Por: Jorge Peñuela
Fecha: marzo 22, 2011
Arte contemporáneo y gentrificación
Martha Rosler realizó un proyecto en Nueva York para cuestionar la idea oficial de que los habitantes de la calle dormían en ella porque así querían vivir.
Con el grupo de artistas que puso en marcha sus ideas, mostró que la pobreza que padecen muchos hombres y mujeres que tienen a la calle como su hábitat permanente, era la consecuencia de la política de gentrificación que se aplicaba en su ciudad. Los resultados de estas investigaciones fueron mostrados en la Dia Art Foundation, precisamente en el año 1989, año en que la prensa occidental, exultante, anunciaba al mundo libre y a ocho columnas- para solaz de las multinacionales-, el final de la historia a favor del capitalismo.
El término gentrification le sirve al habla inglesa para representar el proceso invasivo que padecen unos grupos humanos por cuenta de otros que los desplazan, después de haberlos arruinado como consecuencia directa del modelo de vida que instauran con su llegada. El término surge para dar cuenta de un fenómeno urbanístico que consiste en el abandono de las responsabilidades básicas del Estado con algunos sectores de una comunidad; aunque la gentrificación tiene el propósito perverso de depauperar sus viviendas con el propósito de allanarle el camino a las clases emergentes que las toman a bajo precio y las revalorizan en detrimento de sus habitantes nativos, este término nos sirve de horizonte para explicar la preocupación que hoy tienen en Bogotá un grupo de artistas contemporáneos con respecto al estado de las instituciones responsables de la salud de las colombianas y los colombianos.
La galería Al Cuadrado ha convocado a sus artistas para que piensen estéticamente un problema en común, de interés social y moral para nuestro país. Aprovechó la amplia experiencia que tiene María Elvira Escallón sobre la problemática compleja que afrontan los hospitales de interés público, en especial su investigación sobre la situación del Hospital Universitario San Juan de Dios de Bogotá. Este es el proyecto más ambicioso realizado por Al Cuadrado en Bogotá. La curadora de la muestra acondicionó los cuatro pisos de la antigua clínica de Caja Nacional de Previsión. En el pasado esta institución era la encargada de prestar servicios médicos a los empleados públicos, y fue llevada a la ruina por diversos tipos de corrupción.
Mientras la Universidad Nacional de Colombia, actual propietaria de la antigua clínica de Cajanal, proyecta piscinas para su sede de Bogotá para distraer la atención de los estudiantes inconformes con sus reformas, los artistas de Al Cuadrado instalan sus reflexiones en las ruinas que quedan de este monumento a la gentrificación. Esta acción obedece a una política económica que se aplica con éxito también a la educación. Muchos son los jóvenes bogotanos y bogotanas son desplazados como consecuencia de la gentrificación de la Universidad Nacional.
Los artistas convocados por Al Cuadrado insisten en pensar las razones por las cuales el Estado colombiano abandonó a sus hospitales para facilitar el ingreso del capital colonizador a nuestro país. Otro tanto hubieran podido hacer con respecto a la educación, pero, como de ignorancia sólo muere el espíritu, el interés del arte colombiano contemporáneo esta vez se dirige hacia las instituciones que cuidan la salud del cuerpo. Finalmente, la del espíritu no es un problema para nosotros, pues los colombianos y las colombianas nunca hemos tenido espíritu. Esta circunstancia puede explicar el por qué somos el país más feliz del mundo. Todo nos da igual. Encogerse de hombros es el secreto para hallar la felicidad.
María Elvira Escallón, Alberto Baraya, Miguel Ángel Rojas, Oscar Muñoz, Jaime Ávila, María José Arjona, entre otros artistas, quizá sin proponérselo de manera consciente, logran conjurar todo tipo de espectros a este escenario resquebrajado, y presto para ser demolido. La curadora acierta al recibirnos por la puerta lateral del edificio, la que conduce al parqueadero. Un aviso antiguo no removido nos conmina: «favor botar la lavaza dentro de las canecas, y taparlas». Pensé de inmediato: «algunos de sus antiguos residentes desatendieron esta norma de higiene elemental». Wilfredo Prieto nos sale al encuentro con una alfombra cardenalicia que orienta nuestros pasos hacia un cuarto de máquinas, hacía el criadero del polvo que requieren los fantasmas que habitan esta institución. María Elvira Escallón nos introduce en un ducto rojo colonial, que nos succiona desde el primer piso hasta el cuarto. Allí quedamos en presencia de una realidad que no se puede tocar para no alterar su significado, para ello, la artista procedió a sellar con lápidas de vidrio los espacios más frágiles. Tras el vidrio podemos observar cunas de niños y niñas envueltas en polvo y telarañas. Entre muchas otras cosas, la artista nos recuerda que nuestra sociedad ya no puede darse el lujo de tener niños ni niñas. Este paisaje lo complementa una serie de cuartos clausurados, una y otra vez inventariados, cuyas puertas tienen orificios que nos permiten ver su desolado paisaje interior. Miramos a través de ellos como quizá Duchamp miró Etant donnés. La diferencia entre su experiencia y la nuestra es que nosotros quedamos más devastados.
Un signo pensado por Miguel Ángel Rojas evoca nuestra peor pesadilla, un niño montado en un triciclo, correteando a través de una vorágine de escaparates hospitalarios. Rojas nos introduce, presumo que conscientemente, en el mundo de Jack Torrance, protagonista de The shining, película de Stanley Kubrick. María José Arjona nos amedrenta en unas galerías salpicadas de sangre, que también nos recuerdan algunas imágenes del cineasta. Alberto Baraya logra que la flora amazónica oprobiada se transforme en un organismo gigantesco y tentacular que invade algunos de los corredores de este hospital. Los cristales craquelados de Oscar Muñoz nos indican que algo terrible ha debido acontecer en este escenario. El ejército de ratas que Jaime Ávila retiene con dificultad en un sector del edificio, nos lleva al clímax. De pronto nos sentimos huyendo por los innumerables pasillos de este antiguo centro médico; el arte, feliz y trágicamente, nos ha transformado en espectros. No sabemos de qué huimos: ¿quizá de Jack? ¿Tal vez del otro Jack londinense? ¿Del señor capitalista, quien ha perdido el juicio y ataca, de manera inclemente, con su hacha de estadísticas y encuestas a la familia que debe proteger? ¿Logrará, esta vez, el hijo de Jack vencer a su padre enloquecido por su mala conciencia? ¿No es Danny una metáfora del carácter del artista? Al igual que en la película de Kubrick, ¿logrará Danny reducir al padre enloquecido por el poder que le otorga su hacha estadística?
Persuadidos por los artistas, debemos huir de algún Jack. La sensación de vértigo que experienciamos por cada uno de esos pasillos es controlada por la sequedad del emplazamiento casi imperceptible, como todo concepto, de Wilfredo Prieto: Grasa, jabón y plátano. Prieto nos recrimina por nuestra superficialidad, cuestiona la trivialidad de nuestras emociones, y nos dice con tono severo que ésta no es una versión cómica de The Shining. Parece afirmar que la puesta en escena diseñada por Mariangela Méndez para esta perfomancia social es una crítica a nuestra apatía política, a nuestra carencia de moralidad social. Puntualiza que todos los artistas reflexionan sobre nuestra responsabilidad moral y política por los acontecimientos que Escallón trae a nuestra presencia. Como cualquier aguafiestas, afirma que aquéllos no son una ficción de Hollywood, sino que constituyen el mundo verdadero. Prieto se asoma a través de una de las ventanas de piso craqueladas de Muñoz, nos señala el bunker Gran Estación, el Centro Comercial de moda en este sector del Centro Administración Nacional, y nos dice que eso no es la realidad, que es tan sólo una caverna para cerditos y cerditas sensuales, iluminada por los neones de Lacoste, Mc Donald’s, Shetland, Ralph Lauren, Shitland, Polo, y Diesel. Por supuesto, las carcajadas no se hacen esperar. Si unos desconfían de las emociones que se suscitan por los olores del hospital, por sus colores, por sus formas descoloridas y desmadejadas a lo largo y ancho del edificio, otros se mofan de la racionalidad y esterilidad del conceptualista. Ninguno de ellos alcanzó a oír las palabras del viejo Heráclito, más sosegado por los siglos y más condescendiente con las artes: «el camino hacia abajo y hacia arriba es uno y el mismo».
El proyecto de Al Cuadrado no ha dejado indiferentes a los casi dos millares de ciudadanas y ciudadanos que visitamos la exposición la noche de su apertura. No obstante, Sin Remedio no es una buena idea para articular las ideas expuestas por sus artistas; la expresión es tan obvia y literal, tan transparente que no dice mayor cosa, diría que es trivial, tan trivial como la vida cotidiana de los centros comerciales.
El emplazamiento de Rojas, Buró, es sugestivo, aunque el poder del niño correteando de manera intermitente en su triciclo en la imagen-video trivialice las fotografías instaladas a lo largo del pasillo donde podrían volver a caminar niños y niñas. He notado que las motivaciones sociales y morales que animan el pensamiento de Rojas, -el cual ha sido impreso en la ficha técnica-, no se hacen sensibles en sus imágenes. Los emplazamientos de Muñoz y Baraya, Proyecto para una memoria y Árbol de látex, respectivamente, son afortunados, plásticos, en el mejor de los sentidos. Es decir, permiten evocar ideas comunes pero hasta entonces irreales para nosotros los ciudadanos y ciudadanas del común; a través de materiales elaborados con inteligencia y sensibilidad, logran comunicar las ideas-emociones detrás de los acontecimientos de su interés.
La escultura de cuatro pisos de Escallón es el eje de la muestra. La artista no es indiferente al terreno que conoce muy bien y le interviene con inteligencia poética. Su escalera al infierno fue concebida para suscitar expectativa y angustias, emociones que son modeladas por frases tomadas de La Vorágine, de José Eustasio Rivera. Este poeta anticipó la gentrificación que padecemos en nuestros días. Si Kubrick irrumpió abruptamente para proporcionarnos de manera espuria un modelo trivial, holywoodesco, para interpretar esta muestra, Rivera nos suministra un modelo sociopolítico acorde a nuestra condición de país colonizado sucesivamente. Varios artistas de Al Cuadrado conocen La Vorágine, Baraya principalmente. En el pasado Escallón pensó un proyecto en torno a la idea de Nuevas Floras, aludiendo a la forma cómo los colonizadores marcan las tierras conquistadas, como el vaquero marca su ganado, con justicia para todos los artistas comprometidos con las ideas de Méndez, éste proyecto bien pudo llamarse Vorágines Invisibles.
He notado cómo la fotografía comienza a mostrar una fatiga técnica, este medio pierde protagonismo en esta muestra. Es notable cómo el arte contemporáneo comienza a desconfiar de la fotografía. Los artistas intuyen que cuando todo se vuelve fotografía, so pretexto de que es la técnica del régimen democrático, es el momento de pararse a pensar la pertinencia de esta técnica, pues, bien sabemos al servicio de quiénes está la democracia occidental. La idea de democracia y la fotografía como técnica, resultan demasiado frágiles para esta época en que los hombres y las mujeres nos hemos convertido en tiburones que navegan por los ductos de los centros comerciales, no obstante, excitados no por el olor de la sangre sino por el olor de las mercancías. Es evidente el interés de algunos artistas contemporáneos por retomar herramientas más contundentes para pensar, permanecen dejadas de lado por el esnobismo tecnológico de nuestros días. Ya no se trata de documentar una realidad que no merece el nombre de tal. El asunto es instaurar maneras de pensar que nos ayuden a construir una realidad que no se deje reducir a documento, a materia inerte manipulable.
Méndez pudo haber persuadido y comprometido a los artistas invitados para participar en una visita guiada por este proyecto tan importante para Al Cuadrado y para nuestra ciudad. Es notable cómo María Elvira Escallón permanece pendiente de su emplazamiento, como una madre que cuida a su bebé. Con la gentileza que la caracteriza, atendió algunas de mis inquietudes. Le propuse una guía abierta para el público, pero la declinó por sus deberes académicos en la maestría de la gentrificada Universidad Nacional de Colombia. Esta vez, Kant nos impidió mantener una de las charlas amenas que la artista suele dar en sus exposiciones. El saber adquirido por Escallón en su proyecto sobre los hospitales colombianos, nunca lo habría alcanzado en una maestría. Siempre he dicho que artistas con estas inquietudes y con ideas claras como las que ella tiene, no requieren de esas maestrías y doctorados en artes que están contribuyendo a la gentrificación de todas nuestras prácticas sociales y artísticas en Colombia. La gentrificación del Auditorio León de Greiff, es sólo la punta de ese iceberg que no deja ver los miles de desaparecidos que deja la gentrificación de nuestra publica educación superior.