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Melgart y el ave fénix

En dos sentidos, el artista moderno se presenta como un crítico de las instituciones que promocionan o comisionan las obras que se gestan durante  su actividad intelectual.

En un primer momento, el artista decide abstraerse en su propio universo y se margina  de los intereses inmediatos que le condicionan. En esta fase, el artista aprende a gobernarse a símismo. En un segundomomento, se entrega a los debates quea quéllos generan  y con sus gestos intenta gobernar a los otros. La primera fase es la fase política de todo gesto artístico, pues, el artista debe contender con todos los lenguajes que le sujetan. En uno u otro caso, la vocación  crítica de la modernidad  orienta  la producción de muchos ejercicios artísticos. Ubicadas dentro de este paradigma crítico, las instituciones culturales visualizan a un grupo de artistas con el propósito de satisfacer la necesidad de modelar un espacio visual que las albergue y les dé carácter y una oportunidad de existencia en el lenguaje. El paradigma crítico media la relación entre el gesto del artistamoderno y las políticas institucionales. Cabe preguntar entonces: ¿mediante el despliegue de cuáles estrategias y criterios se modela este paradigma? ¿El artista tiene algo quedecir al respecto? Desde el sigloXVII, los teóricos modernos plantean el gusto como horizonte de comprensión y  teorizan exhaustivamente acerca de la norma del gusto. Aunque en la contemporaneidad, el gusto parece no tenerrelevancia, la realidad virtual nos vuelve a familiarizar con este paradigma. Actualmente, es el único criterio claro con quecuenta la crítica, pues,  no es evidente ningún otro. Cuando se indag apor los criterios que permiten destacar a unos artistas en lugar de otros, las instituciones sofísticamente responden con criterios positivistas como la solidez conceptual y la coherencia, criterios ajenos a la práctica real del artista.

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Por tradición, las instituciones religiosas, reales o civiles, encargan  obras y los artistas las proporcionan. Este mutualismo sedentario aún caracteriza a muchos ejercicios críticos modernos. Los artistas se percatan pronto de esta subordinación y controvierten los términos de la subalternización moderna, un teórico la llamó minoría de edad. Los artistas contemporáneos plantean sus ejercicios críticos en otros términos, realizan una crítica activa a la crítica melancólica, impotente, que devoró  las neovanguardias y las sacó del flujo dinámico de la historia. Los artistas contemporáneos se empeñan en reactualizar esta actitud y voluntad de actualidad presentes en Occidente durante toda su historia. La actitud crítica con la cual se modela  el gesto artístico, es aquello que ningún museo ni ningún coleccionista puede comprar, que ninguna epistemología puede disciplinar o normalizar. En efecto, los artistas contemporáneos reactualizan  la crítica como  actitud y no como un producto para ser vendido al mejor postor; la centran menos en la producción de objetos y más en modelar la postura que asumen los cuerpos convocados a detonar redes diversas de sentido. Lo relevante del arte crítico actual, consiste en la actitud que asumen estos cuerpos en los espacios en los cuales se entregan a una conversación libre entre iguales. El arte promete felicidad si por ella se entiende igualdad y solidaridad. Los artistas no buscan la calle ni sus múltiples manifestaciones, tampoco quieren estar en el museo comercial o en las salas de conferencias de una universidad. Buscan espacios menos notables, aquellos que no son visibles mediante el paradigma instaurado por la mercancía contemporánea. Nada más peligroso que propiciar una entrega intensa y generosa al lenguaje y sus múltiples escrituras. Nada más peligroso que las relaciones prometidas en cada gesto artístico. Mediante la conversación y las escrituras creativas, los paradigmas que sujetan las libertades artísticas se rompen y abren sus compuertas a experiencias inéditas de igualdad y libertad. El artista contemporáneo centra todo su interés en el modelado de esta actitud colectiva que asumen los cuerpos puestos en tensión con su gesto.

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El Museo de Arte Moderno de Bogotá (MAMBO) renace de sus cenizas. Acorde con las demandas de otras maneras de pensar las culturas, aguza el oído y renueva sus criterios de exhibición. Los artistas jóvenes sacuden el museo y lo ponen a tono con nuestra sensación de contemporaneidad. El MAMBO tiene claro que debe poner en juego sus criterios si quiere ser una alternativa artística para las bogotanas y bogotanos que esperan transformaciones en los dispositivos de exposición y discusión plásticas. A pesar de las querellas que los artistas de la penúltima generación aún le entablan, muchos artistas contemporáneos comienzan a considerar el MAMBO como su Museo. Esta afirmación se evidencia en la frescura que asumió un colectivo de artistas en la  muestra Melgart, su exposición actual. Los artistas jóvenes que piensan con criterios contemporáneos, saben que arremeter sin más contra la tradición es un atavismo modernista que sólo los  lleva a enclaustrarse en esa melancolía improductiva denominada arte conceptual contemporáneo. Mediante un conjunto de gestos alucinantes, Melgart anuncia la reconquista de los pocos espacios artísticos con los cuales cuenta Bogotá. A pesar del asedio de algunos críticos, el MAMBO sigue siendo uno de los espacios artísticos de Bogotá más idóneos para espaciar esa sensibilidad que se está modelando mediante la noción de contemporaneidad, declinada en clave Decolonial. Por la dinámica fluidez de sus espacios, quizá sea el mejor espacio. Melgart es una acción plástica colectiva que pone en escena  una  multiplicidad de horizontes. En ella, los objetos se ponen al servicio de una performance colectiva, de una coreografía de los cuerpos puestos en acción mediante  esta red efímera que el MAMBO teje actualmente.   

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Los artistas muestran la voluntad de ser actuales sin ser contemporáneos del presente auspiciado por el sentido común comercial, el cual se apoderó de la estética bogotana. Las políticas económicas de la actualidad dejan en suspenso  la idea de nación. Aprovechando esta circunstancia, los Artistas Melgart remodelan esta idea en el vacío de sentido abierto con la trivialidad del tema elegido para esta ocasión. Sí: tema. Los temas vuelven pero comprendidos y espaciados como paradigmas singulares. La verdad ama la insignificancia porque allí  se respira libertad. Evidenciada la insignificancia de la significación, acontece la verdad del sentido.  La significación o la resignificación ahogan la verdad del sentido del arte de ser con otros conversando. Sin las pedanterías conceptuales con las cuales se lucen muchos de  los artistas tardomodernos, los artistas del Paseo del arte, abordan los problemas planteados por la globalización de los mercados. Con sus gestos, hacen mofa de los hábitos más sustanciales, materiales de un colombiano. De esta manera neutralizan  la campaña de evaporización de las diferencias materiales, emocionales y políticas, puesta en escena por la propaganda mercantil neoliberal. Se requiere mucha elasticidad para llegar a estos sujetos laborales, enclaustrados y agobiados en sus corazas de tamal o de aguardiente, a estos hombres y mujeres reducidos a ser marionetas del mercado de mercancías culturales. Se requiere crear una experiencia de vacío con el propósito de generar sentido de singularidad y diferencia. Cuando se han adquirido, experienciado y afinado las destrezas propias de las artes, la socarronería, la sorna y la parodia se convierten en herramientas idóneas para sacar a los hombres y mujeres de su encierro de sentido. Estas expresiones constituyen algunas de las múltiples herramientas con las cuales cuentan los artistas contemporáneos para horadar en sentido común y producir sentido intenso. Si es cierto que lo cortés no quita lo valiente, ¿por qué el arte y los artistas no pueden ser amables con la madre y el  pueblo que los pare?

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La actitud crítica de algunos artistas reunidos en Melgart comienza a modelar aquello que se podría llamar las condiciones materiales y emocionales  con las cuales se modela la nacionalidad colombiana: unos huesos de marrano o una olla de sancocho en un paseo, acompañados de una caja de aguardiente. La idea de nación colombiana se modela en esta experiencia comunitaria, trivial, no obstante esencial. En su grandeza, lo esencial  acontece trivialmente, de otra manera espantaría.  Mediante un conjunto de autorretratos, un grupo de artistas jóvenes se atreve a mirar en sí mismos descarnadamente algunos hábitos que caracterizan la forma de vida de los colombianos, en especial, aquellos que residen en la Bogotá entregada a la productividad material y tienen al municipio de Melgar como el lugar más lejano para realizar sus retiros espirituosos, que no espirituales. Siguiendo algunas indicaciones de Hannah Arendt, se puede decir que los primeros estimulan la producción de vida, mientras los segundos crean espacios de libertad. Los bogotanos y las bogotanas no se preocupan por estos últimos. Para unos y otras, libertad es libertad de ir a Melgar a comer sancocho de pescado, tomar sol y beber aguardiente. Con valentía cortés, los Artistas Melgart nos dicen: Fin de la verdad del sentido de la  Historia de Colombia. 

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Formalmente, Melgart supera el prurito de la obra individualista, lista para embalar. Se aleja del espíritu de competitividad cerril que limita y  caracteriza a los artistas modernos. No tiene mayores pretensiones esteticistas y por ello mismo, sin mediaciones conceptuales estrafalarias, capta  el interés de los asistentes, quienes sienten que en esta actitud se anuncia otra manera de sentir nuestra relación con el arte y la sociedad. Aquello que percibe el visitante es una actitud crítica con las banalidades conceptuales y conceptualistas de los artistas tardomodernos. Un nomejodais decolonial lúdico se abre paso. Sin estridencias, sin “papas estéticas”, se abre un campo de gestos artísticos que  muestra un gran colectivo de amigos insatisfechos consigo mismos. Su mirada fina e irónica vuelta sobre sí mismos, se centra en este sedentarismo laboral que hace de Colombia uno de los países más felices e injustos del mundo. Con seguridad, Melgart se constituye en una plataforma, en un  paradigma de la  singularidad nacional, el cual nos permite, por un lado, visualizar la riqueza expresiva de los artistas colombianos, y por otro lado, acercarnos a la sensibilidad compleja que determina la comprensión de las colombianas y los colombianos. Ojalá esta apertura hacia otras maneras de sentir y modelar gestos artísticos, detone otros tipos de experiencias artísticas que nos emancipen del yugo minimalista que aún ejerce todo su poder  en algunas escuelas de arte, en artistas profesionales y administradores estatales. Con la gran concurrencia de público joven a la inauguración de Melgart, se muestra que el MAMBO tiene decidido recuperar su ascendencia en la juventud bogotana, y ésta sabrá agradecer este interés en las dinámicas que tensan la experiencia contemporánea de Bogotá.

Esta es una excelente oportunidad para que el MAMBO lime asperezas con una nueva generación de artistas colombianos y colombianas, con la cual no  puede comunicarse debido a los atavismos modernistas que aún determinan y constriñen la mirada de muchos artistas contemporáneos.

Fotografías cortesía del artista y fotógrafo Ricardo Muñoz.

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