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Falto de palabra : Colectivo Maski, no pero sí. Luis Camnitzer: sí pero no…

En NC-arte, Claudia Segura pone en escena una idea en la cual se relacionan no solo dos generaciones de artistas. Principalmente, se muestran dos maneras de pensar y escribir con imágenes-signo.   Ambas escrituras abrevan en la misma ontología estética: las vanguardias del siglo XX. Por un lado, Camnitzer aborda los juegos del lenguaje que introducen las primeras vanguardias; por el otro, Maski elabora los problemas del espacio explorados por el Minimalismo. Por varias razones, la propuesta en conjunto es arriesgada para todos los artistas involucrados. Cuando el artista asume riesgos muestra el coraje que requiere todo pensamiento libre. El riesgo es la opción que tienen los jóvenes para decir aquello que en otras condiciones sería imposible articular. Sin embargo, los visitantes a una exposición muchas veces no cuentan con las herramientas culturales para percibir con propiedad los riesgos que el artista asume. La formación de esta percepción desapareció con la crítica.

Camnitzer muestra en Bogotá una propuesta que perpetúa la inquietud del pensamiento anglosajón por el lenguaje a partir de los años sesenta del siglo XX. Hoy sabemos un poco más a este respecto. El lenguaje produce formas de existir, de relacionarse. Ninguna obra es capaz de sostenerse por sí misma, requiere un visitante que sepa leer y sentir en su cuerpo la escritura que le sale al encuentro. La lectura se realiza en un lecho espacial que a su vez es otro tipo de escritura.

La trayectoria profesional de Camnitzer es un insumo importante para comprender su última propuesta, pero no es suficiente cuando se trata de llegar y tocar visitantes que han sentido diversamente su ciudad. Más importante que leer y nombrar, en el arte de hoy lo primero es sentir el espacio en el cual se inscribirán o reinscribirán los signos de una existencia cada vez más nuda.  A pesar de la maestría que se le reconoce a Camnitzer, el primer riesgo que un artista de trayectoria asume es la crítica. Como cualquier crítico puede sospechar, Camnitzer no es sólo una marca sostenida por el mercado y la propaganda. Es joven y no teme serlo. Es arriesgado. Así lo muestra en sus intervenciones discursivas en espacios universitarios, críticos por definición.  Asimismo, en NC-Arte.

Camnitzer acepta dialogar con artistas jóvenes tan coherentes políticamente como él mismo, como lo es el colectivo Maski ( Juan David Laserna acaba de ser distinguido con el Premio Luís Caballero). Debe hacer frente a un espacio cuyas condiciones de existencia están muy lejos de ser la universalidad que preconiza el arte moderno, estética en la cual siguen enraizando sus imágenes-signo. Las condiciones de existencia de NC-arte son otras, así las leyes del mercado jueguen allí su juego mortal. La condiciones culturales no se pueden evadir. Camnitzer afronta el reto de aterrizar una escritura abstracta dentro de una percepción espacial socialmente muy problemática. Los problemas de Colombia no son ajenos a NC-arte, así muchos artistas se las arreglen para esquivarlos o para estetizarlos a la medida de las exigencias del mercado. Por lo general, los buenos artistas no claudican ni sucumben ante sus condiciones culturales, pero sí las evidencian.

A pesar del refinamiento de la idea explorada, la instalación de Camnitzer no toca la sensibilidad de una ciudad acicateada con todo tipo de fobias aristocráticas e intereses populares. A pesar de que los visitantes responden la invitación del artista, el juego de desnombrar y volver a nombrar propuesto, no logra transgredir el horizonte teórico dentro del cual se han forjado sus imágenes-signo a lo largo de su vida profesisonal. A estas alturas de la exploración espacial contemporánea, Camnitzer luce ingenuo, lo cual es muy bueno para todo artista. La ingenuidad es la zona de ignorancia en la cual germina la verdad del arte, tópico del cual habló en la Lección Inaugural de la Maestría de Estudios Artísticos de la Universidad Distrital. Según Camnitzer, en esta zona de ignorancia acontece lo poético, la verdad del arte. No hay arte sin poesía.

Las reflexiones visuales de Camnitzer acerca del lenguaje siguen siendo modernas, es decir, problematizan en abstracto  la relación del lenguaje con la realidad. Desindentificar los objetos para luego reidentificarlos no resuelve nuestras luchas con las palabras, con sus regímenes, con sus escribientes, con sus ferias y censuras.  A pesar de que su propuesta introduce al visitante dentro del juego que implementa, los cuerpos no constituyen el foco de su atención, no logran enlazarse con el dispositivo propuesto, no pueden hacer parte de la obra. El interés del artista es la lógica del juego, es decir, el juego por sí mismo. El visitante no tiene ninguna experiencia real porque el espacio no logra alcanzar ni fertilizar ningún cuerpo. Camnitzer no se percata de que está sometido por una pulsión conceptual, la cual le demanda una y otra vez la puesta en escena de un discurso cerrado sobre sí mismo, sobre el trauma del artista que lo lleva a crear el conceptualismo latinoamericano radicado en Nueva York. Mucha crítica decolonial evidencia este síndrome.

Maski (Camilo Ordoñez, Juan Davdid Laserna, Jairo Suarez), también se arriesga. Con este diálogo conceptual, espacial, formal y perceptual, los ejercicios previos del colectivo quedan comprometidos con un formalismo y unas lógicas de circulación estética muy cuestionadas hoy en día, así los artistas no tengan más espacios, o precisamente debido a esta carencia. En Colombia, artistas y agentes culturales critican persistentemente las políticas de NC-arte, su compromiso con el economicismo neoliberal que se chupa la imaginación de los artistas contemporáneos. Por supuesto, NC-Arte no está solo. El Estado colombiano lo acompaña. Sin duda alguna, estas críticas y relaciones afectan la percepción de quienes vistan sus espacios. Este es el riesgo de Maski: parecer crítico de Salón.

Maski aborda el problema que plantea Segura no tanto desde la lógica del lenguaje como desde las especificidad de los signos. El lenguaje es a la Modernidad lo que el signo es a la Contemporaneidad. Su instalación devela una opresión larvada: los sujetos que entran en relación con la arquitectura interna de los buses de Transmilenio, quedan atravesados, empalados por sus signos, sus esperanzas son silenciadas. Los artistas piensan un dispositivo en donde se evidencia la manera como los signos marcan los cuerpos, los disciplinan y los normativizan.

Maski se apropia de un signo de opresión como lo es aquel con el cual se diseña la estructura interna de la flotilla roja de la ciudad. Se trata de los pasamanos con sus respectivos amarres, una metáfora del inconsciente social: todos se transportan soportando algún amarre. Los amarres terminan por producir placer haciendo imposible la insurgencia ciudadana. Los artistas liberan el signo de su carga opresiva y lo usan para escribir algo que solo se puede leer si se comprende la serie de planos de edificios expuestos en los alrededores de la instalación. Se trata de un grupo de edificios que evidencian fallas estructurales. Maski quiere contaminar la instalación con los signos de los planos. La metáfora es contundente: la ciudad de Bogotá tiene fallas estructurales. Es una ciudad fallida. Como se espera de los edificios documentados por el Colectivo, Bogotá en cualquier momento se va a derrumbar. Sin embargo, al visitante no le queda fácil comprender la intensidad que se expresa en la metáfora. Su sentido existencial y real pasa por desapercibido. A pesar de este quiebre del sentido, los visitantes hacen de esta tubería amarilla un lugar de juego libre. No se trata de otro espacio relacional. En el juego el hombre y la mujer se desrelacionan por medio de una regla que acuerdan:  así son libres como niños y niñas. La respuesta de los visitantes a la instalación muestra que son los niños quienes nos enseñan a mirar de manera desprejuiciada una propuesta artística sencilla en su construcción, pero compleja para su intelección.

Falto de palabra se despliega en dos instalaciones que pese a la propuesta conceptual tienen poco en común, imprevisto que favorece a los dos colectivos. A manera de una cascada, un telón de Maski impreso con significantes relaciona los dos espacios. En principio, se pensó que los audios de Camnitzer irrumpieran en la instalación de Maski. A última hora se rompió este enlace. Sin duda alguna, la idea de filtrar las voces de los ciudadanos que captura Camnitzer dentro del dispositivo de Maski, hubiera relacionado los dos espacios de manera más intensa. Al romperse el enlace, se potencia la instalación de Maski, pues sus signos quedan liberados de la estética conceptual en la cual las ideas de Camnitzer se apalancan. Maki cuestiona el lenguaje desde los cuerpos que habitan sitios específicos, dentro de problemas reales, esos que afectan la existencia de mujeres y hombres.  Camnitzer aún no logra salir de sí, del círculo mágico de la lógica del Círculo de Viena.

 

 

 

 

Fotografías: cortesía del artista y fotógrafo Ricardo Muñoz Martinez

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