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Juan Mejía en VIII Premio Luis Caballero: más penas que Gloria para la historia

En Colombia, atendiendo al llamado constante que realiza la tradición del arte pre-contemporáneo, un estudio serio del VIII Premio Luis Caballero (LC) debería comenzar por un análisis minucioso de la propuesta del noveno y décimo participantes en la actual disputa creativa: el jurado y el dispositivo burocrático. Habría que comenzar elaborando un estudio acerca del reforzamiento del atavismo feudal, de ese “lugar común” endogámico que caracteriza al Premio, como lo caracteriza perspicazmente Juan Mejía. Por serio que sea efectuar esta elaboración prioritariamente, sería un acto abusivo con los demás artistas participantes y con el Premio LC, visto en sí mismo como un espacio de libertad e igualdad a punto de colapsar dentro de un dispositivo cultura-estatista.

 

juan meja ave

 

Atendiendo a los criterios de desjerarquización estética y social, de inclusión social y política, los de participación realmente democrática y de trasparencia procedimental, el Premio LC tiene graves problemas que a corto plazo la ciudadanía colombiana urge al Estado el que sean solucionados. En primer lugar, el estímulo artístico es demasiado cerrado. Algunos artistas alegan que es sectario, que se encuentra estrechamente dirigido a un  pequeño sector estético dentro del amplio espectro artístico nacional. En segundo lugar, los criterios de nominación de los artistas, los protocolos para la designación de jurados y los dispositivos para la divulgación de oportunidades de participación, son demasiado precarios, pues, no cumplen con la garantía de una publicidad amplia. En tercer lugar, la socialización de los resultados de las convocatorias, no logra alcanzar ni tocar públicos diferentes a aquellos círculos restringuidos e íntimos en los cuales se desenvuelven los artistas. En cuarto lugar, los procedimientos reales responsables de ofrecer transparencia a los artistas, al campo del arte y a la ciudadanía en general, se han deteriorado ostensiblemente en los últimos años. No cuentan con ningún tipo de inspección crítica ni social. Al parecer, como evoca Juan Mejía –no queda claro si con sarcasmo–, el arte continúa siendo un acto misterioso. La naturaleza entrega complacida sus secretos a sus favoritos del régimen burgués que felizmente hemos abrazado.

 

juan meja colchn

 

A pesar de sus múltiples dificultades, el Premio Luis Caballero es una gran oportunidad para pensar desde la Otra Orilla, como Octavio Paz conminaba a las artes. Ocho artistas con amplia trayectoria nacional e internacional fueron nominados para la octava versión del Premio. La mayoría de ellos evidencia en sus trabajos mucha dedicación, esfuerzo conceptual, destrezas técnicas y exploraciones espaciales alternativas al sentir blanco de la tradición plástica colombiana. Si algunas propuestas muestran problemas espaciales, formales o conceptuales, principalmente se debe a la confusión conceptual introducida al campo del arte por parte de agentes extraños a él, en especial, durante las últimas versiones. El Estado hace lo suyo, pero no lo suficiente ni de la manera adecuada. Inmersos los Salones Nacionales en las lógicas de la globalización mercantil, falta más apoyo del Distrito Capital a los procesos centrados en pensar distanciadamente la Ciudad y sus múltiples furias. Urgen mayores recursos económicos, ampliar la participación artística y ciudadana, democratizar los criterios de nominación y desfeudalizar el régimen “juratorial”. Por ahora, nos centramos en las propuestas de la versión 2015.

 

juan meja marco

 

Juan Mejía se instala en el Museo de Arte Moderno de Bogotá y el jurado lo unge como el artista ganador del VIII Premio LC. Tiene en común con los demás participantes el que todos los artistas convocados, comprenden que son forzados a pensar desde la historia. Sin excepción, todos diseñan estrategias para pensar los problemas de la historia in situ, específica. Todos ensayan diversas maneras de encontrar los instersticios que abren las compuertas del sinsentido histórico.

 

juan meja barco tres

 

Mejía presenta una propuesta cuyos elementos son aglutinados por medio de la figura Hacia un lugar común. Es una idea potente, aunque, acorde con su concepto, triunfa fracasando en el acto de pensar las lógicas del espacio que elige como coprotagonista de su acción plástica. Fracasa espectacularmente porque el espectador sólo aprecia una exuberante exposición de pinturas. El concepto aplicado inconsientemente es el pastiche. Tomados de una existencia aparentemente real, Mejía pega una diversidad de objetos a sus pinturas. Nada acontece con el recurso conceptual explorado. El collage no logra abrir ninguna puerta falsa, de las muchas que tiene el arte, la ciudad y el Museo acotado. Los artistas usan el collage como un recurso crítico, pero algunos artistas nostálgicos lo usan decorativamente. Los collage de Mejía nada piensan respecto al espacio que sueña sus dogmas bellamente. Quedan depotenciados, reducidos a decoración de Salón cortés. La excelencia del gesto del pintor no deja ver nada debajo de la pintura que cubre la colección polvorienta del museo, de la sociedad, de la ciudad, del artista.

 

juan meja karaoke

 

La ciudad, el Estado, los artistas y los ciudadanos, saben que de este encuentro espacial propiciado por el LC,  se espera algo más que la exposición de un virtuosismo técnico. Se espera que salgan los problemas que la lógica del espacio elegido le esconde a la ciudad que acoje al artista, o que perversamente se los embolata o elimina. Sin mayor perturbación, casí sin percatarse, Mejía termina sometido por estas lógicas impositivas, así introduzca en los entreactos del recorrido pictórico algunos gags divertidos y luminosos: una serie de karaoke de amor cortés y un montón de objetos presentados como escombros. Uno y otros están pegados como los papeles en la pintura cubista.

 

juan meja botas

 

A diferencia de esta última, los escombros ordenados como desastre no pasan de ser una curiosidad sustractiva. Más que abrir sentido, confunden al espectador. No generan ninguna asociación. Tampoco propician disrrupciones. No acontecen los choques prolíficos propios del collage, con los cuales se abren horizontes sentidos al arte. Finalmente, lo que cuenta en el arte, es el sentido de libertad que propaga el artista. El diletantismo del karaoke tiene su encanto, pero, como toda video-instalación ensayada, el ejercicio queda encerrado en un dispositivo de presentación moderna que neutraliza toda inquietud crítica.  Sinceramente, Mejía cree que habla críticamente, pero no se da cuenta de que el Museo es quien señala la lógica a seguir en cada uno de los pasos que da en su guía del espectador que le observa con curiosidad y desazón.

 

juan mejia lo sublime

 

Mejía merodea, da vueltas en torno a la figura del naufragio, tema potente y recurrente en la historia del arte a partir del siglo XIX. Sin embargo, las imágenes de naufragio están pegadas a los muros del Museo como lo están las citas bibliográficas a la entrada de la exposición. Ni las pinturas ni las citas fueron pensadas espacialmente. La figura retórica del naufragio se traga todos los  intentos del artista de pensar críticamente la actualidad y las diferencias que la potencian. A pesar de sus semejanzas, el siglo XIX difiere del siglo XIX: el uno romano releva al diez. Y ello lo nota un artista. En este desplazamiento acontece algo significante. Mejía no muestra estos desplazamientos. No se desplaza lo suficiente para que se note, así se presente como un desplazado. No logra decir nada relevante para la actualidad: solo reitera el resto de aquel lugar común a las élites colombianas que no termina de desaparecer:  el sublime burgués.

 

juan meja homenaje a van gogh

 

Si la idea de lo sublime fuera un gag más, sólo con él ya merecía ganar el VIII Premio LC. Si la colección de escombros fuera una metáfora para mostrar la inactualidad del arte y de las colecciones polvorientas del Museo, su acierto sería incuestionable. Al parecer, no es así. La recurrencia al concepto de lo sublime no es una broma para fastidiar al señor burgués: este anacronismo no se hace consiente para que confronte las verdades formales que reivindica el Museo de Arte Moderno de Bogotá. Lo sublime conceptual, gestual y pictórico se presenta con toda la seriedad burguesa del siglo XIX. Por lo tanto, no rompe aquello que está destinado a caer con estrépito bajo la gravedad del nepotismo propio de las lógicas que se dan cita en el arte colombiano.

 

juan mejia pueblos

 

Mejía usa tres salas para instalar sus inquietudes centrales. En primer lugar, la zona de tránsito del primer piso del Museo acoje seis pinturas de excelente factura y realizadas en gran formato. Mejía es un excelente ilustrador. La ciudadanía bogotana queda percatada de su virtuosismo por la agilidad con que se presenta Petimento, la instalación de dibujos pensada para el 15Salón Regional de Artistas. Su retrato del día a día lo acerca a Chócolo, el periodista que Santiago Rueda rescata para el arte actual. Asimismo, las pinturas de Mejía para el VIII LC cumplen con el propósito del artista: mostrar su virtuosismo técnico.

 

juan meja atlas dos

 

Un segundo grupo de pinturas está instalado en la sala oriental del mismo piso. Sin un concepto historiográfico premeditado, Mejía expone pinturas y objetos en pequeño formato, de diferente factura, autoría y procedencia: relaciona obsequios y prestamos con su colección personal acerca del tema propuesto al jurado de selección. Explorada la puesta en extenso de esta idea, no pasa nada en la percepción de espectador. El montaje no revela nada extraordinario. No deja de ser otra curiosidad más a las acabadas de  mencionar. Frente a este panel pictórico, presentado al entendimiento ilustrado a la manera de un Atlas Mnemosyne, dos pinturas machacan el mismo motivo en otro lenguaje pictórico.

 

juan mejia lo sublime

La iluminación azul Meireles que recibe la Sala, evoca una marina de estudio. Tampoco pasa nada en este espacio. Los reflectores dispuestos acentúan el tufo de espectáculo que tiene toda la puesta en escena. No acontece ninguna verdad que deshaga al artista, al museo, al espectador o a la sociedad. Todo se presenta correctamente. El artista no se hace acreedor de ningún crimen. Para ser equitativos con Mejía, todos y todas las artistas del Caballero, hacen honor al significado del nombre del artista dibujante, a su etimología caballerezca, a su raigambre feudal y medieval. Mejía cae prisionero de la estética  del diálogo impuesta por el jurado, una estética que sólo busca los consensos aburridos que tienen postrado el arte colombiano.

 

juan meja con jaime cern

 

En la Sala oriental comienza la exposición. Podría estar en el lugar que Mejía colgó las pinturas de gran formato. La Sala occidental, atiborrada de escombros sin mordida, es un final feliz, romántico, galante. Allí todos los conflictos del artista quedan reconciliados. Como ya se dijo, se destaca como un gag, como una bella licencia poética. En general, a pesar de la belleza de las pinturas de naufragio tipo Caspar David Friedrich, la espectativa del espectador que visita a Mejía, no es gratificada ni sorprendida. El artista no logra sacar al espectador de su indiferencia patológica. Su arte no logra sonsacarle ninguna verdad al Museo, tampoco logra abrir ni uno sólo de sus múltiples y perniciosos intersticios, que una mirada atenta puede captar. Mejía pierde una bella oportunidad para despertar a la imaginación del Museo de su sueño dogmático. Por otro lado, el artista se muestra  demasiado centrado y obnubilado con su misma imagen. Esta obsesión de sí es legítima y potente. Marca las iniciativas más sentidas del arte colombiano reciente, aquel que no aparece en los Salones de amor cortés. Sin embargo, la apuesta de Mejía es ilusionista, no está interesada en ninguna verdad, oculta al artista en trauma que todo pensador lleva en sí mismo. Las figuras que emplea Mejía cumplen la función de ocultar su sí mismo de la mirada indiscreta del público. Sin duda alguna, la imagen egótica se roba el show del VIII Luis Caballero. Esta imagen tan de casa en algunos círculos estéticos de Bogotá, ya no da más. Se revienta con esta puesta en escena. Ahora, no es que un proyecto artístico no pueda abordarse desde la más íntima subjetividad. De hecho, así debe hacerse. El problema es que esta complejidad exige mucho pensamiento, mucho arte, mucha dedicación de tiempo completo.

Juan Mejía gana el VIII Premio Luis Caballero. ¡Enhorabuena para la pintura! Por fin la pintura vuelve a ver la luz de los espacios de arte financiados por el Estado. Esta es una muy buena noticia para el arte, para los pintores y para todos aquellos que saben del potencial metafórico de la pintura: la poesía silente. Así Mejía no haya logrado pensar la metáfora que ronda su cabeza durante el último año, el ejercicio tiene sus méritos. Así sus pinturas no sean  capaces de abrir la sensibilidad del Museo de Arte Moderno de Bogotá a  experiencias de sentido reales, su propuesta está a la altura de sus compañeros y compañeras que lo acompañan en esta versión del Premio.

 

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