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Medidas Cautelares y III Bienal de artes plásticas y visuales: problemas compartidos (Primera parte)

Retórica, contradicción, política,  espacio y cuerpo configuran la constelación que alumbra las prácticas artísticas contemporáneas más conscientes de su hacer en esta  época tan apocada, cocida en su propia corrupción. Una época que asalta y obstaculiza permanentemente el despliegue de ideas igualitarias dentro del arte contemporáneo. Instaladas en Bogotá, dos exposiciones llaman la atención de quienes  siguen con escepticismo, desconfianza o interés  el arte contemporáneo realizado en Colombia. En primer lugar, se encuentra Medidas Cautelares, la exposición actual en Valenzuela Klenner Galería. En segundo lugar, se aprecia la apertura de la III Bienal de Artes Plásticas y Visuales que tiene lugar en la Fundación Gilberto Álzate Avendaño. El orden en que a continuación se estudian las propuestas responde a su cronología, la primera exposición comenzó el 16 mayo de 2014 y  se prolonga hasta el 20 de julio, la última se abrió el 10 de junio y termina a finales del mes de julio.

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Medidas Cautelares, consiste en una exposición espontánea, gestada, convocada, divulgada y debatida a través de las redes sociales, la realidad más adelantada con que cuenta el pensamiento artístico que se ubica dentro del régimen discursivo denominado contemporaneidad. Los artistas que salen a Valenzuela Klenner Galería, un reconocido espacio de discusión plástica contemporánea, participan con una, dos o tres obras. Sin andaderas curatoriales previas, las ideas se ensamblan sobre la marcha. Su montaje espacial fue una acción progresiva y participativa. Con sus preguntas, todos los artistas pretenden responder a los desafíos que la actualidad colombiana les plantea. La mayoría  responden con sencillez y solvencia plástica. Pocos logran tocar viva e intensamente al espectador. La perfección retórica no es garantía del toque que demanda el espectador de la actualidad.

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La III Bienal, es un estímulo económico financiado por el Estado y administrado por una entidad de carácter privado. Se ofrecen sesenta millones de pesos que pueden ser distribuidos en máximo tres premios con cuantías no inferiores a veinte millones. A pesar del esfuerzo de introducírsele mejoras conceptuales, esta versión de la Bienal evidencia la crisis  de legitimidad que afecta y extenúa este tipo de prácticas, tanto a nivel local como nacional. Nadia Granados, David Lozano, Eduard Moreno y William Bahos piensan in situ sus Ideas. In situ, una práctica expresiva que cada vez pierde más contenido, que confunde  y dificulta la selección y premiación de los artistas que se acogen a ella.

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Aunque las  exposiciones acabadas de  mencionar comparten algunas inquietudes en común, en esta primera parte meditamos acerca de Medidas Cautelares. En la segunda, abordaremos las innovaciones y las  propuestas de la III Bienal. Una y otra nos permiten esclarecer la retórica invisible que pulsa debajo de la lógica de las artes que impera en el arte colombiano.

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La retórica es la lógica de las artes. A pesar de esta condición, la retórica es el régimen discursivo más reprimido en la modernidad. Si los filósofos modernos fueron conminados a olvidar el ser, los artistas contemporáneos sucumbieron al pragmatismo angloamericano y se  olvidaron de la retórica, el ser de su hacer.  La retórica orienta la práctica de quien se atreve a hablar de lo común en un espacio público, envuelto en unas maneras específicas de sentir el peso de las ideas acerca del ser parte de un mundo con sentido. Por otro lado, la lógica del discurso disciplinar positivista tiene en el principio de no contradicción el eje central  de la argumentación científica. Con su superficialidad profunda, la retórica libera la imaginación de los atavismos culturales naturalizados, ya sean estos ideológicos o psicológicos.

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En este orden de ideas, se puede postular que una retórica mínima regula superficialmente  la política del arte. Propiciar la permanencia de hombres y mujeres en la superficie de las artes, garantiza el aire que demanda la situación igualitaria que instauran las artes.  Sólo en lo superficial las diferencias pueden exigir igualdad.  Se puede afirmar que la política del arte consiste en sacar adelante una realidad desdialectizada e inédita.

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Los gestos de los artistas responden al llamado del acontecimiento de sentido, al llamado de la Idea de igualdad presente a lo largo de la historia occidental. Los artistas  tienen vocación de mundo. Allí en donde hay mundo hay idea y por lo tanto igualdad. Contrario a aquello que expresan algunos teóricos posmodernos, sólo esta Idea tiene la potencia de relacionar.  En su experiencia deconstructiva, los artistas actualizan principios singulares que exigen una comprensión universal, es decir, un encuentro de diferencias con vocación de mundo. En este sentido, la experiencia artística es un gesto originario con el cual se reinicia una y otra vez el modelado del mundo habitable. Contra las tormentas y mareas que desatan los amanuenses de las teorías posestructuralistas, afirmamos que el artista es original cuando logra recomponer las retóricas gastadas de sus maestros y vacía de su nada las retóricas ideológicas con las cuales se doméstica a hombres y mujeres. Diferente a la política de la estética, la cual promueve las retóricas sociales aclimatadas, el artista contemporáneo habla mediante imágenes de verdad. Las suyas son imágenes verdaderas porque con un solo toque nos muestran la  totalidad de la situación de la  cual hacemos parte. Sólo lo verdadero tiene la potencia de tocar y modelar una totalidad de sentido. Sólo tocando intensamente los hombres y las mujeres se mueven hacia escenarios de sentido igualitario. Tocar o tocar, este es el problema del arte contemporáneo.

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Valenzuela Klenner Galería muestra un conjunto de artistas que, simultáneamente,  luchan en contra de las lógicas burocráticas del Estado y las retóricas sociales desgastadas. Llamo retórica social a unas reglas discursivas que garantizan el éxito comercial en la sociedad de consumidores espectacularizados. En este sentido, se puede afirmar que Medidas Cautelares es una exposición que reivindica una política de las artes al margen de las políticas estéticas promovidas desde el Estado.

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La política de las artes no se deja enunciar, pues, una y otra vez se reinventa con cada uno de los ejercicios artísticos propuestos. Es propio de los gestos artísticos no dejarse enunciar por los intrusos oportunistas. La  Idea desplegada en los gestos artísticos de Medidas Cautelares se vale de múltiples retóricas incluyentes, de esta manera se constituye en ejemplo para la estética de la política partidista neoliberal promovida desde el Estado.

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El gesto más auténtico de Medidas Cautelares, la retórica mínima de la cual se viene hablando, se encuentra en el último piso de la Galería, en la terraza, en esa fuente de oxígeno para los tres pisos que la configuran. Allí fueron dispuestos los muros para que los espontáneos se ensayaran como artistas sin supuestos, como artistas que no buscan inmortalizarse en una obra, como artistas que en sus actos se modelan a sí mismos, una y otra vez, en el ejercicio veloz de un grafiti irreverente, en un grafiti mordaz con una retórica mínima.

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Ahora bien, los gestos que se toman  la terraza de Valenzuela Klenner Galería no destacarían como se destacan, si no fuera por la presencia de los artistas que presentan sus obras en los tres pisos. Es cierto, unas más sugestivas que otras, es decir, unas más sinceras, más sentidas que otras. La sinceridad consigo mismo es la coherencia del artista político. La solidez conceptual que reclama el Estado neoliberal colombiano es un embeleco rojo para torear a los incautos que tocan las puertas del Ministerio de Cultura. Desde la perspectiva que nos proporciona la sinceridad, todo artista es político.

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En general, Medidas Cautelares trata de un conjunto de obras depuradas de la retórica servil y utilitaria que impulsan los mercados de arte, pero en el cual cada uno de los artistas convocados  se ensaya para encontrarse con su propia retórica, con lo propio y ajeno de la fractura de su yo, con su propia esencia prometida. Ensayar es dar una probada al infinito devorador de artistas irreverentes, es correr el riesgo de desparecer en una experiencia artística. Las obras dispuestas reivindican una política para las artes con la cual cada artista se ubica en los márgenes de la intriga política por el poder. Ésta es una manera clásica  de pensar políticamente dentro de una práctica artística. Otra manera  de hacerlo   consiste en exponer los productos artísticos ya no a la mirada del espectador avezado, sino  al fuego inclemente de la intriga política en la cual se debate el ciudadano y la ciudadana comunes. A lo largo del siglo XX, esta alternativa creativa pone a prueba la imaginación de los artistas. Del encuentro con el torrente de la realidad real, muy pocos artistas salen incólumes, muchos de ellos salen  chamuscados de lo real político o  son devorados por la furia partidista de los bandos en tensión, otros quedan sometidos a la lógica del principio de no contradicción política o partidista. Este último artista debe establecer un pacto vinculante entre el decir sentido y el hacer medido, calculador.

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Así  el gesto del artista pierda libertad y quede sometido a los intereses cambiantes que rigen el estar social, el artista se satisface en ser un militante  de la igualdad que aún reclaman con esperanza o con nostalgia las sociedades contemporáneas, técnicamente llamadas posutópicas. Son muchos y muchas las artistas que no pueden con la nostalgia de las revoluciones artísticas fracasadas en el pasado más inmediato. Estudiadas las revoluciones artísticas del siglo XX, parece que el sino de toda revolución artística es el fracaso. ¿Por qué fracasan las revoluciones artísticas? ¿Por qué su éxito artístico está ligado a su fracaso político? ¿Todo arte político lleva en sí la semilla de su propio fracaso? Esta dialéctica moderna ya no opera en la contemporaneidad. Por fuera de este círculo vicioso que gira del éxito hacia el fracaso y viceversa, el artista contemporáneo encuentra modos de ser que no son políticos, así se sostenga que son emancipadores. La emancipación que promete el arte es del orden de la verdad, de la sinceridad consigo mismo, de la plenitud de ser en la precariedad instaurada mediante  todo comienzo transformador.

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La presente meditación sólo se interesa por el ejercicio propuesto por Jairo Valenzuela, por la puesta en acto en Medidas Cautelares. A pesar de que   el contexto nos cohíbe de expresar algún  interés por las obras en su singularidad, lo cual es inadecuado cuando son tantos los artistas relacionados en el mismo espacio, algunos artistas llaman la  atención más que otros, unos por su retórica, otros por sus ideas, otros por su sinceridad, otros por la intensidad de su militancia. En primer lugar, Los anónimos de la Terraza, un buen nombre para un colectivo marginal.

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En segundo lugar, se destaca el trabajo sin pretensiones de Gabriela Pinilla, una instalación pictórica rara, bella  en su extraña sencillez, sin duda una cualidad que se abre paso en la sensibilidad contemporánea. Sin temor a ninguna represalia crítica –ideológica o galerística– Pinilla reivindica con Guadalupe Salcedo no sólo la pintura en la deriva contemporánea. Principalmente, en ella se actualiza la Idea de igualdad que lucha por esa libertad tan esquiva a las y a los colombianos. Su pintura instalada busca retener la mirada del espectador indiferente, de ese que asiste a las exposiciones para no verse sino a sí mismo;  y Pinilla lo logra, con creces. No se trata sólo del color, de la forma, del formato o de la habilidad técnica. En estas dos pequeñas pinturas hay algo más, algo trova en ellas: la voz de la artista misma.

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Las pinturas son acompañadas por una especie de  novenario por la emancipación compuesto por la artista. Un conjunto de ellos cuelga en diagonal, pues, la artista intuye que sólo en la diagonal germina el ser de la igualdad. Demócrito ya sabía que  sólo el desvío nos hace iguales y libres. La instalación  invita a meditar acerca de grandes problemas valiéndose de pequeños espacios y sin recurrir a efectos culteranistas. Pinilla no tiene en mente   implementar efectos visuales sólo para apabullar al espectador. Los espacios en los cuales se resguarda, resisten el espectáculo permanente exigido con fiereza por las grandes masas.

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En tercer lugar, llama la atención del espectador la máquina musicalmente ruidosa  de Carlos Bonil, retóricamente ingeniosa para su inutilidad pragmática. Como la instalación móvil de Santiago Sierra, esta máquina es un NO continuado. A esta máquina escéptica no le  hace falta decir más: refleja el sentir de gran parte del pueblo colombiano.  En cuarto lugar, no deja de llamar la atención la propuesta del laureado José Alejandro Restrepo. Se trata de un registro de video intervenido que, inconscientemente, tiene el propósito de deconstruir la Idea detrás de Medidas Cautelares: al igual que se puede constatar en la política partidista, de ninguna manera el arte político no puede evitar la retórica. Este montaje deconstructivo es una técnica que le gusta implementar a Gerardo Mosquera, y, estudiada bien,  no está desprovista de interés crítico. Que hay algo cínico en la destrucción o deconstrucción de las retóricas comunes, lo muestra vehementemente Nadia Granados.  La esencia de todo arte se encuentra en la retórica, y el arte contemporáneo no tiene ningún argumento convincente para mostrar que es de mejor familia que las artes restantes. La retórica material de Granados corrobora que hasta las más aguerridas artistas encuentran en la retórica una esencia no trivial. Lo superficial de las artes no es un asunto  trivial. Es el recurso del cual los artistas  disponen para destilar sus verdades y no morir físicamente por ello.  Es el caso de la instalación sonora de Muriel Ángulo: los gloriosos acordes del himno nacional perfumando la realidad de letrina que padecemos las colombianas y los colombianos.

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Finalmente, están los tres gestos alambrados de Fernando Pertuz, cada uno instalado en un piso, de tal manera que proporcionan el concepto a cada uno de estos espacios. En primer lugar, democracia, este remedo ideológico evidenciado por  las obras expuestas en el primer piso: Equipo TRansHisTor(ia), Don Nadie, José Alejandro Restrepo y Hernando Velandia. En segundo lugar,   libertad, otra mueca alambrada a través de  la cual los artistas del segundo piso cuestionan cada uno a su manera el fantasma de la libertad, entre ellos, el ya mencionado Carlos Bonil, Stephen Ferry y Edgar Cortés, entre otros. Llama la atención el video Chuzados de Edwin  Sánchez, que bien podría denominarse El artista como Hacker. En tercer lugar, Colombia. Este remedo de república es cuestionado por los testimonios conjurados en el tercer piso de la Galería. Nuevamente, las bellas fotografías de Stephen Ferry, los videos de Jaime Iregui y de José Luis Bongore. Son más los artistas que vale la pena citar y estudiar aquí, pero reitero, el propósito de esta crítica no es hacer un estudio de las obras sino destacar  el ejercicio en general y la Idea detrás de él.

 

Artistas participantes: Liliana Angulo, Muriel Angulo, Manuel Barón , José Luis Bongore , Carlos Bonil, Elkin Calderón, Edgar Cortés, José Covo, Don Nadie, Equipo TRansHisTor(ia), Víctor Escobar, Stephen Ferry, Lina González, Nadia Granados,  Luis Hernández Mellizo, Instituto de Investigación de la Informalidad,  Jaime Iregui,  Luis Liévano,  Alejandro Martin, Álvaro Moreno Hoffman, Fernando Pertuz, Gabriela Pinilla, Edinson Quiñónes, José Alejandro Restrepo, Edwin Sánchez, Andrés Suárez, Luis Carlos Tovar, Hernando Velandia.

Fotografía de Stephen Ferry, cortesía de Valenzuela Klenner Galería.

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