Por: Jorge Peñuela
Fecha: abril 11, 2011
Chócolo – Trapos al sol
Cuando oímos con tono categórico, ¡Libertad! ¡Democracia!, nunca nos molestamos por averiguar quién es quien nos prescribe la libertad y por qué lo hace, tampoco nos preocupa saber qué es lo que anima este espíritu libertario, qué oculta, calla o vela. En sus seminarios, los metafísicos universitarios, los más aventajados, escasamente alcanzan a preguntarse en silencio qué es la libertad, qué es la democracia. Esta condición contemporánea es esquivada por algunos artistas contemporáneos, para quienes Alain Badiou, ha escrito quince tesis: “la única máxima del arte contemporáneo es no ser imperial. Lo que, también, quiere decir que no debe ser democrático, si democrático significa: de acuerdo con la idea imperial de la libertad política” Ésta es la tesis novena. Ser contemporáneo es quebrar los ejes que estructuran el lenguaje visado por el Imperio: la Libertad y la Democracia de los esclavos al servicio de la libertad del capital.
La libertad que quiere el artista contemporáneo no es la ordenada por el Imperio. Luchar por la libertad que visa el imperio para recibir medallas morales en las grandes Bienales del Imperio, o para mantener la mesada por parte de los grandes coleccionistas de arte internacional, como sospechó recientemente Carlos Salazar, no es luchar por ninguna de las libertades con que hemos soñado, inútilmente, desde hace dos siglos; al contrario, es estar acomodado en un régimen que sabe gratificar a sus incondicionales, manteniéndolos en su star system. El artista contemporáneo no cree en la democracia ordenada por el Imperio, por eso, prefiere parecer no democrático, así corra el riesgo de ser señalado por el Leviatán Estético como siervo de alguna elite perversa.
Santiago Rueda, nuevo coordinador de la Sala de Exposiciones ASAB, ha realizado una de sus primeras curadurías en la Facultad de Artes de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Su propósito es presentar a la ciudadanía bogotana y en especial al público universitario, la producción de Chócolo, artista de la ironía y el sarcasmo, un artista que se mueve con espontaneidad en las arenas movedizas de un país que piensa poco, un país que ha sido educado para hacer pereza, sin mayor resistencia. Esta espontaneidad puede ser leída equívocamente como ingenuidad rasa, pero no hay tal. Rueda dispone en la Sala un conjunto de las caricaturas elaboradas por el artista y que han circulado por los medios masivos de comunicación colombianos, pero que, paradójicamente, conocen muy pocos; no está de más recordar que la pereza inhibe todo proceso cognoscitivo. Son pocos los que leen en la época del Imperio. Éste es el secreto mejor custodiado. Nuestra democracia se fundamenta en la ciudadanía de los brutos, ya no es el pintor el censurado por bruto. Como siempre, los académicos se interesan más por la apariencia de realidad. Lo real es la sociedad de los brutos y brutas. Mediante un montaje sencillo, sin mayores pretensiones historicistas o teóricas, Rueda logra que el trabajo del artista sobresalga de manera particular y capture el escepticismo político de una academia sorprendida con la irrupción del día a día en sus aulas. En efecto, Chócolo captura y sorprende principalmente a todos aquellos interesados con vehemencia en los proyectos artísticos más contemporáneos, en los más avanzados de la época, obsesionados por las grandes discusiones teóricas sobre el hacer pensar de los artistas. En especial, le ofrece a la juventud bogotana, tan tiesos, tan majos, tan serios, tan transcendentales, tan dispuestos a librar las guerras religiosas del capital, la oportunidad de liberarse de los controles mediáticos que ejerce el Imperio, les proporciona algunas abstracciones que les ayuda a hacer una claridad tenue sobre muchos acontecimientos tan sobreexpuestos, de manera premeditada en/por los medios masivos de comunicación, que pocos logran hacerse alguna idea mediamente clara sobre lo que con ellos encubre el capital. El arte proporciona la sombra necesaria para comprender lo que oculta la luz radiante que emiten las lentejuelas de nuestra época, nos ha dicho Agamben.
Así todas sus construcciones no expresen la misma perspicacia y contundencia mostrada en La Libertad Ordenada o en Al fondo a la Derecha, el dibujo de Chócolo es la sombra que nos permite comprender en algo la crueldad del capital, su egotismo. El que todas sus construcciones no logren causar en nuestro entendimiento los mismos chispazos, porque nos refuerzan muchas de nuestras creencias o atavismos, sólo muestra el difícil trabajo del artista que sigue pacientemente el día a día de las violencias cotidianas en nuestras ciudades, los excesos del poder y la maldición de la crueldad, la corrupción y la injusticia social con las que se nos ha logrado domesticar.
Rueda ha denominado a su curaduría La pasión de Chócolo, yo la he interpretado como Sacar los trapos al sol. Más coloquial, pero quizá más cercana al lenguaje de Chócolo. No sé si Rueda ha notado que su montaje evoca esa imagen de ropa tendida al sol, tan familiar para nuestra cultura urbana y campesina. Esto es precisamente lo que hace el artista, orear unos trapos que muchos ciudadanos y ciudadanas prestantes prefieren mantener olorosos en sus baúles herméticos y fuertemente custodiados por el periodismo político del Imperio. El montaje es tan ligero como el dibujo de Chócolo, que al ojo inexperto le puede parecer trivial, nos muestra lo arriesgado del pensar, nos sugiere que cuando nos atrevemos a pensar debemos estar prestos a recoger nuestros pensamientos, porque en cualquier momento el capital los puede capturar. El capital es quien judicializa las violencias cotidianas en la época contemporánea, o lo que es lo mismo, los medios masivos de comunicación.
El trazo de Chócolo logra ubicarse en un entre, lo grotesco fluye espontáneamente hacia lo ligero y lo trivial hacia lo perspicaz, sin agredir, por eso el entendimiento no le ofrece resistencia, al contrario, se le entrega y por ello mismo logra deleitarse con las relaciones más inesperadas que le son sugeridas, precisamente aquellas que más le satisfacen. El diálogo entre el artista y el espectador es fructífero, porque muchas de las ideas del primero son ampliamente compartidas por sus lectores, él les proporciona una apariencia sensible, como plantean las estéticas clásicas.
Mientras algunos artistas contemporáneos defensores de oficio de la libertad de las instituciones al servicio del Imperio, de las Grandes Bienales, desesperan por ganarse medallas morales para mantener sus privilegios en las Bienales del Imperio y la mesada de los Coleccionistas de Arte Internacional, Chócolo nos muestra, concordando con Badiou, que es necesario escapar de la libertad que hace esclavos, de la libertad que hace del arte un espectáculo para el populacho estético: el incondicional de la libertad del imperio. El lenguaje de Chócolo rechaza, quizá sin saberlo, el himeneo de algunos artistas contemporáneos con el capital. La academia debe mirar y reconocer más este campo del pensamiento cotidiano, que por tal pasa desapercibido para los pocos y pocas que aún leen y para los muchos que no ven. En esta medida la curaduría de Santiago Rueda es oportuna.
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La exposición puede apreciarse en la Facultad de Artes-Asab de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, carrera 13 No. 14-69, a partir del 13 de Abril.
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