Por: Jorge Peñuela
Fecha: marzo 26, 2012
Posdata: Good Business Is The Best Art
A propósito de mi artículo acerca de los ochenta años de Botero, amablemente Elkin Rubiano ha escrito el siguiente comentario:
“Tal vez el artículo de Semana esté lleno de lugares comunes, pero de alguna manera es comprensible: va dirigido a un público general y se dice lo que seguramente debe decirse cuando se celebran los 80 años del artista más reconocido del país. El discurso de Semana, por lo tanto, se suma al extendidísimo “sermón de la corrección boteriana”. Pero de allí a afirmar que “El artista, entonces, se vale de su arte para potenciar el capitalismo que tanto dolor causa a millones de hombres y mujeres, niños y niñas en países como el nuestro”, es una afirmación generalista que aporta al lector tanto como el artículo anónimo de Semana. El discurso del crítico se suma a la extendidísima “arenga de la cofradía antibotero”. Aunque antagónicos, ambos discursos dicen muy poco sobre la obra de Botero, que es lo que realmente importa”.
Intentaré pues sacar de la indeterminación mis apuntes, escritos para un público que sabe leer pero que tiene poco tiempo para tomarse la vida en serio, así sea durante unos breves minutos. El argumento de Elkin Rubiano según el cual la revista Semana tiene un determinado público el cual sólo puede comprender lugares comunes, no es sólo despectivo e irrespetuoso para con la revista y sus lectores, sino que, principalmente, tiene un tufo modernista, ilustrado. En efecto, parte de dos supuestos: 1) Existe una humanidad capaz de pensar y leer no trivialmente, y otra que no lo es porque, a diferencia de la primera, ha sido ilustrada en los secretos del saber. 2) Existe una minoría ilustrada, habilitada para actuar y otra que debe ser modelada y limitarse a ser espectadora pasiva de su propio destino: que los ilustrados implanten sus formas en la sensibilidad de aquellos que por tradición han sido comprendidos como los-sin-luz. Así la segunda sea una reformulación de la primera, las consecuencias de estas hipótesis aún se sienten en muchos campos de saber en los cuales se oprobia cualquier tipo de disidencia que atente contra el discurso establecido por el orden económico para las artes.
Mis observaciones al artículo de Semana, es un llamado de atención respecto a que, así Botero no tenga hoy nada que decirnos, y, por lo tanto, tampoco nosotros tengamos nada que decir respecto de su obra, un homenaje al pintor nacional, insisto, merecería un análisis más fino, o al menos un artículo complementario que hablara por lo menos de dos Boteros: el Botero creador de nuevos lenguajes plásticos e inspiración de jóvenes talentos, y el Botero manejado por dealers avidadólares; el artista ingenuo y prometedor, y el artista que se hace el de la vista gorda cuando se trata de pensar, como les corresponde a los artistas contemporáneos consientes de su época, cómo el capitalismo y sus intereses están determinando la producción de su obra. Un artículo de cualquiera de los historiadores de arte jóvenes que han surgido recientemente en Colombia y que nos prometen una historia del arte puesta menos al servicio de la aristocracia plástica comercial de nuestro país, hubiera sido de gran ayuda para comprender la importancia de Botero, la cual sólo puede ser atribuida de manera no informada a la cantidad de dólares que el artista ha logrado movilizar hasta nuestros días. Pienso ahora en la historiadora María Mercedes Herrera, pero existen otras promesas.
Ahora, tampoco se trata de poner las cosas en blanco y negro, de dividir la crítica entre la corrección modernista de Botero y una supuesta conjura de algunos artistas contemporáneos en contra de la avanzada modernista que este artista representa en Colombia.
El asunto tiene que ver con dos puntos que van más allá de las rencillas estético-ideológicas de la parroquia de los feligreses del capital que permanentemente se bloquean los unos a los otros. 1) El cómo los coleccionistas de arte han silenciado la crítica y son ellos quienes determinan hoy cuáles son los artistas y las obras de arte que deben perdurar. 2) El cómo el sentido de una obra de arte hoy en día consiste en el precio que los dealers le imponen mediante diversos trucos de mercadotecnia. En efecto, son sus necesidades de lucro las que en verdad organizan exposiciones y pautas publicitarias con barniz crítico; ellas son las que determinan donaciones y temáticas para paulatinamente ir liquidando los intereses de sus inversiones artísticas, y, estratégicamente ir subiendo los precios de las exposiciones por venir. Lo que piensa el artista tiene poco o nada que ver en el negocio. Es una calamidad para el arte contemporáneo que las obras de Botero se distingan por el costo que tiene cada una de ellas, y no por el sentido que emerge con su presencia en este orden caótico que vivimos. Por supuesto, no estoy diciendo nada nuevo, pues, de sobra es conocida esta condición contemporánea para el pensamiento artístico después de que Míster América colonizó nuestro inconsciente estético y político: being good in business is the most fascinating kind of art. Making money is art and working is art and good business is the best art.
Finalmente, contrario a lo que se suguiere en algunos comentarios en la red, realizados en Liberatorio, Esfera Pública y FaceBook, pienso que el problema que nos plantea Botero ya no tiene que ver con la calidad, respecto a lo cual no tengo ninguna objeción, así los artistas minimalistas le hayan dado el puntillazo final a este criterio del juicio estético hace cincuenta años, así los criterios introducidos por ellos sean tan vagos como los de Greenberg. Lo cierto es que estamos en una época sin lenguaje adecuado para comprender lo que nos pasa. Estamos en una época en que sólo unos pocos se dan cuenta de la nada que nos está pasando, embelesados como estamos compartiendo naderías en Facebook y Tweeter. Los problemas que aprecio en el legado cultural de Botero son otros: 1) La relevancia de la obra para comprender el momento que vivimos, la nada que nos cosifica y calcina. Botero perdió su sustancia. 2) El compromiso quizá solo indirecto de su proyecto artístico con un régimen económico que genera tanta inequidad en el mundo, pobreza y violencias de todo tipo, despierta muchas suspicacias respecto a la sinceridad que debe mostrar todo artista en cada uno de sus trazos. 3) Cuando el dinero es el que determina el sentido de una obra de arte, sólo queda teorizar sobre el cinismo como arte. Si estos puntos no son relevantes para comprender el por qué una sociedad invierte sumas ingentes de dinero en estos “entretenimientos” de moda inventados exclusivamente para los Señores del Yate, mejor sería ocuparnos de Torquemada y su cacería de saberes divergentes.