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Beuys y más allá: ¿gato por liebre?

Los grandes coleccionistas de antigüedades periódicamente suelen hacer uso del espectáculo para hacer mantenimiento a sus propiedades con el fin de que no pierdan su lugar en el mundo de las mercancías contemporáneas.

En el caso de los coleccionistas de arte, el valor metálico es lo que deben asegurar los funcionarios responsables de administrar los intangibles que irradian estas propiedades. Con este mecenazgo mercantil y en convenio con el Banco de la República de Colombia, el Deutsche Bank ha  organizado una exposición de artistas alemanes y colombianos en la Casa Republicana, agrupados arbitraria y estratégicamente por sus curadores sin más, bajo el mote de “contemporáneos”. Parece que entienden por contemporáneo “lo-de-ahora”. Pobre acercamiento a una problemática tan compleja teóricamente.
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Esta vez el Deutsche Bank ha movilizado cinco curadores para esta gesta latinoamericana: Friedhelm Hütte, Liz Christensen, Christina März, Silvia Suarez y María Wills. El proyecto curatorial se fundamenta en dos tesis de Joseph Beuys que no reflejan el espíritu de la época que el artista contribuyó a capturar y eternizar en imágenes. Los colombianos conocemos algo de este autor por exposiciones más relevantes realizadas en el pasado; por ejemplo   cuando el Museo de Arte Moderno de Bogotá era el referente cultural más importante de Bogotá se hicieron algunas muestras de este artista. Las tesis de Beuys son fundamentalmente estéticas. 1) Todos los hombres y las mujeres somos artistas.  2) La enseñanza es la obra de arte más importante de un artista. Con base en estos dos ejes se muestra la obra de algunos de los ex-estudiantes que estuvieron vinculados al ejercicio pedagógico de Beuys, algunos definitivamente nada contemporáneos. Los curadores, todos ellos especialistas en arte contemporáneo, confunden contemporaneidad con posmodernidad. No distinguen entre una obra de vanguardia y un revival.
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Un artista contemporáneo colombiano y  un grupo de artistas colombianos que tuvieron una relación pedagógica con él, fueron invitados a hacer parte de este dispositivo publicitario. Danilo Dueñas fue  el artista  convocado para mostrar que en sus ideas ha encarnado el espíritu pedagógico de Beuys, porque el epocal es mucho más sutil de captar y escapa a los profanos desinformados. Nos queda difícil establecer para quién de los dos maestros pedagogos convocados  es más embarazosa la situación que han creado artificiosamente unos curadores poco versados en procesos de aprendizaje existencial. Pues, mostrar una relación académica, o estética para este caso específico, entre maestros y estudiantes es el asunto más trivial del mundo. El maestro auténtico es quien con sus errores y virtudes, con su ejemplo permanente de vida, transforma la existencia de sus estudiantes en un proyecto estético; no es quien funge como mentor profesional. Ésta última influencia es externa, irrelevante para la existencia de un hombre en sociedad. Ahora, si la situación es embarazosa para los pedagogos, no lo es menos para los ex-estudiantes. El caso es más agobiante para los colombianos cuya participación  en esta iniciativa comienza a ser interpretada con suspicacias que no conviene a  proyectos profesionales ya consolidados estéticamente.
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Algunas cifras no le  cuadran al combo de curadores del Deutsche Bank. Por un lado, dudo mucho que Dueñas le deba algo a Beuys, o que de éste haya emanado alguna sustancia espiritual que haya trascendido hasta los pueblos latinoamericanos, como busca establecer ingenuamente Liz Christensen. Por otro, creo que la experiencia del artista alemán es intransferible a ningún país latinoamericano; el estado de ánimo alemán propiciado por el desastre de la Segunda Guerra Mundial no tiene parangón en la historia del siglo XX; la fuerza creativa que se apoderó de los espíritus más sensibles que debieron padecer tal agravio, por principio  es incomunicable, escasamente se podía mostrar a aquellos que compartieron más de cerca el horror de ver a millones de millones  de hombres caer para satisfacer la voluntad de dominio de la bestia blanca que contraataca permanentemente en nuestros días para que sus huestes artísticas puedan realizar prácticas etnográficas.

Las curadoras por parte de Colombia se equivocaron creyendo favorecer a Dueñas, quien no tiene ningún vínculo estético con la tradición alemana. Las raíces  estéticas de Dueñas, como la de la  mayoría de nuestros artistas después de los años setenta del siglo XX, las encontramos en el Duchamp glamurizado por la cultura del espectáculo angloamericana. Nuestro Duchamp es tan banal como Lady Gaga. Beuys no tiene nada de ironista, es un activista singular y por ello mismo sin escuela, pese al esfuerzo que realizan los académicos internacionales que nos visitan para promocionar no tanto las artes o al artista como para servir los intereses comerciales de los Bancos involucrados.
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Dueñas está más cerca del Bad Painting estadounidense que del existencialismo alemán. La frescura estoica de Dueñas no tiene nada de existencialista. Apreciamos más certezas que dudas en sus obras. Es un despropósito la relación que las curadoras colombianas han establecido. Ni siquiera se trata del debate de la filia aristocrática oportunamente sugerida y  denunciada por Guillermo Vanegas. Así otro maestro pedagogo hubiera sido el ungido con el espíritu de Beuys, el artificio se hubiera mostrado con la evidencia que hoy palpamos. La estética del desperdicio asociada al Bad Painting está más cerca a la ironía Neo Dada que a la angustia y a la melancolía  que generó la obra de Beuys.  Los mejores ex-estudiantes de Dueñas siguieron otro camino que es lo mejor que todo estudiante agradecido con su maestro debe hacer. Aquellos  que hacen escuela de las ideas de sus maestros son los entusiastas que todo creador prudente debe evitar.

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Con respecto a los estudiantes de Beuys ya hemos dicho que algunos de ellos están más interesados en mirar hacia atrás, que en seguir la lucha de la vanguardia europea de los años 20 y 30 del siglo XX, decidida a desenmascarar la avaricia de la burguesía y de los bancos que dirigen y explotan la esfera pública. Sin duda alguna, Jörg Immendorff es el artista contemporáneo del grupo, así se valga de las técnicas más tradicionales como la pintura y el grabado. Immendorff muestra que se puede ser contemporáneo sin obligar a la imaginación a someterse al influjo de la fotografía  o del video. Dueñas ejemplifica bien esta idea. Ahora bien, la misma desigualdad estética que aprecio en los alemanes, la percibo en los ex-estudiantes del maestro colombiano exaltado por su pedagogía. No se trata de saber si éstos son contemporáneos o posmodernos porque estas categorías nos impedirían ver de cerca lo que exige un acercamiento delicado a la especificidad de cada una de las propuestas recogidas por las curadoras.
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Respecto a las obras colombianas, me preocupa la incertidumbre estética que aprecio en el conjunto presentado por Lucas Ospina, a quien le viene mejor  su rol de artista que el de crítico de arte o curador. Cuando la línea decidida de los dibujos de 2011 parece  que nos va a develar algo interesante para comprender nuestra época, el concepto empírico lo atrapa y le da la palabra no a Dueñas sino a Lorenzo Jaramillo, el artista colombiano más cercano al espíritu neoexpresionista de los ex-estudiantes de Beuys convocados a la Casa Republicana. Este es el caso del tríptico Los Graduandos (2011). Consecuentemente con la idea de que un buen aprendiz debe alejarse de su maestro, ¿Ospina nos anuncia con estos dibujos su distanciamiento de Dueñas y su deseo de retomar la bandera neoexpresionista que exploro con éxito Immendorff? Ojalá sea así porque me queda claro que Ospina no es el continuador de Eduardo Serrano, como equívocamente cree el historiador Santiago Rueda. Si algo está continuando Ospina es la tradición de grandes dibujantes que tiene Colombia, de la cual se dejó apartar por escuchar cantos de sirena como los de Rueda.  Por su parte, la instalación de Rosario López (2008), previa a su comparecencia en el Luis Caballero, se sostiene y se destaca por desatender la influencia del maestro. Variaciones sobre un campo  (2011) de Luisa Ungar promete posteriores desarrollos. Estas dos instalaciones pudieron ser mejor montadas: algo nos atrae de ellas, pero también hay algo que impide que el entendimiento realice su tarea. El triángulo en que fue dispuesta la de Ungar dificulta su lectura y perjudica la idea de la artista. En la instalación de López, los módulos de la estantería de madera que albergan un juego diverso de formas, lucen parroquiales frente a la intensidad del paisaje que las formas de la artista intentan interpretar.
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En conclusión, el concepto curatorial Beuys y más allá es desafortunado, porque no existe un más allá, ni en Chile, Brazil o Argentina. Plantear una relación formal entre maestros y estudiantes es un asunto trivial si se lo reduce al aspecto estético. La pedagogía como forma de vida de un grupo humano no se evidencia en ninguno de los dos grupos relacionados caprichosamente para favorecer y asegurar el espectáculo que hace mantenimiento a las grandes colecciones de arte internacional. Además, esta pedagogía no es una idea de Beuys. Enraíza en las vanguardias de los años 20 del siglo XX, espíritu  que podemos rastrear por lo menos hasta el Renacimiento. A los bogotanos y bogotanas nos queda una incógnita por resolver: no sabemos quién metió aquí gato por liebre. ¿Los bancos involucrados en esta impostura? ¿La inexperiencia conceptual de las curadoras? ¿La ingenuidad de los artistas colombianos que se dejaron seducir por cantos de sirena metálica? Mi primera hipótesis es que los artistas colombianos no tienen nada que ver con este entuerto. Para variar, una manipulación curatorial más que los artistas colombianos deben tragarse por incautos.

Finalmente, la inquietud de las curadoras por explorar la veta ya agotada de la relación   del arte con la vida es otra trivialidad histórica de esta curaduría. La perspectiva histórica y teórica de nuestra época ha enriquecido la comprensión del  giro epistemológico hacia la biología a comienzos del siglo XX, la cual ha desembocado en lo que los expertos llaman hoy en día Biopolítica. Hoy sabemos con mucho detalle el interés por la biología y la zoología que manifestaron científicos de gran relevancia en las primeras décadas del siglo XX. Por ejemplo, el embriólogo  alemán  Hans Spemann, premio Nobel de Medicina 1935,  y el biólogo y zoólogo  Jakob Johann von Uexküll,  creador del Instituto para la investigación del Medio Ambiente. En general, la vida es la condición del pensamiento del siglo XX. Beuys tampoco puede escapar a esta condición histórica. La formulación estética, en el peor sentido, de este interés del saber por atrapar a  la vida en sus redes, es lo que nosotros hemos exaltado sin comprender la problemática que ha reducido la vida a discurso, exactamente tal y como hacemos con todas aquellas ideas cuyo espíritu creemos emana del primer hacia el tercer mundo, como creen ingenuamente las curadoras. La retahíla simplista de la relación del arte y la vida ha obstaculizado el surgimiento de propuestas artísticas interesantes en Colombia. Los malos artistas se conforman con lo que otros han intuido en el pasado. Los colombianos no requieren de Beuys para hacer algo interesante para nuestra sociedad o para legitimar sus carreras profesionales, con lo cual no quiero decir que Beuys no sea uno de los grandes artistas del siglo XX. No obstante, sacarnos este condicionamiento intelectual de que el espíritu de las ideas emanan desde los pueblos logoplutocráticos, no va a ser una tarea fácil.
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