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Una identidad champetuda como diferencia para Bogotá

Ya no hay necesidad de hacer balances artísticos de fin de año. En la actualidad, los contadores de las empresas de espectáculos de bellotas proporcionan esta crítica económica. Para la sociedad neoliberal, es suficiente el acomodamiento  de las cifras de pérdidas y ganancias realizado por sus contadores. Esto es lo real. Lo demás es palabrería. En la época del mercado global, los indicadores críticos más importantes del campo del arte contemporáneo los suministran los contadores institucionales,  o de oficio, es decir, los curadores de Ferias de Arte como aquellos importados para la BIACI o el 43Salón (inter) nacional de artistas. Especializados en estos espacios repletos de boutiques, son ellos quienes ilustran la consigna de los mercados de bienes suntuarios: nunca antes el arte fue tan boyante como ahora. ¡Nunca tuvo tanto ímpetu! ¡Y todo gracias a las Ferias de Artes y a sus Agentes, los $Curadores! Pocos y pocas son quienes señalan que la bonanza del arte colombiano es un indicador acerca del nivel de desigualdad que padecen las grandes minorías artísticas, políticas, raciales, sexuales y sociales. Entre esas pocas están Las Meninas emputás.

Quienes hablan acerca del ímpetu del arte colombiano manipulan y tergiversan un aspecto nuclear. En primer lugar, esconden el conflicto silenciado por las Ferias de Arte. En segundo lugar, se equivocan acerca del sujeto de estas historias emergentes del conflicto. El sujeto mútiple y diverso de esta historia no son los curadores como sueñan los señores y las señoras del mercado: son los y las artistas colombianas agarradas a los márgenes de las instituciones, ya sea férreamente burocratizadas o violentamente feudalizadas. Dentro de este sujeto múltiple y diverso de las historias emergentes del arte colombiano, sin duda están Las Meninas emputás: Muriel Angulo, Helena Franco y Alexa Cuesta. Como ellas, en Colombia existen muchos colectivos cuyas actividades son invisibilizadas por los discursos institucionales acerca del mercado global del arte, el cual está afincado en sus principales metrópolis. Las Meninas emputás acusan a Bogotá de ser la entelequia responsable del despojo cultural que padece el arte colombiano, en especial aquel arte que emerge en la región Caribe. Tienen razón, pero, para evitar otra equivocación nuclear adicional a las muchas que tergiversan la experiencia del arte colombiano, es perentorio hacer algunas  aclaraciones.

Comparto algunos puntos de vista con Las Meninas emputás. En primer lugar, su denuncia valiente y persistente de los dispositivos mercantiles y curatoriales. Su clamor vehemente es oportuno y abre espacios de comprensión alternos al mercado. Bogotá también padece estos dispositivos, y con seguridad otras ciudades. Sin embargo, en el Distrito Capital se implementa otra estrategia para enfrentarse al poder institucional: ¡la hipocresía palaciega y servil! En segundo lugar, coincido en la importancia que le dan a la acción en este país de estetas leguleyos. La manera como Las emputás instalan otro tipo de prácticas espaciadas reta la ideología apoyada o implementada por el Ministerio de Cultura. Se trata de prácticas ajenas a la cacareada ideología de los Espacios Independientes, es decir, aquella consigna neoliberal, según la cual el artista es empresario de sí mismo y que en esta medida se autoconstituye como el adelantado privilegiado del capitalismo financiero. En tercer lugar, destaco su decisión de propiciar la creación de  una fabla fabuladora, un habla fluida para las artes, más coloquial, menos erudita, menos pretensiosa. En general, una habla alterna al discurso institucional. En la entrevista emputá con Rafael Escallón, este artista muestra una Colombia más vital, pensándose a sí misma como diferencia en acto, actuada, en acción, configurándose a cada paso.

 

 

Existen dos puntos que no comparto con las Las Meninas emputás. En primer lugar, para que su discurso sea coherente consigo mismas deben hacer un acto de exorcismo para sacar el diablo que se les metió adentro, sin percatarse de ello ni tomar conciencia de esta contradicción performativa: tomar el discurso colonial de Las Meninas para hacer una crítica decolonial. Nada menos que a nombre de estas niñas aristocráticas del siglo XVII, las artistas emputás hablan de emancipación.

En segundo lugar, con insistencia, las artistas emputás, argumentan que un curador externo a la Región Caribe está incapacitado para acceder a la verdad esencial de la región. Pregunta Helena Franco: “¿con qué autoridad un artista de otra región viene a decirnos quiénes somos?” La pregunta de carácter ontológico postula que alguien está en posesión del saber de ese ser que habita la región Caribe, así muchos especialistas tengan claro que ser es aquello que está en los bordes de los signos que lo reclaman. Sin duda alguna, este enfoque cuantifica la experiencia, la reduce al número de días que puedo permanecer en un lugar, al número de artículos que puedo escribir acerca de él, o al número de libros que se leen acerca de su historia oficial. El enfoque es ideológico, pues, considera que en cada región subyace un origen inmaculado, eterno e infinito, al cual sólo pueden acceder ciertas mentes artísticas con nombre propio: el marginado artístico, político, racial, sexual o social.

Acostumbrados como estamos en Bogotá a cohabitar con múltiples maneras de apreciar la realidad circundante, este enfoque discursivo desconoce la versatilidad cultural de la época actual, una época en la cual a cada paso encontramos cuerpos de diferencias que nos salen al encuentro reconfigurando nuestra experiencia, percepción, comprensión e intelección de este instante en que quedamos despojados de mundo, en este instante en que todos  y todas quisimos retar los peligros que acontecen cuando se piensan espacios de igualdad para todos y todas. La experiencia culturalmente diversa que tenemos de Bogotá refuta el horizonte discursivo de Las Meninas emputás. No existe una mirada privilegiada para captar una realidad específica en la mismidad de su esencialidad infinita. Las emputás, lo saben muy bien. No se trata de un conjunto de Nereidas pintadas en un lienzo de Ana Mercedes Hoyos. Son mujeres de mundo, leídas y muy perspicaces. Han viajado y vivido en el extrajero o exponen su producción artística en el Distrito Capital.

En Bogotá, son muchos y muchas las que han venido y han hecho grandes aportes a la experiencia que tenemos de esta ciudad violentamente bella. Bogotá es tan diversamente bella que se vuelve insoportable.  Como aconsejan las élites, es más fácil vivir la ciudad de manera limitada, como rescoldo de una rancia tradición, el cual es resguardado por unos atavismos feudales. El asunto es que muchos y muchas no queremos la tranquilidad que se ofrece en ese rescoldo bogotano. Esa esencia caribeña que postulan Las emputás. Ojalá  estas mujeres aguerridas tuvieran el coraje de proponerle al Distrito Capital una curaduría campetuda, una curaduría auténticamente política. A nivel del Ministerio de Cultura es imposible, pues, allí los feudos son más reaccionarios. Por supuesto, hay que presentar la propuesta ya, ¡antes de que culmine la presente administración!

 

 

 

 

 

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