Por: Jorge Peñuela
Fecha: agosto 18, 2013
¡Bienvenidos a la Fundación Salón (Inter) Nacional de Artistas!
Rememorando las querellas de las elites colombianas por el control del Salón Nacional de Artistas durante los años setenta del siglo XX, con Juan Calzadilla se puede decir que los colombianos somos espectadores impotentes de un funeral. Solo somos un conjunto agregado de regiones incapaces de reconocer sus diferencias y de potenciarlas en una realidad múltiple e inclusiva. El fracaso del diálogo entre artistas, críticos, gestores y administradores, obliga al Estado a realizar dos acciones radicales que favorecen en particular la globalización de algunos artistas. Por una parte, radicaliza las diferencias generacionales de tal manera que se constituyen guetos que manifiestan verdades instrumentales irreconciliables.Por otra parte, el Estado busca un consuelo metafísico en una versión inter del antiguo Salón Nacional de artistas colombianos. Considera necesario ponerse a tono con los régimenes globalizadores de las diferencias creativas. Es perentorio acogerse a las coordenadas establecidas por la globalización de los mercados artísticos, aunque esta sumisión signifique la claudicación de la imaginación libre en el campo del arte colombiano. En la versión inter del 43SNA operan unas coordenadas misteriosas, por lo tanto invisibles tanto para los profanos como para quienes comprenden el arte como promesa de emancipación. Lo cierto es que que estas “coordenadas” determinan la participación de los artistas. “Quienes se ajustan a esas coordenadas son bienvenidos, quienes no, salen”, afirma categóricamente Jaime Cerón en Diálogos Críticos, un espacio académico programado por la Universidad de los Andes y coordinado por Jaime Iregui. Se está ad portas de una teoestética comercial. Los teocuradores al servicio del mercado de bienes inanes y suntuarios, son los custodios de las lógicas globales que determinan la actualidad. A partir del Proyecto Pentágono, tienen la responsabilidad de acabar con el populismo nacionalista, según el cual, cualquier artista puede participar en los certámenes artísticos que el Estado comisiona a sus gestores comerciales más fieles.
Esta política oprobiosa del arte contemporáneo implementada por el Estado, determina no sólo la versión inter del Salón Nacional. Por supuesto, también opera en los Salones regentados por jurados de los Salones que antecedieron al régimen neoliberal de las curadurías. Sin embargo, el balance entre uno y otro régimen realizado por Cerón durante su charla en La Universidad de Los Andes, deja en aprietos a los gestores contemporáneos. Debido a una filosofía ideológica de la historia (el presente prescinde del pasado para poder progresar), mientras los gestores contemporáneos muestran avances innegables en la parte administrativa que favorecen la hoja de vida de algunos elegidos, los artistas modernos muestran un conjunto de obras sugestivas con las cuales se modela una realidad de la cual aún se habla profusamente. Exultantes, los gestores contemporáneos muestran algunos de los indicadores más sobresalientes. En primer lugar, muestran estadísticas de asistencia a los últimos Salones Nacionales, se los juzga con base en este criterio, como si fueran películas de Holywood. En segundo lugar, muestra su impacto en la Gran Prensa. En tercer lugar, se ufanan del diseño de sus catálogos. Las ideas son asunto de un pasado mítico e inútil. En la contemporaneidad, son muchos los casos en los cuales el lustre de la vitrina y la propaganda oficial y comercial, desplazan la potencia de la imaginación productora de ideas emancipadoras. Cerón no reconoce que las “coordenadas” contemporáneas no sólo jerarquizan y oprobian a los artistas colombianos. No aprecia que con el Paradigma que se rediseña el Salón Nacional de artistas a partid de 2000, se refina y se completa el régimen de exclusión que opera eficazmente en aquello que ideológicamente él llama Salones “míticos”. A pesar de que Cerón es historiador, para él, estos Salones no existen, son un pasado irrelevante. Apoyado en el sofisma de la “investigación”, el régimen teocuratorial justifica por qué hay artistas buenos y artistas malos: artistas abiertos a los fuegos artificiales del mercado y artistas “nostálgicos” por el tiempo perdido en la búsqueda de la identidad entre múltiples diferencias. Para Cerón, el régimen moderno es “mítico”, mientras que el régimen contemporáneo es proactivo e “investigativo”. La investigación teocuratorial tiene vocación relacionista, así en Colombia no se haya escrito una línea acerca de la ontología de la relación. Sin preguntas inoportunas, propicia encuentros, crea relatos, dota de sentido neoliberal a un conjunto de obras artísticas reunidas para satisfacer las demandas del mercado. En su opinión, los Salones “míticos” crearon sinsentidos. No le dejaron nada al espectador. Cerón olvida que sólo mediante los sinsentidos se puede salir a la conquista de un sentido real. El problema no es el sinsentido. El problema es la incapacidad de establecer un relación crítica con él, que no implique su exterminio sino su reformulación.
Cerón reitera una y otra vez que los Salones míticos fueron una gran aglomeración de obras. Tal y como sentenció con soberbia Marta Traba, de estos Salones no hay nada que conservar. Al contrario, mediante la creación de diálogos, el teocurador consensúa las incoherencias que explotan cuando los artistas se reunen, cuando se relacionan mediante un dispositivo expositivo. Atendiendo al espectador que se quiere modelar, un buen Salón se ubica en las medianías de la significación capturada por el mercado. Nada de posturas radicales. El trabajo de los teocuradores consiste en llegar a acuerdos, en consensuar estas medianías. El criterio es no molestar al patrón. Más ideológico, no puede ser la postura de Jaime Cerón. Como supuestamente el 43SNA no es de curadores, la versión inter del Salón Nacional será una de las más incoherentes. Sin embargo, las declaraciones recientes de Mariángela Méndez a Universe.org, desmienten la idea de Cerón, según la cual este Salón es de artistas y no de curadores. El peso del curador se siente con toda su contundencia en todo el proceso de creación e instalación. No es la primera vez que el Estado promulga una cosa y los administradores hacen otra.
Cerón se centra principalmente, en los cuatro últimos Salones. Los compara y muestra el mejor de ellos, ¡URGENTE!, el Salón de Cali, en donde Cerón fue promotor central de la megalomanía global que amenaza al actual Salón Nacional. Muestra por qué el Salón 40 realizado en Bogotá fracasó, afirma que lo vieron muy pocos, a diferencia del Salón de Cali, el cual movilizó una asistencia record y agotó todas las localidades. Hace críticas diversas al Salón 42 y finalmente se desborda en elogios al trabajo de los teocuradores del Salón 43. Destaca su profesionalismo y su desprendimiento de cualquier interés que no sea su propósito de hacer una exposición con buenas obras. Cerón no es un artista ingenuo. Es un político sagaz, correcto y amable con todo el mundo. Él sabe que a espaldas de la galería el asunto es diferente.
Respecto a la libertad creativa y narrativa de los curadores, Cerón refrenda una consigna neoliberal: laissez faire, laissez passer. El Estado no contraría el espíritu de la época, no interfiere en el mercado de las artes. Éste tiene sus propias lógicas; la intervención del Estado en los negocios de los particulares que se dan cita en la versión inter del Salón Nacional, viola el principio fundamental de los mercados: la libertad de competencia y de empresa de los particulares. Con esta política de Estado, los teocuradores tienen plenos poderes de autoelegirse y determinar quiénes son los artistas que plantean mejor las preguntas que ilustran las bondades de la “poshistoria” global. Es sintomático, cómo los curadores regionales confeccionan una terna y se la envían a la “directora artística” de Saber Desconocer, subtítulo de este ejercicio administrativo. Ella, directora del consejo de teocuradores, elige de esa terna a Javier Mejía. A propósito, en el campo de las artes plásticas, ¿en qué consiste una dirección artística? ¿Mediante esta figura se revive el superpoderoso director de montaje del cual tanto habló el maestro Cerón? En analogía con el cine, ¿el director artístico es el asistente de la mano invisible del director general? ¿Quién es el director general del 43SNA? Suponemos que Mariana Garcés. Cabe aquí preguntar, con un perfil profesional tan modesto, ¿por qué se le entregan estos superpoderes a Mariángela Mendez? Sin duda alguna, se trata de su eficacia para excluir. El primer Salón Nacional diseñado por Jorge Eliécer Gaitán e inaugurado por Eduardo Santos el 12 de octubre de 1940, reúne en las Salas de la Biblioteca Nacional a 92 artistas colombianos, el próximo Salón (inter) nacional de Medellín selectiva, arbitrariamente invitó sólo a 64 artistas.
Durante su brillante exposición en Diálogos Críticos, Jaime Cerón muestra varias virtudes. En primer lugar, conoce el campo y muestra una potencia creadora sin igual. Al igual que el resto del Estado, su voluntad de ficción y autoengaño es inmensa. En segundo lugar, es un historiador liberal y pragmático, por lo tanto tiene claro que el sentido de la historia llegó a su fin. El arte emancipatorio es un pasado oprobioso, los mitos son una fantasía y el concepto de nación una vergüenza. Estos prejuicios son un obstáculo para crear narraciones curatoriales que le dejen algo al espectador y lo diviertan. En tercer lugar, es un gestor eficiente. Su cargo actual, es el reconocimiento del statu quo a su trabajo en el campo del arte. Nadie objeta su vuelo creativo ni la potencia de su gestión administrativa. Los fines perseguidos con su obsesión (inter)nacionalista son los que generan rechazo en el campo del arte colombiano.
Los problemas vienen de este lado y es necesario señalarlos, pues, en esto consiste el ejercicio crítico que, desde la Universidad de Los Andes, Jaime Iregui le propone al campo del arte. Por una parte, el Paradigma Cerón permite comprender y explicar por qué se estrangularon las políticas públicas dirigidas a fortalecer las artes plásticas y visuales con perspectiva nacional. A partir del Salón (inter) nacional, lo regional suplantará a lo nacional. Divide y vencerás. Por otra parte, Cerón no es consciente de la filosofía de la historia que le impone acríticamente a la actualidad plástica local (no se puede decir nacional). Hace caso omiso de la idea historiográfica según la cual, la experiencia del presente es imposible sin la presencia activa del pasado. La actualidad es el resultado del encuentro entre pasado y presente, se modela en el entre generado con esos chispazos, luego del cruce de sentido real y sinsentido. Según el Paradigma Cerón, un Salón sólo puede hacer sentido, si los teocuradores diseñan, ficcionan un diálogo, así sea incoherente para los espectadores y requiera contratar interpretes especializados para socializarlos. Sin embargo, aquello que se evidencia consiste en que muchas propuestas artísticas contemporáneas no encienden nada porque prescinden del pasado. Juan Fernando Cárdenas afirma que el tedio está acabando con el arte colombiano. El espectador no encuentra ninguna manera de activar un gesto artístico, por más sofisticado que este sea. Los artistas y los curadores olvidan que las obras del pasado en contacto con los gestos artísticos del presente, detonan el acontecimiento del sentido que con estrépito huye de las pretensiones discursivas, disciplinantes de los ávidos teocuradores contemporáneos.
Este primer Salón Poshistórico explícitamente repudia el pasado, porque su inspiración la encuentra en los juegos artificiales del mercado. Le apuesta a los jóvenes, lo cual es aquello que debe hacer un Estado razonable. No obstante, sin la presencia equitativa de otras generaciones en las puestas en escena realizadas por los jóvenes, sus gestos caen en tierra yerma y son presa fácil para los artificios del mercado y la propaganda oficial. La acriticidad histórica de Cerón es comprensible. Como gestor responsable de una política de Estado, le corresponde ser pragmático y no escuchar las voces múltiples que nos alertan, que nos dicen que su paradigma se resquebraja y amenaza venirse abajo, y con él, el carrusel de curadurías, premios, residencias y becas del Ministerio de la Cultura de la (in)cultura. Ciertamente, en este momento no puede dar un solo paso atrás, pues, toda esta tramoya de la globalización estética de Colombia, entraría en crisis en un momento inoportuno. El maestro Cerón no percibe que aquello que hace metástasis no es la nostalgia por el mito o la nación, sino la ceguera histórica del modelo investigativo de las curadurías que él mismo diseñó. No acepta revisar su paradigma; como el mercado, su punto de vista se convirtió en dogma, en religión de Estado. Sin embargo, los artistas tendrán la última palabra. Actualmente, son muchos los artistas que tienen el coraje de alzar sus voces. Nadín Ospina se destaca entre todos ellos. Desde las redes sociales, o grupos en facebook como Crítica Pública, otros artistas aún siguen debatiendo ampliamente los desaciertos de las políticas artísticas del Estado colombiano.
En la versión inter del Salón Nacional, el Estado incurre en varios errores. En primer lugar, falla cuando otorga poderes plenipotenciarios a los teocuradores. En segundo lugar, falla por no exigirles un marco ético mínimo y velar celosamente porque se cumpla. Los artistas pueden violentar creativamente la ética común. Los administradores y representantes del Estado no. Los teocuradores no representan a los artistas, son voceros de los dogmas de la globalización mercantil. En tercer lugar, el Estado falla en la difusión de sus pregones. Cumple con publicarlos en su portal de internet y eso es todo. Mediante este ardid impone sus políticas de exclusión. Sus comunicaciones con el campo del arte son un desastre. Hace convocatorias que no son respondidas. Cerón atribuye la responsabilidad comunicativa a los artistas. Son éstos los que deben buscar dónde publica el Estado sus pregones. No se pregunta si el medio de comunicación que usa es el adecuado, pues, sólo le interesa disminuir los costos de su gestión. En cuarto lugar, el Estado sabe en dónde están los artistas y quiénes producen conocimiento en este campo. Pero no los busca ni los consulta. Al contrario, los margina. La montaña no busca a Mahoma, pues, está cómoda en su juego con la mercancía cultural. Un concilio de teocuradores decide suprimir el Salón Nacional y el Estado cumple con gusto esta orden del mercado. El Estado no se toma el tiempo para contrastar esta propuesta con las sugerencias de la academia y de los artistas, a los cuales nunca tiene en cuenta. En quinto lugar, cegado por los tratados de libre comercio, el Estado toma decisiones a la ligera que modifican las reglas del arte que se produce en Colombia. En adelante, los juegos pirotécnicos de las grandes instalaciones tendrán la última palabra. Hasta hace seis días, la lista de quiénes entran al 43SNA estaba estratégicamente abierta, lo cual es un indicador de poca transparencia. Tan celoso con los cronogramas, ¿a quién esperaba el Estado? En el mejor de los casos, a veinte días de su apertura, los que lograron pasar a última hora, ¿pueden presentar algo digno al Salón Inter? En sexto lugar, no tiene ninguna presentación que el Estado no sepa qué criterios operaron para seleccionar los artistas internacionales, excepto el criterio modernista de “obra buena”. No hubo convocatoria. Hacer convocatorias es una práctica populista. Es mejor que los artistas sepan que sólo unos pocos serán llamados. El Estado confía en la creatividad de unos teocuradores que muchos ven con reservas o recelo, para decirlo con algo de elegancia. En séptimo lugar, el Estado se equivoca cuando usa políticamente una ingenua y fallida curaduría histórica como su antítesis discursiva. La discusión actual no es acerca de una Marca Registrada. El asunto es más fundamental. Se trata de hacer claridad acerca de las reglas que permiten excluir a un grupo significativo de artistas colombianos de los procesos históricos visibilizados en el Salón Nacional. La versión inter del Salón Nacional tiene sus méritos. Sin duda alguna, es importante tener una proyección internacional. Esta idea la respaldan muchos artistas. No obstante, aquello que causa escozor en la sensibilidad de la mayoría de artistas es el misterio, la cautela, el sigilo de la mano invisible que operó tras la selección local e internacional de los artistas invitados a la versión inter del Salón Nacional de artistas colombianos.
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