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Nadia Granados y Mario Opazo ganan el premio III Bienal de Artes Plásticas y Visuales

La bolsa del premio de la Bienal 2014 de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño fue dividida entre Nadia Granados y Mario Opazo. Ana Karina Moreno recibió una mención. También la merecía Bernardo Montoya, tanto que debió ser considerado para recibir uno de estos estímulos artísticos y económicos. Se trata de un ejercicio abierto, con sentido real del espacio, tal y como exige la sensibilidad contemporánea.  Montoya apostilla cada uno de los rincones de un  espacio disfrazado con las mil máscaras de la tradición. Sus ensambles constructivistas, expresivos, íntimos y precarios, salen al encuentro del espectador,  le miran e interrogan. Cada uno de ellos comenta la realidad en la cual está inmersa una cultura salvajemente detenida en el tiempo.

ensamble constructivista

ensamble constructivista dos

Respecto a los artistas destacados,  los dos premios son merecidos, aunque por razones diferentes. Sin duda alguna, Granados es la artista joven más prometedora del momento, así lo hemos manifestado en varias oportunidades. La fuerza exuberante y desbordante de sus ejercicios es inédita dentro del arte tradicionalista en el cual están inmersos buena parte de los y las artistas colombianas. Con el Diablo Adentro, Granados anuncia una primavera de sentido al arte colombiano. Su sinceridad obliga a pensar la crueldad sobre la cual se erige nuestra cultura, a estudiar los condicionamientos patriarcales que restringen el goce de las libertades creativas, expresivas y políticas que exigen hombre y mujeres en la contemporaneidad. Aquello que piensa en sus acciones sólo lo puede hacer ella. Ante la ausencia de palabras libres, Granados nos hace sentir nuestra época. Esta es su gran virtud, su autenticidad. Esta diferencia fluida y locuaz la destaca de manera notable entre los y las artistas más importantes  del momento.

nadia granados conectando

Con el Diablo Adentro (Cda),  Granados evoca la tradición feudal de ascendencia hispana en la cual el salirse de los parámetros éticos religiosos  se le denomina Tener el diablo adentro. A pesar de que esta metáfora nos invita a deconstruir nuestros principios morales de ficción,  el título dado al ejercicio no le hace justicia al enorme esfuerzo realizado por la artista durante esta acción extenuante, en la cual al tocarse todo es tocado y derribado. En verdad, Granados es una religiosa impenitente, pues, en cada una de sus acciones expone su piel con la crudeza a la cual nos tiene acostumbrados el régimen económico en boga. Cda no busca un puñado de dólares, pues, esta acción no es una mercancía. Granados crea su propia religión y ya tiene sus devotos en el campo del arte contemporáneo.  Un grupo significativo de hombres y mujeres siguió cada uno de sus gestos durante una hora: cuatro intensos y agotadores ejercicios de emancipación colectiva. La performance se estructuró en cuatro  repeticiones de 15 minutos en las cuales la artista alcanza una expresión no lograda en sus ejercicios anteriores. La virulencia de su cuerpo disuelto en gesto, abre las puertas del arte contemporáneo a un expresionismo no visto en Colombia desde la muerte de Lorenzo Jaramillo, un expresionismo para sentir en lo real no para contemplar como ficciones estéticas.Granados tiene el reto de sostener su propuesta performática, pues, no es una tarea fácil.

Por su parte, Mario Opazo recibe no sólo un reconocimiento a su trabajo permanente  durante muchos años. Su ejercicio es simultáneamente  mimético y abstracto, tradicionalista y moderno. Se enmarca dentro de una estética retro, minimalista, crítica con el formalismo  del sentimentalismo sin lograr salir de aquél. Aunque quiere decir mucho, en verdad alcanza a decir poco, a penas lo necesario. Diríamos que es “lo otro” del gesto impetuoso, pleno en sentidos  de Granados, lo otro de la razón minimalista que opera fieramente en el arte colombiano. Ahora, si no fuera por la sencillez modernista y la  asepsia conceptual de su Instalación, se podría pensar que es el premio a la vida y obra de un artista. Sin embargo, no se trata sólo de la hoja de vida de Opazo. La técnica expresiva elegida por el artista, sorprende a quienes conocen su manera de trabajar, en especial a quienes saben de su querella con la escultura tradicional. La estrategia ad hoc puesta en juego es sugestiva, pero no logra perturbar la solemne conformidad perpetua  que se respira en el espacio intervenido. Este respeto racional de lo dado e interpretado, es aquello que denomino “lo otro” del gesto perturbardor de Granados. Es poco habitual ver en las acciones de Opazo este tipo de apropiaciones espaciales. Quizá es que Granados nos lo hace ver de otra manera, mérito de ella. Pero el mérito es múltiple: Cda deconstruye el minimalismo del arte colombiano, presente hasta nuestros días. No sorprende entonces que Opazo haya llamado la atención del jurado. Opazo nos muestra  un presente nostálgico, incapaz de decir algo con sentido. Granados abre el presente hacia estados de ser no anunciados previamente en el arte colombiano. Este riesgo de salirse de sus propios medios expresivos, la decisión de Opazo  de intervenir desde dentro realmente el espacio que le fue asignado no aporta mucho al campo del arte. Este contraste entre los galardonados quizá fue determinante para que Opazo lograra la distinción recibida. Sin embargo, algo no funciona en la perfecta perfección del gesto minimalista  de Opazo: no toca. Con el tiempo, esta afeción suele atacar  la imaginación de los grandes maestros: les da miedo tocar.   En la Sala contigua,  la precariedad de los escombros de Bernardo Montoya tienen la virtud de tocar directamente al y a la espectadora, sin demasiadas imposturas conceptuales.  El principio es claro: en la poscontemporenidad, aquel que no toca pierde.

Carolina Ponce de León leyó el Acta de premiación, la acompañaban Natalia Gutiérrez, Víctor Manuel Rodríguez y la directora de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño.  Con acierto, el jurado legitima la Fundación como lugar de encuentro de los seguidores del arte contemporáneo. Ante la precariedad del arte no-comercial, ante la ausencia de espacios que den otra mirada a la realidad mercantil que padece el arte colombiano, su labor evidencia que este estímulo puede convertirse en un su principal referente y su indicador más importante. Así hubiera sido deseable que una de las jurados declarara algún tipo de impedimento ético por su extrema y preocupante cercanía a uno de los artistas premiados, esta versión de la Bienal de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño, oxigena no sólo sus dispositivos de exposición.  En esta oportunidad, sin la saturación de obras que compitieron despiadadamente por el espacio en las versiones anteriores, los artistas muestran  que este espacio debe ser considerado como una de las alas del Premio Luis Caballero. Principalmente, el jurado envía señales claras acerca de aquella idea que contundéntemente desde la academia se abre paso en las prácticas del arte colombiano actual: es necesario que en cada uno de sus ejercicios los espacios que interesan a los artistas se transmuten en lugares de encuentro reales  con la ciudad.

nadia moreno y jaime cern

En Colombia, los jurados no suelen decir mucho, quizá porque con frecuencia  tienen poco que decir. Sin embargo, en esta oportunidad, por su reconocida experiencia, el jurado pudo decir más de lo que dijo, pudo aportar mucho más. Dada su solvencia intelectual, pudo dar más herramientas para pensar la precariedad de la época. Sólo un poco antes, a pocas cuadras de la Fundación, en la Sede Temporal de la Galería Santa Fe, Nadia Moreno había hablado de la coyuntura en la cual están inmersas muchas de las prácticas  estimuladas por el Estado. El indicador de escritura creativa en artes, de estudios críticos acerca de los ejercicios artísticos, su ausencia, amenaza la permanencia de muchos de estos estímulos.  Sin escritura no hay realidad, por ello mismo, tampoco verdad. Sólo la verdad del arte puede rescatar esta época de las garras de los Buitres del Mercado. Como síntesis de su investigación doctoral, Moreno presenta  una coyuntura de crisis: la crisis del arte colombiano. Un arte sin verdad, huérfano de discursos que le den alas y autonomía creativa.

La Fundación Gilberto Alzate Avendaño queda bien posicionada con esta exposición. Cada vez se muestra más dispuesta a competir con otros espacios que reivindican las búsquedas contemporáneas de los artistas más descentrados del país, aquellos y aquellas que llevan El Diablo Adentro. Paradójicamente, el poco interés de los artistas en esta Bienal, posibilitó su éxito. Se presentaron sólo 26 artistas. Es mérito del jurado haber organizado una muestra a la usanza del antiguo premio Luis Caballero. Pero mejorado. Se seleccionaron ocho iniciativas impecables  que quedaron muy bien instaladas y dejaron muy en alto el nombre de los artistas. Tanto, que sin duda los veremos muy pronto en otros escenarios.

Es mérito de la Fundación, haber atraído sagazmente hasta sus Salas los gestos transgresores de Nadia Granados. Ojalá no se deje domesticar. Con su piel despedazada en cada una de sus acciones, se muestra algo diferente a lo habitual, a aquello que se permite decir,  ver y hacer en Colombia. Por otro lado, al lograrse que este tipo de ejercicios tenga el  reconocimiento que merece por parte de un Estado, el cual impunemente manifiesta sus sesgos estéticos en este tipo de estímulos, se indica a los jóvenes que cuando un gesto artístico se despliega con toda la sinceridad y el compromiso del caso, la sociedad y el Estado se ven obligados a reservarle un nicho  dentro del iconostasio de la historia, así lo hagan con desgana y parsimonia, así pataleen para sus adentros.

En la noche de premiación, Víctor Manuel Rodríguez y Santiago Rueda conocedores de las dinámicas del arte contemporáneo hablan del premio de la Bienal 2014, del Luis Caballero y en general de la coyuntura plástica de Colombia.

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