Por: Jorge Peñuela
Fecha: marzo 22, 2011
Una nariz de 35°c para la galería Santa Fe
El tiempo del artista deviene el tiempo de su época. La experiencia del tiempo que hace el artista muestra la contemporaneidad de su época. Ahora, ser contemporáneo es ser inactual, nos dijo Agamben en el texto que circuló por Esfera Pública. Es decir, es la disposición para captar mediante el pensamiento creativo, y desde la sombra, la sonrisa demente de la época que se adorna con lentejuelas. El artista contemporáneo se aleja de este tinglado decorado con todo tipo de artefactos tecnológicos y discursos tecnográficos con los cuales sus coetáneos se satisfacen, para escapar de la modorra y hastío que envuelve a toda contemporaneidad.
Quien reclama para sí tal horizonte se relaciona con su época de manera extemporánea, despliega una contra que neutraliza el flujo luminoso de las lentejuelas que nos persigue e inmola a la mayoría. El artista, -plantea Agamben- , quiebra el espinazo del tiempo, lo fractura para esquivar la luz que siega todo pensamiento. En esto consiste su inactualidad, su contemporaneidad. Tiene sentido la idea de Agamben, pues cuando nos dejamos arrastrar para donde todos van no sabemos para donde va nadie: allí comienza el imperio de las ideologías.
Ser contemporáneo es, arañar algo de la fugacidad demente en la cual se nos da toda contemporaneidad. Ser contemporáneo es fugarse de la época para atreverse a mirarla frente a frente, de otra manera no se la puede malcomprender. En toda comprensión se realiza una malcomprensión, esta es la fractura que el artista le propina al tiempo.
El artista contemporáneo es aquel que no se deja alcanzar y cegar por la luz que fulge del caos de su época, es quien ante esa sonrisa demente de comercial dentífrico se sostiene entre un «aún no» y un «ya no» creo; es quien juega en el desierto que abre su pensamiento entre pasado y futuro. Quien logra hacer de este desierto-destierro, un hábitat podrá decir «mi tiempo», de esta manera realizará el quite a la demencia de toda contemporaneidad para no evaporarse con ella. El tiempo del artista es cosmos, es la respuesta al reclamo y necesidad que le manifiesta el caos al artista. El tiempo del artista deviene tiempo-época, el tiempo del artista abre una contemporaneidad inactual.
Los intérpretes de Hegel nos ciegan con la idea de un final del hombre, de un devenir animal una vez la historia ha exhalado su último discurso. Devenir animal trae ventajas: recuperar la abundancia y la seguridad que nos garantiza el homo homini lupus. De cuando en cuando el animal que deviene hombre y quiere devenir otra cosa, siente nostalgia del equilibrio que impone la naturaleza. Denostadas todas sus historias, desarraigado, desterritorializado, este animal vagabundea sin más verdad que aquella que irradia la naturaleza que lo atraviesa de manera permanente, –deviene caminante, explorador, nómada, homo geograficus-. Este animal poshistórico encontrará en la biologocracia y en la geologocracia sus arjai, los principios rectores que orientarán su deambular; tiene la posibilidad de volver a construir su casa y las “obras de arte como los pájaros construyen sus nidos y las arañas tejen sus telas” (Kojeve, 1968) puede volver a tener la oportunidad de interpretar “conciertos musicales exactamente como hacen las ranas y las cigarras”, y logrará comunicarse socialmente mediante lenguajes no verbales imitando las danzas de las abejas.
Los artistas de los años sesenta del siglo XX en Europa y Estados Unidos comprendieron que del arte solo se puede salir a través del arte, es decir, que no nos podemos salir del arte. Anticiparon nuestras prácticas artísticas contemporáneas, anticiparon la nostalgia que hoy nos embarga, nostalgia de un animal mínimal, sin códigos o formas que restrinjan sus movimientos, sin atributos humanos, nostalgia de experienciar con solaz su cuerpo, sin inquietudes por la justicia, sin dios ni ley. Su meta era adquirir conciencia de informidad corporal desdoblándose en la naturaleza.
Hastiados del lujo de los museos y las galerías de arte, de cultura superflua –sin función social–, salieron a recorrer caminos que los llevaron en busca de otras experiencias estéticas, alejadas tanto de lo superfluo como de la acción, del ejercicio de la palabra con otros y otras a quienes debía reconocer como libres e iguales. Sin duda el primer artista homo geograficus es Robert Smithson, quien a partir de su experiencia de terrenos y paisajes alejados de la mano de dios y de la justicia positiva, incorpora términos geográficos en el léxico del arte contemporáneo.
Repitiendo sus movimientos, hoy malcomprendemos de manera extemporánea aquello que significa este instante que constituye nuestra contemporaneidad: deambulamos, sonámbulos y sonámbulas por callejuelas, vagones de TransMilenio compactos de naturaleza, bares y discotecas como lugar apropiado para la epifanía de un cuerpo social al cual ya no le percibimos órganos: le hemos quebrado el espinazo al tiempo. De esta epifanía se nutre la inactualidad de nuestra contemporaneidad. Esta malcomprensión de Smithson es el inicio de nuestra contemporaneidad, he aquí nuestra inactualidad.
Luis Fernando Ramírez es el primer artista nominado que muestra en Bogotá su inactualidad para aspirar al premio Luis Caballero de arte contemporáneo, en su V versión. 35°C es la idea que pone en movimiento su pensamiento para dialogar con el espacio arquitectónico denominado Galería Santa Fe. Este es el propósito de esta convocatoria; contarle algo a esa arquitectura superflua bajo la condición de que ella nos devele los encubrimientos de su historia. Si se tratara tan sólo de contarle algo de la historia del arte contemporáneo a una Liebre Muerta, el ejercicio consistiría en adecuar el espacio de la galería a las necesidades pictóricas del discurso del artista. Sin embargo, no es así. La arquitectura y el paisaje, la cultura y la naturaleza deben ser respetados, pero respetarlos es interrogarlos con perspicacia sobre cómo nos ven a nosotros, seres contemporáneos de manera inactual, que luchamos por malcomprender el pasado para pellizcarle con una pizca de perversión las nalgas a la Historia, a nosotros que nos hemos guarecido en ese lugar en que merodea la sonrisa demente de nuestra época, con la esperanza de no terminar como Liebres Muertas, en los brazos de un artista solidario de manera inactual, que intentará inútilmente explicarnos algo de la historia inactual del arte reciente.
Ramírez planea con cuidado su intervención, con precisión mide y prevé todo. Presenta a los ciudadanos y ciudadanas de Bogotá no solo el resultado final de sus inquietudes. También diseña un cuadernillo, de difícil acceso, en el cual consigna los estudios realizados en la etapa preparatoria, la síntesis de la argumentación decantada en torno al habitar contemporáneo y la problemática relación entre arquitectura y paisaje, y rescata un ensayo ameno de carácter histórico sobre la metáfora de la colmena, escrito por Alejandro Martín Maldonado. Como apéndice, programó en el auditorio Oriol Rangel una disertación a cargo de la bióloga Guiomar Nates sobre el universo de las abejas.
La propuesta es impecable, Ramírez conoce su oficio y lo practica de manera eficiente. Transporta hasta este iglú que es la Galería Santa Fe un poco de la calidez del paisaje circundante, 35°C de naturaleza; toma algo de ese laboratorio en el cual está inmerso lo vital, en este caso una muestra del hábitat de las abejas para la cual preparó un invernadero en la Galería. Pretende auxiliar, reanimar una arquitectura desprovista no tanto de vida como de acción, desprendida más de la política que de la biología, más del actuar con otros diferentes, que perpetuar la especie con otros. Si bien la producción ordenada e incesante de las abejas es una muestra de la vitalidad de la naturaleza, al artista le interesa como metonimia, como herramienta para comparar procesos sociales, para establecer una relación entre la razonabilidad práctica –pública– de las abejas y la racionalidad tecnologocrática del hombre y la mujer contemporáneos.
Ramírez aprovecha esta oportunidad para meditar sobre las miserias de la racionalidad arquitectónica, la cual, al observar la temperatura que requieren las abejas en sus colmenas –35°C–, estableció la temperatura que se debía generar en un espacio adecuado para ser habitado por el hombre y la mujer –18°C–. La Galería Santa Fe como paradigma de una racionalidad arquitectónica, mostraría el fracaso de esta teoría. Éstas pueden ser algunas de las proposiciones que dan cuerpo al argumento central de Ramírez. Pueden darse otras, pues, el énfasis de Ramírez es más descriptivo –en algunos momentos es analítico– que metafórico, pero no viene al caso inferir otras adicionales, como la extinción de las abejas por cuenta de la contaminación ambiental.
Si algunos de los argumentos articulados en 35°C son éstos, surgen algunas preguntas, pues, cuando el artista contemporáneo opta por el arte de ensayo o por el descriptivo, el crítico de arte moderno, de otra manera inactual y con razón va a sugerir que la Instalación quizá no sea la herramienta más adecuada para resolver las inquietudes históricas, sociales y ecológicas del artista-arquitecto, legítimas de por sí. Le diría al artista que escribir un ensayo podría ser más útil a su causa, u ofrecer una conferencia, tal y como lo hizo la bióloga Nates, para concientizarnos del problema del medio ambiente. (María Elvira Escallón realizó a mayor escala algo parecido con sus estudios sobre las miserias del Hospital San Juan de Dios y de la ciudad que lo quebró, pero, el contexto del que surgieron estas ideas fue un premio de patrimonio, no un premio de arte contemporáneo).
Sin embargo, el observador contemporáneo, inactual de otra manera –no porque haya quedado anclado en sus peculiaridades sino porque se ha fugado después de haberle pellizcado las nalgas a la Historia– no realizaría un juicio tan apresurado. Plantearía que las inquietudes del artista, si bien se vieron afectadas porque fueron encajonadas mediante la formulación de un proyecto, frío y calculado para lograr ciertos resultados ecológicos, podrían haberse convertido en algo más interesante para la imaginación, que es la que finalmente genera el calor de hogar, la temperatura adecuada al devenir del ciudadano y ciudadana inactuales. Al mejor estilo positivista, la miel como producto simbólico e inactual fue desaprovechada como elemento detonante de diversos sentidos. La inquietud ecológica es legítima y encomiable, pero no es inactual, propiedad que esperamos del arte contemporáneo. En este caso, la inquietud ecológica permanece sobreilustrada y peca de redundante en un contexto en que todo está amenazado por la extinción, inclusive las ciudadanas y los ciudadanos bogotanos.
La metáfora viva siempre es inactual, está por fuera de la temporalidad habitual, de la significación literal, de ahí su inactualidad. De los estudios de Ramírez quizá hubiera surgido una metáfora viva, si los panales no hubieran sido dispuestos en la Galería sino en el parque de la independencia y desde allí se hubiera construido un ducto para transportar a las abejas hasta la Galería. La metáfora hubiera sido más inquietante. La invasión de cosas vivientes al formalismo estructural de la Galería hubiera abordado con creces las problemáticas que aborda no sólo el arte contemporáneo sino la sociedad en su conjunto; las estructuras de nuestra sociedad no son menos formales que las de la Galería. Ignoro si se podrían haber instalado las colmenas en el Parque de la Independencia, o si el ducto mencionado es viable económicamente, lo más seguro es que habría exigido mucho más tiempo trabajo creativo al artista-arquitecto, pero, repito, quizá hubiera sido más interesante para la imaginación y la emoción de los espectadores sin menoscabo de sus ideas ecológicas. Ramírez conoce las técnicas que hubieran hecho posible la metáfora acabada de sugerir, pero con seguridad su argumento e intereses son otros, y esto es lo más importante para un artista.
Las ideas de los artistas se diferencian de aquellas que elaboran los científicos sociales, pues son transformadas en metáforas, para las cuales no tenemos una interpretación disponible: la metáfora es una fractura del tiempo-lenguaje: es inactual. La metáfora no explica ni soluciona problemas de ningún tipo. Las inquietudes que plantea el arte, inclusive el arte contemporáneo, no se resuelven mediante escrituras argumentativas, planas, pues éstas suelen sucumbir al diseño. Ramírez es contemporáneo en sentido actual. Considera, como otras y otros de sus coetáneos, que el arte se puede solventar sin emociones ni imaginación productiva. El artista contemporáneo de manera inactual no olvida la emoción, por eso el símbolo estará siempre presente en su pensamiento. La miel, la herramienta para purificarnos de nuestros crímenes quedó enterrada, allí donde los positivistas a ultranza quieren poner todas nuestras manifestaciones simbólicas.
Un mérito del montaje de Ramírez es haberle puesto nariz a la Galería Santa fe, haberle dado la posibilidad de oler y otear el mundo que la rodea, que ya no cree en ella. Antes que él, otros le ponían a lo sumo ojos. Es el primer artista en percatarse de que de la Galería también hacen parte sus techos y la terraza privilegiada en la cubierta. Sacó la estructura geométrica de su instalación hasta la terraza, aunque de manera tímida, para que las abejas pudieran salir a buscar su alimento al Parque de la Independencia; no obstante, le faltó más audacia a este primer nominado al premio Luis Caballero.
Los estudios y montaje de Ramírez para esta versión, sucumben en la formalidad de la Galería Santa fe, como buena parte de los nominados que han concursado en otras versiones: su obra se contempla a la manera clásica: castra la interactividad del pensamiento. Por lo general, en la mayoría de estudios y montajes las estructuras de la Galería han quedado impertérritos, inconmovibles, no han percibido el menor conato de aventura, ni siquiera con el paisaje. Ramírez ha hecho algo al respecto, pero es poco. Los colombianos y las colombianas somos muy respetuosos, acartonados dirían los jóvenes. La comprensión media que tenemos del respeto, es de sumisión y obediencia. Pocas veces orientamos la comprensión del respecto como preguntar para transformarnos y persuadir al otro.
En nuestro premio Luis Caballero poco se pregunta y se transforma, es contemporáneo de manera actual, en el sentido de que va para donde todo el mundo va. Ojalá a futuro veamos intentos de fuga de nuestra época para malcomprenderla y transformarla, para persuadirla de horizontes de libertad alternos a los experienciados y cristalizados. Por supuesto, quizá esta expectativa sea satisfecha en otra versión, pues, el acartonamiento de algunos estudios presentados en el pasado para el premio Luis Caballero no es sólo responsabilidad de los artistas. Las altas calidades del jurado de selección para esta versión, nos hacen prever que en esta oportunidad este jurado en algún momento se manifestará sobre el por qué unos artistas están y otros no están. Estoy seguro de que no padecen el síndrome del conductor de bus público bogotano, cuya patología afecta a toda nuestra burocracia.
No se quedarán con las vueltas que deben retornarnos a los ciudadanos y ciudadanas de Bogotá sin que tengamos que hacer ningún reclamo. La querella estética inactual planteada por Andrés Matute, nos obliga a considerar precisamente en este momento el si es aplicable a un jurado estético que opera en un campo político, el que considere por escrito algún impedimento ético, si se le llega a presentar, el que responda los requerimientos que en razón de sus responsabilidades le reclama la ciudadanía. ¿Haber compartido intereses empresariales y profesionales en conjunto, no inhabilita éticamente a un jurado que haya compartido estos intereses con alguno de los artistas cuyo trabajo ha de juzgar? Yo creo que sí. Ahora y finalmente, ¿por qué no tenemos un jurado de calificación diferente al de selección como corresponde al premio más importante del arte contemporáneo en Colombia?
POSDATA
La V versión del premio Luis Caballero ha sido mordisqueada, empobrecida por los administradores de los recursos de la ciudad. ¿Para dónde emigraron estos recursos de la ciudad, es decir, de todos los bogotanos y bogotanas? De nueve proyectos que fueron presentados en la IV versión –ocho nominados y una mención–, pasamos a seis nominaciones. ¿Cuántos tendremos para la VI versión? ¿La proyección son cuatro? Parece que el premio Luis Caballero se nos está yendo, como agua entre los dedos.
ANÉCDOTA
Un grupo de ciudadanos y ciudadanas ingresan a la Galería Santa Fe. Solicitan el cuadernillo que complementa la exposición de Ramírez y sin el cual se dificulta su comprensión. La coordinadora responde que solamente puede ofrecerles uno a todo el grupo y que los demás ciudadanos y ciudadanas lo pueden fotocopiar.
BIBLIOGRAFÍA
Kojeve, Alexandre. (1968). Introducción a la lectura de Hegel. Paris: Gallimard.