Melancolía: la mirada crítica de Manuel Zúñiga y el Ave Fénix. Apostillas de bienvenida al nuevo siglo XXII. 

Manuel Zúñiga conoce a cabalidad las tramoyas  conceptuales y los entresijos burocráticos desde donde  el Señor de las Moscas trama y dirige el arte contemporáneo  que  reprime la eclosión de la cultura popular. Su perspectiva  periférica es privilegiada para comprender cómo los centros de poder con los cuales  ha interactuando operan disciplinando la mirada y los cuerpos de las artistas más interesantes del siglo XXI.  Mirada, crítica y cuerpo configuran una misma realidad.  Cuerpo es todo aquello que tiene la potencia de mirar al infinito finito, críticamente. Lo primero es la mirada, esa crítica  incesante de sí, ese volver sobre el olvido de sí reprimido. El cuerpo infinito se mira en un dibujo crítico, en una escritura abierta y finita. El híperneoliberalismo te exonera de la mirada, te libera del cuerpo, erradica la crítica. La artista de hoy no tiene crítica. Ella es alfa y omega, principio y fin. 

Manuel Zúñiga  sobrevive en su escritura última, convoca  boca a boca una acción  que sea sensible a las marcas olvidadas en la mirada, abierta a los cuerpos olvidados y vejados, cooperativa  y solidaria en momentos en que de las prácticas culturales con efectos 

libertarios solo restan los recipientes de cenizas que circulan  ahorcajados en las Ferias de Arte burgués. La antinomia de la cultura callejera y popular es la cultura de la incultura burguesa.

Como el Ave Fénix, Zuñiga ausculta el corazón de la actualidad usando un vaso apachurrado por la mano invisible del híperneoliberalismo estético. Con los sonidos que resuenan en un cuerpo tembloroso que es todo mano,  dibuja  un nuevo amanecer alejado de la contaminación que las  mercancías híperneoliberales producen.  Su salida al siglo XXII que ya toca nuestras puertas  es importante en la medida en que, por una parte, nos permite de manera oportuna reconstruir  la cultura burguesa local,  y por otra parte, nos  hace real las culturas abiertas en los territorios, aquellas prácticas sociales de borde, las realidades insumisas, las racializadas o feminizadas, las maricas o mariconizadas, las ignoradas y aplastadas como vasos desechables. Una y otra vez.  Por uno y otro señor híperneoliberal.

Aunque durante la larga  y reciente conmoción  política y social  perdimos todos los criterios que nos permitían hablar de las artes híperneoliberalizadas,  algunas figuras y escrituras comienzan hoy a explorar  las bases de una poética amorosa y una patética social. Las artes de conmoción actualizaron lo innombrable: el amor olvidado en las múltiples represiones  sociales a las cuales las artistas se adaptaron.  Olvidar significa negar la mirada  infinitamente crítica que modela los cuerpos en pena, finitamente enamorados de la ausencia de sí: melancolía.

Los dibujos  corporeizados de la colectiva que apoya la locura crítica  de Zúñiga registran la mutación del siglo XXI e indican que estamos en un periodo de convalecencia global propicio para recuperar el amor a la singularidad del signo transformador y a la dimensión poética de las escrituras de los pueblos reprimidos y violentados en sus territorios. La locura atrapada en la imagen apachurrada es adecuada  para recuperar la verdad del amor silenciado que propicia el surgimiento de una sonrisa, sí,  un poco triste pero dispuesta a alegrarse infinitamente. Hay algo triste en toda propuesta artística. Esa tristeza es lo bello. ¿Lo bello? Sí lo bello, esa promesa de felicidad simpre incumplida. Algo falta en toda obra arte, lo bello ausente. El amor a lo bello ausente hace vivir esa ausencia infinitamente triste porque siempre nos falta: melancolía. 

Aunque durante la larga y reciente conmoción política y social  perdimos todos los criterios que nos permitían hablar de las artes híperneoliberalizadas,  algunas figuras y escrituras comienzan a sentar las bases de una poética amorosa y una patética social. Las artes de conmoción social actualizaron lo innombrable: el amor infinito en los múltiples olvidos sociales a los cuales las artistas se adaptaron.  Olvidar es una patética, significa negar la mirada a los cuerpos en pena, infinitamente enamorados. Nos estamos recuperando de todas las imposturas estéticas  y políticas económicas  que radicalizaron  a las élites comerciales y elitizaron la cultura a lo largo del siglo XXI, el corto siglo híperneoliberal que comenzó en la última década del siglo XX, poco después de la caída del Muro de Berlín.  Melancolía 

Luego de sedimentado el estallido social del siglo XXI, la pregunta de Zúñiga es oportuna. Pero, ¿qué y cómo interpela un artista el olvido de su tristeza primordial? ¿Por qué es urgente y pertinente volver a dibujar  lo no-dibujable? ¿Por qué es un gesto subversivo volver la mirada a la melancolía anacrónica? ¿Qué significa dibujar hoy la tristeza nuestra de cada día? ¿Acaso circunvalar merodeando  lo real que una y otra vez nos asedia reconfigurando nuestra tristeza común? Una vez más: ¿cómo pregunta un artista? ¿Recurriendo a algunos de los elementos desechables que nos asedian por todos lados? 

La pandemia le permitió a Zúñiga meditar su motivación plástica. Meditar significa cuidar la tristeza olvidada, el amor infinitamente reprimido. El artista crítico se percata de los olvidos fundamentales y del surgimiento de otro tipo de subjetividades culturales, políticas y sociales. Zuñiga aprovecha la oportunidad para ir tras los vasos desechados en que se convirtieron  las subjetividades del siglo XXI, y para leer en aquéllos lo que la fuerza del azar les dejó impreso. Melancolía. 

No son tiempos para seguir acomodados dentro del dispositivo de declaraciones  estéticas con el cual se expolia y fragmenta la tristeza de la memoria colombiana. La discursividad  árida a la cual la estética burguesa nos tiene habituados hoy es insostenible. Nos mantiene apergolladas, aplastadas, sujetadas. El estallido cultural  nos  despertó del  sueño dogmático del híperneoliberalismo y nos liberó de esta patética neocolonial. El estallido social del siglo XXI sacudió toda la cultura. La parafernalia  económica estatalizada se ha venido abajo con estrépito y ha aplastado muchas sensibilidades burocráticas que parasitaban en torno a ella. 

Luego de los recientes desastres sociales  y humanitarios de fin de siglo, no podemos seguir como si aquí no hubiera pasado nada. Por supuesto, el pueblo singular, el que sobrevive en territorios, es más grande que sus bienales y sus banales Ferias de Arte. Hoy la cultura colombiana está más viva que nunca, sobrevive en sus territorios; sus artistas abandonaron los dioses neoliberales y se fugaron lejos de ellos. Sin recursos pero viva, porque las artistas en territorios han aprendido a sobrevivir en medio de muchos desastres. Melancolía. 

Urge un llamado a reventar los discursos que aún sostienen la cultura burguesa, urge reinventar  los signos de la poética olvidada que configura la sensibilidad de las comunidades reprimidas y olvidadas. Esto es justo lo que los dibujos de Zúñiga nos invitan a hacer: dejar atrás la patética híperneoliberal y volver a mirarnos de cerca  a través de unos dibujos cooperativos,  a dibujarnos unas a otras de otra manera para mantener la lejanía justa, para inventar el amor que garantiza los diálogos con lo diferente. Se trata de un saber  descolonizado, es la recuperación del saber vivir libre que siempre está presto a responder con una poética comunitaria, social, pero sobretodo con una sonrisa intempestiva, sí, triste, pero sonrisa al fin y al cabo. Se trata de saber responder con el signo propio y reprimido a la dramática realidad que clama desde lejos por un dibujo fugaz y ligero, sin simulacros coloniales, sin ejercicios museísticos ni  con inútiles amaneramientos conceptuales. Las prácticas culturales en los territorios se liberan del cerco burocrático con el cual el Estado acordonó y encerró las poéticas últimas, las de las últimas sobrevivientes intempestivas. Melancolía. 

Debemos tener el coraje de denunciar una vez más la tecnología del arte hípercontemporáneo, híperneoliberal made in Colombia. Con esta tecnología dictatorial las élites académicas y sociales han usurpado la memoria viva que hace inteligible la tristeza olvidada en nuestras lenguas vivas. Vivimos la lengua. Mediante este dispositivo se nos ha quitado la voz propia para darnos la voz en la lengua feliz que nunca podremos hablar. El dispositivo “arte contemporáneo” nos despojó impunemente del derecho a tener una cultura viva, igualitaria, propia, diversa e incluyente. Somos el país más triste del planeta globalmente feliz. Melancolía. 

Debemos preguntarnos en qué medida el régimen del arte contemporáneo o híperneoliberal, es decir, de feria para el consumo insaciable de productos suntuarios, nos ha utilizado y aplastado  nuestra tristeza como vasos desechables. Debemos contrarrestar los discursos estéticos que artificiosamente nos han fragmentado para reforzar los imaginarios según los cuales somos menores de edad que requiren tutores  como el sacerdote, el médico,  el profesor o el exultante curador de arte, diciendo esto ultimo mirando de reojo a Kant. 

Maestro Zúñiga: por varias razones apostillo su propuesta de invención cooperativa  y solidaria con un vaso que se ha aplastado en cabeza de muchas, una y otra vez. En primer lugar, porque no percibo una curaduría sedienta de felicidad para satisfacer al Ego neoliberal, consumista, naranja, de nuestros días. Usted no es un buen hijo de la política de emprendimientos que el Estado colombiano le ha impuesto a sus artistas. Al contrario, creo que usted reivindica el trabajo material y social de las artistas que no buscan entrar en los rankings estéticos de la alegría híperneoliberal, diseñados para amenizar los Salones del Estado burgués. Su iniciativa no solo intenta producir otro tipo de comunidades.  Mediante este taller social del cual hablamos, usted también se propone comenzar la construcción de la imagen del nuevo siglo.  

En segundo lugar, apostilló  esta práctica social, que como toda práctica es cooperativa,  porque tiene la gracia, la belleza y la sencillez de toda dibujística, porque es fácil de entender en el aspecto perceptual  y figural, y lo mejor, porque es una convocatoria a participar, a pensar en común el amor que el pueblo porvenir clama. 

En tercer lugar, a lo lejos sigo sus pasos porque mantengo la esperanza de que alguien algún día cercano rompa el fetiche de la exposición de arte, del concierto erudito  y de la representación solipsista en que se solazó el siglo XXI. 

PS: 1) a propósito de la exposición  realizada  por Manuel Zúñiga, en la Galería La Escuela, en Barranquilla, un espacio de la Universidad del Atlántico, del viernes 3 de febrero , al viernes 3 de marzo de 2023. 

2)El discurso según el cual estamos transitando al siglo XXII, es de Paul B. Preciado.

Fotografias: cortesía Manuel Zúñiga

Gigantomaquia por la banana neoliberal

Bucaramanga: ya que estuvimos allí y andamos sus calles. Una desvelada poética, sorprendente e inquietante, en Diverso Hostal, un espacio cultural en Girón.  

Poético, sorprendente e inquietante es aquello que emerge como pregunta, es el comienzo de todo pensar, en especial en las artes. El qué es claro: ser. Pero, ¿cómo pregunta un artista?

1.-       El museo como máquina desrealizadora

En la actualidad, ¿en torno a qué ideas giran las conversaciones públicas de los artistas en Bucaramanga?  ¿ A qué tipo de experiencia llamamos arte en las grandes ciudades de Colombia?  ¿En el viejo mundo del arte moderno hay experiencia de lo público,  o solo nos exponemos al asalto de las reproducciones de estereotipos discursivos en donde reina la algarabía de los agitadores del mercado neoliberal y es imposible una experiencia de habla comúnmente compartida? ¿Con base en qué criterios poscovid-19 podemos cernir la maleza mercantil con la cual se han contagiado los discursos que regulan la recepción de las artes? ¿Es posible eludir el acecho económico   que agobia la libertad de invención de un o una artista?   ¿Tendremos el coraje  que se requiere para inventar criterios y escrituras  y dejar de escarbar en las canecas de la historia del arte contemporáneo, tal y como hacen los y las artistas en nuestras  grandes ciudades neoliberales? 

Recientemente, Walter Gómez con piedad recogió de la cesta de basura del arte contemporáneo el signo-banana de  Maurizio Cattelan y realizó  una intervención en el Museo de Arte Moderno de Bucaramanga; por supuesto, esto  sin notificarle previamente a los administradores del Museo. Se le increpó  sin comprender la pregunta del artista, sacándole el quite a la metáfora, esquivando la invitación a pensar e involucrando  indelicadamente, por decir lo menos, personas cercanas al artista pero ajenas a sus ideas. La institución Museo hoy es un no-lugar, no es un espacio para pensar algo común. Pensar es preguntar por lo no-común como forma de vida, sorprenderse, inquietarse con este tipo de comunidad. 

¿Por qué el revuelo ético y estético en esta bella, amable y pujante ciudad? Supuestamente porque  las obras exhibidas se ven afectadas por la metáfora de Walter Gómez. Pero al afirmar solo esto  se desconoce el radio de afectación que se abre cuando irrumpe una  metáfora dentro de un discurso dominante y hegemónico. Una intervención espacial es  una interpelación poética, consiste en un manifiesto que no requiere autorización  previa  por parte de las autoridades estéticas para que tenga  legitimidad crítica y política. Justamente es lo contrario. En arte consiste en  la convocaría a una asamblea, a una revisión de los estatutos de una institución. 

Gómez sacudió las columnas que sostienen la cúpula del arte de la región. La estrategia funcionó, dadas las condiciones rígidas que el espacio intervenido impone a todas las obras que allí muestran su piel. La pregunta  de Walter Gómez afecta a los estatutos del Museo de Arte Moderno en general. Las obras exhibidas deben poder sostenerse sin la ideología del museo. La metáfora del artista nos permite apreciar la totalidad del arte de Bucaramanga, que como en Bogotá y otras ciudades colombianas emerge extramuros, en las calles, en los parques o en cualquier equina de barrio. Llamamos territorio a estas calles, a estos parques, a estas esquinas.

Los críticos  de Gómez olvidan que los fogonazos que acompañan las metáforas y las metonimias  iluminan justo con un propósito: revisar los caminos que traza el lenguaje en un momento determinado. El acontecimiento de una metáfora es importante  para  cualquier  institución, en especial para la institución Museo de Arte Moderno;  le permite hacer un alto para elaborar e incorporar el malestar que la cultura acumula de manera permanente y manifiesta de cuando en vez. 

Al parecer los críticos institucionales de Gómez responden desde una temporalidad que se ha quedado sin espacialidad y sin pueblo, por lo tanto sin discurso, ergo sin realidad. Presumen  que los artistas de hoy siguen pensando sus signos bajo la luz de la ideología estética que instauró la Modernidad. Se equivocan, nuestra época no piensa, a penas sobrevive gracias al reciclamiento conceptual que las élites neoliberales le imponen a la percepción de mundo que emerge en todo territorio. Pensar o sobrevivir, he ahí la cuestión del artista contemporáneo. A través de su metáfora, Gómez evidencia esta penuria épocal. El arte contemporáneo se quedó sin realidad: ni piensa ni sobrevive.  Se piensa en territorio.

De estas afugias hablan hoy las y los artistas de Bucaramanga. De esto hablamos en la velada de  Diverso Hostal, el 23 de junio, con Henry Buitrago, Andrea Jaimes, Walter Gómez, Pedro Diverso y   Monsi. Gracias a todas y a todos por seguir en el debate a las instituciones que rigen férreamente a las artes. 

2.- El Manifiesto de Girón

La mutación neoliberal, la pandemia de Covid-19, la guerra en Ucrania y el estallido social en Colombia, acabaron de disolver los pocos consensos que le permitieron a la burocracia estética apropiarse de los artistas y de los discursos del arte con los cuales se les subyuga. 

Arte no es lo que hacen los artistas bajo el régimen del Museo de Arte Moderno aún vigente en Colombia a pesar de que hace 25 años los críticos de arte introdujeron un enfoque escritual al que llamaron “arte contemporáneo”. Arte es aroma de cuerpos en acción, por ello mismo espacio realizativo, poblado con múltiples libertades. Arte son aquellas flores que crecen en los pantanos del mercado neoliberal y las y los artistas olfatean en territorios. En las grandes metrópolis infestadas de artistas académicos no quedan ya aromas respirables. Humo mercantil es todo lo que resta en Museos y galerías de arte.

Aristóteles ayudó a comprender el futuro de las artes justo en el momento en que la política griega estaba mutando. Hoy sucede algo parecido con la política colombiana, pero hace falta alguien que nos ayude a comprender el futuro estético y escritual que ya se está cocinando en medio de los charcos de la memoria. ¿Sabemos quién es la chef de este futuro inmediato? Alguien que escribe relatos poscovid en pequeños pueblos y en medio de mútiples guerras. Ese alguien es una colectiva aquí, allá o acuyá. 

Algunas y algunos artistas de fino olfato ya sintieron el aroma que se desprende de la escritura acerca de este futuro, por eso son artistas, aunque, ya lo dijimos, no por el arte sino por el olfato. Estos artistas vuelven a re-ligarse, regresan a lo concreto que actúa en el  habla, como diría Martin Heidegger.  Para transformar la realidad, hablan del olvido de los mitos fundacionales. El habla de la poeta introduce una realidad, no reproduce la moneda de cambio que perdió su denominación.  Los artistas vuelven para hablar no de sus emprendimientos en sus ferias de arte particulares sino de algo localizado más allá de esta pulsión economicista que se inoculó en nuestros cuerpos. Estos artistas comienzan a modelar las palabras adecuadas para darle la bienvenida a este futuro artístico. El arte no es posible sin relato, dice Aristóteles. Y sigue teniendo razón. 

El gesto extemporáneo de Walter Alonso Gómez Céspedes detonó acciones para las cuales es importante modular un relato. Henry Buitrago se percató de esta oportunidad escritural y ha propiciado la reunión en donde se esparció el aroma del arte porvenir. El encuentro en Girón es importante no por Cattelán, ni mucho menos, sino porque un grupo de artistas se propuso hablar para hilar un relato capaz de sostener el arte que ya toca a nuestras puertas. Ya era hora.

Fotografias del Museo de Arte Moderno de Bucaramanga: cortesía de Walter Alonso Gómez Céspedes.