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Otra mirada del Café San Moritz

Visitando  al Café San Moritz se han descubierto  una amplia variedad de elementos distintos, además de la atmósfera del color, la música y el ambiente inscritos en el lugar por más de setenta años. Tres ideas a través de mi proceso informativo han surgido durante mi estadía. En primer lugar, la charla como generador de relaciones con el otro. En segundo lugar,  la noticia como acontecimiento que propone lugares comunes para estas relaciones. En tercer lugar, la historia que ancla el lugar con el transeúnte y lo lleva a reactivar sus propias historias y anécdotas.

Con dos imágenes de mi travesía por el café mostraré lo que vivencié. En una primera ocasión, una exploración  con un núcleo femenino, mis amigas. Y en una segunda, tomándome una cerveza con un compañero. Entre estos dos acontecimientos los personajes que lo habitan de forma permanente han interferido de distintas maneras mi tiempo y el espacio, dándome de este modo a entender otras dinámicas que son más personales y presenciales en relación al intercambio social que se genera en el café.

En un primer momento, llego al Café con la intención de mostrar a mis amigas un ambiente distinto al que concurrimos normalmente. Nosotras, tres mujeres en el lugar, alrededor de 20 años, nos sentamos a charlar, “adelantar cuaderno”. Rodeadas de personajes mayores en su totalidad, hombres, acompañados o solos, jugando cartas o tomando un café o una cerveza. Nos ubicamos donde normalmente los jóvenes que quieren conocer el lugar se sientan, lejos del ambiente común y corriente del café. En un momento, un par de señores, hombres alrededor de setenta años empiezan a intercambiar conversaciones con nosotras. El estilo de estos personajes llamó nuestra atención, su jerga, temas de conversación lejanos a nuestra contemporaneidad, el cachaco que está en ellos, su forma de vestir y su manera de comportarse, nos transmitió a una época anterior. Los dos con traje y corbata, sombrilla o bastón, un maletín y sus bigotes perfectamente peinados. Invitadas por ellos a seguir tomando una cerveza más (elemento que dio pie a una extensa conversación), empiezan a contarnos anécdotas relacionadas a su época anterior, cuando eran jóvenes y disfrutaban de otra manera el Café, sus relaciones con las mujeres y los personajes famosos que conocieron alrededor de los años setenta del siglo XX. Además, generaban comentarios de corte erótico que en vez de provocarnos recelo y lejanía con ellos, nos atraían más al el hilo de la plática. Porque la única excusa que nos unía era el lugar.

“Compañero hable más duro que no le entiendo nada” decía el más viejo. “Es que no estoy hablando para usted”, decía el otro, “hablo para estas lindas muchachas”. “No nos interesa más que otra cosa que charlar con ustedes y pasar un momento agradable”, concluían ellos, después de una anécdota o un comentario comprometedor.  Quedamos recomendadas por estos dos personajes y después de casi cuarenta minutos de risas, miradas y anécdotas, los dos grupos continuamos el día.

En un segundo momento, con mi compañero asistimos al lugar, esta vez nos sentamos en la sala principal, llamado el Salón Clásico. Allí es donde los consumidores cotidianos se ubican. El Café  estaba más solo que de costumbre, pero se veían las mesas llenas de bebidas y asientos por desocupar. En esta ocasión no hubo ningún contacto directo con los señores, pero en el tiempo transcurrido en el lugar pude darme cuenta de tres detalles interesantes. En primer lugar una fotografía de la Plaza de Bolívar antes del cuarenta y ocho, con  carros de la época y la infraestructura que antes tenía, sin el Palacio de Justicia y con muchos postes de luz atravesados por  todo el terreno. Este es un elemento importante porque el mismo Café San Moritz me remitía a esa época. De alguna manera los trajes usados  en ese periodo estaban marcados en el típico personaje  con el cual me encuentro en este Café, su forma de andar y de hablar.

Un segundo elemento era el grupo junto a nosotros que trataban de solucionar temas de vital importancia, la situación política del país y en especial la de Bogotá. Nombraban personajes políticos actuales y los revolvían con próceres de la historia del centro de Bogotá, mientas uno sostenía su punto de vista casi a estallar, el otro le refutaba de forma ininterrumpida para concluir un tema y seguir con el otro. Sin que se tornasen reacios o de mal genio, los cuatro compañeros seguían su rutina y proponían soluciones para problemas ajenos a ellos, arreglaron en país con una cerveza. Muy seguramente no habrán hecho nada de lo acordado pero se dieron la oportunidad de ser escuchados y respetados por personajes iguales a ellos, cada uno se llevó su experiencia después de ese momento y se dieron tiempo para cargar sus justificaciones y seguir más adelante con otros personajes (porque allí en el Café San Moritz todos se conocen con todos) la misma discusión, cuando una vez más decidan tomarse algo en el Café.

Finalmente, como tercer momento, mi compañero y yo adoptamos los mismos ademanes y tipos de conversaciones mientras nos encontrábamos tomando una bebida, esta vez temas de interés común a nosotros, la situación de la universidad, cómo solucionar el problema de las basuras, la restitución de Petro, entre otros tópicos.  De una u otra manera estábamos tan conectados con el Café y sus habitantes, que repetimos  los hábitos conversaciones que allí se generan. Comprendimos que  la conversación de este lugar estaba conectada con la persona, el tiempo y los sucesos de la historia.

Tener experiencias dentro de lugares cerrados, públicos pero selectos, muestra ser un ejemplo más de camaradería, pero también un espejo de la sociedad que se habita. En este caso,  el Café San Moritz muestra una sociedad que se ha quedado estancada en el tiempo. Es un recuerdo de aquello que se fue y que persiste en mirarnos  desde otros contextos, distintos al personal nuestro.

Las conversaciones que allí se generan, y no solo en este lugar sino en los espacios de ocio donde el hombre tiene la oportunidad de mostrar lo que tiene, proponen cosas nuevas, renuevan las potencialidades del ser humano, a unos dándole la oportunidad de seguir existiendo como  personajes singulares que son, y a otros, a la sociedad joven, ofreciéndole a probar vías de escape para generar relaciones alternativamente típicas dentro del que hacer de un bogotano, habitante del centro de la ciudad.

El acontecimiento histórico que llega al presente, relaciona al hombre con su exterior evidenciado por sí mismo en el Café San Moritz. De distintas maneras,  los hechos históricos de carácter global o nacional se convierten en núcleo importante dentro de los habitantes de este lugar, porque, en primer lugar, probablemente acuden allí para poder hablar de ellos mismos y, en segundo lugar, para poder reflejar aquello que en otros espacios o ambientes no mostrarían. La palabra construye, pero no está dada para todos los oídos. Existen distintos matices donde la palabra común y popular cambia el sentido de quien la escucha.

 

Fotografía cortesía del artista y fotógrafo Ricardo Muñoz.

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