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Las conciencias nunca son felices, por desgracia

El maestro Ricardo Arias ha sugerido que Mauricio Bejarano se apropió de un aporte suyo que favorece la interpretación crítica  de Murmu(i)os.

Ha dicho en Esfera Pública que la relación entre el número de los parlantes y las teclas del piano es idea de él y que mi idea de Bogotá como  una ciudad-piano es palabrería. Parece que Bejarano le dio  a entender a  Arias que él no había pensado en esta prolífica relación hermenéutica: “qué feliz coincidencia, no lo había pensado”…, parece que contestó el primer artista.  He aquí un esfuerzo por entender a estos dos protagonistas de la plástica sonora colombiana.

Después de una amplia y generosa entrevista con el artista, tengo la impresión de que la citada expresión de Bejarano  es más un  gesto de cortesía, una ironía o un fino  sarcasmo, y menos un reconocimiento del  azaroso evento que Arias menciona. La impresión que me dejó Bejarano es que  no es tan ingenuo como se lo presenta. Da la impresión de ser lo contrario.  Ahora, si éste no fue  un gesto de cortesía o un sarcasmo, la observación de Arias  ha aportado elementos para enriquecer su trabajo, y él los ha aprovechado legítimamente. De esto se trata la construcción crítica de sentido.  No obstante,  estoy persuadido de que éste no es el caso. Bejarano cuenta en sus entrevistas recientes que el número de parlantes no es una simple coincidencia. Al contrario, afirma que fue algo que hizo siguiendo un impulso irresistible de hacer algo porque sí. Este porque sí quiere decir que los artistas saben muchas cosas que no saben que saben.  Este saber no consciente constituye su mérito. La crítica evidencia este saber, el cual no es un saber individual. Se trata del saber de muchas épocas que han podido pensar más allá del consumo febril y servil de mercancías; consiste en el saber de una especie que ha evitado tercamente su naufragio porque se ha inventado las palabras, y  permanentemente se ha reencontrado consigo misma sólo por ellas. Por supuesto, este no es el caso de Colombia. Aquí despreciamos las palabras.

Pienso que la comprensión no puede prescindir de la palabrería que Arias objeta sin más, porque sí. Obra que no se comprende es mercancía. La propuesta de Bejarano, ni ninguna otra propuesta artística,  puede prescindir de las palabras que chocan tanto a los espíritus positivistas y aislacionistas. Las palabras nos dan la posibilidad de emanciparnos. Lo contrario es quedar reducidos a cosas que se compran por  un precio en subasta pública. Este es el problema del arte contemporáneo en Colombia, el cual despreció con su pedantería de vanguardia esnobista, la “palabrería” de la crítica de arte, para arrojarse cómodamente en los brazos de la propaganda  mercantil. Allí, entre la glamur de las mercancías prime,  naufragaron nuestras esperanzas de pensar otras formas de ser y pensar. Hoy la “crítica de arte” en Colombia  sólo anuncia mercancías.

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