Por: Jorge Peñuela
Fecha: septiembre 13, 2020
Fetiche contemporáneo: la “atención pública” como productora de “obras de arte”, como sea… ¿Cómo sea?
Como sea, “sobresalir en el competido mercado de la atención pública”, es una de las frases que llaman la atención del artículo del crítico de arte Carlos Granés, acerca de John Fitzgerald, un artista que logra llamar la atención del mercado mediático, así su “obra” no sea reconocida en los circuitos de las elites confinadas en sus Salones, por definición excluyentes, desde siempre. En cierta medida, este desconocimiento mediático y social de la propuesta plástica del artista habla bien de su lucha. Todo artista tiene una lucha que en el mejor de los casos se resiste a cristalizar en “obra” cerrada, esterilizada como requisito económico para poder entrar en el mercado de bienes suntuarios. La obra abierta obra, transforma, relaciona, resuelve la tensión entre la acción y la producción. Lo que el mercado llama “obra de arte” cerrada, para el artista configura lo abierto (Agamben, 2002).
A pesar de que John Fitzgerald es un artista productor de “obras”, es proclive a la “acción”, es decir, es un artista que quiere liberarse de la “obra”, según la distinción clásica que Giorgio Agamben recoge de la Antigüedad griega (2019). La tensión entre “obra” y “acción” se resuelve como profanación (Agamben, 2005), como restitución de un bien a quien le ha sido sustraído: la verdad que transforma la realidad. En la “acción” de coserse los labios que realiza Fitzgerald, sus críticos no alcanzan a percibir ninguna profanación.
En varias ocasiones le oí clamar a Fitzgerald, a veces abruptamente, por acciones dentro de un sector de las artes que prefiere dialogar eternamente entre sí como excusa para no actuar. Hay sectores de las artes en donde hablar se confunde con producir obra. Y son resortes diferentes. Lo primero se pone en marcha entre iguales. Lo último tiene un protagonista: el dispositivo artista.
Es oportuno preguntarnos aquí, ¿algunos de los críticos de hoy han indagado qué es una acción? ¿O qué es una “obra”? Esta última es algo listo para embalar. La primera niega, transforma, se aparta de los consensos estético-estatales a través de los cuales se marginaliza a quienes tienen algo relevante que decir. Por eso mismo, lo conocido en el arte de “obras” de nuestros días deja mucho qué desear, pues estas prácticas han sido capturadas por parte de un sistema de producción más cercano a la mercancía lista para empacar , que de una actividad propicia para la renovación y democratización de la cultura y la sociedad en general.
El artículo de Granés en El Espectador acerca de Fitzgerald mezcla hábilmente ironía con perspicacia; recoge la opinión de quienes consideran que una exposición mediática como la que Fitzgerald logró, solo se le autoriza gratuitamente a unos o unas pocas, por ejemplo, a Doris Salcedo o Beatriz González, entre algunas de las figuras favoritas del Star System Local. Sin percatarse de ello, el periodista abre una Caja de Pandora. Invita a reflexionar acerca de los oportunismos propios de las instituciones tipo Fragmentos que se ufanan de producir “obras de arte” para el consumo de los grupos que reivindican una sensibilidad patética, conformista, esnobista e hipócrita; se trata de grupos selectos adictos a ese mercado de la “atención pública” que impide escuchar a quien se habla y se le reprime si tiene el coraje de la interpelación.
El dispositivo artista diseñado como institución indivualizante, como modelo de la sociedad hedonista de nuestros días, no tiene el menor pudor para abrazar todo cuanto sea necesario cosificar con tal entrar en el mercado privilegiado de la “atención pública”. Granés no alcanza a darse cuenta de que no se trata solo de Fitzgerald. Pasa por alto que esta es la condición de producción de arte contemporáneo, de “obras de arte” para el mercado: tanto el cosido de labios para la prensa en cualquier esquina de Bogotá, como también el de telas con los nombres de las víctimas de guerra impresos en ellas, cosidos en directo para la televisión hegemónica en la Plaza de Bolívar. Ninguna de estas “obras” obran porque aunque ricas en exposición son solo cosas inertes. El acto artístico es otra cosa. Para obrar se debe ser pobre (Agamben, 2019), se debe renunciar a la sobreexposición que buscan muchos de los artistas atrapados en y por el dispositivo artista.
Hay que ser equitativos con Fitzgerald. Es importante considerar que la condición de la cual este artista se apropió y usó efectivamente, no es otra cosa que la condición de producción de “obras de arte” en nuestros días. Por eso mismo, hay que mirar con lupa, de quién es el malestar que el periodista crítico recoge en su aporte al arte colombiano y el lugar desde el cual habla. Siempre se habla a alguien y ese alguien tiene un lugar, por lo general, de privilegio.
Bibliografía:
Agamben, G. (2002). Lo abierto. Buenos Aires: Adriana Hidalgo editores.
Agamben, G. (2019). Creación y anarquía. La obra en la época de la religión capitalista. Buenos Aires: Adriana Hidalgo editores.
Agamben, G. (2005). Profanaciones. Buenos Aires: Adriana Hidalgo editores.
Imagen: Homenaje a Javier Ordoñez y las otras victimas de brutalidad políciaca, en el Park Way, Bogotá.
Fotografía: www.liberatorio.org