Por: Jorge Peñuela
Fecha: mayo 2, 2012
Pautas estéticas para deglutir el arte contemporáneo
¿Por qué es importante –hoy– mostrar y mirar imágenes de cuerpos humanos destrozados?
Thomas Hirschorn es uno de los artistas contemporáneos más importantes de la contemporaneidad. De tiempo atrás, se ha impuesto el reto de hablar plásticamente, de tú a tú, con los teóricos del poder con mayor renombre internacional. Son bastante conocidas sus obras en las que dialoga con Spinoza, Deleuze, Bataille y Negri, entre otros pensadores. Principalmente, Hirschorn problematiza plásticamente los ejercicios abusivos de poder en la contemporaneidad, a saber, aquellas prácticas políticas que desde Foucault denominamos Biopolítica: el control de la vida-sexo, del cuerpo-pensamiento de aquellos y aquellas que ya ni siquiera pueden “prostituirse” para poder llevarle una “aguepanela” a sus hijos, como era el caso de Fantine, la mujer que fue desgraciada por la belleza que le fue otorgada. Fantine la prostituta de Víctor Hugo, la madre que vendió su pelo, sus dientes y su sexo para poder sostener a su hija Cosette. Vender los dientes, el pelo, o cualquier otra cosa es tolerable, excepto el sexo, porque es mediante éste que controlamos la vida. Los Miserables de hoy ya ni siquiera cuentan con ese recurso extremo porque sus vidas son controladas minuciosamente por parte de los discursos en que se atalaya el poder puritano del capitalismo burgués contemporáneo.
Una vez más: ¿por qué es importante –hoy– mostrar y mirar imágenes de cuerpos humanos destrozados? Hirschorn lleva imágenes escalofriantes de cuerpos masacrados a la Trienal de Arte Contemporáneo que se lleva actualmente en el Palais de Tokyo. En Paris, acompaña estas imágenes con esta pregunta porque sabe que debe justificar este “realismo escalofriante” que puede fácilmente ser mal interpretado como “realismo patológico”, si no se le acompaña con una justificación estética. Hirschorn no se come entero el discurso liberal acerca de Lo Sublime, de lo inefable y por la tanto irrepresentable, de lo que no puede tener forma. Al contrario, refuta el misticismo de Lo Sublime. Lo mastica con unos conceptos ad hoc y nos lo escupe transformado en verdad epocal: el cuerpo adolorido o en suplicio de la contemporaneidad. Es necesario, nos dice, hablar del horror de nuestra época, así los ideólogos de Lo Sublime nos lo prohíban bajo pena de excomunión por parte de los museos dirigidos por las Hojas de Ruta de El Capital. Hirschorn sabe que nosotros no vemos cuerpos sino arquetipos visigodos. No los vemos porque sólo tenemos sensibilidad para lo semejante y no para el lugar que la diferencia abre en la venida de cada cuerpo.
Hirschorn justifica su interés por imágenes que causan conmoción en aquellos que despojados de toda tutela moral, asumen, quieren los efectos del verse expuestos a la muerte que vive en ellas. Sólo en la muerte se puede vivir. Como en el diálogo de Jesús con Tomás, nos dice …”ven, toca la realidad…Toca la imagen”… Hirschorn habla a quienes deben tocarlas si quieren sentir el sentido de la realidad, –a quienes de manera diferida al tocarlas se ponen a prueba en su relación con el mundo, –a quienes han optado por vivir la herida que nos fue ofrecida a cambio de un mendrugo de pan, y, finalmente, a todos aquellos que han decido esconder la llaga que alimenta nuestro “sí mismos”, nuestra esencia putrefacta. Como no es difícil notar que Hirschorn ha leído a Jean-Luc Nancy, vamos a ampliar sus intuiciones con apoyo del filósofo. Nancy explica que aquello que nos causa emoción es lo que nos toca. Emocionarse quiere decir ponerse en movimiento, ser afectado o herido. Pero emoción es una expresión que no da cuenta del sentir contemporáneo. Emoción es conmoción porque involucra a otros que han sido tocados con el mismo toque. Nos ponemos en movimiento con … otros (Nancy, 2003, 110).
Hirschorn plantea sus inquietudes mediante ocho expresiones que son elaboradas cuidadosamente. Nos habla de las imágenes de cuerpos humanos destrozados respecto a: 1) Su procedencia. Son instantáneas que no son capturadas por artistas ni profesionales de la fotografía. Son “obra” espontanea, salida de mentalidades curiosas o de soldados de paz devorados por ideologías de guerra.
2) Redundancia. La redundancia no es la simple repetición de la vaguedad del ser de lo mismo. La repetición de este tipo de imágenes no debe ser excusa para negarnos a reconocer la bestialidad en cada acto de barbarie que estas imágenes señalan y que el poder se afana en esconder con pretextos moralizantes. No son imágenes que repiten un mismo hecho, son testimonios de actos de barbarie en lugares específicos que sistemáticamente hemos aprendido a ignorar y hasta despreciar, en sentido estético, esnobista, porque otros que consideramos mejores lo hacen. En efecto, nos negamos a escuchar porque nos volvimos “hipersensibles”, es decir, pusilánimes.
3) Invisibilidad. Son muy pocas las imágenes que conocemos a este respecto porque han sido tomada por fotógrafos piratas, a saber, por fuera del círculo legitimante de las imágenes periodísticas o artísticas. Se las esconde de nuestra vista con la excusa paternal de que nos pueden lastimar. Y lo hacen. No cabe duda al respecto. Sólo que esta excusa encubre apropiadamente los excesos de poder de quienes nos gobiernan. Y además, nos sigue manteniendo en nuestra indiferencia ante los horrores de la guerra. Hirschorn cita a Donald Rumsfeld, el halcón que se tragó Irak y lo reconstruyó en tres días. Al mostrar estas imágenes se corre el riesgo de desestimular la guerra lucrativa que mantiene en el infierno a los países que se toman en serio la igualdad y la libertad, que sacan estas nociones del papel y las ponen a prueba en la vida práctica.
4) Tendencia al iconismo. Al resaltar de manera sistemática una imagen determinada, se suprimen las diferencias que nos pueden ayudar a diferenciar la catástrofe humanitaria detrás de cada una de las imágenes de cuerpos destrozados. El ícono es una imagen que no lastima a nadie así registre un hecho de barbarie. Es una imagen de calidad, “correcta políticamente” y “bella estéticamente”. Los iconos contemporáneos son ideados para manipular la no-opinión de los que opinan acerca de todo lo que ignoran y no quieren saber: este campo lo conforman los periodistas y sus lectores.
5) Reducción a hechos. Los hechos constituyen el nuevo Becerro de Oro, son la fuente de toda verdad. El artista no verifica hechos porque le interesa la verdad y ésta no tiene nada que ver con hechos empíricos. Éstos satisfacen con facilidad a aquellos que no quieren saber, a quienes su llaga los obliga a no querer saber, a desaparecer en el agujero negro de los medios masivos de manipulación estético-ideológica. Al reducir las cosas a hechos se nos niega la posibilidad de tener una imagen de la realidad, se nos impide tocar la verdad, aquello que hace que los hechos y las cosas sean lo que son a nuestra percepción. Si queremos tocar la verdad de la realidad debemos salirnos del mercado de los hechos y reivindicar la imagen como vehículo de verdad.
Las imágenes que reivindica Nancy son aquellas que se no temen ponerse al borde, al filo de la realidad. En su conmoción, en emoción compartida, este sublime es representable. Es por esto que debemos salirnos del dispositivo platónico que relega la imagen a simulacro.
6) Síndrome de la víctima. La clasificación de cuerpos humanos destrozados como víctimas o como no víctimas, es una manera de evitar la percepción que tenemos habitualmente de estos actos de brutalidad. Existe un gesto de inconmensurabilidad en cada una de las situaciones en que irrumpen los cuerpos masacrados. Existen unas diferencias en cada masacre humanitaria que las hace inconmensurables. El dolor que genera un cuerpo destrozado no es comparable con ningún otro. Los íconos de la guerra con que nos defendemos de la brutalidad de nuestra realidad contemporánea, falsean el dolor de los cuerpos masacrados. No se trata entonces de una inconmensurabilidad con respecto a nuestro sistema perceptivo sino a las mismas situaciones en que se dan los actos de barbarie que los regímenes ideológicos propician. Tocar la imagen de esta inconmensurabilidad nos permite generar una resistencia afectiva al simple acto de tener que enunciar quién es víctima, de quién se es víctima, o tal vez de preguntarnos, ¿es este un asesino o un torturador? Mediante esta aparente autonomía no se logra dilucidar nada. “(…) El síndrome de la víctima es un síndrome [más bien un dispositivo] que quiere que nosotros [en shock] demos una respuesta, una explicación, una razón a los actos inconmensurables, y, que, finalmente, seamos nosotros quienes determinemos quiénes son los inocentes”. En otras palabras, el síndrome de la víctima nos manipula para que juzguemos a alguien, generalmente en favor, y he ahí la astucia de la razón, su perversión, en favor de los depredadores.
7) La cualidad como algo irrelevante. Bajo condiciones extremas, de emergencia humanitaria, la calidad de un producto fotográfico es irrelevante para la contemporaneidad, pues, no nos interesa como objeto de goce estético. En efecto, atendiendo a la procedencia pirata de estas imágenes extra-artísticas, no tiene ninguna relevancia hablar de sus cualidades estéticas. El artista contemporáneo debe buscar con entereza no tanto la calidad como la energía la energía cristalizada en las imágenes. Frente a lo inconmensurable la cualidad no tiene ninguna importancia, por lo menos poca.
8) La distanciación mediante la hipersensibilidad. La hipersensibilidad contemporánea, el “pudor” mediático, es un manierismo perverso, es narcisismo. El discurso de la “sensibilidad” contemporánea que en realidad es “hipersensibilidad”, es una estrategia para mantener y justificar nuestro autoenclaustramiento, nuestra comodidad indiferente, para potenciar la calma del psicópata en potencia, y estimular el consumo de lujos por parte del esteta.
Bibliografía:
Jean-Luc Nancy. (2003) Corpus. Madrid: Arena Libros.
Webgrafía:
Hirschorn, Thomas. (2012) http://pourtous.latriennale.org/en/lejournal/4-heads-and-hear/why-it-important-today-show-and-look-images-destroyed-human-bodies