Historias emergentes

Arte conceptual Y/O político Colombia

La facultad de artes-ASAB de la Universidad Distrital, ha invitado a algunos historiadores jóvenes a hablar sobre sus investigaciones recientes, ellos son María Mercedes Herrera, Camilo Ordoñez, Ricardo Arcos,  María Sol Barón y Christian Padilla.

El tema que abordará Herrera parte de Espacios Ambientales: el discurso sobre el  origen del arte conceptual en Colombia del artista Álvaro  Barrios. Barón y Ordoñez abordarán la producción de Taller 4 Rojo, la elaboración del discurso  cliché de lo político o la política en el arte.

Asimismo, Padilla y Arcos participarán en el  panel respondiendo a la pregunta, ¿en qué medida podemos decir que quienes hicieron en Colombia arte político,  en verdad planteaban un arte conceptual? Lo contrario, también es plausible: el arte político no es reducible al arte conceptual.

En general, la idea central de este Encuentro girará en torno a  si el arte conceptual por su propia naturaleza es político, y si el arte, llamado político, es arte conceptual. Estas investigaciones las cruzaremos con la producción artística de los Salones Atenas, espacios de exposición de la vanguardia colombiana de los años setenta del siglo XX: ¿Fueron estos salones conceptuales o políticos? ¿O conceptuales en el sentido de que lo conceptual es político? ¿Mediante qué herramientas conceptuales podemos contar la historia de los Salones Atenas?

Eduardo Serrano, historiador y crítico de arte, creador y curador de los Salones Atenas, hará una presentación a este respecto.

El Encuentro será el día 1 de marzo a las 10 A.M., en el auditorio Samuel Bedoya de la ASAB.

 

 

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Angelus novus contemporáneo ¿Todo está consumado?

INTERPELACIONES CREATIVAS

La captura de las reliquias de la parroquia de Santa Bárbara, su enclaustramiento en el Museo de Arte Religioso de Bogotá, ¿contribuye al deterioro arquitectónico, ético, estético y social que viene padeciendo la parroquia Santa Bárbara? El despojo del cual fue víctima directa esta comunidad de fieles y devotos recientemente, ¿anticipó el deterioro económico y ambiental que padece este sector tradicional de Bogotá? Repatriar el ajuar litúrgico de la Santa, ¿reactivaría el interés cultural del Estado por aquello que queda en pie de  este antiguo sector? ¿Quién se lucra actualmente de este botín de guerra contra el patrimonio de la ciudad y en detrimento de lo que queda de la parroquia? Un apoyo moral y material de la ciudadanía bogotana a sus habitantes, ¿animaría a los vecinos de la parroquia Santa Bárbara a exigir la repatriación de su patrimonio expoliado?

EL DETERIORO  ÉTICO  Y ARQUITECTÓNICO DE UNA SANTA

Una pintura de Baltasar de Vargas Figueroa y una escultura de Pedro Laboria fueron exhibidas en el Museo de Arte del Banco de la República durante los meses de mayo y junio de 2010. En sus lienzos, los dos artistas  ilustran el martirio de Santa Bárbara para reiterar la fe que profesan  los habitantes bogotanos en la Divina Providencia, desde el siglo XVII en adelante. Durante varios siglos, el culto a Santa Bárbara en la parroquia epónima de Bogotá, dio prestancia económica y social al barrio que aún lleva su nombre. Envueltas en la potencia del  mito y en la esperanza que manifestaba  su Cofradía en un mundo más justo, las prácticas religiosas y sociales instauradas por la Santa lograron mantenerse vigentes y boyantes hasta el 9 de abril de 1948.

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Poco queda hoy de esta antigua espiritualidad, de su motivación y  de las riquezas artísticas que albergó la iglesia de Santa Bárbara en el pasado, la mayoría  saqueadas por las instituciones culturales, otras robadas por la delincuencia común. De estos “retratos” de época, algunas obras fueron pensadas por el imaginario de los Figueroa y de su émulo Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos, el denominado Rafael santafereño. Guillermo Hernández de Alba afirma que en la sacristía se guardaba “la joya pictórica” de la iglesia, una pintura de Santa Brígida atribuida por este historiador a El Greco. Hoy  sólo restan nichos vacíos en las tres naves  o, en el peor de los casos, ocupados por fantasmas y réplicas artesanales bastante toscas. Para los artistas plásticos, el lugar tiene importancia, o debería tenerlo, porque cerca del Altar Mayor  yace inhumado Gaspar de Figueroa y porque en una de las capillas de la iglesia se encontraba el mítico San Roque. Esta es una pintura que fue retocada por Vásquez de Arce y Ceballos guando era aprendiz, una acción virtuosa que despertó celos en el maestro y por la cual este pintor fue oprobiado y separado del taller de los Figueroa. En medio de la desesperación silenciosa en la cual pace el mundo contemporáneo, en medio de la soledad en que se encuentran muchos de los habitantes de esta parroquia, no pocos anhelan que el actual  presidente de Colombia consagre nuestro  país a San Roque, patrono de las pestes. Muchos de los antiguos residentes del sector piensan que no estamos mejor que los súbditos neogranadinos en los siglos XVII y XVIII, azotados por todo tipo de pestes y calamidades.

El entorno arquitectónico que circunda la iglesia no ha corrido con mejor suerte. Cuentan los vecinos que durante los disturbios del Nueve de Abril, un tanque del ejército impactó la torre de la iglesia para desalojar a los liberales que allí se parapetaban. Aunque la torre posteriormente derribada había sido agregada durante las celebraciones del primer Bicentenario de nuestra independencia,  su derrumbe después del Nueve de Abril  significó una pérdida para la feligresía de la ciudad. A partir del  siniestro político mencionado, muchas familias abandonaron sus casas y el barrio comenzó a perder su antiguo lustre como consecuencia de la invasión de estos predios por parte de los arrumes de desheredados que aún asedian la igualdad y la libertad de las familias nobles bogotanas. Los ciudadanos y ciudadanas que  aún habitan este sector de la localidad de La Candelaria, sólo esperan el día en que se les notificará el  desalojo definitivo para dar paso al Progreso del Capital.

LA ESTETIZACIÓN OFICIAL DEL PATRIMONIO ÉTICO

Las dos obras que pudimos apreciar en la exposición Habeas Corpus: que tengas [un] cuerpo [para exponer], hicieron parte  del conjunto artístico que mantuvo vigente las convicciones religiosas de la ciudad, antes de que fueran  estetizadas por el Museo de Arte Religioso del Banco de la República y posteriormente “recogidas” generosamente por la Arquidiócesis de Bogotá en el Palacio Arzobispal. Hoy  hacen parte de la colección de arte religioso de los príncipes de la iglesia. En 1992 y después de haber pasado por una restauración esmerada,  los bogotanos tuvieron la oportunidad de apreciar el conjunto sacro por última vez en la exposición Santa Bárbara: conjuro de las tormentas. A este respecto, el  portal de internet de la biblioteca Luis Ángel Arango proporciona a sus usuarios la siguiente información:

“Las obras fueron sacadas de la Iglesia para restauración y llevadas al Museo de Arte Religioso para su efecto. El Museo de Arte Religioso presentó los originales restaurados en la exposición Santa Bárbara Conjuro de las Tormentas en septiembre de 1992 y luego fueron entregadas a Monseñor Huertas de la Arquidiócesis de Bogotá”.

El sistema de información de la Biblioteca Luis Ángel Arango registra 71 diapositivas de esta exposición. No obstante, aparecen registradas en el sistema pero las diapositivas no están físicamente. Nadie sabe de ellas, pese a la diligencia y buena disposición de los funcionarios a quienes me dirigí para su localización. Hoy, tres meses después de haberles hecho notar esta pérdida de patrimonio a los responsables de este material en la Biblioteca, aún no saben qué pudo haber pasado para que este lote de diapositivas desapareciera sin dejar rastro. No han mostrado mayor interés en localizarlas o en tramitar una solicitud a la Arquidiócesis para volver a tomar las fotografías del patrimonio de los bogotanos, el cual aún es anunciado por la biblioteca a sus usuarios e investigadores. ¿Una mano invisible quiere borrar cualquier huella de este conjunto sacro, conformado principalmente por pinturas de gran valor histórico y artístico? Una vez estetizada una forma de vida, pierde interés para los habitantes que las gestaron. El lema de nuestra época es: estetiza y vencerás. Los habitantes del barrio Santa Bárbara no muestran hoy mayor interés por recuperar su patrimonio.

Piensa mal y acertarás, sentencia la sabiduría popular. Los ciudadanos del común podemos pensar que en algún momento del proceso de restauración, la mano invisible del Capital  encontró la estrategia adecuada  para deteriorar este sector y gentrificarlo: despojar a una comunidad de su patrimonio vivo para facilitar la entrada campante de El Capital urbanístico. Lo inutilizó invisibilizándolo, lo estetizó reduciéndolo a imagen de almanaque o de estampa, con el pretexto perverso de conservarlo para el goce de los estetas y los coleccionistas privados. Nadie notó el expolio. En nuestro contexto, nada más natural que el abuso de poder. Ante el abuso nadie ve nada, nadie quiere saber nada.

Con el propósito de ser restaurado, el conjunto de obras religiosas conformado por las 69 obras catalogadas en la exposición mencionada, salió del hábitat que le proporcionaba su sentido. Posteriormente fue  restaurado y  presentado en una Sala de Estetizaciones como trofeo de guerra de los Señores del Progreso, líderes ansiosos por limpiar los crímenes de sus guerras urbanísticas con proyectos de esta naturaleza, tal y como plantea Carlos Salazar insistentemente en Esfera Pública, foro virtual de arte contemporáneo en Colombia. Las obras nunca más regresaron a su lugar de origen. Alguien decidió desnaturalizar  el ajuar litúrgico de la Santa, negarle para siempre el lugar al cual pertenece. Sin embargo, este “para siempre” se puede relativizar si la comunidad de Santa Bárbara decide exigir la repatriación de su patrimonio y pide apoyo a sus artistas y a toda la ciudad en general.

El Capital que ve y lo prevé todo, no da puntada sin dedal. Sigo hilando con mis sospechas intempestivas. El propósito de la acción no era valerse de dineros fiscales para recuperar el sentido de humanidad encarnado en el patrimonio de una comunidad creyente. Se trató de lo contrario: expropiarlo para lucrarse estética y económicamente, y  despojar a la comunidad  del barrio  Santa Bárbara de todo aquello que le daba sentido a su coexistencia. Las imágenes que habitaron el templo y configuraron el sentido de comunidad,  fueron arrancadas de su contexto cuando fueron separadas de sus fieles. A su vez, éstos fueron despojados de los vínculos que le proporcionaban sentido a  sus vidas, que los justificaba para  vivir juntos. Unas y otros fueron separados por el culto moderno a lo bello desencarnado, a las formas abstractas que explícitamente han renunciado a reivindicar cualquier sentido político, ético o social de una comunidad.

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Del  antiguo barrio Santa Bárbara sólo quedan en pie unas pocas cuadras al norte del barrio Las Cruces, quizá no sea ocioso recordar que este fue el lugar de nacimiento de Jorge Eliecer Gaitán. La mayoría de ellas ha sucumbido ante la potencia irresistible del Angelus Novus, mito artificial anunciado por las vanguardias artísticas de los años veinte y treinta del siglo XX, y realizado  plenamente en las prácticas éticas, estéticas, sociales y políticas del siglo XXI, en orden lexicográfico. Este  íncubo es la encarnación de la divinidad del Capital, del ser que ha colonizado el inconsciente de nuestra época, aquella en la cual las mujeres y los hombres tuvimos que inmolar todos nuestros compromisos humanos para satisfacer la voracidad y la codicia  del nuevo soberano.

PRÁCTICA PERFORMÁTICA CON LA CIUDADANÍA DE SANTA BÁRBARA

Para tomar distancia del semanticismo posestructuralista, algunos teóricos contemporáneos hablan de un giro geográfico en las artes. Este discurso ha sido denominado geoestética. Resalta la vitalidad que emerge al caminar los lugares recorridos por hombres y mujeres que sueñan o han soñado con el ejercicio permanente y pleno de libertades espirituales y civiles. Recorrer los caminos que preparamos para que los dioses puedan transitar sin dificultad por nuestros valles agrestes, es la disposición de la sensibilidad  a dejar huella en los territorios en los cuales decidimos habitar. Habitar consiste en construir la huella que cobijará a los/las que habrán de venir. Una y otra acción son simultáneas y se requieren una a la otra.

No  dudamos respecto a que detrás de todo grafo existe un hombre o una mujer que optaron por recorrer  los caminos que otros abrieron, sólo  con un solo propósito: ampliar las libertades para que sus hijos las amplíen a su vez a otros y otras. Allí donde existe algo que comprender hubo un hombre o una mujer que dejaron huella que debemos procurar cuidar.  Al recorrer las grafías –huellas y señales– que dejaron impresas  las adelantadas en todas las épocas que nos precedieron, encontramos los caminos por los cuales otros hombres y mujeres en el pasado intentaron fugarse de los oprobios del momento. Toda época tiene su propio oprobio. El nuestro es la ideología del Progreso para el Capital Ecuménico.

Parece entonces que comprender lo contemporáneo en las artes, significa recorrer las grafías que se resisten a los dictados del nuevo ser empoderado. Dos o tres cuadras del antiguo barrio Santa Bárbara resisten aún la fiereza del huracán que nos llega de este nuevo paraíso de metal verde: el Plan Centro ideado por el Angelus Novus para Bogotá: apilar ruinas sobre ruinas ante los ojos y bocas desmesuradamente abiertos de los habitantes de Santa Bárbara: ciudadanos y ciudadanas que intentan recoger lo que resta de vitalidad en este antiguo sector colonial. Por supuesto, infructuosamente. El progreso no cree en  rogativas a San Isidro para pedirle que haga llover humanidad en el desierto de entendimiento contemporáneo. Sólo cree en las lágrimas  de cocodrilo de la Banca cuando se declara en quiebra. Esta ideología despliega una lógica economicista tan contundente que aplasta cualquier contexto o particularidad específica, cualquier intento de erigir una ciudad para los seres humanos.

En dos oportunidades, hasta ahora, un grupo de jóvenes entusiastas que desean comprender los giros estéticos en las artes de la Contemporaneidad, se han desplazado hasta este antiguo sector capitalino para aprender de viva voz una lengua mítica en vías de extinción. Encontraron que  la parroquia de Santa Bárbara ha perdido para siempre sus imágenes de culto o han pasado a ser propiedad privada de algún príncipe, alguno de aquellos que creen que lo humano es hojarasca que no vale la pena recoger. También tuvieron la oportunidad de comprender los actos de resistencia activa de sus fieles devotas, todas ellas contrarias a la ideología del progreso para las máquinas. (Son las mujeres las mejor dispuestas  a rememorar el pasado del sector).

Al igual que en la alegoría de Walter Benjamin, estos artistas jóvenes tampoco podrán contribuir a recoger los despojos  que están siendo apilados en el barrio Santa Bárbara, pero con el pensamiento  intentaron inhumarlos artísticamente, con el respeto hacia nuestra condición de humanos, el cual nos  ha sido exigido por Antígona desde la Antigüedad. Mediante esta experiencia de vida, los jóvenes desconfiguraron el conocimiento divulgado por los especialistas en las academias, y reconfiguraron su manera de pensar mediante la incorporación de los saberes insólitos que salieron a su encuentro para ofrecerles diálogo. También estos saberes tienen necesidad de reconfigurarse, ésta es la razón de su llamado a la juventud de la ciudad. La acción realizada en la parroquia de Santa Bárbara  fue una apropiación reciproca o transpropiación, condición sine qua non de cualquier diálogo.

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Los jóvenes entusiastas del arte  realizaron una intervención el día 9 de junio de 2010 a partir de las 6:30 de la noche en este sector bogotano, y nuevamente durante el día 12 de septiembre de 2010. Este último día el Colectivo Maski, Ricardo Muñoz, Ana María Villate, Wilmer Osuna y un grupo importante de estudiantes de las Facultad de Artes-ASAB, atendieron este llamado de la memoria.   No buscaron recoger al otro embalado en  las pedanterías teóricas contemporáneas, las cuales de manera servil recogen para lucro personal el aura del arte tirada al barro por los artistas de las primeras vanguardias del siglo XX. Mostraron la menesterosidad simbólica que padecen los artistas contemporáneos cuando deben hacer frente a lo real que asedia el marco de sus lienzos, cuando se encuentran frente  a  un pueblo humillado y ofendido pero por ello mismo fértil en experiencia de mundo, en relatos e historias, así el régimen contemporáneo economicista insista en silenciarlas o fragmentarlas, o enterrarlas por medio de las retroexcavadoras del progreso. De viva voz intentaron aprender algo para desbloquear los condicionamientos  del Angelus Novus Contemporáneo que nos impide pensar nuestra contemporaneidad con generosidad. Estas fueron  las razones que consideramos para denominar a esta acción Transpropiación.

 

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CONCLUSIÓN

Con esta intervención artística dialogada con los habitantes del barrio Santa Bárbara, comenzamos a despejar las dudas de quienes consideran este lugar como un riesgo para el patrimonio bogotano. Esta excusa ha sido utilizada para seguir deteriorando lo poco que queda del patrimonio moral encarnado en los habitantes del lugar y para negar el derecho que tiene  la comunidad a recuperar sus ancestrales imágenes de culto. Ojalá vengan más Encuentros. Ojalá más jóvenes y artistas se unan a esta causa ¿Es una quijotada exigir a las autoridades religiosas y estatales  que el legado de Santa Bárbara  sea desestetizado? ¿A quién pertenece el legado espiritual que albergan las iglesias antiguas de Bogotá en las cuales el Estado colombiano invierte ingentes sumas de dinero para su conservación?

Recientemente el Cardenal de Bogotá entregó la expoliada y empobrecida Santa Bárbara al Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (Inpec), el cual no tenía una parroquia territorial. El capellán general del Instituto administra actualmente esta parroquia.  La Señora de las Tormentas funge ahora como Patrona de los Reclusos del Capital. Nadie habla hoy en público de demoler la iglesia, pero es tal el olvido y deterioro que le ha sido infringido al sector que las sospechas no tardan en aparecer: en privado algún ingeniero institucional debe estar tramando su destrucción, junto con las viviendas circundantes.  Si el desvarío modernizante logró derribar el convento y la iglesia de Santo Domingo, en la carrera séptima con calle 12,  qué no podrán hacer hoy los ingenieros de planeación con esta edificación tan humilde.

Las dos intervenciones en el barrio Santa Bárbara fueron posibles por el apoyo recibido por parte de las directivas de la Universidad Francisco José de Caldas, quienes con entusiasmo acogieron y estimularon esas Interpelaciones Creativas.

BIBLIOGRAFÍA

Corradine Angulo, Alberto. (2002) Apuntes sobre Bogotá, Historia y Arquitectura. Bogotá: editorial Guadalupe.
Heidegger, Martin. (1990) Identidad y diferencia. Barcelona: editorial Anthropos.
Hernández de Alba, Guillermo. (1948) Guía de Bogotá. Bogotá: Librería Voluntad.
Santa Bárbara, Conjuro de las Tormentas. (1992) Bogotá: Banco de la República.

Transpropiación Azucena reina

Comprender el espíritu contemporáneo en la práctica de las artes, significa recorrer las factografías que  resisten con obstinación  los deseos y dictados del mesías que impera nuestra época:

El Capital. Dos o tres cuadras del antiguo barrio Santa Bárbara,  calle quinta con carrera séptima, resisten aún la fiereza del huracán que con ímpetu irresistible nos llega desde El Norte: el paraíso del metal verde. El Plan Centro para Bogotá es una idea que nos llega de este paraíso. El  Angelus Novus contemporáneo observa con pavor cómo los devotos a los ritos sagrados de El Capital, apilamos diariamente ruinas sobre ruinas ante los ojos y bocas desmesuradamente abiertos de los ciudadanos y ciudadanas inermes de este antiguo sector colonial capitalino.

Como el Angelus de Walter Benjamin, ellos y ellas quieren, intentan recoger lo que resta de su propia vitalidad humillada y ofendida por el culto de la arquitectura bogotana al Ladrillo-a-la-vista. La cultura de la tapia y la poética del  adobe, fueron desplazadas y  oprobiadas por la estética económica del ladrillo.  El progreso tecnológico no cree en  rogativas a San Isidro para pedirle que haga llover humanidad. Sólo cree en las lágrimas  de cocodrilo de la Banca cuando se declara en quiebra. Esta ideología despliega una lógica economicista tan contundente que aplasta cualquier contexto o particularidad específica, cualquier intento de erigir una ciudad para que los seres humanos habiten mutuamente sus diferencias, sus flaquezas y virtudes.

Parte 2

Mediante este trabajo con la comunidad de Santa Bárbara,  deseo comprender los giros estéticos en las artes de la Contemporaneidad, su desplazamiento hacia historias vitales, narradas de viva voz por aquellos y aquellas que no han tenido espacios de interlocución pública. Vine, vi y aprendí la menesterosidad que me habita. Encontré  que sus habitantes han perdido para siempre sus imágenes de culto o éstas han pasado a ser propiedad privada de algún príncipe, alguno de aquellos iluminados que creen que lo humano es hojarasca que no vale la pena recoger. Tuve la oportunidad de conocer, entre otras personas, a la señora Jenny Jarlin  Rodríguez. De ella escuche de viva voz relatos que hablan de las luchas de una mujer que tuvo que superar su condición de mujer en un contexto religioso enmarcado en una tradición patriarcal. Comprendí que mediante actividades tan humildes como cuidar un jardín, la señora Jenny práctica una ética del cuidado de lo-otro-en-nosotros- mismos para resistirnos activamente al desvanecimiento de la memoria, de aquello que nos permite mantener relaciones con nuestras soledades y olvidos, y con nuestros conciudadanos.

Mediante esta Transpropiación,  deconstruyo las historias que hablan de este sector bogotano, como lugar de oprobio y marginación. Sin lugar a duda, la pobreza campea en este lugar pero esto sólo resalta la riqueza de las historias contadas por  mujeres cotidianamente extraordinarias, quienes con sus prácticas diarias  escenifican valores fundamentales para comprender el vacío ético de una ciudad que ha sido atravesada por múltiples violencias, la de la espada real, la de la cruz y la de los pendones de nuestra aristocracia comercial.

La primera estrofa del himno de Bogotá recuerda:
Tres guerreros abrieron tus ojos
a una espada, a una cruz y a un pendón.
Desde entonces no hay miedo en tus lindes,
ni codicia en tu gran corazón.

Parte 3

Como toda composición artística clásica, los anteriores versos son una verdad a medias. Cierto es que nuestros ojos fueron heridos por la espada, la cruz y el pendón. Falso que la nuestra sea una sociedad sin miedo. Falso que la codicia, la “virtud” comercial con la cual se formó nuestra ciudad, no sea el horizonte de los promotores del Plan Bogotá.

Finalmente, mediante  esta experiencia desconfiguro  el   conocimiento divulgado por los especialistas en las academias y reestructuro mi manera de pensar mediante la incorporación de los saberes insólitos que salieron a mi encuentro en cada una de las calles recorridas. El diálogo generoso con que fui gratificado, inmerecidamente, ha reconfigurado lo que la academia me ha enseñado sobre los valores del mundo. Por otro lado, también estos saberes tienen necesidad de reconfigurarse, ésta es la razón del  llamado de la señora Jenny a la juventud de la ciudad. Los jóvenes son los llamados a renovar y conservar, es decir, transformar lo queda de la ciudad bogotana del siglo XVII. Esta  acción consiste en una apropiación simultánea y recíproca, o transpropiación, condición sine qua non para comprender el sentido siniestro que constituye  lo humano: confianza y horror ante todo aquello que nos condiciona.

Nostalgia de un día después

Después del exorcismo del día 27 de Agosto de 2009, el Matadero Distrital dejó de ser lo que era. Ahora es la Aduanilla de Paiba, futuro centro de las artes de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas.

Podemos apreciar la instalación fotográfica del artista Ricardo Muñoz constituida por los retratos de todos y todas los que tuvimos que ver con ese espacio.

El devenir On Line Para El Premio Nacional de Crítica

Volvemos a tener crítica de arte en Colombia. Esta es una crítica sin mecenazgo mercantil como aquel que caracterizó a la crítica de arte a partir de los años setenta del siglo pasado. La crítica de arte se ha remozado y los artistas jóvenes se sienten bien con el fortalecimiento de su alter ego. No obstante, y a pesar de su remozamiento, esta crítica aún es precaria, porque no da cuenta efectiva de la vida artística de nuestro país.  Son muchos los artistas egresados de las facultades de arte de nuestras capitales que, con mucho esfuerzo y gran entusiasmo,  muestran al público sus propuestas plásticas y visuales. Pero pasan sin pena ni gloria por los variados escenarios especializados. Pocos son los que se enteran de estos eventos–los amigos de facebook–, y nulos los ciudadanos y ciudadanas que traducen a palabras sus ideas estéticas. El artista contemporáneo sabe que la palabra legitima la obra plástica, que la saca del mundo de los objetos privados –para el consumo sensorial– y la introduce en la esfera de la libertad,  aquel lugar en el cual  hombres y mujeres interactúan en igualdad de condiciones para reafirmar una  individualidad que sea garantía de solidaridad. La crítica polifónica que se ha ensayado con éxito en Esfera Pública debe fortalecerse para animar a otros actores que, curiosos,  observan el resurgimiento de este fenómeno y esperan otras condiciones para participar.

  Ahora bien, no es que las propuestas ignoradas de los artistas que luchan por salir al mundo de la libertad en la palabra, no merezcan un lugar en esta  red de significados que salva al artista del canto de las sirenas  metálicas. Este no es el problema. No es un asunto estético, es de políticas culturales que orienten con claridad a los protagonistas de la vida artística de nuestro país: los artistas.  Sabemos que los significados elaborados por la crítica  condicionan el lugar del pensamiento artístico que va surgiendo  en medio de las obviedades decorativas que pueblan nuestras calles ideologizadas en verde-corazón y que se han consolidado como obras de arte en el imaginario colectivo de la ciudadanía bogotana; lo condicionan en el mejor de los sentidos, en el sentido de señalar un lugar fértil en la árida Feria de Vanidades de nuestra época. El problema es que muchos jóvenes talentos  no logran este último reconocimiento,  quizá el más fundamental en la vida profesional de un artista. Pienso en Andrés Bustamante quién presentó una propuesta sugestiva en la Sala Alterna de la Galería Santa Fe,  simultáneamente  con Fernando Pertuz. No hay estímulos estatales efectivos para que la actividad crítica cristalice el pensamiento del artista joven que guerrea día tras día en nuestra ciudad; sus esfuerzos se evaporan en medio de la indiferencia de la ciudad desmesura, la pedantemente indiferente. La crítica de arte que atiende la convocaoria del Premio Nacional tiene una gran debilidad: con frecuencia se interesa por artistas que han superado con éxito las etapas fundamentales  de su carrera. Es una debilidad cómoda, por supuesto.

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Es reconfortante observar cómo el Premio Nacional de Crítica más importante del país, registra cada año un aumento considerable de los interesados en mostrarnos sus destrezas hermenéuticas y  críticas. Esto es un excelente indicador para tener en cuenta en el momento de evaluar la pertinencia  de este estímulo en las actuales circunstancias culturales y sociales del país. En efecto, tengo una objeción. Los aspirantes a esta distinción estatal  realizan su participación anualmente, presumiblemente más con interés económico que estético. En los mejores  casos, pues existen notables excepciones, escriben crítica de arte emulando al padre de familia que juega fútbol los domingos con sus hijos pequeños, por cumplirles y quedar bien con la madre de los niños. Además, quienes escriben lo hacen sobre acontecimientos que ya han perdido todo su lustre, todos sus colores. Lo relevante en la crítica de arte es que se acerca a su objeto de poesía cuando el pensamiento está en primavera, cuando vida y pensamiento son una y la misma actividad, a diferencia de la filosofía e historia que lo hacen cuando el pensamiento afronta penosos  inviernos, cuando el pensamiento se confronta consigo mismo y se deshace  de la vida para satisfacer su ansía de sublime. Cuando la poesía artística pierde su lozanía y juventud deviene filosofía, la actividad humana más solipsista, aburrida y pretensiosa del mundo. Por eso la primera es apasionada, desinteresada pero interesada en mejorar permanentemente al homre y la mujer, mientras la última no cesa de ser amanerada  e interesada, en sí misma. Algunas propuestas de arte contemporáneo pecan por este amaneramiento; son pocas las que  se destacan por su apasionamiento.

Pese a que ha sido manejado con pulcritud, transparencia y eficiencia, algo debe acontecer con el Premio de Crítica de Arte a muy corto plazo. El mundo on line le hace permanentemente  guiños inequívocos y significativos, que los coordinadores del Premio se han negado a ver, hasta ahora.  Es necesario que el Ministerio de Cultura y la Universidad de los Andes convoquen una reunión extraordinaria que tenga un solo punto en la agenda: replantear el procedimiento mediante el cual se otorga este estímulo que ha sacado a la crítica de arte de su ostracismo infame. Los coordinadores del Premio tienen oído fino y la perspicacia   de leer Esfera Pública, por eso no dudo de que sabrán propiciar este encuentro y satisfacer las demandas de la ciudadanía que los aprecia y quiere en esos cargos administrativos.

El Premio Nacional de Crítica de Arte ya ha agotado hace tiempo su primera fase; Juan Carlos Guerrero, ganador del Premio Nacional de Crítica de Arte 2007, la denomina la fase pedagógica. Estoy de acuerdo con él. Es necesario introducir algunas mejoras.  ¿Debemos  conformarnos con un estímulo otorgado a quienes sólo les interesa la crítica para navidad y como aguinaldo estatal? No lo creo. Al contrario. Debemos repensar cómo  debe circular la crítica de arte en Colombia, o considerar si, simplemente, no debe circular como acontece con los productos –algunas veces monumentales, en otras  minimalistas– que se han premiado  en esta fase pedagógica, tanto nacional como localmente. En verdad se ha abusado de esta pedagogía paternalista, en algunos casos  se ha sido muy generoso, en otros, dadivoso. No viene al caso mirar estas pequeñas cosas con el telescopio de la crítica. Basta señalar que poco aporta a nuestra comprensión simular la toga  con que se investía en el pasado la crítica de arte, ni la toga ni la simulación  le quedan bien a una época tan menesterosa como la nuestra.

Ahora, ¿debe circular la crítica extemporáneamente, o por el contrario, debe iluminar con humildad  los días arduos en que las  obras de los artistas son más vulnerables? Los críticos de arte que creen en el arte –existen los que lo instrumentalizan– deben reconfigurar  los procedimientos de  que se valen para hacer circular sus ideas, deben escribir más periódicamente en medios al alcance de la ciudadanía para que su pensamiento tenga legitimidad en la comunidad artística. El Premio actual debe permanecer pero desdoblado como estímulo a jóvenes talentos, ensayistas menores de 25 años, y en los mismos términos que regulan el actual,  aunque los textos que se elaboren deben tener menor extensión. Pienso que debe desdoblarse en tres estímulos.

Paralelamente, solicito al Ministerio de Cultura la creación de un premio que estimule las prácticas críticas efectivas en el campo artístico colombiano, que anime las participaciones que acompañan día a día, la obra de los artistas que logran salir a los escenarios de nuestra ciudad. Propongo que Esfera Pública, con el aval de Jaime Iregui, sea la plataforma que dinamice la circulación de esta remozada crítica de arte. Sucede algo en Esfera, se mueve algo, los artistas jóvenes hablan de lo que allí se debate y esto es importante para configurar  la autoestima de nuestras prácticas artísticas, diezmadas por la injerencia ilegítima y desmedida del encanto que tiene el vil metal para nuestra época.  Es cierto, quizá la exploración de esta alternativa virtual   sólo sea un fenómeno bogotano. No obstante, es susceptible de extenderse a otros territorios. Sólo encontrando un medio democrático de interacción eficaz,  la crítica de arte tendrá impacto efectivo en el pensamiento de los artistas nacionales; no sólo  en la formación ciudadana, sino principalmente en la del artista. Jaime: ¿es viable un blog con este propósito en convenio con el Ministerio de Cultura y la Universidad de los Andes? ¿El costo de la publicación actual del Premio, la cual aporta muy poco al medio artístico, no puede orientarse para hacer efectiva esta propuesta?

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La modalidad de crítica que propongo tendría otras reglas de juego. La amplitud de los textos serían diferentes y la distinción anual sería otorgada por un comité que elegiría   el ganador, seleccionándolo  de un grupo de nominados, los cuales pueden ser propuestos por algunas  instituciones o personas naturales  que  sigan  las intervenciones de los interesados en realizar crítica de arte.

En las condiciones actuales, ¿quién se atreve, de un jalón,  a leer los cuarenta y tantos ensayos que son enviados anualmente a la Universidad de los Andes, sede del premio? ¿Los ensayos de crítica de arte son escritos para suplicio de los jurados contratados o para la ciudadanía que requiere formación y orientación oportuna a este respecto? En la actualidad, una vez publicados los resultados, a lo sumo leemos los tres finalistas. Otros, chapucean  algunos párrafos del ensayo ganador. Dicho en otras palabras, el Premio Nacional de Crítica de Arte comienza a perder importancia efectiva en el medio artístico, el lugar que le otorga su legitimidad; es el momento de realizar una pausa y replantear algunas cosas. Con la participación de los artistas y la ciudadanía en general, es el momento de pasar a la siguiente etapa del renacer de la crítica de arte en Colombia.

Finalmente, la Alcaldía de Bogotá y el Ministerio de Cultura deben sacar los premios de crítica de arte de los conciliábulos palaciegos. Son frecuentes las quejas de pasillo en torno a algunos estímulos estatales a esta modalidad artística. Algunos sospechan que de cuando en vez algún Job entra a Palacio por el Garaje sin ser registrado en las minutas de control. Si nuestra Corte Suprema de Justicia tuvo la audacia de devolver la dichosa terna para Fiscal General de la Nación, porque apenas llena las formalidades de ley, la comunidad artística de Bogotá debe considerar rechazar este estímulo en las circunstancias actuales,  porque con dificultad cumple con algunas formalidades  literarias.

Los diseñadores de los criterios  para evaluar las participaciones en el Premio Nacional de Crítica de Arte  deben pensar en serio el indicador de impacto del aporte crítico al campo artístico. El  problema aquí esbozado, puede dar origen a un proyecto de investigación en artes: ¿cuál ha sido el impacto efectivo del Premio Nacional de Crítica de Arte en el medio artístico colombiano? Podríamos partir de la siguiente hipótesis: el Premio Nacional de Crítica de Arte ha sido un proyecto pedagógico importante para la reactivación de la crítica de arte en Colombia sin que haya logrado aportes significativos y efectivos para el quehacer de los artistas plásticos y visuales de nuestro país.

Llamo aporte efectivo al campo artístico a los análisis que realizó Gina Panzarowsky sobre Alcuadrado y a los informes sobre la tensión épica entre la Casa Mambo y la Casa Luis Ángel Arango, publicados generosamente en Esfera Pública. Llamo aporte efectivo a las ideas que nos ayudan a comprender mejor la opacidad oprobiosa de nuestra contemporaneidad artística en Colombia.  Por estas razones, nomino a la señorita Panzarowsky para el Premio Nacional de Crítica de Arte 2010. Gina, lo digo muy en serio. Por supuesto, esta propuesta en sólo una entre las muchas que se pueden considerar y debatir.

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POSDATA AL INSTITUTO HEMISFÉRICO

Ignoro cómo terminó la participación de los artistas que contribuyeron a la puesta en escena del VII Encuentro de Performance y Política realizado en la Universidad Nacional. La participación de los estudiantes de las Facultad de Artes-Asab de la Universidad Distrital en el evento fue muy provechosa para su formación, no obstante, fue un poco frustrante. A pesar del esfuerzo personal que realizó  cada uno de los participantes y del esfuerzo económico realizado por la Universidad para apoyar las iniciativas de sus estudiantes, la coordinadora general del evento, la señora Adriana Mejía, se ha negado a  cumplir la promesa de expedirles una constancia de participación, documento quizá insustancial para la Organización, pero muy significativo para un joven entusiasta que se aventura a explorar el mundo de las artes, ignorando que éste con frecuencia es  instrumentalizado por el Poder. Los estudiantes sólo querían que les creyeran  en sus casas que participaron en estas acciones plásticas. Tres meses han pasado ya de transcurrido el evento  y sólo han encontrado evasivas a este respecto por parte de la señora Mejía. ¡Vaya responsabilidad! ¿Los amigos de la  Universidad Nacional no pueden hacer algo al respecto? Aprovecho este espacio para felicitar a los estudiantes por el entusiasmo con que trabajaron desinteresadamente para este evento. Finalmente, el indicador de progreso moral, creía Kant, es el entusiasmo que mostramos cuando algún acontecimiento  congrega y conmueve a un grupo de seres para develarles su condición de humanidad. Bástenos saber que hemos progresado moralmente.

Memoria y El Río Tumba

«De forma posterior a la masacre de El Salado, en los medios masivos de comunicación fueron oídas las voces de los victimarios, de las instituciones estatales y de las víctimas. Pero la presencia de estas últimas fue notablemente menor.

La presencia dominante en el escenario mediático fue la de los paramilitares, que, con un discurso salvador de la patria frente a la guerrilla, señalaron y estigmatizaron a las víctimas de El Salado, sin confrontación o interpelación ética o política alguna. Los medios no fueron para los victimarios una oportunidad para arrepentirse, confesar o contar las verdades de la guerra. Al contrario, lo fueron para reivindicar los hechos y continuar la ignominia contra los saladeros». (CNRR, Grupo de Memoria Histórica, 2009: 23, 24).

Según este informe de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, para justificar su extermino, los victimarios despliegan como estrategia militar culpar a las víctimas por los atropellos que padecen, y fácilmente encuentran cómplices que refuerzan esta campaña de estigmatización de la cual las víctimas sólo pueden librarse con la muerte. Con frecuencia, la mayoría de los cómplices nos decimos con un cinismo propio de esta época: «algo debían». Y todo queda justificado ante nuestros ojos. La resignación con que es padecido el estigma colombiano nos indica que su comprensión está orientada por creencias religiosas muy fuertes. Entre otras, esta manera de experienciar y tramitar la violencia es una razón para relacionar las masacres colombianas con el Holocausto, como sugiere con sutileza la hipótesis historiográfica  de Andreas Huyssen (VV.AA. 2009: 39). Recoger la sentencia «nunca más» como proclama Gonzalo Sánchez, Director de Memoria Histórica, evoca el Holocausto Judío como horizonte de comprensión  del padecimiento de las víctimas de la guerra en Colombia (Ibíd., 2009: 29).
 
Parte 2

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Justo la semana en que la Corte Suprema de Justicia planteó la posibilidad de juzgar a algunos “Expadres” de la Patria por crímenes de lesa humanidad; una semana antes de que el Grupo de Memoria Histórica de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, publicara su segundo informe, La Masacre de El Salado –Esa guerra no era nuestra–; y un año después de que esta misma institución hiciera público el relato  Trujillo –Una tragedia que no cesa–, el Museo de Arte de la Universidad Nacional abrió la exposición La Memoria del Otro. Seis artistas internacionales, todos de amplia y reconocida trayectoria artística, preocupados por el espacio público, la crueldad y los traumas de guerra, muestran a la ciudadanía bogotana su obra más reciente: Ursula Biemann, Hannah Collins, Francesco Jodice, Rogelio López Cuenca, Antoni Muntadas y Krzysztof Wodiczko.

La exposición internacional plantea problemas morales, teóricos y formales de relevancia no sólo para la práctica artística local.  También repercute  moral y políticamente. Recoge testimonios de hombres y mujeres de diversas geografías que han sido silenciados y sumidos en soledad por cuenta de los estigmas que los señores de la guerra les han impuesto como precio «razonable» para que podamos tener un mundo más habitable, para que los flujos de riqueza no sean perturbados por interferencias humanitarias fundamentalistas, para facilitar la limpieza, ética, política o social.
 
Parte 3

En el plano teórico, los artistas plantean una reflexión sobre la traducción, asunto de vieja tradición en otras disciplinas. Si bien el proyecto de Muntadas ha sido denominado Sobre la Traducción, los de Biemann, Wodiczko y López tienen que resolver los mismos problemas. ¿Cómo traducir sin traicionar a quienes nos han confiado sus testimonios? ¿Cómo evitar en los procesos creativos pérdidas de información, emociones y gestos para no falsear las experiencias traumáticas? ¿Cómo recobrar el tiempo agredido? ¿Cuál es el medio más adecuado para elaborar ese trauma que clama ser escuchado y elaborado socialmente? ¿Documentar mediante métodos etnográficos? ¿Inventariar las agresiones y los despojos para engrosar la Historia Universal de la Infamia? ¿Transformar estas experiencias  mediante metáforas que nos remitan más allá de una literalidad de corte positivista? Ahora bien, ¿con qué finalidad realizamos las traducciones plásticas que dan cuenta de la infamia? ¿El propósito es moral o administrativo? ¿ Tal vez político? Las  respuestas de los artistas  resolvieron de manera impecable el problema formal pero dejaron en suspenso las repercusiones  morales. La solución técnica estuvo acorde con el espíritu cientifista de una época agónica, que después del 11 de septiembre de 2001 envío a los artistas contemporáneos a pensar nuevamente la condición de las artes en general. Quizá con excepción de Collins, Jodice, López y en menor medida Wodiczko, los demás han optado por una modalidad documental que recoge de las ciencias la idea ingenua de que la verdad se expresa mediante este recurso técnico. Han olvidado que la verdad reprimida, u ocultada deliberadamente por fuerzas perfectamente identificables que nos negamos a visibilizar para evitar ser aplastados por ellas, precisamente por esta razón se muestra sólo en la metáfora.
 
Parte 4

La exposición nos obliga a recordar que las épocas imperiales han sido sacudidas por las guerras inventadas para poderlas justificar. La extrema crueldad ha sido su estrategia de socialización y pacificación. Los horrores de la guerra sacan a los artistas de las rutinas en sus ciudades bien ordenadas y los arrastran a la aventura de acompañar al capital en su misión civilizadora de las regiones más inhóspitas del planeta. Su misión es dejar testimonio del precio «razonable» en vidas humildes que la humanidad, de cuando en cuando, tiene que sufragar para que el mundo blanco-macho-ilustrado pueda realizar los fines de la humanidad en su conjunto:

« (…) El estigma es la condensación de una estrategia utilizada para legitimar la violencia contra las poblaciones que no se pliegan a los designios del actor o que son percibidas como un simple obstáculo para su expansión o consolidación. Para ser estigmatizado en un contexto de conflicto armado, basta con estar en la ruta de los guerreros. Eso puede convertir a cualquier pueblo en aliado forzoso o, por el contrario, en enemigo radical, del cual hay que deshacerse al costo que sea. Así fue prácticamente desocupado El Salado. Así han sido literalmente borrados del mapa muchos pueblos de Colombia» (Ibíd., 2009: 20).

Ana María Guasch ha convocado a estos artistas porque todos ellos comparten un interés por rescatar la voz de los estigmatizados con la marca indeleble Otro. Considera que intentan acceder a un «tiempo puro» (VV.AA, 2009: 19), como condición indispensable para comprender la memoria de ese Otro – el no-blanco, el no-macho, el no-ilustrado, el no-anglo-europeo, el no-cristiano, el no-creyente– para que la verdad moral se muestre tal como es. Los artistas aciertan porque han logrado desplazarse hasta la región en que habita la verdad, la frontera. (¿El “tiempo puro”?). Tienen claro que mediante la palabra científica, con sus pretensiones de objetividad administrativa, no pueden acceder a la región en donde la verdad se resguarda de los ataques de los señores de la guerra que quieren confiscarla para lucro personal. No obstante, a pesar de que recurren a estrategias narrativas sugestivas, los artistas olvidaron que la verdad moral sólo se manifiesta a los espíritus más imaginativos. Pasaron por alto que esta verdad surge sólo entrelazada con la metáfora.
 
Parte 5

Los artistas tienen presente que  deben responder las preguntas de los ciudadanos y ciudadanas críticos de esta modalidad artística. ¿A quién pertenece la memoria de los vencidos? ¿A los traductores de oficio? ¿Quiénes están legitimados para realizar estas traducciones tan delicadas por su condición traumática y su repercusión moral y política? ¿Quiénes legitiman a los traductores? ¿La ciencia o el arte? ¿Las academias reales y los curadores de las multinacionales artísticas? ¿El rigor metodológico  o la delicadeza en la imaginación? La memoria masacrada, desgarrada, merece no sólo que se la traduzca. Más fundamental es pensar cómo se la traduce, pues, se nos puede hacer pasar por verdad moral aquello que sólo es propaganda. Las ciencias sociales piensan sus verdades determinadas  por el modo geométrico, de manera diferente en cada una de ellas. Los artistas deben pensar su cómo estructurando su pensamiento con metáforas, si su interés es una verdad moral.

«Al principio no fue la palabra, al principio fue el silencio» ((CNRR, Grupo de Memoria Histórica, 2009: 24). La palabra traduce el silencio polisémico que precede lo real y saca de la soledad a las víctimas que no existirán para los libros de historia que  escribirán los victimarios. El ajuste de esta sentencia bíblica por cuenta de las violencias contemporáneas, nos obliga a pensar el cómo en las prácticas artísticas, sobre todo cuando los artistas contemporáneos se muestran sinceramente  interesados en una realidad que amenaza con devorarlo todo, incluyendo al arte, pese a que  en su actual condición nada tiene de interesante para ella. Pensar este cómo, ayuda a que el artista no corra el riesgo de disolverse en prácticas sociales que, o desbordan su formación profesional o reducen su pensamiento al papel de valet de los científicos sociales.
 
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«La memoria se construye desde distintos escenarios y experiencias sociales y políticas. Poder contar lo sucedido es tanto poder promover una versión como dotar de sentido a los hechos ante el público destinatario del relato» (ibíd.:23). Esta primera formulación de la temática que abordan los artistas convocados, es una alerta para el artista contemporáneo. ¿Cuál es el escenario en que las artes se juegan su prestigio, últimamente  venido a menos? Si en aquel principio originario, en el cual impera el silencio polisémico, el científico social no considera útil nombrar el papel que desempeñan las artes en la construcción de la memoria, ¿el artista inquieto por la memoria de la víctima que es él mismo, debe marginarse o debe asumir el papel de para-investigador? ¿Un acto de resistencia no es mantenerse en la idea de que el lenguaje metafórico es el cómo que esperan las víctimas para transformar en sentido el silencio polisémico originario en que se resguarda el trauma? ¿No es esta la manera de acceder al “tiempo puro” que nos propone la señora Guasch?

Wodiczko ha logrado crear varias alegorías que han tentado a la verdad para que se muestre. La más exitosa es el proyecto Hiroshima mediante el cual, in situ, en la única edificación que resistió la sevicia  de la Bomba Atómica, los testigos sobrevivientes del otro Holocausto nos recuerdan que al momento de morir se nos debe tratar con igual dignidad a todos los hombres y mujeres, que ningún precio pagado en vidas humildes es «razonable», que este reclamo no es una querella o malquerencia política sino la afirmación de una verdad moral que trasciende cualquier otro interés empírico: que si debemos morir a manos de un usurpador cualquiera se nos respete por lo menos esta condición:
 
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(…) «En los tormentos infligidos sobre las víctimas en Trujillo, el exceso se convierte en la medida básica. No importa tanto el objetivo de obtener información o de dar muerte, como el propio mecanismo de humillar, prolongar la agonía o intimidar a los sobrevivientes, o los posibles disidentes. La continuación del ejercicio de crueldad aún después de la muerte, sobre los cadáveres, haciéndolos irreconocibles pareciera, en principio, un macabro escenario de “violencia inútil”, según la sugestiva fórmula puesta en boga por Primo Levi en sus memorias sobre los campos de concentración. Inútil materialmente, habría que decir, pero tremendamente eficaz simbólicamente. En ese contexto, la recuperación del cadáver es inaceptable para el perpetrador. De hecho el campesino que rescató de las aguas del río Cauca –el rio tumba– el cadáver del padre Tiberio, párroco municipal, pagó su sentido de humanidad con su propia vida» (CNRR, Grupo de Menoría Histórica, 2008: 18).

Wodiczko no hace arte político; la política  divide, confronta, otras veces quiebra. A cambio piensa verdades morales, así tengan repercusiones políticas. Conocidos son sus proyectos en Tijuana; en la embajada de Sudáfrica en Londres; en el Whitney Museum de Nueva York, entre otros. ¿Cómo traduciría Wodiczko estos testimonios de la guerra fratricida en Colombia? ¿Qué ciudad elegiría para un proyecto de esta condición? ¿Qué signos convocaría para crear una alegoría que rescate las verdades que naufragaron en el Rio Tumba? Ojalá este artista algún día oiga hablar de Trujillo o de El Salado. Ojalá nuestras arquitecturas sociales lo persuadan de la necesidad que tenemos de contar unas historias que nuestros estigmas nos impiden revelar.
 
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López ha hecho acopio de muchos documentos que dan cuenta del estado de marginalidad en que se encuentran muchos pueblos no-machos, no-blancos, no-ilustrados, no-cristianos, cuando las contingencias de la historia los han llevado a encontrarse en el camino de los guerreros. Documenta las violencias que genera el encuentro de pueblos e individuos que son obligados a relacionarse asimétricamente por cuenta de las ideologías dominantes. Como Wodiczko, nos recuerda que la frontera ha dejado de ser un lugar de emancipación y se ha convertido en un espacio de reclusión. No obstante, su gran interés por el documento y por las nuevas tecnologías por las cuales circula la información en la contemporaneidad, no huye de la solvencia que proporcionan los objetos artísticos para refugiarse en la aridez del documento académico, irreal por su crudeza; no sucumbe al prurito investigativo del video de ensayo, o al video-ponencia para auditorio de expertos, a cuya proyección debemos llevar lápiz y papel, como si se tratara más de aprender una lección para acreditar una asignatura, que para adquirir una enseñanza útil para la vida. López es un creador de imágenes sugestivas, en muchas de ellas rescata el poder evocativo de las metáforas. Construidas con una poética sarcástica y  subversiva, otras veces agresiva, logra suscitar en las víctimas situaciones que nos asemejan a otras víctimas; deja libre a las víctimas para que elaboremos nuestros traumas durante la proyección, las víctimas que ya somos, las que aún ignoramos que un buen día alguien se apropiará de nuestra memoria y hablará con falsedad de nuestros sentimientos y traumas, las que aún no hemos sido informadas de ello, porque este tipo de información es privilegiada, cuesta mucho y nunca llega a tiempo.
 
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Jodice logra incorporar a las víctimas en sus fotografías mediante un recurso de montaje escénico. La escala de las pantallas logra crear una atmósfera sonora y visual que atrapa a la víctima en las redes de otras víctimas que llevan una vida cotidiana en diferentes ciudades del planeta, tan rutinariamente violentas como la nuestra. The secret traces no es un documento crudo, es la recopilación y posterior elaboración estética de datos insustanciales para la vida política pero de gran relevancia para la comprensión de la condición contemporánea: aburrimiento inmortal en las urbes sofisticadas y sevicia en los patios de atrás: tan violentas las primeras como estos últimos. No obstante, la video instalación sonora complota contra el pensamiento de la víctima que con curiosidad es atraída hacia los destellos que produce; queda seducida,  domesticada, y en este estado la víctima no logra articular mayores ideas. El montaje azuza nuestra imaginación, pero se hace sospechoso de estar haciendo demasiadas concesiones a la imagen espectáculo, porque no quedan muchas ideas para la vida en el cedazo del entendimiento.

La Memoria del Otro es una «proposición-exposición» (VV.AA, 2009: 14) que debemos ver, a pesar de la logofilia que reivindica la curadora en su denominación. Pese a que difícilmente nos podríamos identificar con muchos de esos relatos en crudo –aquellos que no alcanzan el “tiempo puro”–, algunos bastante extensos y complejos en su edición y montaje técnico, como los de Muntadas y Biemann; finalmente logramos esclarecer  la condición que gobierna el mundo contemporáneo –el miedo–, porque tenemos necesidad de articular de alguna manera la comprensión que nos urgen los relatos de extrema violencia que han surgido en nuestro país. Por temor, a veces por vergüenza o flaqueza moral, éstos no han terminado de ser elaborados o pensados suficientemente por nuestros artistas, y, por lo tanto, todavía no alcanzamos a reconocernos en ellos.
 
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Pese a la flaqueza teórica que implica el esfuerzo desmesurado por parecer al tanto de las filosofías y teorías artísticas de moda,  citadas ad náuseam en el encomillado texto curatorial, el proyecto de la señora Guasch es importante en las condiciones sociales y políticas de nuestro país. En contraste, la claridad expositiva de Andreas Huyssen en su ensayo sobre las relaciones entre memoria global y memoria local, Aplicaciones transnacionales del discurso sobre el Holocausto y el Colonialismo –recogido en el catálogo–, ilumina no sólo los problemas que intentan resolver los artistas contemporáneos en sus propuestas en torno al problema de  la memoria, y que muchos abordan sin mayor fundamento. Principalmente esclarece el papel protagónico que juegan las artes en el entrelazamiento de los diversos campos de la memoria global para relacionar prácticas de extrema violencia regional con otras experiencias traumáticas, como son los dos Holocaustos de la Segunda Guerra Mundial, junto con el Colonialismo y el Neocolonialismo en cierne.
 
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La museografía de María Belén Sáez de Ibarra es impecable y amable con las víctimas. Fueron dispuestos pufs cómodos para escuchar aquellos panelistas que tenían muchos documentos que mostrar en sus video-ensayos. El catálogo acompañado por ensayos escritos por conocedores de las obras de los artistas convocados por Guasch, es de mucha utilidad para comprenderlos a cabalidad. El plegable ayuda a las víctimas a desplazarse en el Museo. Los subtítulos en español de aquellos videos en que originalmente no se habla en español, es otra generosidad. Otros museos de la ciudad con mayores recursos económicos no se toman estas molestias con sus víctimas. La exposición estará abierta hasta el 7 de noviembre de 2009.

 

 

BIBLIOGRAFÍA:
CNRR, Grupo de Memoria Histórica. (2008) Trujillo, Una tragedia que no cesa. Bogotá: Editorial Planeta.
CNRR, Grupo de Memoria Histórica. (2009) La masacre de El Salado, Esa Guerra no era nuestra. Colombia: Ediciones Semana.
VV.AA (2009) La memoria del Otro. Bogotá, Museo de Arte de la Universidad Nacional de Colombia.

Señales De Progreso En El Pabellón Del Bicentenario

Durante la inauguración del Encuentro de Proyectos de Grado de la Facultad de Artes-ASAB de la Universidad Distrital, Pedro Pablo Gómez y quien esto escribe escuchábamos la interpretación de la Muerte de Stephen Albert del maestro Rodolfo Acosta, cuando una joven entusiasta se nos acercó y con inquietud nos preguntó: ¿por favor díganme qué es contemporáneo?

Pedro Pablo y yo nos miramos con sorpresa y un poco de angustia, luego quedamos en silencio y con gesto de incertidumbre. La joven se percató de la complejidad de la pregunta con que retaba nuestra imaginación pero nos la reiteró, aunque esta vez atenuada: solo requería «una palabra sencilla» que guiara su comprensión para dirimir una disputa en torno a la semántica de este término de moda en los ámbitos artísticos de Bogotá. Con impotencia, más que como un acto de prudencia, finalmente declinamos con escepticismo la invitación.

Podemos mostrar lo contemporáneo en el arte pero no podemos decir «qué» es lo contemporáneo; teorizar sobre lo contemporáneo implica tomar distancia, alejarse del evento, por lo tanto perderlo para siempre. Lo contemporáneo se experiencia en la acción de los cuerpos que deambulan lugares afectados por la eclosión de todo tipo de signos que no alcanzan a comprender. Son cuerpos que experiencian la alegría de aprender una lengua diferente para escapar del sin sentido de lo cotidiano. No se preocupan por indagar o anticipar idealidades, saben que la existencia recomienza con su balbucear, les importa poco las certezas que las finalidades triviales garantizan en abstracto.
 
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Nos hubiera bastado invitar a la joven inquieta por lo contemporáneo en las  artes, a relacionar la interpretación musical que llenaba todos los espacios con aquello que proponen los artistas graduandos, cuyas ideas en ese momento estaban siendo atravesadas y reconfiguradas, y, en algunos casos, despedazadas por el ímpetu de la música. Hubiera sido suficiente mostrar los espasmos entre los cuerpos que se indagaban si la interpretación –dirigida por Guillermo Bocanegra– de la obra de Acosta hacía parte de algún proyecto en particular, o si no violentaba el espacio individual que por “derecho” le correspondía habitar a cada artista. «Estoy indignada» dijo una de las jóvenes graduandas: «yo no hubiera permitido a ningún músico en mi espacio». Se refería a la propuesta de María Fernanda Junco, la más “afectada” por el boquete abierto con la interpretación mencionada. La pureza, la estética –la limpieza, el maquillaje–, habían sido violentadas con pleno consentimiento.

Lo contemporáneo no se dice o se vive, como podría decir algún vitalista. El espíritu de lo contemporáneo en las artes es acción, consiste en actúar diversamente en lugares que enfatizan la importancia de lo colectivo-individual –lo público–, que con decisión reformulan la egolatría y culto del “mi” en términos de lo “nuestro”. “Mi” espacio es un lugar que siempre está habitado por una colectividad que le da sentido.

 

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Este “mi” resquebrajado lo podemos apreciar en la idea de Jaime Irequi para El Pabellón del Bicentenario. El artista comenzó a propiciar una colectividad de individuos que quieren escapar del control institucional, que desean conformar un nosotros que intervenga con su cuerpo algunos lugares de importancia histórica para la celebración del segundo centenario de nuestra independencia. Les propone a los amantes de las diferencias, que de cuando en cuando se fugan a actuar en libertad lugares cuyo sentido ha sido sepultado por los hábitos mecanizados, poner a prueba otro juego en el que se  escenifique el sentido petrificado en lo cotidiano. Han sido invitados todos aquellos y aquellas que quieran poner en escena algunos datos e ideas que nos ayuden a comprender para qué celebramos el bicentenario, o qué es lo que celebraremos en estas fechas, con seguridad derrochando los recursos que no tenemos, pues, así se realizaron las festividades del primer centenario. Poco ha cambiado en cien años, así tengamos certeza de la idea contraria: estas son las señales inequívocas del progreso en nuestro medio: dar la apariencia de movimiento conservando viejos atavismos.

Pabellón del Bicentenario es un contraproyecto. Contraproyecto porque no sabe para donde va –no le interesa saberlo de antemano así la intuición intente inducir alguna idea al respecto–; porque sólo quiere recorrer con unos pocos cómplices de carne y hueso algunos lugares en los cuales la palabra fue detenida y enjaulada; porque quiere propiciar en el Parque de la Independencia una escena en que las ideas devengan otra cosa al entrar en contacto con los cuerpos que son desviados hasta allí de sus retículas habituales, para que choquen aleatoriamente y generen todo tipo de discursos. La intuición en esta idea estética es modelar una realidad paralela a la institucional que pronto entrará en acción y se hará sentir en los medios masivos que garantizan la incomunicación.

 

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La idea de Iregui constituye un contraproyecto porque prescinde de la negatividad propia de la crítica superficial –la apasionada o la objetivista– y nos motiva a conformar afirmativamente un colectivo que se aparte de las grandilocuencias institucionales previsibles a corto plazo. Consiste en un contraproyecto porque es crítica institucional sin tener tal pretensión, porque es político, sin ser la política de tres centavos que padecemos. Jaime Iregui se ha adelantado a las instituciones que todavía están anestesiadas por las fiestas de fin de año y continúan haciendo los balances de 2009. Convocó a Jimena Montaña para que hablara a campo abierto de las acciones que propiciaron los Pabellones efímeros que se erigieron para celebrar la adhesión autónoma de los centenaristas a la cultura cortesana francesa detrás de los idearios de libertad, igualdad y fraternidad. El único pabellón que logró sobrevivir a la histeria de las cortinas de humo en las celebraciones fue aquel inspirado en el Petit Trianon encargado para Madame de Pompadour.

 

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Jimena Montaña realizó la charla en el lugar donde se celebró el primer centenario: el Parque de la Independencia. Su exposición fue intervenida en varias oportunidades por el público, lo cual ayudó a dinamizar el diálogo. Al final de la tarde narraba a cincuenta personas los pormenores de la configuración del antiguo parque epicentro de las celebraciones de este acontecimiento en 1910. 328 abonados en Facebook habían confirmado la asistencia en el grupo creado para este propósito. Para comenzar, cincuenta personas es un número elevado de cuerpos que quieren comprender el pasado para participar activamente en los lugares públicos que mencionarán ad nauseam la dependencia de la independencia y dejarán en el olvido la libertad y la solidaridad activa entre los cuerpos. Este es el espíritu de lo contemporáneo en las artes: por medio de la acción, salirse del circuito burocrático –privado o público– que sabe compensar con creces a sus incondicionales, a todos aquellos y aquellas que no tienen nada que decir para que sigan diciendo nada.

Jaime Iregui tiene previstas otras acciones que ojalá mantengan la acogida lograda en la escenificación de su primer Encuentro. La narración de Jimena Montaña fue amena y tuvo la virtud de sembrar inquietudes en todos aquellos y aquellas que nos animamos a realizar algo diferente un sábado por la tarde.

La Libertad en la Expresión Artística

Avanza 2010 y aún los ciudadanos y ciudadanas bogotanas no sabemos quién será distinguido con el premio Luis Caballero 2009, así sus directivas conozcan el fallo del jurado desde el año pasado.

¿Por qué se engavetó esta información y no se la proporcionó oportunamente a la ciudadanía? ¿Por qué se dilató innecesariamente el calendario previsto?

Después de la discusión realizada en Esfera Pública, único medio que visibiliza este esfuerzo de la ciudad,  es necesario revisar los protocolos que regulan el premio, pues, la larga espera que deben padecer los artistas y los ciudadanos  es inédita,  y ya nada la puede justificar.

Si por el campo del premio Luis Caballero llueve, no escampa en otras regiones de la cultura  en la cual se distribuye el dinero de los bogotanos. El sector público en Colombia no tiene cultura de la evaluación y la autoevaluación, pues, algunas instituciones públicas  se administran con criterios de familia. Ojalá este año bicentenarista sean escuchadas las sugerencias que plantea la ciudadanía de este sector cultural de Bogotá. Son muchos los estímulos que debemos evaluar y la Junta Directiva de la Fundación Gilberto Álzate Avendaño está en la obligación de informar a la ciudadanía sus gestiones  a este respecto. Entre otros, urgen cambios en el Luis Caballero y en el   Salón de Arte Bidimensional; Lucas Ospina hizo un análisis de los vicios de otros estímulos, por los cuales nadie se preocupa. Paradójicamente, Fernando Botero nos dio ejemplo el año pasado con su evaluación del premio que llevaba su nombre.

(Ojalá este dinero que el artista tenía destinado a promover  el arte y la cultura en Colombia, lo siga invirtiendo en el talento artístico colombiano,  por medio de otras instituciones, por supuesto mejor orientadas conceptualmente y de mayor credibilidad en los medios artísticos y críticos del país. De la misma manera, ojalá las iniciativas no institucionales para pensar el Bicentenario, como la de Jaime Iregui, encuentren incentivos económicos que las ayuden a prosperar, así este  artista no los esté buscando. Sin dinero es poco lo que se puede hacer).

Ya hemos debatido ad nauseam sobre la administración del Luis Caballero y las propuestas de los artistas, por supuesto, sólo con el ánimo de que no termine como el Premio Botero: sin pueblo, sin crítica, sin esfera pública. El premio Botero no tuvo crítica de arte formal; nació muerto; el entramado de la esfera pública es vital para cualquier iniciativa artistica de relevancia. Ahora, sobre el   Salón de Arte Bidimensional  se ha dicho poco porque no es mucho lo que hay que decir, así la convocatoria, con su precariedad conceptual, tenga acogida aún en  artistas colombianos de relevancia. ¿Qué busca realizar este Salón?  ¿Para qué organizar eventos que discriminan positiva o negativamente prácticas artísticas? ¿Para salvar de su ruina –supuestamente– a las llamadas –de manera obsoleta– prácticas bidimensionales? ¿Ante el empuje de los nuevos medios, por sí solas aquéllas en verdad no pueden prosperar? ¿El Estado tiene necesidad de implementar pedagogías universitarias para evitar su declive final? ¿Promover sólo la práctica de sus técnicas sin una orientación conceptual clara las puede mantener vivas? Yo no creo.

El Estado está en libertad de discriminar positivamente algunas técnicas artísticas; lo extraño es que los artistas “bidimensionales” o “tridimensionales” acepten esta discriminación y no exijan estímulos más acordes con las dinámicas contemporáneas del arte, en las cuales se han derrumbado, para bien, las barreras artificiales con que las técnicas artísticas más tradicionales, coartaban la libertad de pensar artísticamente. Fomentar la artesanía es altamente positivo, inclusive en artistas profesionales; no obstante,  sin mayor amplitud conceptual esto no saca a las prácticas artísticas tradicionales del atolladero en que las ha dejado el empuje de  prácticas contemporáneas más seductoras para la juventud como el video y la performance.
¿Quien administra  el dinero tiene la potestad de regular la expresión en la libertad de pensar artísticamente? ¿No es la discusión abierta la encargada de sentar las bases de lo que queremos y cómo lo queremos? De alguna manera, la discusión sobre la Acción Plástica de Tania Bruguera en el VII Encuentro Hemisférico de Performance y Política,  decantó algunos criterios para comprender el pensamiento artístico que se gesta en nuestros días. Por ejemplo, quedó claro que el pensamiento artístico tiene libertad para plantear ideas y los medios adecuados que las hagan intuibles en la esfera pública. Se objetó la censura, más no  la crítica de arte que puede decantar el sentido y el sin sentido –los problemas falsos–  de un pensamiento. Lamentamos que la crítica de arte fuera suplantada por un intento de judicializar el pensamiento artístico, iniciativa positivista que no comprende la importancia de la imaginación ni sus modos de operar en el pensamiento artístico.

En estos días, la Facultad de Artes-ASAB de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, inaugura la exposición de sus Proyectos de Grado, los cuales  en esta oportunidad se han aglutinado bajo una idea pensada y elaborada por Luis Buñuel: Ensayo de un Crimen. En esta película el cineasta español plantea  la siguiente tesis: la imaginación no delinque, el pensamiento artístico nunca realiza en la realidad sus crímenes, así esté obsesionado con ellos en su afán de transgredir lo real. El artista siempre fracasa en todos sus ensayos de crimen. Por lo tanto, sus crímenes son crímenes en el campo de la imaginación que no competen a la ley positiva; el juez ante el cual se remite Archivaldo de la Cruz para autoincriminarse, se inhibe de investigar sus crímenes en la imaginación. Por esta razón, no es extraño que Jürgen Habermas haya llegado a la conclusión de que el arte del siglo XX fracasó en su intento de subvertir políticamente la realidad. El filósofo se refiere a las vanguardias de comienzos del siglo XX.

En esta oportunidad, la ASAB  propone a las Facultades de Arte de Bogotá realizar un conversatorio sobre el arte y la libertad de expresión, el cual se llevará a cabo el día 2 de Febrero a las 3 P.M, en el Auditorio de la Facultad.  Para esta actividad  invitó al doctor José Gregorio Hernández,   exmagistrado de la Corte Constitucional y al Doctor Guillermo Hoyos, profesor del Departamento de Filosofía  de la Universidad Javeriana, para que diserten sobre los límites de la libertad de expresión, si los tiene; sobre las fronteras éticas del pensamiento; sobre la relación entre arte y libertad de expresión, y sobre la libertad de expresión en la imaginación como ejercicio real de las bellas artes, y como su única realidad. Asimismo,  invitó  al artista Mario Opazo a orientar una acción plástica colectiva en este evento y con el mismo motivo.

La inauguración de la exposición de los Proyectos de Grado de la ASAB es el 27 de Enero de 2010 a las 5:30 P.M. en la sede del Palacio de la Merced, y el 28 de Enero a la misma hora en la sede de los Sótanos de la Avenida Jiménez con Carrera Séptima. El día 28 de enero, el compositor Rodolfo Acosta presentará la instalación instrumental La muerte de Stephen Albert,  en la sede de los Sótanos.

Aquí Falta Alguien

 

Habemus Luis Caballero. La academia –Laignelet–, los artistas –Herrán–, los curadores –Roca– y la crítica –Arcos-Palma–, parece que se dirigen hacia un mismo horizonte. Buena señal para el arte contemporáneo en Colombia.

El jurado del premio Luis Caballero comprendió a cabalidad su responsabilidad. Ante la ausencia de espacios artísticos independientes que garanticen la libertad de expresión en el pensamiento artístico, este estímulo de la Alcaldía Mayor de Bogotá a las/los artistas colombianos, sin duda está llamado a convertirse en el evento artístico más importante del país. Ojalá así termine por entenderlo no sólo la comunidad artística de nuestro país. Es importante que los administradores de lo bello y de nuestros escaseados recursos económicos, se esfuercen por comprender y aprehender en qué consiste pensar artísticamente en nuestra época. He insistido en otras oportunidades que hace falta mayor gestión para que el Luis Caballero se redimensione, local e internacionalmente. No nos falta talento artístico; carecemos de imaginación administrativa. El problema es que los protocolos que  aplican los administradores quedaron obsoletos. Es el momento de pensar mediante contraproyectos. A esto me referí cuando comenté el trabajo reciente de Jaime Iregui.

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La decisión del jurado de la V versión del premio Luis Caballero, es importante porque, como debe ser en un acontecimiento de este orden, manda señales muy claras sobre lo contemporáneo en el arte. Víctor Laignelet, Juan Fernando Herrán y José Ignacio Roca, representan sectores importantes de nuestras prácticas artísticas nacionales; son referentes importantes así sean controversiales y hayan sido controvertidos. Junto con los aportes que ha realizado la crítica, nos dan una idea: intuimos hacia dónde debemos movernos en un futuro cercano: hacia el redimensionamiento de los cuerpos, hacia la transformación sígnica de los lugares públicos en que aquéllos aparecen , hacia la creación de signos que muestren mayores posibilidades de acción para los hombres y las mujeres de nuestro país.

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Mario Opazo ha realizado acciones durante 2010 que ayudan a comprender la dimensión del fallo del jurado. Aquí falta alguien es una puesta en acción para buscar en la oscuridad que caracteriza a nuestra época, un camino para buscar a un amigo perdido en la maleza ideológica que devora nuestras instituciones. Se trata de Nicolás Castro. Opazo se ha unido al Grupo de Amigos por la libertad de Nicolás Castro, grupo de incondicionales que han trabajado sin descanso y sin más apoyo que su juventud, su vitalidad y buena voluntad, desde diciembre pasado. No me refiero a los 20.000 o más amigos abstractos y esnobistas de Facebook. Hablo de diez personas que hacen arte contemporáneo sin saberlo, ignorando que están abriendo posibilidades de acción al pensamiento. En la carrera séptima de Bogotá –en los septimazos–, y en otros espacios, han realizado acciones plásticas colectivas muy creativas, aunque con las uñas. Opazo ha adquirido un compromiso no sólo con ellos. Principalmente se ha vinculado con lo público y con los cuerpos que lo conforman. Contrario a la apariencia, como creen los esteticistas, el compromiso amplia la libertad de pensamiento. Contrario a los artistas que todavía piensan la apariencia en sentido metafísico, Opazo ha roto este  espejo y ha incursionado en lo real con su imaginación; valiéndose de signos cuidadosamente articulados, ha mirado de frente la angustia y el dolor de nuestra época.

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A instancias de la Facultad de Artes-Asab de la Universidad Distrital, El Cartero, es una Acción Colectiva Plástica, realizada por Opazo y el reducido grupo de amigos de Nicolás, el 2 de febrero pasado. Sólo los incondicionales de Nicolás, compañeros de estudios y vocación, participaron. A lo sumo son diez pelagatos, pero no se dejan intimidar por la indiferencia de la universidad y la ciudad. La dificultad no es el miedo que suscita el caso de Nicolás, me ha comentado alguien; se trata más bien de la indiferencia y apatía que caracteriza a la pseudociudadanía bogotana. La experiencia de Opazo con colectivos es mínima, en esto sigue siendo moderno. Esta es la oportunidad para reafirmarse en el espíritu del arte contemporáneo, lo colectivo como mutiplicidades cambiantes permanentemente. Opazo logró comprenderse plásticamente con los amigos de Nicolás, allí donde Doris Salcedo fracasó. La pedagogía nunca fue el fuerte de esta artista. Víctor Laignelet medió para que se intentara un diálogo entre Salcedo y este grupo de amigos de Nicolás que está pensando artísticamente cómo aportar a la pronta liberación de su compañero. La brecha generacional fue implacable en este diálogo fallido. Salcedo también declinó la invitación de la ASAB.

En horabuena la decisión del jurado de la V versión del premio Luis Caballero. Captamos señales inequívocas: interés por el cuerpo como presencia irrefutable, por los individuos entrelazados en sus diferencias y cruzados por todo tipo de lenguajes. Esto parece ser la tendencia en el arte contemporáneo en Colombia: cuerpos cruzados en signos. Mario: el contraproyecto El Cartero debe continuar.

Jorge Peñuela

PD: Fernando Pertuz también se ha mostrado muy interesado en el caso de  Nicolás Castro y ha participado con algunas ideas en sus reuniones, lo cual es consistente con la propuesta  presentada en esta versión del Luis Caballero.

 

 

La empericada de Tania Bruguera

Después de una incómoda y larga hora de espera, de padecer una organización caótica y desconsiderada con las ciudadanas y ciudadanos que acudimos al Encuentro de Perfomance en la Universidad Nacional, se dio inició a la acción plástica de Tania Bruguera.

La artista organizó un panel con algunas de las víctimas del conflicto colombiano, tema aburrido para nosotros por lo repetitivo cuando se aborda de manera superficial o con base en clisés. Es el caso de Bruguera que cree que la coca es la causa de todos nuestros males: la tesis del imperio, la justificación para la invasión militar extranjera.

Terminada la primera intervención, una asistente de la artista comenzó a hacer circular un recipiente redondo con líneas de coca para aspirar. Mientras se daban algunos testimonios de guerra, se les ofreció a todos los asistentes a la rotonda del segundo piso del edificio de Bellas Artes, una liniecita de polvo blanco de la mejor calidad. La calidad era excelente porque algunos aceptaron la generosidad de la artista y repitieron. Más de uno de los asistentes se echaron su pasecito.

Muy poca imaginación. Bruguera descubre el agua tibia y cree que ha realizado el más grande descubrimiento de termodinámica. Seguro que su interés es provocar.  No obstante, es trivial abordar temáticas tan complejas de manera desinformada. Bruguera está lejos de conocer los problemas que acota. Sabe que el oportunismo da sus réditos en dólares.

Algunos extranjeros probaron el polvo nefando e inocente. Si hubiera una causalidad entre coca y violencia, faltó que Bruguera asumiera su propia culpa en lugar de echarle la culpa a los demás de la violencia en Colombia.