Impresiones de San Moritz

El Café San Moritz queda ubicado en una vieja casona en la calle 16 entre carreras 7ª y 8ª. En medio del barullo de los transeúntes, los vendedores de películas y caudales de libros originales y “piratas”, nuevos y usados a lado y lado de la calle, se erige la fachada amarilla y siena que porta un hermoso balcón a cuyos pies yace una entrada que parece moribunda y olvidada.

Al mantener mucha de la arquitectura colonial en pie –alguna restaurada, otra abandonada–, el centro de Bogotá es un territorio con una mística particular. Sus edificaciones coloniales configuran una estética antigua característica, la cual es el piso sobre el cual se erigen las identidades de muchos hombres y mujeres. En medio del ajetreo diario, un poco bruscamente, el café San Moritz cumple la función histórica de romper, de interferir la realidad espacio-temporal habitual del sector. Al atravesar el portal, se es transportado a una cápsula detenida en el tiempo en donde no importa realmente el mundo fuera de ella. La mente se embarga de otros sentimientos, se comienza a tornar abrumada e incluso confundida al encontrarse con personajes y objetos de distintas épocas, inmersos en un ambiente nostálgico y ensoñador. Sin embargo, el ambiente, siendo tan supremamente conservador, se mantiene bastante varonil, y puede llegar a ser –me atrevo a decir– violenta la extrañeza e incluso la incomodidad con la cual los clientes habituales reciben una presencia femenina en el recinto.

Una tarde me encontré con mi mamá cerca al Café para almorzar. Al terminar la invité a tomar tinto, así que fuimos a San Moritz. Había bastantes clientes en el sitio, todos hombres. Apenas entramos sentimos caer sobre nosotras todas esas miradas punzantes, como si fuésemos extranjeras o estuviésemos perdidas y sin rumbo. Escogimos una mesa en un rincón, casi escondiéndonos, tal vez buscando esquivar la inconformidad que flotaba en el aire.  Al llegar el mesero –que también parecía extrañado de ver entrar a dos mujeres solas–, pedimos nuestros tintos y tratamos de hacer caso omiso a tanta cerveza sobre las mesas, a los sujetos haciendo fila para usar el orinal, y por supuesto a la incomodidad. Al terminar nuestro café, inmediatamente pagamos y salimos del lugar, casi huyendo. Nos intimidó el ambiente tan supremamente machista de San Moritz, como si en realidad fuese otro tiempo, como si estuviésemos en 1940, cuando la sociedad condenaba la presencia de una mujer en los Cafés y los bares. Sentimos cómo todas esas miradas nos juzgaban por ocupar esos asientos, como si fuésemos mujeres de bajísima reputación. Pese a la extraña belleza del sitio, su ambiente nostálgico también logra conservar, además de su estética, un poco la violencia y la segregación de otros tiempos. El machismo y la forma de aislar y menospreciar a las mujeres, refuerza el efecto de máquina del tiempo que tiene San Moritz, que pese a inspirar sentimientos nostálgicos y románticos, no deja de atacar y subestimar la figura de la mujer a través de la historia.

 

La impresión de mi mamá

“Me sentía fuera de lugar, era un lugar de hombres, y además parecía otra época. Como que no era un sitio para el género femenino. A excepción de la empleada, al parecer allí lo único aceptado para reconocer la presencia de una mujer, es que se dedique a la limpieza de los baños. Me sentí un poco intimidada al ver que no estaba en el lugar adecuado. Fuera de eso cuando se acerca el mesero a pedirte la cédula sin importar que estuvieras conmigo, con tu mamá, me sentí muy intimidada. Me incomodaban los orinales ahí, ver a todos esos hombres orinando casi en público, como marcando territorio, quise salir corriendo. Fue el tinto que me tomé con más afán en la vida.”

 

Los patriarcados de Argentina

Mi hermano me cuenta acerca del viaje que hizo alguna vez a  Argentina. Encontró Cafés muy parecidos, algunos de hasta cien años de tradición, en los que se reúnen sólo hombres, de todas las edades (aunque en su mayoría ya de edades maduras) a discutir sobre fútbol, generalmente. Escuchan tangos y beben café, o vino tinto. Hablan de partidos de todas las épocas, de jugadores, de campeonatos, de los equipos, las apuestas, los arbitrajes, entre otros tópicos. Para ellos se ha convertido el fútbol en un rito, y el café en un lugar sagrado, vetado para las mujeres, incluso más radicalmente que en San Moritz, pues para ellos la presencia femenina es de mala suerte y corta la cábala del fútbol.

 

Fotografía: cortesía del artista y fotógrafo Ricardo Muñoz.

Las segundas partes son las buenas exposiciones

Este jueves 31 de julio a las 5:30 p.m.  Segunda parte de la charla: Galería Santa Fe en revisión, con Jaime Cerón y Nadia Moreno.

¿Porqué se creó la Galería Santa Fe? ¿Cuáles han sido sus transformaciones en 33 años de existencia? En esta charla, Nadia Moreno hablará desde su investigación en la historia de la Galería Santa Fe, sobre aspectos inéditos referentes a la creación de este emblemático lugar de la escena artística bogotana, que abrió sus puertas en el segundo piso del Planetario de Bogotá en abril de 1981. En diálogo con Jaime Cerón, revisarán temas claves sobre la transformación del perfil y de la programación de esta sala entre la década de los noventa y primeros años del siglo XXI, así como de algunas iniciativas más recientes.

Nueva  Galería Santa Fe, calle 12B No 2-71.

Fotografía: intervención de Mauricio Parada en la Sede Temporal de la Galería Santa Fe.

Otra mirada del Café San Moritz

Visitando  al Café San Moritz se han descubierto  una amplia variedad de elementos distintos, además de la atmósfera del color, la música y el ambiente inscritos en el lugar por más de setenta años. Tres ideas a través de mi proceso informativo han surgido durante mi estadía. En primer lugar, la charla como generador de relaciones con el otro. En segundo lugar,  la noticia como acontecimiento que propone lugares comunes para estas relaciones. En tercer lugar, la historia que ancla el lugar con el transeúnte y lo lleva a reactivar sus propias historias y anécdotas.

Con dos imágenes de mi travesía por el café mostraré lo que vivencié. En una primera ocasión, una exploración  con un núcleo femenino, mis amigas. Y en una segunda, tomándome una cerveza con un compañero. Entre estos dos acontecimientos los personajes que lo habitan de forma permanente han interferido de distintas maneras mi tiempo y el espacio, dándome de este modo a entender otras dinámicas que son más personales y presenciales en relación al intercambio social que se genera en el café.

En un primer momento, llego al Café con la intención de mostrar a mis amigas un ambiente distinto al que concurrimos normalmente. Nosotras, tres mujeres en el lugar, alrededor de 20 años, nos sentamos a charlar, “adelantar cuaderno”. Rodeadas de personajes mayores en su totalidad, hombres, acompañados o solos, jugando cartas o tomando un café o una cerveza. Nos ubicamos donde normalmente los jóvenes que quieren conocer el lugar se sientan, lejos del ambiente común y corriente del café. En un momento, un par de señores, hombres alrededor de setenta años empiezan a intercambiar conversaciones con nosotras. El estilo de estos personajes llamó nuestra atención, su jerga, temas de conversación lejanos a nuestra contemporaneidad, el cachaco que está en ellos, su forma de vestir y su manera de comportarse, nos transmitió a una época anterior. Los dos con traje y corbata, sombrilla o bastón, un maletín y sus bigotes perfectamente peinados. Invitadas por ellos a seguir tomando una cerveza más (elemento que dio pie a una extensa conversación), empiezan a contarnos anécdotas relacionadas a su época anterior, cuando eran jóvenes y disfrutaban de otra manera el Café, sus relaciones con las mujeres y los personajes famosos que conocieron alrededor de los años setenta del siglo XX. Además, generaban comentarios de corte erótico que en vez de provocarnos recelo y lejanía con ellos, nos atraían más al el hilo de la plática. Porque la única excusa que nos unía era el lugar.

“Compañero hable más duro que no le entiendo nada” decía el más viejo. “Es que no estoy hablando para usted”, decía el otro, “hablo para estas lindas muchachas”. “No nos interesa más que otra cosa que charlar con ustedes y pasar un momento agradable”, concluían ellos, después de una anécdota o un comentario comprometedor.  Quedamos recomendadas por estos dos personajes y después de casi cuarenta minutos de risas, miradas y anécdotas, los dos grupos continuamos el día.

En un segundo momento, con mi compañero asistimos al lugar, esta vez nos sentamos en la sala principal, llamado el Salón Clásico. Allí es donde los consumidores cotidianos se ubican. El Café  estaba más solo que de costumbre, pero se veían las mesas llenas de bebidas y asientos por desocupar. En esta ocasión no hubo ningún contacto directo con los señores, pero en el tiempo transcurrido en el lugar pude darme cuenta de tres detalles interesantes. En primer lugar una fotografía de la Plaza de Bolívar antes del cuarenta y ocho, con  carros de la época y la infraestructura que antes tenía, sin el Palacio de Justicia y con muchos postes de luz atravesados por  todo el terreno. Este es un elemento importante porque el mismo Café San Moritz me remitía a esa época. De alguna manera los trajes usados  en ese periodo estaban marcados en el típico personaje  con el cual me encuentro en este Café, su forma de andar y de hablar.

Un segundo elemento era el grupo junto a nosotros que trataban de solucionar temas de vital importancia, la situación política del país y en especial la de Bogotá. Nombraban personajes políticos actuales y los revolvían con próceres de la historia del centro de Bogotá, mientas uno sostenía su punto de vista casi a estallar, el otro le refutaba de forma ininterrumpida para concluir un tema y seguir con el otro. Sin que se tornasen reacios o de mal genio, los cuatro compañeros seguían su rutina y proponían soluciones para problemas ajenos a ellos, arreglaron en país con una cerveza. Muy seguramente no habrán hecho nada de lo acordado pero se dieron la oportunidad de ser escuchados y respetados por personajes iguales a ellos, cada uno se llevó su experiencia después de ese momento y se dieron tiempo para cargar sus justificaciones y seguir más adelante con otros personajes (porque allí en el Café San Moritz todos se conocen con todos) la misma discusión, cuando una vez más decidan tomarse algo en el Café.

Finalmente, como tercer momento, mi compañero y yo adoptamos los mismos ademanes y tipos de conversaciones mientras nos encontrábamos tomando una bebida, esta vez temas de interés común a nosotros, la situación de la universidad, cómo solucionar el problema de las basuras, la restitución de Petro, entre otros tópicos.  De una u otra manera estábamos tan conectados con el Café y sus habitantes, que repetimos  los hábitos conversaciones que allí se generan. Comprendimos que  la conversación de este lugar estaba conectada con la persona, el tiempo y los sucesos de la historia.

Tener experiencias dentro de lugares cerrados, públicos pero selectos, muestra ser un ejemplo más de camaradería, pero también un espejo de la sociedad que se habita. En este caso,  el Café San Moritz muestra una sociedad que se ha quedado estancada en el tiempo. Es un recuerdo de aquello que se fue y que persiste en mirarnos  desde otros contextos, distintos al personal nuestro.

Las conversaciones que allí se generan, y no solo en este lugar sino en los espacios de ocio donde el hombre tiene la oportunidad de mostrar lo que tiene, proponen cosas nuevas, renuevan las potencialidades del ser humano, a unos dándole la oportunidad de seguir existiendo como  personajes singulares que son, y a otros, a la sociedad joven, ofreciéndole a probar vías de escape para generar relaciones alternativamente típicas dentro del que hacer de un bogotano, habitante del centro de la ciudad.

El acontecimiento histórico que llega al presente, relaciona al hombre con su exterior evidenciado por sí mismo en el Café San Moritz. De distintas maneras,  los hechos históricos de carácter global o nacional se convierten en núcleo importante dentro de los habitantes de este lugar, porque, en primer lugar, probablemente acuden allí para poder hablar de ellos mismos y, en segundo lugar, para poder reflejar aquello que en otros espacios o ambientes no mostrarían. La palabra construye, pero no está dada para todos los oídos. Existen distintos matices donde la palabra común y popular cambia el sentido de quien la escucha.

 

Fotografía cortesía del artista y fotógrafo Ricardo Muñoz.

Apostillas a la propuesta de intervención a un espacio público

“La palabra sin acción es vacía
La acción sin palabra es ciega
La palabra y la acción
Fuera del espíritu de la comunidad es la muerte”

Sabiduría Nasa

 

Después de haber realizado la propuesta de intervención El Camino a San Moritz” en un espacio público caracterizado por su riqueza precaria, las reflexiones empiezan a abordar los pensamientos. Es en estas circunstancias  cuando las ideas de los artistas exigen ser aterrizadas en el lugar para la acción. Se piensa en cada uno de los momentos en que se interactúa con el transeúnte, con el espectador con las mismas personas que habitan cotidianamente el sector: trabajadores informales y comerciantes regularizados.

Estos momentos son de vital importancia para comprender las acciones del arte, los diversos  lugares arremolinados en este espacio y el contexto en que vivimos. Sin esta comprensión fundamental es imposible darle un giro a lo cotidiano: comprendiéndolo e interpretándolo artísticamente la verdad de la precariedad del contexto del lugar se pone en evidencia. Asimismo, con esta intervención, le queda claro a los artistas jóvenes que la precariedad normal o naturalizada en lo cotidiano es el mismo lugar del arte. El lugar del artista está a lado de  la acción precaria, en este caso, en la realidad de los chazeros de la calle 16 con carrera séptima de Bogotá.

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Muchos transeúntes se nos unieron y participaron de la intervención; muchos  compartieron un tinto, tejieron simbólicamente el país; otros quedaron deslumbrados con imágenes que llenaron el lugar. Muchos reían y comentaban acerca de aquello que observaban. Otros vistieron la camiseta naranja y leyeron detenidamente en este lugar el periódico La Mancha Naranja. Los adultos mayores reconocieron el personaje de La loca Margarita, manifestando que la recordaban de cuando eran niños. Asimismo, artistas de reconocimiento nacional  e internacional, y maestros de la ASAB, asistieron y participaron en la acción con sus performances.

Las reflexiones llegan cuando nos damos cuenta de que el arte no tiene barreras a la hora de transmitir un mensaje y de tejer (literalmente como lo hicieron los estudiantes) una memoria colectiva y social  para no olvidar la historia que ha vivido el país durante tantas décadas. Pero también nos damos cuenta del contexto de  “la calle” y reflexionamos sobre la difícil situación del vendedor informal, aquel que no tiene una seguridad social por parte del Estado y que tiene que subsistir todos los días con base en el “rebusque”.

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La experiencia personalmente ha sido motivadora y emocionante porque también se reflexiona sobre el quehacer del artista contemporáneo y sobre las dimensiones en que el artista puede abordar el contexto social. Las propuestas en su creación plástica son innumerables y lo hemos visto en esta intervención. Pero solo el trabajo colectivo, el aprender del otro y solidarizarnos unos con los otros, garantiza una puesta en la escena impecable y sobre todo transmitir un lenguaje y un mensaje claro al espectador, al trabajador, al estudiante, en últimas a la sociedad en general.

Finalmente, agradezco a todo un equipo de trabajo que construyó con su infatigable actividad una propuesta, de la cual a medida que pase el tiempo sacaremos muchas más enseñanzas y reflexiones sobre el rol del artista e ir construyendo el tejido social, sin olvidar la historia de nuestro país.

 

…Para no olvidar a “La Loca Margarita”:

“¡Abajo los godos azules y rojos
Abajo hijueputas todos, todos
Abajo el cuartillo, muerte real
Abajo la guerra y que viva la potestad
Que viva el doctor Gaitán
Y que vivan los locos!”

Teatro Comunidad

Un viernes en el Café San Moritz

Fue como si al pasar aquel viejo portal colonial viajara repentinamente al pasado,  aquellas sillas y mesas, que no son tan usuales para mi reflejaban otros tiempos de aquel lugar, mi olfato invadido por diversos olores,  el más fuerte el de orina revuelto con eucalipto, mi sentido olfativo con el pasar del tiempo se acostumbra y casi se me hace imperceptible aquel olor. Siguiente paso: ubicamos una mesa mis compañeros y yo, nos sentamos, pedimos cerveza  y comenzamos a hablar de nuestro cotidiano vivir, sin dejar de lado el hecho de encontrarnos en aquel lugar. Por mi parte, comienzo a hacer una exploración visual de aquel peculiar sitio, en las paredes fotografías de antaño de la Ciudad  vislumbrando cómo era Bogotá  cuando era de los bogotanos. Las luces a esa hora, lejos estaban de ser a las que ya estoy acostumbrado, a aquellas blancas fluorescentes, en vez  de estas, unos bombillos convencionales, de esos de filamentos  que ofrecen una luz amarilla cálida, en verdad me hacían sentir en otro tiempo. Entre la conversa que sostenía con mis compañeros, hablábamos  de aquel sitio, nos preguntábamos en cuál de esas sillas se habría sentado Gaitán, acerca de qué personajes ilustres habrían llegado hasta allí, a tomarse un tinto o una cerveza,  a charlar de la problemática del país, a señalar quiénes serían godos o conservadores, a hacer lo que nosotros estábamos haciendo, exponiendo con una cerveza nuestras anécdotas y puntos de vista acerca de la diversas situaciones en las que nos vemos inmersos.

Sentados  en aquella mesa, pensábamos en la razón del porqué estábamos allí, y era la de indagar sobre aquel sitio. Seguimos observando, en la música  de fondo  suenan los temas de Rocío Durcal  y después de ella, otros temas en bolero que la verdad no sabría el título de la canción y de quien la cantaba, pero con la total certeza de que en ningún momento sonaría uno de tantos reguetones, que  en contra de mi voluntad he escuchado.

En el ejercicio de observar, veo como dos hombres de no tan madura edad se sienta en un rincón , en una de las mesas del fondo, piden dos cervezas y comienzan un dialogo. Quizá lo peculiar  de aquella escena es que la charla que sostienen se torna un tanto romántica, pues  comienzan a  tomarse de las manos; miro a mi alrededor y esto no parece importarle a nadie; en las otras mesas, jóvenes quizás universitarios conversaban animadamente, lo digo por el día y por el sitio, pues era viernes 7 P.M.  Jóvenes de las diferentes universidades del sector, estos al igual que nosotros charlaban  despreocupadamente al vaivén de música antigua, bebiendo de sus respectivas botellas. En la actualidad se ven por igual tanto hombres como mujeres. Es oportuno preguntar como antesala a una investigación artística: ¿qué tanta afluencia de público femenino tendría este sitio es sus buenos tiempos en los años treinta del siglo XX? O, ¿cómo se vería a una dama  que toma cerveza junto a los hombres en aquella época? En ese entonces, no sé, pero ahora es normal. En otras mesas se ubican caballeros, ya de edad, que pienso quizás alcanzaron a ver en todo su esplendor a este lugar, de vestimentas grises y negras, de modos más recatados.

Pensando en aquel lugar, no dejo de llevar mi mirada de un sitio al otro, y pienso en  quizás lo afortunado que fue al sobrevivir al 9 de Abril de 1948, el tan famoso Bogotazo. Y entre tanto observar, me percato de que tres señores de no muy avanzada edad llevan rato mirándonos, que pasamos de ser observadores a ser observados, nos preguntamos qué cosas pasarán por sus mentes, Comenzamos un contacto visual, quizás un coqueteo, pero de allí no pasa, especulamos acerca de ellos, mientras nos terminamos la segunda cerveza de la noche. Quizá  por vernos expuestos  a no se sabe  qué, decidimos pagar lo que consumimos y salir del lugar.

Ya a la salida del sitio, ubicamos a un vendedor ambulante para comprar un cigarro, la compra de este se convierte en una corta conversación, donde este personaje nos da algunos indicios de lo que era este Café unos años atrás; al ser tarde la charla fue breve, pero con el compromiso de volver a contactarnos para indagar y escuchar las historias que pueden surgir  de este sitio y que aún no han sido escuchadas, y si lo fueron, nosotros queremos documentarlas.

La chaza de la mala muerte

Para conjurar esta época de â??mala muerteâ? iré a la  cita con la CHAZA NACIONAL en el Camino a San Moritz, donde  aprovecharé para tomarme una foto entre la iglesia de Los Estigmas y La Veracruz. Y para comprarme en el â??almacén agácheseâ? la edición pirata del  Manual para no morir de amor, de Walter Rizo, y el best seller ¿por qué le pasan cosas malas a la gente buena? Además, alguna revista vieja de Playboy y el almanaque Bristol rebajado. También el mapa de Colombia y una lupa; un par de imanes, un dije de cuarzo rosado para calmar el corazón, un azabache para el mal de ojo; el veneno para momificar ratas, la tiza china para las cucarachas y  unas bolas de alcanforina; el remedio para el hongo en la uña, las semillas de cardamomo, unas hojas de boldo para el hígado, el extracto de sábila para la caída del pelo, un hueso de cuero para el perro, la comida para los peces, el alpiste para los canarios, y el cactus para poner al lado del computador. En el agáchese del â??todo a milâ? compraré: un candado marca dragón, una cajita con destornilladores,   el paraguas chino, un rodillo de palo para masajear la espalda y el rascador, la rejilla para el lavaplatos, una botellita para hacer pompas de jabón; un anzuelo, la aguja capotera y un metro de cáñamo, los cordones rojos para los tenis,  una liga para mi cola de caballo, un pintauñas  negro para mi amiga la punketa;  la antena roba señal y el encendedor largo para la estufa, el afilador de cuchillos, unas tijeras, unas gafas de plástico para leer, un archivador de cartón, un kit escolar: lápiz, borrador, esfero y regla; la bandera tricolor de popelina,  una gorra con el escudo  de Millos, la colección de â??monasâ? del mundial,  los â??dividísâ? de las películas de James Bond para mi mujer, los â??cidísâ? con las  canciones  de Marbel y  mi  afiche de Shakira crespa. En el portón de la iglesia  compraré la novena de San Cayetano para la abuela, una camándula de palo de rosa para mi tía, la medallita de San Judas para mi hermana, el escapulario de tela para mi hijo,  un sahumerio espanta males, las velas de cebo y un cuerpito amarillo de parafina para los performances. Buscaré al ciego Candamil para que me venda un quinto de lotería  terminada en 13,  y le echaré la bendición a ver si le pegamos y al fin salimos de esta â??mala vidaâ?. Entraré a orinar al baño del Café San Moritz, y aprovecharé la invitación a tomar café con leche, almojábana y empanada de carne. Me traeré a casa unas brevas con arequipe.

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*Profesor Titular Universidad Nacional

Fotografí­a: entrevista con Ricardo Arcos.

Termina en Paris Flamme Eternelle

En el Palais de Tokyo, terminan sesenta días de intercambio de Ideas acerca de la actualidad global. Una experiencia en la cual artistas, poetas, músicos, filósofos, escritores, entre otros muchos pensadores y pensadoras contemporáneas, intentan pensar en los márgenes que logran arrebatarle a la historia de la globalización de los mercados.

La precariedad es el sino de nuestra época. Sólo así se puede garantizar la riqueza que los ricos exigen a los pobres. Los ejercicios de Hirschhorn son precarios pero están colmados de sentido. No es arte relacional, es la puesta en escena del arte del sentido por medio de la palabra, la cual no sólo relaciona sino que, principalmente, separa, diferencia a los unos de las otras y otros diferentes. Sólo en esta realidad intensa desatada en el intercambio de Ideas, se puede vislumbrar algo de la verdad que nos ahorca lentamente. Los Fondos Buitres que amenazan estrangular a Argentina, sólo es la punta del iceberg. Ave César: ¡los que van a morir ahorcados por el mercado te saludan! Presentamos aquí una selección de los mejores momentos visuales, a nuestra comprensión y juicio distantes, en los márgenes.