Por: Jorge Peñuela
Fecha: marzo 22, 2011
Las cuitas del paisaje digitalizado
Al igual que en el año 2009, la quinta versión del premio Luis Caballero llega a su fin: “algo hemos aprendido, algo hemos olvidado”,
sentencia la canción de Los Bukis que por esta época arrebata la imaginación y el corazón de los sectores populares de Colombia. Aprender para olvidar es la lección impresa en esta canción que ha contribuido a modelar nuestra sensibilidad y la sabiduría popular. Finalizado el concurso, esperamos atentos la sustentación mediante la cual el jurado debe justificar el otorgamiento del premio más importante del arte colombiano. Sabremos entonces los bogotanos y bogotanas qué hemos aprendido y que debemos olvidar en esta aventura estética. ¿Cuáles proyectos debemos aprovechar para enriquecer nuestra época para el futuro que la leerá con curiosidad, y cuáles debemos olvidar para mejorar las experiencias plásticas por venir? ¿Cuáles proyectos nos hablan con verdad de nuestra realidad, y cuáles la escamotean?
La sustentación del jurado debe dar cuenta de estas preguntas. Ojalá logren salir de las galimatías que suelen escribir los jurados.
En este contexto, Nelson Vergara es el artista que realiza la última manifestación en la Galería Santa Fe. A diferencia del arte moderno, el arte contemporáneo no se expone: es una manifestación, es una idea que da pensamiento. El arte contemporáneo no es sólo estético, es político. Un conjunto de máquinas son dispuestas en el recinto de manifestación. Para evitar la monotonía perceptiva, el artista pensó con cuidado la arquitectura que le fue entregada una vez Rosario López desinstaló su proyecto. Vergara dejó la arquitectura sin intervención, lo cual nos permite apreciar con mayor claridad aquello qué hizo López con este espacio. Vergara sembró a través de éste algunas máquinas que proyectan imágenes en varios formatos de video, quería hacer grata la permanencia del espectador-ciudadano estimulando su sensibilidad y la curiosidad. Cinco máquinas fueron colgadas como móviles interactivos que el espectador-ciudadano tarda en comprender y otras fueron instaladas de manera tradicional, adosadas a los muros.
Vergara logra que el espectador deambule sin mayor constricción por aquel paisaje tecnocrático que evoca una selva de reproductores de imágenes vacías y sin sentido. El estímulo a la sensibilidad es gratuito porque el espectador-ciudadano no siente la necesidad de mirar más allá de la imagen. No trata de correr la cortina porque sospecha, con razón, que no existe cortina, que “eso ahí” es lo real, que nada existe detrás de la imagen. Intuye que el sentido que dificulta la felicidad del mundo desaparece.
Al igual que algunos video-artistas contemporáneos, Vergara se ha inspirado en la Historia del Arte. En especial, en uno de sus géneros: el paisaje. Éste es el pretexto del cual se vale para poner en marcha su pensamiento. Trata de llegar a una idea que nos revele algo de lo que somos hoy en día, que nos ayude a comprendernos mejor, que proporcione una luz para señalar el lugar que habitamos e indicar aquél hacia dónde debemos dirigirnos quienes queremos un mundo mejor. No lo logra. En efecto, el artista que sea distinguido con este estímulo artístico al arte contemporáneo pensado en Colombia, nos indicará hacia donde deberán mirar los artistas durante los próximos tres años. El arte contemporáneo no es exposición de ideas estéticas; su estética señala un lugar para la acción, por eso es político.
Al igual que los artistas que lo precedieron, Vergara muestra un conocimiento a fondo de la herramienta de la cual se vale para pensar. En este sentido, todos los artistas nominados se destacaron, lo mismo Fernando Ramírez que Fernando Pertuz. ¿Quién podría dudar de las destrezas conceptuales de Rosario López o de la sensibilidad, por el color de Catalina Mejía? Pocos pueden, objetar razonablemente su trabajo técnico. Vergara no es la excepción del grupo. No obstante, el caso de este artista llama mi atención: me da la impresión que la técnica lo domina, que la técnica se enseñorea en su imaginación, que el pretexto sólo le sirvió para mostrar habilidades artesanales. Sin duda, estas destrezas son importantes para pensar artísticamente, pero esto, no satisface plenamente las expectativas que son modeladas por los artistas para que comprendamos la diferencia de lo contemporáneo. En efecto, de los artistas contemporáneos hemos aprendido que lo que importa en el momento del juicio no es un placer estético sino que el artista otorga pensamiento en sus signos, nos muestra en sus construcciones la forma cómo logró salir airoso del pretexto y del dominio de la técnica con un solo propósito: parir una idea. Así como Pertuz es rehén de la vida, Ramírez es rehén de la arquitectura, López de la forma y Mejía del color, Vergara es rehén de su virtuosismo técnico; al igual que en Mejía, Ramírez y López. En la propuesta de Vergara no vemos por lugar alguno al hombre que piensa y sufre una realidad en concreto, no sabemos de qué ignoto territorio procede. Su proyecto trata de pensar el paisaje, pero quedó atrapado en la unidimensionalidad de las formas digitales.
Paisaje desmembrado es el título del proyecto. Desmembrar es un verbo que en Colombia pocos pronunciamos con horror. A pesar de estas connotaciones, Vergara lo introduce como predicado de su proyecto sin lograr generar ninguna actividad crítica en el pensamiento del espectador-ciudadano. El desmembramiento al que alude es estético, artificial, supeditado al reino de la tecnología. Con generosidad, tarde comprendemos que quizá hace alusión a la fragmentación de la realidad por cuenta de las necesidades del mundo digital, nuestro paisaje. Especulando un poco, pensamos que quizá alude a una discapacidad propia del mundo contemporáneo: establecer relaciones que abran horizontes de libertad. Esto es aquello que logramos articular, en medio del acoso de unas imágenes narcisistas que intentan llamar nuestra atención sobre su belleza, como estrategia perversa para eliminar el paisaje, esa relación fundamental entre una persona que mira u observa lo real. Éste es el propósito, de toda simulación: suprimir lo real, sea éste trauma, como plantea Hal Foster, o política, como afirma Hannah Arendt. La simulación escamotea la libertad y la humanidad en su conjunto.
Ahora bien, ¿qué tienen en común los artistas que participaron en esta versión del premio Luis Caballero? Todos, de una u otra manera, han mostrado interés por el paisaje. Los invitados a contextualizar teórica e históricamente los proyectos en la Sala Oriol Rangel, con frecuencia aludieron al Romanticismo y al sentimiento de lo sublime que fue asociado durante el siglo XIX con la experiencia extramuros del paisaje, esa experiencia no verbal, primigenia de los poderes de la naturaleza. Como Opazo y López, Vergara exploró territorios agrestes navegando los ríos de nuestro país, poco importa saber ahora si fue el Cauca, el Magdalena, o el Tunjuelito. Con sus registros en mano, procedió a experimentar con las imágenes y logró efectos interesantes para el espectador sin mayores expectativas por el arte.
El trabajo de Vergara nos ayuda a cerrar el Luis Caballero con la siguiente hipótesis: el jurado de selección articuló esta muestra en torno al paisaje. Su proyecto develó el interés de sus curadores. Este premio fue correcto políticamente. Ninguno de los artistas molestó a nadie, tampoco se plantearon preguntas por lo real, en el sentido de Foster o Arendt, o En general no hubo mayores sobresaltos. En el mejor de los casos, algunos artistas aprovecharon el premio para explorar tierras exóticas para la mirada del artista citadino.
Mario Opazo y Fernando Pertuz, quizá fueron los únicos artistas que lograron esquivar y superar la estética sublime que rondó esta versión del premio Luis Caballero. Sus propuestas superaron la supresión de la palabra que instaura lo sublime e intentaron crear un espacio de discusión que daba cuenta de la condición que determina la experiencia del mundo contemporáneo; es decir, la supresión de la palabra, menos por cuenta de la naturaleza que por los excesos de poder político. A pesar del esfuerzo realizado por todos los artistas, el jurado tiene pocas opciones para elegir a su ganador. Rosario López sin duda merece una mención por la destreza mostrada en la intervención de la arquitectura. Ahora, si lo contemporáneo lo entendemos como la necesidad que tiene nuestra época de recuperar la palabra dialogada como el acontecimiento de lo público, el ganador se nos muestra con claridad.
POSDATA BOTERO
Los organizadores del Premio Botero han informado que este estímulo a los jóvenes menores de 35 años terminó porque Fernando Botero consideró que fue un fracaso. El premio Luis Caballero queda como el premio más importante del arte colombiano. No viene al caso analizar los argumentos que expuso Botero para retirarse del premio. Sólo mencionaré que comparto su idea de realizar una evaluación de los resultados hasta ahora alcanzados. En opinión del pintor, estos estímulos no aportan nada ni al arte ni a la sociedad. Reitero que no estoy diciendo que comparto sus juicios. Afirmo que toda actividad humana después de un tiempo de ejecución debe ser evaluada. En este sentido la decisión de Botero fue acertada, así sus juicios no sean compartidos por los afectados y estén sujetos a controversia.