diálogo asociado al teatro dramático que pretende una conversación dialógica es cuestionado. El texto se transforma y adquiere múltiples posibilidades; desde la discursiva hasta la reflexiva, desde la enunciativa, hasta la narrativa. Se habla de intertextos, subtextos, o ficcionalización textual. En la escena tradicional se conversa por medio de diálogos más o menos comprensibles para el público o espectador. En las posibilidades de la escena contemporánea, incluso no se pretende que el discurso sea dirigido a espectadores pasivos, sino a testigos o partícipes.

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La puesta en escena contemporánea por tanto difiere del teatro clásico, pues no se soporta en una representación, sino en una presentación o presencia, no se pretende que el público o espectador se identifique con el actor o el personaje.  Al igual que en el ritual, se busca que el asistente participe directamente del suceso.

En la escena contemporánea se da un repliegue de la síntesis y no se intenta establecer un discurso hegemónico, ni significar en una sola dirección.  Se espera que el partícipe tenga la capacidad de decodificar el suceso.  No es importante solo entender o sentir, sino estar presente e incluso tomar una postura crítica y se asume el cuerpo como un dispositivo activo,  donde el protagonismo es puesto en duda y se opta por que las personas asistentes participan e intervienen, ya no como simples espectadores, sino con su cuerpo, esencia y sentimientos.  Se retorna al cuerpo como centro de atención y para ello se acude a la exigencia física y corporal, al movimiento transitorio, al cuerpo manejado con precisión desde la géstica y la kinesis. Se entiende el cuerpo como algo que significa y sensibiliza. Ya no se trata del cuerpo como depositario de la palabra, sino el cuerpo-signo, que maneja un discurso disímil al racional y que significa independiente del texto, o de la razón.

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El teatro contemporáneo adquiere entonces características de metalenguaje, como algo macro y total que lleva al participante al lugar de la re-presentación. Ya no es fundamental representar en un lugar y un tiempo determinado, la historia cotidiana no conduce los hilos del drama, es el acontecimiento estético lo que en realidad importa, lo que busca conmover, lo que pretende transformar.

Hace varios, años cuando inicié mis primeros procesos de investigación, me surgió una pregunta; ¿es posible que existan caminos creativos en la escena diferentes a la búsqueda emotiva; caminos técnicos producto del entrenamiento actoral, como el empleo de la acción física para crear situaciones en la escena con sentimientos autónomos?  Preguntémoslo en otras palabras; ¿es posible encontrar un sistema o un mecanismo que nos permita manejar o manipular la emoción para darle vida a un personaje o aun estado sensible en la escena?  Esta pregunta sugiere una hipótesis, y es que a partir del estudio y construcción de las acciones, pueden generarse apropiados sentimientos y emociones que permita a todos los asistentes comprometerse con el suceso.

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Las acciones se realizan con el cuerpo, que es más resistente que los sentimientos. El sentimiento es caprichoso, indefinible y evasivo y por ello afirma Stanislavski; es difícil actuar directamente sobre él.  El actor, la actriz a partir del trabajo de las acciones comprende las circunstancias y las situaciones planteadas, para ubicarse en el territorio de la presentación, puesto que es él con su cuerpo, (memoria corporal) y a partir de sus experiencias, vivencias y recuerdos, (memoria emotiva), quien ejecutará en escena las acciones sugeridas por el autor en su obra, (memoria racional). Actores y actrices deben comprometer sus experiencias, pensamientos y sentimientos, porque así como existen las acciones y los sentimientos del personaje, también existen los pensamientos y sentimientos de los actuantes.

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En la actualidad y a partir del entrenamiento actoral, estoy trabajando en el concepto de cápsula, que es una especie de conocimiento físico-emotivo contenido, que se utiliza para concretar y trasmitir una técnica. Se emplea específicamente para que actores y actrices puedan comprimir una gran cantidad de movimientos  y de emociones en una estructura organizada orgánicamente, la cual debe tener una coherencia y debe contemplar la posibilidad de significar algo en concreto. Es quizás algo parecido a lo que Meyerhold definió como estudio, sin embargo el estudio puede estar despojado de objetivo o intención intelectual, mientras que la cápsula debe tener un objetivo abiertamente intelectual, físico y emotivo.

Es claro que no se trata de una búsqueda vertical y que en ningún momento se puede convertir en una formula, ni siquiera en un sistema, es solo otra manera de asumir ese debate contemporáneo en relación con la existencia o no del personaje teatral.

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Presentación-representación en el programa de artes

¿Qué significa en procesos de formación construir y presentar ante el público?  En el programa de actuación de la Facultad de Artes-ASAB, al finalizar el cuarto año, los estudiantes presentan un personaje o una situación específica, en tres panoramas diferentes: en un ejercicio individual de monólogo, en un montaje escénico dirigido por un docente y un montaje de taller integral orientado por un estudiante de dirección. Para lograr este objetivo el estudiante puede estructurar su proceso de aprendizaje en varias direcciones y recurrir por ejemplo a:

—Sistematizar las técnicas de entrenamiento y actuación, adquiridas a lo largo de su carrera, para utilizarlas en la construcción de personajes teatrales.

—Analizar la situación explicita en el texto y a partir de ella utilizar los elementos y técnicas necesarios para la construcción de personajes.

—Entender el mecanismo por el cual una frase o parlamento puede convertirse e interpretarse como imagen escénica. Indagar, definir y decidir las imágenes que corresponda a los niveles de interpretación del texto.

—Poner en escena un personaje o una situación a partir de la definición clara de un proceso de puesta en escena.

—Verificar el logro de los objetivos planteados a partir de los resultados del proceso de montaje y de la confrontación con públicos especializados y público en general.

—Indagar y explorar la vida social y psicológica de personas, personaje o personalidades y su relación con la línea de pensamiento, en donde el monólogo interior orienta las acciones situaciones y decisiones.

—Clarificar las relaciones y diferencias que hay entre un personaje puesto en el texto y un personaje puesto en escena.

—Clarificar las relaciones y diferencias que hay entre una situación escrita en un texto y una situación puesta en escena.

—Comprender el mundo interior y exterior de sus personajes, personas o incluso de sí mismos, a partir de sus tres dimensiones: fisiológica, sociológica y psicológica.

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Para la construcción de su situación o estado, el estudiante puede explorar estos tres territorios:

Yo soy el personaje o la persona que está aquí presente, no tengo ninguna diferencia, estoy de acuerdo, armonizo plenamente con su comportamiento y pensamiento.  En este caso el estudiante para construir en la escena, profundiza en su propio ser y es él mismo el punto de partida. Grotowski, Artaud y Barba están cerca de este planteamiento.  ¿Presentación?: Borja Ruiz lo plantea de la siguiente manera:[1]

“Para Grotowski el oficio del actor tiene un valor que va más allá de la obra bien hecha. Ser actor, dice, no es sólo la elección de un oficio, es un acto de vida, un camino de existencia. Pero no lo hace con una connotación religiosa, sino en relación con el auto-sacrificio que exige su preparación y con la forma en que debe exponerse delante del espectador”. (Borja, 2012, página 359).

En una segunda opción el estudiante hace como si fuera el personaje, es decir recurre al elemento de la imitación y para ello observa analiza y estudia referentes que le puedan arrojar elementos para construir el personaje. En este caso actores y actrices se alejan de sí mismos para buscar los personajes a partir de la observación y del estudio de referentes históricos, contextuales, sociales, económicos y familiares. Es claro que el estudiante se aleja de sí para poder interpretar, pero en el momento de la presentación se vuelva a acercar a sí mismo, porque todo ese recorrido que hace es para que el personaje venga a habitar en su cuerpo y en su mente. Podríamos decir que de alguna forma actor y personaje se fusionan. En este planteamiento están cerca, Stanislavski, Lee Strasberg y William Layton. ¿Presentación-representación?: Así lo define el mismo Stanislavski:[2]

“Afirmamos el principio contrario de que el factor principal en cualquier forma de creación reside en la vida del espíritu humano, en la vida del actor y su personaje, en sus sentimientos comunes y su creación subconsciente.  Esto no se puede exhibir; es algo que sólo puede producirse espontáneamente o como resultado de algo sucedido de antemano”. (Stanislavski, 1995, página 330).

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En una tercera opción el estudiante toma distancia del personaje, él no es bajo ninguna circunstancia el personaje, por el contrario, lo observa, critica y toma una postura frente a su comportamiento, incluso hace que el público se entere que piensa él del personaje. También intenta que el público tome una postura crítica frente al personaje. No hay empatía, se toma distancia, la distancia necesaria para poder analizarlo.  Los estudiantes no pretenden ser los personajes y no prestan su cuerpo para que venga al presente, tan solo lo dan a conocer. En este sistema tiene el doble trabajo de construir el personaje y mostrarlo.  En este planeamiento están cerca Piscator, Brecht y Santiago García. ¿Representación?  Según Borja Ruiz el planteamiento de Brecht se aproxima a lo siguiente:

“Llevado al trabajo del actor, el distanciamiento tiene como condición ineludible la tendencia a la no identificación del actor con el personaje.  Prevalece la noción de mostrar sobre encarnar, la transformación parcial sobre la transformación total, la distancia sobre la empatía. En otras palabras: el actor no se convierte en el personaje, más bien funciona como un intermediario que expone el personaje frente al espectador”. (Borja, 2012, página 328).

Un último elemento a destacar y quizás el más fundamental, es que el estudiante debe ser consiente en qué sociedad actúa y cuál es su compromiso social, cultural y político que tiene con ella, ya que se está formando en una institucional pública, financiada por la sociedad y que cumple como todas las instituciones del estado con compromisos éticos, culturales y artísticos.  Es decir se motiva al estudiante para que haga conciencia sobre la función social y cultural que debe cumplir su quehacer.

Es claro que no se lo obliga a tomar una postura política, sino a retornar a la sociedad que le dio origen parte del conocimiento que adquirió en la institución donde se forma. Casi que se exige este objetivo teniendo en cuenta, que no se pretende que el egresado sea un activista social o un militante partidista, sino fundamentalmente un artista creador capaz de implementar y desarrollar técnicas de entrenamiento, sustentar teorías y argumentar su oficio, en diversos contextos sociales, académicos y artísticos, es decir capaz de incidir en la trasformación y construcción de la sociedad y en la perspectiva de un medio artístico y teatral relacionado con la colectividad y con capacidad de incidir en la configuración de la comunidad.

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Bibliografía:

RUIZ, Borja              “El arte del actor en el siglo XX”, Artezblai Editorial, Bilbao España, 2012.

STANISLAVSKI, Constantin, “La construcción de personaje”, Editorial Alianza, Madrid, 1975.

[1] Borja Ruiz, en “El arte del actor en el siglo XX” hace una elocuente disertación sobre los procesos de  formación las técnicas y los planteamientos de las principales personalidades que incidieron en el teatro en el siglo pasado.

[2] En el texto conocido como “La construcción del personaje” el maestro Ruso Stanislavski, realiza una sistematización del oficio del actor, lo que debe lograr y lo que se le debe pedir para ser un actor profesional.

Giovanni Ferroni: Del Paisajismo al olvido

En la historia del arte colombiano hay aún pintores y artistas que a pesar de su contribución a la misma, no han llenado nuestros libros de arte.  Claro ejemplos de ellos, son Manuel Doroteo Carvajal, pionero del paisajismo en Colombia a quien Martha Segura le escribió unas páginas; Gustavo Sorzano, pionero del arte conceptual en Colombia, o Giovanni Ferroni, paisajista italiano, quien con su obra contribuyó a la construcción de la historia del arte de nuestro país.  Este último, gran paisajista, no figura en La pintura en Colombia de Gabriel Giraldo Jaramillo, ni en la Historia abierta del arte en Colombia de Marta Traba, ni en Colombia en las artes del profesor Francisco Gil Tovar, ni en Procesos del arte en Colombia del escritor Álvaro Medina; ni siquiera aparece en el Diccionario de artistas en Colombia de Carmen Ortega Ricaurte[1]. Pero, ¿Quién es este pintor? ¿Cuál es su historia y por qué no tenemos conocimiento de él?

Ferroni, era un pintor nacido en Ancona a mediados del siglo XIX, más exactamente en 1853. Debido al Rissorgimiento, momento cumbre en la unión de Italia, Ferroni tuvo que dejar su natal Ancona, para estudiar su colegio en Venecia. Y sería allí donde aprendería a pintar. El estilo veneciano que está presente en su obra, tiene las características propias de la pintura veneciana: el gusto por los colores producidos en el paisaje denotarían la simple belleza de la pintura, la sensibilidad a los elementos que allí se conciernen, y el toque romanticista que le da a la obra un grado de majestusidad único. Sus obras, expuestas en la colección de Arte del Banco de la República así lo demuestran. Es así como Nevado del Tolima, una obra con una esencia tan colombiana, en el que el campesino cruza la montaña cómo lo haría cotidianamente,  es dónde Ferroni le da una mirada no sólo como pintor, sino como el extranjero que era, como Darwin maravillado por el bosque tropical brasileño. Denota no solo los colores en esta obra, sino la escena misma, cada una de las plantas que allí están y que son nuevas para él, la vestimenta del campesino, y lo insignificante que se ve en comparación al nevado.

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Giovanni Ferroni, Vapor a orillas del río Magdalena

Ferroni fue un gran pintor. Llegó a Colombia en 1894 para ayudar en la ornamentación del naciente teatro Colón, en el que pondría seis pinturas —las cuales serían El puerto de Arrancaplumas, un lago de Ginebra, Suiza,[2] El puerto de paso de Ambalema, Tolima; Un paisaje de la Sabana de Bogotá; El camino del Tequendama y un barco de Vapor a Orillas del Río Magdalena[3]. Dichas Pinturas, según registros, eran de un tamaño monumental, puesto que median 186 cm. de alto por 132 cm. de ancho.[4] Los cuadros, por desgracia, desaparecieron, y no se sabe el paradero de los mismos, más sin embargo, puede que hayan quedado en colecciones privadas de familias acaudaladas. Esta “Exposición” le valió un puesto en la Escuela de Bellas artes, en dónde ayudaría al maestro Andrés de Santa María en la cátedra del paisaje. Como maestro de la escuela de Bellas Artes, dotaría a los futuros paisajistas del estudio de las formas, de la toma de apuntes al aire libre y la realización de los mismos en sus cuadros futuros.  Ya que Luis de Llanos había muerto recientemente a  la llegada del maestro Ferroni[5], sería el italiano quien con sus dotes venecianas, y su apropiación estética del paisaje, reforzarían la cátedra de paisajismo en la escuela de Bellas artes[6]. Enseñaría de color y forma, de iluminación y de toma de apuntes al aire libre, los cuales serían compensados por sus alumnos quienes “inclusive artistas considerados ejemplos sobresalientes de la pintura académica, contra cuya solemnidad y grandilocuencia se había reaccionado con la pintura de paisaje, ejecutaron uno que otro panorama”[7]  Sin embargo, su estadía en el país no duraría mucho. Fue estafado con la venta de una mina en Tolima, y tras hacer el viaje para verificar lo que le habián vendido, debido al viaje, enfermó y murió en 1898. Esto no le impidió  aparecer en la Exposición Nacional de Bellas Artes y Música 1899. Pero no fue él, sino su legado, expuesto por su esposa Magdalena Ferroni. Ella, exhibiría siete cuadros de paisajes hechos por el maestro Ferroni durante su estancia en Bogotá y en el país.

A pesar de todo esto, el maestro Giovanni Ferroni fue perdiéndose en el tiempo bajo las capas del olvido y de las nuevas propuestas artísticas del siglo XX. Gran culpable de ello, del poco interés de los historiadores para profundizar acerca de este gran maestro, es la poca obra que se conserva de él. Muchas de sus pinturas, fueron compradas por las familias bogotanas acaudaladas del siglo antepasado, las cuales tendrían la tendencia de poseer una obra de un artista italiano —en el que la técnica, el realismo y la procedencia del artista serían los tópicos a juzgar por el comprador— y por ende, reunirlas todas, o en su mayoría, sería difícil, puesto que no se sabe con certeza cuantas obras existen, o qué familias las tienen, y si al menos ellas saben a qué “Giovanni Ferroni” hace referencia la firma de los mismos.

Como pintor, Ferroni dejaría grandes avances en la historia del arte colombiano. Como extranjero, fortaleció las expresiones artísticas que se desarrollarían más adelante en el tiempo, proporcionando de este modo unas nuevas preocupaciones artísticas, generando lo que Beatriz Gonzales definiría como “Ruptura” —concepto que luego le daría nombre a la sala de la Colección del Banco de la República, en dónde están exhibidos los cuadros de Ferroni “Rupturas y Continuidades”—: “rupturas como el cambio de modelos y temas: a las gentes del pueblo se las retrató como héroes, y continuidades, en particular en los sistemas de expresión. Se habían heredado el oficio de taller y, gracias a la expedición Botánica, la observación de la naturaleza y la técnica de la miniatura. El arte del siglo XIX se inició con buenos augurios: estaba dominado por dibujantes que practicaban el arte —ciencia que le mereció un lugar mundial en esta especialización desde finales en el siglo XVIII —y un desarrollo técnico que permitió un cambio en los temas y las alegorías”[8] originando que atrás quedaran paisajes históricos— en donde la escena histórica será más importante que la técnica pictórica e inclusive el paisaje— usados con un fin meramente ornamental como en el caso de La Muerte de Sucre de Pedro José Figueroa. De esta manera se da paso a artistas interesados no solo en la historia patria, sino a buscar inspiración en una mirada a su alrededor en donde las nacientes problemáticas socioculturales intervendrían en las obras de los pintores que vivirían el siglo XX. Los artistas se interesan por su incursión en otros mundos para resolver sus propias inquietudes,[9] en la que sería la segunda generación de la Escuela de la Sabana, recogiendo los vestigios dejados por los pintores en el siglo XIX, continúan con la representación del paisaje en la sabana de Bogotá. [10]

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Pedro José Figueroa, La muerte de Sucre

Ferroni traería consigo no solo el aporte romántico y veneciano del paisaje expuesto en sus primeras obras. Traería con él, la mirada pictórica de mirar su entorno e ilustrarlo, de hacer de su obra por Colombia la referencia de que él estuvo en esos lugares, contándonos su vida de forastero en este nuevo mundo. Usaría los fines científicos de la observación —que se usarían en la expedición botánica, en las travesías de Humboldt y en la comisión Coreográfica, pero eso no significaría que fuera trnashumboltiano—, para alterar el paisaje bajo la mirada artística, con una inquietud pictórica y una curiosidad cultural en el que las nuevas costumbres y ese paraíso perdido que parecía Colombia, se convertirían en la fuente de sus cuadros, que lo pondrían en la historia artística de nuestro país, proporcionando con ellos, la afirmación de la intervención extranjera en el mismo.

Sus obras, abrieron el inicio del paisajismo como temática académica, puesto que como expresaría Beatriz Gonzalez: “El siglo XX se inició con una adhesión decidida al paisaje vernáculo que se venía desarrollándose desde 1894”[11], y no sería para más, pues en este año comenzaría la Catedra de paisajismo en la escuela de Bellas Artes, y llegaría Ferroni, quien con sus pinturas de paisajes colombianos, más cerca al estilo Europeo[12], daría paso al paisajismo como temática en el siglo venidero.

[1] Mutis Durán, Santiago. Arte colombiano del siglo XIX: Apenas 100 años de historia [En Línea]. Documenting electronic sources on the Internet. 2006. [fecha de consulta: 13 de Agosto de 2015] Disponible en http://ciudadviva.gov.co/septiembre06/magazine/2/index.php

[2] En referencia al cuadro expuesto en el Teatro Colon, un lago de Ginebra, Suiza, El cual, por su castillo, los colores apastelados, y la hermosa vista europea, podríamos deducir que sería una copia maximizada  del cuadro “Pintura en época itálica”

[3] Un barco de Vapor a Orillas del Río Magdalena posiblemente es el cuadro más famoso de Giovanni Ferroni y del que aún se conserva en presencia de todos hasta nuestros días. Podríamos inferir que se trata de Vapor a Orillas del Río Magdalena

[4]  VIOLA BOTTA, Roberto. Biografía y relatos de italianos en Colombia (entre 1492 y 1938). Granadina.  Bogotá.  2000. Pág. 91

[5]Llanos murió en octubre, poco meses después de vincularse a la escuela (1894)” (GONZÁLEZ, Beatríz. “Arte colombiano del siglo XIX”. Bogotá: Fondo Cultural Cafetero, 2005 Pág.  148)

[6] Puesto que no solo por las impresionantes obras de Santamaría surgiría el paisajismo como temática, sino por la ayuda de Luis de Llanos, Es en este punto en que se infiere la participación de Ferroni en el mismo, puesto que tras la temprana muerte de Llanos, el italiano, con sus dotes venecianas, y tras sus aplaudidos cuadros expuestos en el Teatro Colon, llamaría la atención de Santamaría, para fortalecer la catedra de Paisajismo en la naciente escuela.

[7] SERRANO, Eduardo. La Escuela de La Sabana. Museo de Arte Moderno Novus Ediciones, Bogotá. 1990. Pág. 34

[8] Gonzales, B. (CT). Rupturas y continuidades. Recuperado el 28 de Marzo del 2016 de  http://www.banrepcultural.org/coleccion-de-arte-banco-de-la-republica/curaduria/rupturas-y-continuidades

[9] Como sería el caso de Gonzalo Ariza, quien sería el primer colombiano en viajar a un país no Europeo (Japón) , en donde aprendería de ello para realizar sus pinturas paisajistas. Tal sería la inquietud de Ariza por el Paisaje, que se fijaría en la vegetación, puesto que “…con la vegetación se trata de encontrar una relación con el todo que lo rodea… que también tiene que ver con los recuerdos de olores, por ejemplo, aquellas sensaciones que también se refunden en la memoria” (ESCALLÓN, Ana María. El Hombre en el Paisaje. En-trevista a Gonzalo Ariza. Bogotá. 1989 Pág.20).

[10] “La segunda generación de pintores de la escuela de la Sabana (…) Aludían a un número amplio de pintores, más jóvenes que los anteriores, por lo general nacidos en los albores del siglo XX, y quienes continuaron el camino abierto por los primeros paisajistas tanto en su definición del arte a partir de la representación de la naturaleza con fidelidad a su apariencia”( Serrano, 1990: Pág. 34)

[11] Gonzales, 2005: Pág.  150

[12] Santos Castillo: 2001: Pág. 125.

Paul Ardenne en la VIII Cátedra Internacional de Altos Estudios

La Cátedra Internacional de Altos Estudios se inaugura en 2008 con el propósito de poner en diálogo la cultura colombiana con las corrientes de pensamiento contemporáneo francés. Al respecto, su coordinador y gestor, el conocido filósofo y crítico de arte Ricardo Arcos-Palma, propicia estos prolíficos encuentros. A su trabajo persistente a lo largo de estos últimos años, los colombianos le debemos que sigamos manteniendo diálogos con figuras de renombre internacional y de amplio reconocimiento dentro del sistema del arte. Algunos de estos pensadores son Jacques Rancière, Nicolas Bourriaud, Yann Toma, Patrick Vauday, Michael La Chance, Orlan, Richard Shusterman, François Soulages, Florencia Alvarado, Amandine Casadamont, Emeric Lhuisset, Paula Sibilia y Eugenia Vilela, entre otros.

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El viernes 4 de noviembre de 2016 se realiza en Bogotá la VIII Cátedra Internacional de Altos Estudios. En esta oportunidad, este espacio de meditación localizado más allá de las presiones del mercado, tiene lugar en Universidad Nacional de Colombia. La realidad que los problemas del arte configuran en el momento en que los artistas presentan su pensamiento como política, en principio realidades antagónicas, se constituye en objeto de reflexión. El problema del arte contemporáneo en sus relaciones espurias con la política es inmanejable dentro de los centros de reflexión, principalmente, debido a que, por diversas razones, todo se volvió “arte político”, es decir, “nada es político”.

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En esta oportunidad, el conferencista invitado a la Cátedra es el crítico de arte e historiador Paul Ardenne. El investigador presenta aquello que, a su juicio, y pese a su heterogeneidad, constituyen los ejercicios artísticos más relevantes del llamado “arte político” reciente.  Brevemente recuerda la importancia de Jacques-Louis David para la construcción de esta perspectiva, presenta también los aportes de Gustave Courbet y de la vanguardia rusa. Luego se centra en los artistas contemporáneos que le interesan, algunos de ellos poco conocidos en Colombia. No menciona ningún colombiano. Finalmente, concluye que el arte político es muy diverso y muy difícil de ordenar en un canon, pues, digo yo, ello sería una contradicción. No hubo tiempo para mostrar la pertinencia de la categoría “arte político” y si en verdad este tipo de estrategias artísticas logra ir más allá de la instalación de un artefacto o una imagen en un determinado contexto, sacarle una fotografía para luego mostrarla en algún espacio no político.

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Al final de su exposición, se presentan varias preguntas. En algunas de ellas se le solicita su opinión acerca de la obra reciente de Doris Salcedo. Estas preguntas son razonables ya que dentro del conjunto de artistas expuestos no había ningún colombiano. Como se sabe, Colombia es una república en la cual abundan los artistas políticos. Por ello mismo, cabía esperar la mención de algún colombiano.  Respecto a la obra de Salcedo, Ardenne rehúsa comprometerse con una declaración. Al parecer, por prudencia no comenta los ejercicios de la artista, tampoco los de ningún otro artista local. Dentro del auditorio queda la duda de si se trata de prudencia estética o desinformación política acerca del arte colombiano. Por otro lado, un espectador le pregunta a Ardenne qué entiende por política. A pesar de la relevancia de la pregunta, a mi entender la respuesta dada presentó el concepto de manera un tanto vaga. Este aspecto es relevante para comprender aquello de lo cual se habla y merece mayor claridad. En mi opinión, nadie que hable acerca de “arte político” debería soslayar esta explicación ni presuponer que todos entienden que se quiere decir con tal expresión. La indeterminación de esta idea propicia la crisis del arte de hoy, contribuye a que todo pueda ser considerado político y arte político.

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Especulando un poco, se podría hacer una conjetura. Ardenne aprovecha la oportunidad que se le brinda cuando se le indaga acerca de las razones por las cuales durante su exposición no aparece el artista Thomas Hirschhorn, uno de los héroes contemporáneos para el historiador Hal Foster. Ardenne menciona que conoce muy bien al artista y que deja de ser interesante para él desde el momento en que sus cuestionamientos fueron institucionalizados por la burguesía francesa, interesada sólo en la economía del espectáculo. El dispositivo burgués se las arregla para transformar un artista crítico en un artista de entretenimiento. A medida que Ardenne explicaba por qué ya no le interesaba Hirschhorn, en el auditorio los espectadores se miran unos con otros y se sonríen. ¿Qué comprendieron? He aquí la especulación: mediante el ejemplo de Hirschhorn, Ardenne habla de Salcedo, quizá sin querer queriendo.

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Finalmente, Ricardo Arcos-Palma comenta que, asimismo, la prudencia estética lleva a Jacques Rancière a rehusar cualquier comentario respecto a lo político en la obra Doris Salcedo. Sin duda alguna esta prudencia es algo paradójica, porque, en el caso de Ardenne, éste no manifiesta ningún pudor para hablar del presidente Santos ni acerca de su Premio Nobel. Al parecer, es más recomendable ser prudente con los artistas, y en menor medida con los políticos.

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Doris Salcedo y el abuso de un arte que ya ha entrado en declive

  1. Criticar por criticar

Como en nuestras anteriores críticas, quiero iniciar esta nota con un excurso que nos lleva a pensar primero en lo que estamos haciendo antes de lanzarnos a realizar juicios categóricos. Hacer crítica de otra manera implicaría repensar la crítica, correspondería, entre otras múltiples cosas, a poder generar un espacio de reflexión más allá del maniqueísmo que suele ocupar el lugar de la crítica.  Ese maniqueísmo que habla en nombre del bien y del mal  que clasifica el mundo en dos hemisferios: el de los buenos, excelentes, virtuoso, ejemplares del ideal estético, plástico, moral o político y el de los que fallan, los vulnerables, los débiles, los que no merecen el reconocimiento sino la reprobación y el castigo.

En el fondo de esta actitud no hay más que un ejercicio de poder mediante el cual la persona que crítica se ubica en el lugar inexpugnable del bien o lo absolutamente neutro. Se trata de aquel ojo privilegiado del criterio que se alza como el que está sobre la pirámide del billete de dólar. Ese ojo que ve lo bueno y lo malo, lo positivo y lo negativo, desde la regla de la justicia y la verdad: hegemónico, totalizador, sin rostro ni cuerpo, sin vida. Cuánta ideología podríamos reconocer en los ejercicios críticos.

A cuántos se desprestigia con la crítica, se les calla, se les excluye. La gran historia del arte y la historia de las ideas cuánto rinde cuenta de ello. Los oficiantes de taller que hicieron las grandes obras, quedaron en el plano del olvido porque no tuvieron su crítico que les apuntalara hacia el reconocimiento o porque fueron objeto de desestima por parte de los críticos, mientras que sus maestros se alzaron en renombre con su trabajo. O miremos a las mujeres en el arte, a penas motivos de los lienzos. Muchas tuvieron que ceder su trabajo a la firma de un pintor porque la crítica no criticó la fórmula de la dominación que ella lleva implícita. Luego, pensemos en cuántos grandes pintores fueron inmensos de manera póstuma, desestimados por su época en la que se les criticó negativamente, se les denostó: gente que llevaba al traste al arte porque competía con aquellos que, en ese momento, gozaban de los privilegios de la crítica repitiendo fórmulas ya agotadas.

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Es así que propongo una crítica descolonial del arte, una crítica desde los estudios de la cultura visual y desde los post-feminismos, una crítica que no se ufana de ser la palabra agónica de un hombre interesado en el prestigio. No busco el reconocimiento a partir de los ejercicios hegemónicos que operan en los círculos y circuitos del arte, tan proclives a la frivolidad, a la colonialidad, al esnobismo y a las jerarquías. En estos círculos se  favorece un arte que suple las demandas del mercado, convirtiéndose en meros fetiches de colección con plusvalor en dinero y una vacuidad en relación a lo que, humanamente, nos transmite el arte.

No en vano mi pasada crítica al festival Hemispherico de Performance tuvo reacciones que la tildaron de complaciente. Me pregunto ¿la crítica deja de ser crítica por tener un cariz que no apuntala juicios categóricos o enunciaciones exhaustivas? ¿Acaso el lugar situado de la crítica merma o anula poder señalar las cosas tal y como las vivenciamos?  En este caso, quien escribe  se halla ubicado en otro plano discursivo, motivado a impulsar las circunstancias ─desde el pequeño lugar de mi realidad─ hacia la trans-formación de la mentalidad moderno-colonial. Quiero decir, motivada por el anhelo de un cambio de paradigma estético, epistémico y crítico (ya  emergente) que reconoce que toda crítica es parcial y sesgada. Y cuando digo sesgada lo indico conforme a la definición precisa de sesgo, que no es corte, sino inclinación hacia algún lado.

En realidad, pero sin ánimo de reducir, señalo que una crítica concreta es crítica corporizada, una crítica que reconoce la pluralidad del mundo y de los fenómenos apartándose de aquella postura que tiende a clasificar maniqueamente aquello que critica. Una crítica lejana del abuso del poder y que ya no considera al arte como un asunto de peritos y expertos, de élites y profesionales jerarquizados a partir de ejercicios de dominación, éxito y prestigio.  Una crítica amplificada pero situada, porque no aludimos al arte como mera mercancía, sino como posibilitador de otra realidad como lo hacemos en esta crítica a la artista Doris Salcedo.

Esta crítica contribuye al espectro de toda crítica posible, no es definitiva, fomenta la participación, el diálogo; es capaz de volver atrás, de desdecirse, de moverse a partir de los encuentros y desencuentros, de las razones sentipensadas y de las experiencias de otros y otras. Y así, incursionamos ahora en la obra “Sumando Ausencias”  de la ya mencionada Doris Salcedo.

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  1. Doris Salcedo: sumando mani-obras con las víctimas de la guerra

Cuando me enteré de la existencia de una artista llamada Doris Salcedo, hace unos 20 años, se me indicó que era  verdaderamente genial. Pero nunca comprendí en qué radicaba su genialidad. De inmediato advertí en su obra una apología al dolor ajeno, un vicariato  desvergonzado sobre el dolor de las víctimas del conflicto armado. Advertí que era genial, pero en el sentido utilitarista propio de la mentalidad inglesa del siglo XIX, parecía educada bajo el cariz moral de John Stuart Mill.

Me sorprendía ─ y aún me sorprende─ que la artista lograra generar en el público una sensiblería melosa con el drama de los demás, una narrativa estética que no dice más que duelo ajeno, hecho a partir de un tráfico del dolor de personas que desconocemos, pero que sabemos son usadas por la artista para producir algo así como una “Estética parásita del dolor, perversa y anestesiadora”. Así la llamaría yo por tomar un conflicto que nos marca a los colombianos, cuyas víctimas son re-emplazados simbólicamente por la artista, usadas desde su prestigio, su renombre y mancilladas sus historias como desplazados, despojados, humillados, violentados, violados y demás.

Pero, por tratarse de una artista de renombre, por tratarse de una traficante del dolor de las víctimas ─ como señalaran algunos artivistas a partir de la obra que realizara el pasado octubre en la Plaza de Bolivar llamada “Sumando Ausencias”─ se le otorga el espacio, la publicidad y toda la parafernalia requerida,  debido al privilegio en el que se encuentra la artista. Seguro, como nuestro presidente, podría ser nominada a un gran premio de la paz y ganárselo, eso dentro de las lógicas de un mundo que cada vez se devora más así mismo y  erosiona sus ya sabidas estrategias. Como dice el libro del Eclesiastés “nada nuevo bajo el sol”.

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Lo que cuenta en nuestra crítica es el tipo de obra fetiche que surge desde el ejercicio de la artista como vicaria del dolor de las víctimas de la guerra. Esa manera de negociar y ganar dinero, erigirse en el icono artístico del conflicto, representando una guerra sin salida porque no propone algo más allá de plásticos ejercicios que se derivan como registros de una herida. Es decir, le hace falta un gesto más profundo, más humano. Sobre todo uno hecha de menos una mirada hacia abajo, hacia la materia prima de su obra: las víctimas. También hace falta, en la obra de Doris Salcedo, “Sumando Ausencias” el poder expresivo y simbólico-emancipatorio del arte. Yo me preguntaría ¿qué relación tiene su obra con las víctimas desde el plano de la necesidad expresiva? ¿Qué valor orienta este arte en cuanto a la búsqueda de una estética sanadora y de un arte encaminado al  ejercicio de curar heridas provocadas por la guerra?

Yo pensaría que, si se trata de trabajar la experiencia de la guerra desde el arte, éste no debería quedar reducido a mero archivo del dolor, sino potenciar el acto poético-colectivo ─propiciado por el artista─ como acto que viene a resignificar la memoria lacerada para comenzar el proceso de reconciliación y perdón. Al menos, hacer un arte que posibilite que cada persona adquiera el derecho a navegar en su propio drama, para ir revisando los daños y hacer inventario de las heridas con el ánimo de volver a comenzar.  Un arte que afecte la vida de las víctimas en el plano de la microfísica del poder, en el corazón y la mente de esas personas, no meramente en una paga salarial exigua en comparación con los galardones que la artista recibe y que pronto se irá en los gastos de esa subsistencia precarizada que llevan, dejándoles en el mismo lugar de víctimas.

Mínimo, podría tener la impronta de una protesta, de una queja, de una rabia y una indignación, pero por el afán artístico lucrativo y de fama, al estetizar la experiencia en una obra de arte moderna, en un objeto-mercancía, debilita o merma la fuerza política que pudo haber tenido. Pensaría yo que el arte de Doris Salcedo no tendría por qué excluir el carácter transformador del arte, ese talante de poética de la vida lastimada dispuesta a sanar (en este caso particular de las víctimas de la guerra), pues eso no riñe con el afán de fama y de dinero. Podría ser así y,  a la vez, incluir la buena voluntad como acto poético.

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Un acto estético que, además, conseguiría liberar a la artista de sus propias cadenas como agente mercantilizador de obras y de dramas. Le daría una mejor manera de ser humano ya que, bien sabemos, Doris reniega de la lentitud de sus operarios (algunos víctimas), los somete como empresario riguroso y los desestima. Además les considera ignorantes de la intensión de su obra. Incluso ha indicado que los únicos que saben atender el talante de su que-hacer son los grandes curadores, directores de museos y todas esas figuras del frívolo circuito del arte fetichizado.

Recuerdo las palabras de Estanislao Zuleta cuando decía, en un libro suyo llamado Arte y Filosofía, que  “el arte es primordial porque el hombre se posesiona del universo por medios artísticos”. Desde ahí podemos considerar una manera de hacer arte más allá de ese modo moderno, burgués, mercantil,  fetichizador de los actos poéticos. Ese craso reduccionismo del arte que nos quita la fuerza para empoderarnos de los universos posibles del duelo, haciendo de éste un tema y un mero objeto de intercambio de capital efectivo, sin importar el capital simbólico que una obra puede llegar a tener. La obra de Doris Salcedo ─y de muchos otros artistas prestigiosos─ se ubica sólo allí: reduce su poder simbólico, estético, poético a la transacción y al negocio.

Eso no es malo, tampoco es bueno, simplemente es. Lo que si podemos decirle a la artista es que es deshumanizadora la manera en que utiliza el drama ajeno. Así, la obra de Doris Salcedo promueve esa cultura de la guerra ─en la que estamos tan bien educados los colombianos─ con la que se desestima el dolor de las víctimas, se resta valor al encuentro con ellas y se socava la relación desde el estatuto de la persona. De esta manera se les reduce a un tráfico económico, haciendo  del otro y su drama una cosa, reificándole y convertiéndole en algo sin rostro, sin voz, sin palabra. Es decir, una relación sin encuentro.

EL arte tiene un espectro más amplio que este interés. El arte posibilita transformaciones y sana, cura heridas, promueve la paz y la reconciliación desde el trabajo narrativo del propio dolor. Pero eso no es lo que sucede en la obra de la artista en mención. Por el contrario, se orienta a una violencia simbólica en cuanto que, como he dicho, desestima a las víctimas de la guerra, le resta el poder poético a su dolor y esteriliza la fuerza política de su resentimiento. Con esto cierro lo que quería decir sobre la prestigiosa artista y su obra, en particular, esta mani-obra oportunista de “Sumando Ausencias” que le permite mantenerse en ese lugar de privilegios, sin impactar la vida de las víctimas. Un arte que, incluso, promueve la cultura del anestesiamiento sobre el drama concreto, con nombre y rostro, de quienes han padecido la guerra de manera directa.