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La poesía que habita la vida

En medio del fragor de la propaganda ideológica que se apodera inexorablemente de los medios masivos de  comunicación colombianos,

de la incertidumbre y la desazón que desorienta la angustia y los movimientos de los bogotanos y las bogotanas, dos exposiciones antágonicas coinciden en nuestra capital, –aligeran la pesadez de su atmosfera, –construyen diferencia, e incluso, a su manera muestran que aún tienen un ligero interés  por la libertad.

El arte se ha caracterizado a través de su breve historia por su voluntad de acontecimiento; su pensamiento es signo de vida, de que suceden cosas en medio de  la nada a  que nos reduce la guerra y la propaganda de la cual se alimenta. Cuando las sociedades se desmoronan, el artista poeta lucha, como ningun otro hombre o mujer, por manter con vida el pensamiento artístico que aglutina e identifica a una comunidad.

La misión del arte es anticipar los acontecimientos necesarios para recomenzar un proyecto de vida que salve al hombre de su desaparición. Artista, recuerda Michaux, es «aquel que resiste con todas sus fuerzas a la pulsión fundamental de no dejar huellas»1.  Es obvio y hasta trivial recordarlo: el artista resiste su voluntad de guerra primigenia porque cree que lo suyo es la búsqueda de libertad que promete la creación artística, el artista poeta ilumina el acontecimiento de la libertad.

El Museo de Arte del Banco de la República ha traído a Bogotá una muestra amplia de lo que los teóricos e historiadores han pensado como Segundas Neovanguardias. Por otro lado, el Museo de Arte Moderno –Mambo– exhibe algunas obras de arte tradicional, de Rodin principalmente. Como siempre, la paradoja sorprende, nos abruma y desconcierta: lo moderno deviene tradicional: su destino es ser pasado. Quizá no sea una paradoja, quizá sea algo natural, disculpe usted esta obscenidad. ¿El destino del arte contemporáneo es enriquecer la tradición que fortaleció Rodin, uno de los modernos del siglo XIX, así algunos artistas contemporáneos quieran convencernos que somos seres adestinados, seres que fuimos despojados de nuestro destino?

¿Dónde acontece la verdad del arte? ¿En la luz que reanima el pensamiento de Rodin en el Mambo o en la penumbra que rodea a los artistas en el  sótano del Museo del Banco de la República? Como es inevitable caer en las oposiciones metafísicas tradicionales, pues estructuran nuestro lenguaje, al menos  podemos evitar rodar por sus precipicios; las redescripciones de las escrituras artísticas procuran que la caída no sea violenta, crean una red en la cual su agresivo antagonismo cesa,  logran  que ambas puedan habitar y que no lesionen con sus querellas al hombre y a la mujer.

La verdad del arte no es una verdad positiva, particular, unidimensional, no corrobora ningún hecho; es una verdad que surge del encuentro de signos antagónicos que propicia el artista como respuesta al  llamado de aquéllos. La verdad que esperamos no es  la que busca la ciencia en sus demostraciones triviales; una verdad no trivial es una revelación; por eso el pensamiento que surge con las construcciones artísticas reclama para sí la trama poética que  erige para albergar a los opuestos irreconciliables.

La poética del arte moderno posibilita la poesía en este acontecimiento que es el arte contemporáneo, estas dos maneras de pensar el arte son el origen mismo de la verdad del arte. Acconci es vacuo sin Rodin, y viceversa.

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Pasado y presente son simultáneos en el arte, son hermanos de sangre. A partir de estas dos curadurías de los museos de arte,  los bogotanos y las bogotanas tenemos la oportunidad de comprender cómo la poesía sale al encuentro de la vida  habitándola.

Las prácticas artísticas contemporáneas se justifican por su acercamiento a la poesía que  habita la vida. Quiere decir esto que en la vida existe pensamiento, y que no hay poesía sin pensamiento. Como Homero, la vida es ciega, requiere y se apoya en los artistas poetas. El arte no puede imitar a la vida porque quedaría ciego, el arte es algo diferente a la vida; cuando uno y otra se confunden, ambos desaparecen en el misma de la propaganda, ésta niega tanto al uno como al otro; la mercancía es el dios que venera la propaganda: la nada. Tal para cual.

Un pensamiento deviene poético en el momento que anticipa un acontecimiento de la vida, cuando la previene del peligro, cuando manifiesta lo que podría acontecerle a un hombre o a una mujer. En Tras los hechos encontramos algunos ejemplos. Günter Brus teme por el hombre, nos lo anticipa como un ente sin ser, sin ningún significado, reducido a tragarse sus secreciones, a ser menos que un animal. Richard Long prevé que los hombres y las mujeres del futuro, si quieren ver un árbol, tendrán que ir a un museo para observar algunos chamizos, como se observan esqueletos de dinosaurios; Will Insley anticipa las arquitecturas para la era en la cual el hombre y la mujer ya no serán humanos, para la era posatómica. La verdad poética anticipatoria, un día devendrá verdad fáctica.

¿Qué anticipa Acconci? La anticipación se comprende de  manera diferida,  sabemos que el arte anticipa acontecimientos, pero la mayoría de veces ignoramos en qué consistirán, somos seres limitados para inteligir el futuro. Por esta razón, entre otras,  el arte  no es ciencia, y tampoco puede estar a su servicio, como creyeron José Celestino Mutis, los fundadores de la Comisión Coreográfica del siglo XIX, y algunos sociólogos contemporáneos.

Podemos realizar observaciones simples, por ejemplo, que las construcciones de Acconci invitan a habitarlas, que son una posibilidad real de habitar el mundo de manera diferente, que acogen al espectador porque su interés es llevar el arte a la vida. Ideas sugestivas, sin duda. Sin embargo, así sean plausibles, y hasta experienciables, dejan de ser relevantes cuando comprendemos la perspectiva poética del artista, su luchas por la libertad para el hombre y la mujer, su lucha por dejar huellas de libertad.

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Es cierto, en la construcción de Acconci podemos recostarnos, sentarnos, trepar, gatear, jugar a las escondidas, besar a hurtadillas a la novia o al novio, abrazar al amigo o a la amiga, cogerle una mano, incluso creo que podríamos hasta ir de picnic, y con seguridad no seríamos molestados por los vigilantes neuróticos de los museos tradicionales, que nos exigen compulsivamente guardar nuestra distancia. Igualmente, que estas libertades –impertinencias– del espectador no las permite  la exposición de Rodin; no olvidemos, sin embargo, que su trabajo es fetichizado, dolarizado, reducido a mercancía obscena. También es cierto que podemos dejar al coleccionista aquello que entiende por vida, su infierno de mercancías, y  buscar en las construcciones artísticas la anticipación, de manera que lo observado razonablemente en Acconci, no distorsione nuestro juicio sobre Rodin.

¿Qué nos anticipó Rodin? El infierno decorativo que gobierna algunas propuestas artísticas de nuestros días.  La exposición en el Mambo nos ha recordado que cuando a Rodin le encargaron un trabajo para el Museo de Artes Decorativas de Paris, construyó Las puertas del Infierno. Este es un pensamiento anticipatorio. Comprendió el artista que la época no propiciaba construir Puertas para el Paraíso, como aquellas que realizó Lorenzo Ghiberti para el baptisterio de Florencia; al contrario,  anticipó  el infierno nuclear que devastaría para siempre la ilusión de humanidad en el hombre y la mujer del siglo XX; previó también el infierno decorativo que se cerniría y se encarnizaría en las artes de finales del mismo siglo. ¡Ay! En este infierno el artista poeta moribundo se dirige a la mercancía y al coleccionista que solícito la acompaña: mira a la primera  y le dice: «mujer he ahí a tu hijo». Se dirige luego al coleccionista: « he ahí a tu madre».

En las artes formar un juicio requiere la actualización del pensamiento moderno y la retroyección de la perspectiva contemporánea. Una y otra exposición contribuye a comprender el pensamiento en el arte, y a la estructuración de nuestros juicios.  Aunque las situaciones son diferentes, las dos instituciones bogotanas no previeron enriquecer sus proyectos curatoriales con actividades académicas que sacaran del olvido a los coetáneos de Rodin, como los impresionistas, o, en el caso del Museo del Banco de la República, que nos recordaran la década que dio forma al pensamiento de los artistas en Tras los hechos.

¿Faltaron recursos para que este conjunto de construcciones se comprendiera con mayor amplitud? ¿Faltó generosidad o imaginación?  Comprensible para el Mambo que afronta la reacción edípica de los artistas contemporáneos, que debe lastrar el hecho de haberse convertido en una institución tradicional. (Esfera Pública recoge algunas de las críticas a este Museo.) Inexcusable para el Museo del Banco de la República que maneja recursos económicos considerables bajo  un régimen  especial dentro de todas nuestras instituciones, similar al régimen perverso de algunas fundaciones: son instituciones públicas cuando se trata de captar recursos del Estado; devienen privadas cuando se trata de malgastarlos, muchas veces por incompetencia del clientelismo que los administra. Idea brillante del régimen económico para lograr que ciudadanos y ciudadanas experienciemos un sentimiento de impotencia frente a estas instituciones, para neutralizar el malestar que está inmovilizando  la cultura, y el escepticismo y el socratismo que la está corroyendo.

Notas

1. Citado por Baudrillard Jean, En El Complot del arte, Ilusión y desilusión estéticas, Amorrortu, Buenos Aires, 2006.

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