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Los héroes en Colombia sí existen: segunda parte

El problema que Víctor Albarracín tiene interés en visibilizar no se puede abordar de manera aislada.

Inconscientemente, Víctor reproduce un paradigma pedagógico decimonónico: los estudiantes son menores de edad que dependen de sus pofesores. Si los profesores no dicen a “sus” estudiantes qué es lo bueno y cómo evitar lo malo, los estudiantes fracasan en su vida profesional. Este paternalismo es un régimen pedagógico obsoleto. El activismo de la MANE refuta la minoría de edad que se atribuye a los estudiantes. Maestros y estudiantes se encuentran unos a los otros en el mismo plano de igualdad. En las pedagogías contemporáneas, los estudiantes son pares de sus maestros. Las movilizaciones estudiantiles de hace dos años se caracterizaron especialmente porque los estudiantes le mostraron a los profesores que el modelo liberal  de mercado libre aplicado a la educación  estatal, acabaría con las ilusiones de miles de jóvenes de entrar a la educación superior.

No veo la razón para no reconocer la relación existente entre la querella de la MANE, la fiesta colombiana por el “florecimiento” del mercado del arte y la indignación por la pauperación de los profesores universitarios de arte. Los tres fenómenos se  explican mejor si se les relaciona con la ideología del mercado libre de regulaciones estatales. El imperativo es el siguiente: los particulares, los intereses privados de una minoría, son los que impulsan y “regulan” el progreso de los pueblos. En mi opinión, son los jovenes universitarios quienes mejor comprenden la emergencia humanitaria en la cual vivimos. El Catatumbo está en llamas. No se trata sólo de la indigencia económica de artistas talentosos que no logran ingresar al star system del mercado. El oprobio social y humanitario generado por el “florecimiento” de los mercados, es más general. A veces, la herida propia nos impide apreciar la catástrofe mundial.

Víctor tiene razón cuando afirma que hablar de oprobio humanitario es asumir una posición moral. Sin duda, describir la actualidad en términos de oprobio y catástrofe, es asumir una posición moral. Cada uno a su manera, tanto Víctor como quien esto escribe, estamos en la fase moral, entendiendo por tal un momento de indignación, un momento extático. Como la mayoría de los artistas que agarran pueblo, víctimas y columbarios, los dos nos  solazamos en la indignación y no nos atrevemos a ir más lejos. A este respecto, el movimiento estudiantil tiene lecciones que enseñarle a sus maestros. Quedarse en la fase de la indignación sólo beneficia a los coleccionistas de arte. Dicho en otras palabras: la indignación sublime de los artistas contribuye al oprobio que estos últimos pretenden denunciar. La MANE le enseña a sus maestros dos actitudes. En primer lugar, les muestra que no basta con manifestar desde los claustros académicos una indignación aristocrática. En segundo lugar, evidencia que es necesario pasar a la acción e incursionar en la política cuando el orden social pone en peligro las libertades. La MANE muestra la necesidad de suspender las certezas de la vida académica e invita a arrojarse a la incertidumbre de las luchas políticas. En las calles bogotanas, controvierte el régimen económico que pretende hacer de la educación de las colombianas y los colombianos, un negocio lucrativo a costa de profesionales mal remunerados y en contextos de aprendizaje deprimentes. Respecto al “florecimiento” del mercado del arte, los artistas contemporáneos optan por otra altervativa. En lugar de controvertir las pretensiones de los señores del mercado de arrogarse el derecho a reformular las reglas del arte, los artistas organizan un fiesta para presentar sus respetos a la nueva realeza. No del todo nueva. No comparto este oportunismo estético. Propongo una resistencia artística para que los artistas recuperen su autonomía creativa.

Víctor señala una verdad incontrovertible. Las facultades de arte de las universidades públicas no tienen voluntad de actualidad. Por ello mismo, son responsables de no haber generado políticas que neutralicen la injerencia del mercado y los intereses privados en las políticas culturales del Estado. Estas facultades no defienden los talentos que se pulen en sus programas. A las facultades de arte de las universidades públicas, les falta mayor liderazgo local y nacional. En asuntos culturales, deben reclamar al Estado unas políticas que beneficien no sólo al sector privado. Deben exigirle al Estado ser reconocidas como su interlocutor natural. Deben diseñar políticas para que los diversos talentos de sus egresados no se pierdan una vez los graduandos  dejan la universidad, por falta de “conexiones”. A este respecto, Víctor tiene toda la razón. No obstante, el debilamiento del Ministerio de Cultura es tal que, Colciencias es quien avala la calidad de muchos trabajos artísticos, en especial los escritos sobre arte. Colciencias determina los criterios de evaluación de la producción literaria en artes. El ministerio de cultura no tiene credibilidad ni metodologías de evaluación adecuadas al campo del arte. Colciencias lo tiene comiendo en la mano. Actualmente, el artista contemporáneo debe simular ser un investigador, un científico social.

Volvamos al texto de Lucas Ospina. Con honestidad tejida con sorna, el artista recuerda cómo fue su tránsito de la crítica de arte, a la curaduría. Entre líneas, menciona la querella de Ricardo Arcos, a propósito de su designación como uno de los curadores del último Salón Regional de Artistas. Para Arcos, era claro que en este proceso se había puesto en marcha el mecanismo de la cooptación artística que denuncia Víctor. Quizá no se puso en marcha. Quizá ya venía de tiempo atrás y  para este Salón sólo se reforzó esta tradición. Arcos planteó su querella públicamente, pero el Ministerio de Cultura, prefirió mirar hacia otro lado. Nadie dijo nada. Si siquiera el mismo Arcos persistió en su inquietud. Sin embargo, a diferencia de la queja de Víctor respecto a la cooptación artística, Ospina es un artista de talento que se vio perjudicado moralmente por la ausencia de reglas claras al respecto. Cuando los jurados tienen impedimientos éticos para tomar una decisión, es deber del Estado no minimizarlos ni eludir su responsabilidad administrativa. Al contrario, deben vigilar con celo que no haya lugar a la menor suspicacia.

Para terminar, ¿cómo puede el artista contemporáneo sobrevivir por fuera del star system criollo? Como propone Jalule, un pseudónimo que opina en Esfera Pública: creando solidaridades no especulativas. Desplegando otras estrategias de circulación para sus productos. Víctor: yo no digo que vender sea malo. Afirmo que la especulación del “floreciente” mercado del arte, está acabando con los artistas talentosos que le preocupan a usted. Personas comunes y corrientes como usted y yo, sabemos que sólo podemos aspirar a intercambiar productos artísticos. Amantes como somos del arte, ni usted ni yo podemos comprar el arte que quisiéramos. Por su lado, el público en general considera que comprar arte es un juego para millonarios. En este sentido, el arte niega la igualdad que debe promover. No merece nuestro interés, mucho menos nuestro respeto.  Con apoyo del Estado, los artistas que tienen la fortuna de estar por fuera del star system, pueden persuadir a los y las colombianas de que el arte no es un juego de millonarios y que cualquier profesional con trabajo puede aspirar a tener arte en su casa.  En Colombia, no sólo los artistas tienen dificultades para sobrevivir dignamente en la era de la globalización de las mercancías.

 

Agradezco a Lucas, a Víctor y a Jalule, su generosidad en este intercambio prolífico de ideas.

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