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No-deseo de Andrés Londoño

Hace cinco años Andrés Londoño inició en Londres un proyecto artístico al que denominó Kunstomerservice. Después de haber observado

con extrañeza que las galerías y los museos de arte que visitaba no contaban con una asesoría específica para orientar las inquietudes de sus visitantes o potenciales clientes, forzó la expresión anglosajona customer service para que se ajustará a aquello que su pensamiento tenía en mente: proporcionar asistencia artística a quienes se interesan en los productos de las prácticas artísticas, ya sean obras originales, réplicas o cualquier otra inquietud que manifieste cualquier consumidor con necesidades artísticas de ocasión.

Londoño asoció customer service con kunstomerservice, aprovechando la cercanía fonética entre customer y aquello mediante lo cual la lengua alemana identifica a los creadores –kunst–; estableció en el pensamiento una relación siniestra entre cliente y habilidad artística.

Contrario a lo que podríamos pensar, Londoño no se propone realizar una crítica a las empresas comerciales –sean estas galerías o museos–, las cuales determinan el pensamiento de los artistas y sus prácticas, y establecen subrepticiamente qué se piensa y cómo se piensa. Tampoco está interesado en seguir la moda de criticar al capitalismo desde un sofá mullido en la sala de estar de un cómodo apartamento. Ahora, no es que desconozca las no-bondades del capitalismo o que no haya deseado que muera algún día de muerte no-natural. Pienso que quiere evitar ante todo que el capitalismo muera de risa con un intento más de subvertirlo artísticamente, así este sano y elegante esparcimiento sea bien retribuido por el sistema. Como parece a simple vista, sus servicios no están dirigidos directamente al Capital.
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Teniendo en cuenta sus propios intereses, la crítica institucional le debe resultar un asunto importante pero demasiado serio. Londoño es un artista joven, no nació con canas como suele acontecer con muchos de los artistas contemporáneos que paren las universidades. A pesar de ser un artista de academia, sus intereses artísticos han estado determinados por el flujo de fuerzas inaprehensible que llamamos deseo. Londoño quiere comprender este flujo que determina la vida, pero para ello no recurre a ninguna teoría, ni a Freud ni a Lacan como haría algún artista o crítico confundido, o ingenuo. Londoño quiere comprender, no le interesa la explicación. El es un artista, no es filósofo. Lo primero es la comprensión, luego vendrá la explicación. En su caso resulta provechoso mantener esta distinción.

Londoño celebra en la Galería del Centro Colombo Americano su primer quinquenio de trabajo sobre las peculiaridades del no-deseo contemporáneo. Por medio de los elementos que instrumentaliza el no-deseo en el dominio donde impera, se ha acercado a este flujo del cual la vida se vale para perpetuarse. Sin duda alguna este dominio es el centro nocturno. Es en las discotecas o en los bares que el no-deseo señorea por doquier en nuestros días. Con predilección, las discotecas son los templos contemporáneos que le rinden culto al vehículo del que se vale principalmente el deseo: el cuerpo ritual: el cuerpo fugado del lenguaje hablado. Con el propósito de comprender, Londoño visita aquellos lugares en los cuales los cuerpos quedan en suspenso, libres momentánea y aparentemente para desear con el deseo de otros y otras, incapaces unos y otras ya de desear. Deseamos con un deseo debilitado por el exceso que ha promovido y movilizado El Capital para neutralizar cualquier tipo de subversión.
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El proyecto Kunstomerservice tiene en mente la constitución de un club que ayuda a comprender el deseo contemporáneo encadenado a los escenarios más frecuentados por los posesos y posesas del no-deseo. Un frasco de agua Kunstomerservice y un dispensador de agua Kunstomerservice instalados en la Galería nos develan las dinámicas del deseo domeñado por el sucedáneo del superyó: las drogas sintéticas. En segundo plano, Londoño está interesado en consolidar una marca. No cree en los proyectos de vida artística que dan origen a las marcas registradas que administran las Galerías y los Museos. Quiere crear una marca, un sello, sin que esto signifique una visión especial sobre el mundo, una trampa metafísica para atrapar el estiércol del diablo. Le importa ofrecer la mayor satisfacción a un cliente, ofrecerle un servicio que esté desprovisto de cualquier carreta, de la misma manera que Adidas ofrece un par de tenis sin retorcerle el cerebro a sus clientes.

Londoño ofrece una camiseta o cualquier otro producto con su marca y su firma. Nos deja en libertad para que la enmarquemos y contemplemos desinteresadamente, pero él preferiría que la usáramos, que fuera un útil más al servicio de la vida, es decir, del deseo. No creo que Londoño esté interesado en nada eterno, pues, no hay nada más variable e inestable que el deseo. A su pesar, Londoño nos hace pensar en la transitoriedad de todo lo humano. A su pesar, porque no tiene en mente ideas trascendentes, pero no puede evitar que nosotros las tengamos. El artista que aún desea ya no determina por sí solo la realidad que quiere transformar.
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Antes de este proyecto Londoño realizó una edición limitada de camisetas Kunstomerservice. En el proyecto presentado en la Galería del Centro Colombo Americano diseñó y produjo una Botella de Agua Kunstomerservice con todas las exigencias sanitarias y de Ley. Podemos guardarla en nuestra nevera, en nuestro aparador de arte contemporáneo, o tomárnosla y botar el envase, altamente contaminante. Yo me tomé el agua durante la conversación que mantuve con el artista. Fue una bebida de cortesía, la siguiente, si quisiera consumirla en casa o ofrecerla en una cena, deberé pagarla a precio de arte. No me intoxiqué con el agua, cuyo envase, antes de destaparlo, observé con cautela, algo de suspicacia y prevención. Superada la prueba, ya en casa, guardé el envase vacío en mi aparador de la cocina (no tengo colección de arte contemporáneo), sin que crea que Kunstomerservice tiene sensibilidad ecológica.

Londoño ofrece ediciones limitadas de sus productos, con lo cual garantiza el patrón mediante el cual las empresas del arte regulan el mercado artístico. Londoño no padece el vértigo de los artistas desinteresados o que fingen vomitar al menor contacto con el dinero. A pesar del mercantilismo escueto que manifiesta, presiento que en verdad quiere dar testimonio de las luchas que mantiene el deseo contemporáneo con aquellas empresas que intentan regularlo, ya sea por medio del canon Playboy o cualquier otra regulación comercial al servicio de El Capital. Los potenciales usuarios de Kunstomerservice no son seres en busca de satisfacción de sus deseos extenuados, pues hacemos parte de una época en que el deseo quedó cosificado en manos de los comerciantes, quienes se han encargado de anular su riqueza expresiva. Al contrario, al igual que Londoño, buscan comprender las dinámicas que mantienen el deseo secuestrado en las sociedades contemporáneas, cómo en éstas se presiona al deseo hasta el punto de aniquilarlo, de transformarlo en no-deseo, en voluntad de nada. El problema que Londoño trabaja de fondo consiste en pensar las guerras preventivas contemporáneas en contra del deseo. La nuestra es la época del viagra y otras muchas yerbas sintéticas que están minando el deseo para la tranquilidad de un capitalismo que nos ha convencido de que la libertad sólo puede consistir en la satisfacción extrema de todos nuestros deseos. Dentro de esta ideología que ya es una forma de vida, ser contemporáneo es atreverse a no-desear cuando aún es posible desear, transformar y subvertir la realidad, cuando es el momento, precisamente, de explorar otras posibilidades de ser y pensar por medio de la expresión artística.

Como el interés de Londoño no es explicar, no ha movilizado ni a Freud ni Lacan, los autores que han regulado la explicación del deseo en el siglo XX. Como artista, sabe que el deseo no se deja maltratar, que por esta razón el deseo es muy amigo de los artistas y tan reacio a la manipulación de los críticos. Acorde con la época, Londoño se apoya en varias técnicas de articulación y exposición de ideas: pintura, dibujo, video, instalación, performance, entre otras alternativas. Atrapar al deseo aunque sólo sea por un instante, requiere, exige diría con mayor precisión, la confabulación de muchos recursos técnicos.

Londoño Realizó una Instalación en la Galería, en la cual, por primera vez desde que inició su proyecto, hace una acción plástica, o performance, ejecutada en complicidad con los visitantes a la Galería. El espectador de los escenarios plásticos y visuales sabe de antemano que estos espacios son propicios para acciones plásticas colectivas en las que todos y todas desean participar de alguna manera. Londoño sacó provechó de esta precomprensión que maneja el mundo del arte, para ofrecer sus botellas de agua Kunstomerservice en un contexto de deseo amordazado, extenuado por el alambre de púa con que fue sitiado.

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La Instalación está conformada por suplementos o complementos del deseo. Una Imagen erótica en un video que difícilmente puede ser decodificada; música y humo de discoteca; un dispensador de botellas de agua, las cuales han sido producidas y reproducidas por el artista, de la misma manera como se multiplica un grabado con fines comerciales; una forma fálica (un tubo que une el techo con el piso, que penetra el cielo y la tierra, artificio propicio para los ejercicios de las/los apetecidos strippers); un conjunto de portadas de la revista Playboy, las cuales están sometidas por la ley férrea en contra del deseo. Esta es idea sugerida con un alambre de púa, metáfora de difícil interpretación, pues, las revistas fueron dispuestas sobre el piso de la Galería y cercadas por las púas en el alambre. Estos son los objetos que más llaman mi atención, aquellos que evocan más imágenes en los sujetos y objetos deseantes. Mediante estos recursos dispuestos en la Instalación podemos transportar a la Galería todas las imágenes que guardamos celosamente en el inconsciente, y libremente podemos asociarlas a ellos, para de esta manera tratar de comprender ese flujo inaprensible llamado deseo del cual cada vez sabemos menos en la época de la cosificación global, urbe et orbi.

En días pasados se realizó en Bogotá un proyecto interesante en torno al deseo, en el cual participó Fernando Pertúz con una acción sobre los derechos de las mujeres. Sus organizadores lo denominaron Salón de Arte Morboso. Los artistas instalaron sus obras en El Castillo, el centro nocturno bogotano que compite en belleza sensible con otro igualmente famoso, La Piscina. Uno y otro son centros en los cuales las bellezas bogotanas proporcionan servicios y gozo a hombres heterosexuales. Son más los bogotanos que van a la Piscina que los que van a la totalidad de museos y Galerías en conjunto. Por esta razón el experimento de los organizadores fue interesante: ir al encuentro de lo que queda del deseo encadenado a las necesidades expresivas de El Capital. El mundo del arte se desplazó al mismo agujero negro del deseo. Al igual que en la astrofísica, ninguna luz pudo escapar a la densa gravedad de este espacio, no pudimos aprehender algo que nos permita develar y comprender el dispositivo mediante el cual el deseo es triturado en estos espacios. Para comprender las fuerzas que se encuentran en el deseo, se requieren otras estrategias. A pesar de que a muchos sujetos deseantes nos pareció muy entretenida la idea de El Castillo, con sus strippers en acción, el proyecto no pasó a mayores, se quedó en la entretención, murió en la penumbra etílica porque los zares del deseo bogotano impusieron su ley a nuestro deseo.

 

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En este orden de ideas, Londoño ha logrado más con su Instalación en el Centro Colombo Americano, pues reta a nuestra imaginación para que en libertad recree aquello que El Castillo ofreció en vivo y en directo, para descuartizar la comprensión. Londoño no tuvo streepers, sabiamente evitó este picante mercantil: las/los potenciales streepers fueron los espectadores que quizá alcanzaron a comprender lo siniestro en el deseo capitalizado. Londoño no puede desaprovechar esta intuición para iluminar la comprensión de las fuerzas que tensionan y amenazan triturar aquello que determina la psicología de los ciudadanos y ciudadanas que deben tomar decisiones sobre las libertades que nos conciernen a todos y todas.

Interpretar la propuesta de Londoño por medio de la estética Neopop podría reducir sin necesidad un flujo de pensamiento que se ha mostrado muy activo en los últimos años. He visto obra de Londoño en exposiciones colectivas realizadas en espacios importantes, y aunque la traición es una virtud en el campo del arte, Londoño en ninguno de ellos se ha traicionado a sí mismo, lo cual es muy frecuente dentro de las prácticas artísticas contemporáneas. Si evitamos el discurso Neopop, por el momento, podemos pasar por alto la lápida que Hal Foster le ha colgado a estos artistas: el mote de arte de la razón cínica. En su aparente intrascendencia, Londoño nos siembra una duda sobre la superficialidad que pregona. La duda surge porque queremos saber más de su proyecto sobre el deseo no-deseo, sobre el deseo encadenado, o dicho más coloquialmente, regetonizado.

De la misma manera que los artistas obsesionados con la comprensión y creación de sí mismos antes de dar debates de carácter público o político, Londoño tiene necesidad de aclarar signos fundamentales para articular un discurso plenamente contemporáneo. Por supuesto, Londoño tiene discurso. No es el discurso unificado de la prosa o de la argumentación al modo geométrico, es un discurso al que no se le puede pedir unidad de manera arbitraria. Los discursos artísticos como este de Londoño en El Colombo Americano, requieren contar con la voluntad de los sujetos que desean y son deseados, para darles unidad, si algún crítico necio llegara a demandarla. No obstante, llegará el momento en el cual Londoño deberá hacer frente a los críticos de arte contemporáneo que consideran fundamental tener una opinión formada sobre el régimen económico que impera globalmente, o explicar por qué no la tiene. No se puede pensar plena y artísticamente en la contemporaneidad si los artistas en determinado momento no pueden dar cuenta de la realidad que han configurado estas preguntas que marcaron el arte del siglo XX y que seguirán determinando sus prácticas en el siglo XXI.

Si esta transpropiación del pensamiento de Londoño es plausible, las ideas en Kunstomerservice se consolidarán pronto en torno al servicio del deseo encadenado por el capitalismo, así todavía no tenga claro el problema ni haya estructurado completamente los signos propicios para acompañarlo en su gesta: nada más que liberar el deseo encadenado, el flujo de las fuerzas que determinan la vida, lo justo y lo injusto. Este sendero promete dar más frutos sin que esto quiera decir que no puede seguir, de hecho lo hará, ofreciendo servicios artísticos a discreción del cliente del arte de ocasión. Cuando Londoño aclare en su pensamiento estos dos senderos por los cuales trasiega legítimamente, mostrará su posición frente al capitalismo, y su contemporaneidad no podrá ser puesta es cuestión por ningún crítico.

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