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Paul Ardenne en la VIII Cátedra Internacional de Altos Estudios

La Cátedra Internacional de Altos Estudios se inaugura en 2008 con el propósito de poner en diálogo la cultura colombiana con las corrientes de pensamiento contemporáneo francés. Al respecto, su coordinador y gestor, el conocido filósofo y crítico de arte Ricardo Arcos-Palma, propicia estos prolíficos encuentros. A su trabajo persistente a lo largo de estos últimos años, los colombianos le debemos que sigamos manteniendo diálogos con figuras de renombre internacional y de amplio reconocimiento dentro del sistema del arte. Algunos de estos pensadores son Jacques Rancière, Nicolas Bourriaud, Yann Toma, Patrick Vauday, Michael La Chance, Orlan, Richard Shusterman, François Soulages, Florencia Alvarado, Amandine Casadamont, Emeric Lhuisset, Paula Sibilia y Eugenia Vilela, entre otros.

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El viernes 4 de noviembre de 2016 se realiza en Bogotá la VIII Cátedra Internacional de Altos Estudios. En esta oportunidad, este espacio de meditación localizado más allá de las presiones del mercado, tiene lugar en Universidad Nacional de Colombia. La realidad que los problemas del arte configuran en el momento en que los artistas presentan su pensamiento como política, en principio realidades antagónicas, se constituye en objeto de reflexión. El problema del arte contemporáneo en sus relaciones espurias con la política es inmanejable dentro de los centros de reflexión, principalmente, debido a que, por diversas razones, todo se volvió “arte político”, es decir, “nada es político”.

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En esta oportunidad, el conferencista invitado a la Cátedra es el crítico de arte e historiador Paul Ardenne. El investigador presenta aquello que, a su juicio, y pese a su heterogeneidad, constituyen los ejercicios artísticos más relevantes del llamado “arte político” reciente.  Brevemente recuerda la importancia de Jacques-Louis David para la construcción de esta perspectiva, presenta también los aportes de Gustave Courbet y de la vanguardia rusa. Luego se centra en los artistas contemporáneos que le interesan, algunos de ellos poco conocidos en Colombia. No menciona ningún colombiano. Finalmente, concluye que el arte político es muy diverso y muy difícil de ordenar en un canon, pues, digo yo, ello sería una contradicción. No hubo tiempo para mostrar la pertinencia de la categoría “arte político” y si en verdad este tipo de estrategias artísticas logra ir más allá de la instalación de un artefacto o una imagen en un determinado contexto, sacarle una fotografía para luego mostrarla en algún espacio no político.

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Al final de su exposición, se presentan varias preguntas. En algunas de ellas se le solicita su opinión acerca de la obra reciente de Doris Salcedo. Estas preguntas son razonables ya que dentro del conjunto de artistas expuestos no había ningún colombiano. Como se sabe, Colombia es una república en la cual abundan los artistas políticos. Por ello mismo, cabía esperar la mención de algún colombiano.  Respecto a la obra de Salcedo, Ardenne rehúsa comprometerse con una declaración. Al parecer, por prudencia no comenta los ejercicios de la artista, tampoco los de ningún otro artista local. Dentro del auditorio queda la duda de si se trata de prudencia estética o desinformación política acerca del arte colombiano. Por otro lado, un espectador le pregunta a Ardenne qué entiende por política. A pesar de la relevancia de la pregunta, a mi entender la respuesta dada presentó el concepto de manera un tanto vaga. Este aspecto es relevante para comprender aquello de lo cual se habla y merece mayor claridad. En mi opinión, nadie que hable acerca de “arte político” debería soslayar esta explicación ni presuponer que todos entienden que se quiere decir con tal expresión. La indeterminación de esta idea propicia la crisis del arte de hoy, contribuye a que todo pueda ser considerado político y arte político.

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Especulando un poco, se podría hacer una conjetura. Ardenne aprovecha la oportunidad que se le brinda cuando se le indaga acerca de las razones por las cuales durante su exposición no aparece el artista Thomas Hirschhorn, uno de los héroes contemporáneos para el historiador Hal Foster. Ardenne menciona que conoce muy bien al artista y que deja de ser interesante para él desde el momento en que sus cuestionamientos fueron institucionalizados por la burguesía francesa, interesada sólo en la economía del espectáculo. El dispositivo burgués se las arregla para transformar un artista crítico en un artista de entretenimiento. A medida que Ardenne explicaba por qué ya no le interesaba Hirschhorn, en el auditorio los espectadores se miran unos con otros y se sonríen. ¿Qué comprendieron? He aquí la especulación: mediante el ejemplo de Hirschhorn, Ardenne habla de Salcedo, quizá sin querer queriendo.

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Finalmente, Ricardo Arcos-Palma comenta que, asimismo, la prudencia estética lleva a Jacques Rancière a rehusar cualquier comentario respecto a lo político en la obra Doris Salcedo. Sin duda alguna esta prudencia es algo paradójica, porque, en el caso de Ardenne, éste no manifiesta ningún pudor para hablar del presidente Santos ni acerca de su Premio Nobel. Al parecer, es más recomendable ser prudente con los artistas, y en menor medida con los políticos.

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