Por: Jorge Peñuela
Fecha: marzo 19, 2011
La Muerte del San Juan
Para arribar a la esencia de las cosas es necesario desbloquear la clausura en que se guarecen; comprender su esencia es compartir su intimidad, es participar en ella para evitar su descomposición, es curar su compulsión endogámica.
Recoger en sí sus verdades es lo habitual en las cosas, ésta es su naturaleza, nos recordó alguna vez Heráclito; entonces, ¿qué problema existe en que las cosas cuiden su ser cuando son capaces de intuirlo, comprenderlo y reconocerlo?Ninguno. No obstante, no todas las cosas alcanzan a intuir su ser. Nuestras reflexiones se complejizan cuando abordamos la comprensión del ente que enfermó y se atragantó en su esencia, en su excrementa, que quedó sin ser, que experiencia que ya no tiene nada que cuidar o quien cuide de ella o él, –que al estar en casa, ya nunca se siente en casa.
El pensamiento moderno, con la inmodestia que lo ha caracterizado, creyó que podía hacer hablar a las cosas con su metodología de proyectos; se convenció de que el ser de las cosas no podía resistírsele. No pudo comprender que para llegar al ser de las cosas requerimos de su beneplácito. Éste solo se muestra a unos pocos, en especial a aquellos que no se vanaglorian de la verdad, a aquellos que no las acosan con un método al modo geométrico. Las cosas repudian en silencio el acoso epistemológico que han padecido desde la Modernidad, en especial el que ejercen sobre ellas algunos artistas contemporáneos; este acoso es el que más las lastima.
Como el filósofo, el artista ama la verdad, sabe que ésta tiene la naturaleza de Proteo, que es volátil e inatrapable en documentales, que acercársele demanda sensibilidad, imaginación y entendimiento: la sensibilidad abre, la imaginación amplía lo abierto y el entendimiento regula esta apertura mediante su diversidad de formas. El artista sabe que la verdad aprecia estas cualidades propias del pensamiento poético. La verdad busca al artista poeta, lo llama. La verdad muestra su beneplácito con el artista mostrándose en las diversas formas poéticas. El rigor y la seriedad de los epistemofílicos espantan la serenidad que habita el dolor de las cosas, su intimidad. La humildad en el pensamiento poético atrae y seduce a la verdad, ésta se congratula en su presencia, ama girar en torno suyo.
La actividad que demanda mayor abnegación en las cuidadoras y los cuidadores de enfermos, vocación fue llamada en el pasado, es la recolecta de excrementa. María Elvira Escallón recoge en imágenes la excrementa que han dejado los líderes políticos de nuestra ciudad en el Hospital San Juan de Dios, institución que una vez fue joven, solvente y generosa con quienes padecemos los traumas de Bogotá, la ciudad fragmentada a golpes de indiferencia neoliberal. Su pensamiento se ha desplegado en dos fases, una de registro documental y otra de construcción poética o metafórica, la primera exotérica, destinada a un público amplio, la segunda esotérica, pensada con los lenguajes de las artes. Una cuidadosa selección de ellas se muestra actualmente en el Museo de Bogotá, en el Planetario Distrital.
La excrementa es lo que queda de las cosas, constituye su esencia; ésta no es la Idea como creía Platón, o el concepto como aún creen algunos artistas contemporáneos; tampoco la captamos por medio de Maestrías y Doctorados en Teoría de Arte y Arquitectura, interesados éstos principalmente en el autosostenimiento de sus puntos de vista y en el afán de lucro que caracteriza todas nuestras prácticas sociales contemporáneas, en especial las académicas. Barruntamos nuestra humanidad cuando asistimos a los discapacitados en su recolecta de excrementa, esta actividad desafía nuestros idealismos aristocráticos, las certezas y los purismos de nuestra endogamia cultural, desenmascaran el narcisismo contemporáneo, ponen a prueba una vocación de diálogo que muchos predicamos en teoría, pero que pocos aplican en sus prácticas sociales más fundamentales. En la excrementa reconocemos nuestra menesterosidad universal y en la generosidad de aquellos que asisten a los enfermos la construcción de comunidad.
Varios siglos han pasado desde que Leonardo concibió y realizó su San Juan. La gracia y la jovialidad que con generosidad lo asisten nos retan; desde nuestro presente ampliado hacia su pasado, el santo parece hacer mofa de nuestro escepticismo contemporáneo, –desenmascarar nuestra seriedad mendaz, –satirizar las cegueras de nuestros traumas y cilicios étnicos, mostrar la torpeza en nuestros movimientos más simples, –alertarnos por nuestra mecanización conceptual, por nuestras compulsiones logofílicas o argumentativas. Nos indica con alegría el lugar donde moran las gracias, donde reina la justicia; San Juan luce lleno de vida en las manos de Leonardo, cree aún en la felicidad para la mujer y el hombre. Despreciamos la alegría del San Juan de Leonardo para justificar la precariedad de sentimientos que, horrorizada, padece nuestra época.
San Juan muere en Bogotá por estos días. María Elvira Escallón no realiza una alegoría o una representación con su San Juan; intuye verdades negadas a nosotros, a los amantes de telenovelas, de lo popular, de lo entretenido sin más, y las atrapa mediante la construcción de signos. La construcción de Escallón nos muestra un San Juan succionado implacablemente por un agujero de corrupción, un San Juan que apenas tiene fuerza para señalar, no las gracias que antaño animaron al San Juan de Leonardo, sino las desgracias que minan el habitar Bogotá en nuestros días; su índice ya no señala el lugar de la justicia, nos muestra la ciudad donde campea la injusticia, se dirige hacia nosotros para responsabilizarnos por la narcisocracia que hemos prohijado en nuestro individualismo estetizante, sanciona nuestra negativa a responder con cuidados-palabra a aquellos que esperan en silencio solidaridad como diálogo. En Bogotá nadie cura de nadie; nos resulta aterrador dejar de monologar, tener que alternar en el uso de los cuidados-palabra. Aquí cada cual se las arregla como puede con su dolor, lo real. Para la contemporaneidad mediática el dolor es ficción, es una estrategia subversiva para debilitar nuestro faraonismo compulsivo. En Bogotá no existe Otro: sólo dolor. El otro es configurado por los lenguajes que inventa mi dolor.
La construcción de Escallón escapa a la categoría de Asitencialismo Estético, no se atraganta con la problemática social y política que lastra San Juan.
En la primera fase de su trabajo, se sumergió en sus bosques de símbolos, los seleccionó a medida que se le fueron manifestando y los puso en circulación mediante una tarjeta postal que dirigió a los protagonistas de la vida pública de la ciudad. No obstante, estos datos por sí mismos no dicen mucho. Surge entonces la segunda fase, la que temen muchos artistas, la creativa, en la que se manifiesta la verdad. La inició, no sin miedo: la abundancia de símbolos en San Juan amedranta, a los legos nos entristece. Lo que diferencia al artista del lego es que aquél no se deja amedrentar por lo «real», antes bien, lo transforma en su pensamiento en poesía. La cama y sus accesorios centran la atención de la artista en este momento. Varios artistas han pensado este símbolo en Colombia. En la cama nacemos, nos reproducimos y morimos. En la fase documental nos queda claro que la cama de San Juan ha sido ultrajada por la política económica en boga. En la segunda, Escallón interviene este elemento utilitario y crea una metáfora que nos revela lo que los datos empíricos son incapaces de realizar; logra unas construcciones que nos ponen a pesar: esta es la tarea que nos deja la artista.
Aunque en sus charlas la artista se refiere a sus fotografías construidas como Sudarios, este símbolo no estructura su pensamiento, prefiere hablar de Estado de Coma, pues, sabe que muchos enfermos han superado este estado y han vuelto a la vida. Escallón y el coro, como en las tragedias griegas, de enfermeras que cuidan el San Juan que nadie quiere, son optimistas, miran a San Juan con esperanza, aún tienen fe en el bien que habita en la excrementa en que esencia lo humano. A diferencia de Antígona, no luchan para que un gobernante inclemente permita dar sepultura a un hermano fallecido. Estas mujeres luchan para que el gobernante propicie la situación que saque a San Juan de su estado de coma.
Escallón enfrentó problemas fundamentales para los artistas contemporáneos: cómo lograr que el geist poético de todos los tiempos, como lo llamó Carlos Salazar, encarne en las rutas de Transmilenio que están reconfigurando nuestra ciudad, y las humanice: cómo propiciar que encuentre un lugar en nuestras prácticas cotidianas, crudamente literalizadas, tecnificadas y banalizadas por nuestro afán de lucro y morbo: cómo realizar el arte en la cultura y cómo hacerle un espacio a la cultura en el arte: cómo conjugar frivolidad y seriedad (una y otra reivindican verdades antagónicas que es necesario conciliar). Con sus signos y símbolos, las formas plásticas han constituido y enriquecido una diversidad de lenguajes a través de los tiempos; para su fortuna, los poderosos jugos gástricos de la cultura de masas o los de la popular, no han alcanzado a transformar muchos de aquéllos. Escallón no deja que su pensamiento naufrague en las oleadas gástricas y las tormentas intestinales que genera la turbulencia social y política de nuestra de época; tampoco las ignora, al contrario, las piensa desde la perspectiva que le proporcionan el pensamiento artístico y sus lenguajes, sin permitir que lo «real» la arrastre en sus convulsiones primigenias.
María Elvira Escallón ha salido al encuentro de la vida cotidiana sin trivializar las fuerzas que se manifiestan en toda su vulgaridad; no le ha hecho falta una maestría o un doctorado en arte para comprender la belleza en su menesterosidad contemporánea, una maestría la hubiera cegado para lo bello en el dolor; su voluntad de arte la ha orientado hacia la praxis urbana, durante varios años ha acompañado al Hospital San Juan de Dios de Bogotá en su agonía, después de haber sido distinguida con el premio Luis Caballero, en su tercera versión. Ha creado imagen de interés para la historia del arte colombiano, la metáfora que inicia la serie fotográfica Cultivos, en el quinto nivel del Museo, puede equiparse con Violencia de Obregón: en medio del horror que revelan, ambas albergan esperanza. La artista ha propiciado encuentros interdisciplinarios para airear las excresencias de San Juan de Dios, para abrirnos la intimidad de su esencia. Piensa lo que sólo se puede captar mediante signos y símbolos del arte; cuando se hace necesaria otra perspectiva, como la histórica o la sociológica, cede la palabra con humildad a otros expertos, a pesar de lo bien informada que está sobre la problemática que la llamó a su seno. Su trabajo está desprovisto de la pedantería que caracteriza a algunos artistas conceptuales; el Museo de Bogotá muestra actualmente su pensamiento, resultado de la beca que le fue otorgada mediante la convocatoria Ciudad Patrimonio de Todos de la Secretaria Distrital de Cultura, Recreación y Deporte; contó con el apoyo museográfico de Jaime Iregui. Este año también se seleccionarán dos propuestas con un estímulo de $45.000.000. Con la renovación conceptual implementada en 2006, el Museo de Bogotá abre a los artistas colombianos un espacio para la reflexión urbana.
Posdata: Agradezco la colaboración que recibí de las enfermeras Jefe, Yaneth Damián y Luisa Margarita Castro, quienes con generosidad no cesan de relatar las peripecias de San Juan. Ellas nos guiaron por todos los predios de San Juan, nos revelaron sus signos y símbolos. El grupo de curadores de San Juan lo conforman 18 mujeres y dos hombres. Los interesados en las gestas heroicas del San Juan de Dios, pueden conversar con ellas en los teléfonos 3003116125 y 3102858542.