Por: Jorge Peñuela
Fecha: octubre 21, 2014
Precarios y vulnerables, Con Wilson Díaz en Bogotá: una exposición en la Sede Temporal de la Galería Santa Fe, con curaduría de María Sol Barón y Camilo Ordoñez
La beca de investigación monográfica sobre artistas colombianos hace aportes al campo del arte. Las historias fragmentadas que el Ministerio de Cultura está recogiendo al albur de sus respectivas convocatorias, expresan la fragmentación del campo del arte, aun así son importantes porque los artistas estudiados por los expertos seleccionados hacen parte importante del paisaje del arte colombiano. En la Colección Artistas Colombianos, aparecen algunos de los nombres más reiterados en las dos últimas décadas: Juan Fernando Herrán, Miguel Ángel Rojas, Mario Opazo, Carlos Uribe, Juan Mejía. Asimismo, avanzan investigaciones acerca de María José Arjona y Beatriz Eugenia Díaz.
Wilson Díaz es la última investigación socializada dentro del programa monográfico del Ministerio de Cultura. Su huésped es la Sede Temporal de la Galería Santa Fe. Como aquellas pinturas inmemoriales que son comprensión y expresión de su propio tiempo, Con Wilson, se resume buena parte de la precariedad que padece el arte colombiano reciente. Ante la huida de la actitud crítica que caracterizó al arte moderno, las prácticas contemporáneas fueron dejadas al vaivén de los mercados. La independencia que reivindican muchos colectivos actuales es el síntoma más evidente de la debilidad del arte como proceso de pensamiento.
“Dos décadas vulnerables, locales y visuales”, es el subtítulo de esta generosa muestra acerca de Wilson Díaz. Al lector atento no le pasa desapercibido el guiño historiográfico. Sin duda alguna, se hace eco del estudio de Marta Traba acerca de la vulnerabilidad del arte latinoamericano en las décadas de los años cincuenta y sesenta del siglo XX. En el campo de las ciencias, sean humanas, históricas o naturales, la categorización es la malla conceptual que permite acercase a lo real histórico. Al parecer, según el manejo que Nydia Gutiérrez realiza en su estudio de la obra de Miguel Ángel Rojas, vulnerabilidad es una categoría psicológica. En su polo opuesto, la precariedad es una categoría socio-económica. Los ejercicios plásticos de Díaz se pueden ubicar entre la vulnerabilidad y la precariedad. Nos debatimos entre Freud y Marx.
En sintonía con este diagnóstico socio-económico, Barón y Ordoñez nos muestran la precariedad del arte colombiano a partir de los años 90 del siglo XX y la primera década del XXI. Con este mismo tono y sentido, se realiza la investigación y, por ello mismo, tiene un gran mérito para comprender la indigencia actual del arte colombiano, sub-contratista del mercado global. Además, se evidencia su debilidad y su escasa presencia en los imaginarios de las colombianas y los colombianos. Pero, «¿de cuál debilidad habla usted señor?» Pregunta El Mercado. Al respecto, solo cabe mencionar que Beatriz González estuvo en la Bienal de Berlín 2014, la cual se supone es una vanguardia de arte contemporáneo. Lo cierto acerca de esta hermenéutica precaria consiste en que un muy bajo porcentaje de la población colombiana manifiesta interés por las artes. ¿Esta debacle de la inteligencia es responsabilidad de los artistas? ¿Quizá es un descuido del Estado que se resiste a evaluar su sistema de estímulos y promoción de imaginarios? ¿Somos nosotros mismos, los ciudadanos y ciudadanas de a pie, los responsables por cuenta de nuestra pereza intelectual y nuestra modorra emocional? La investigación de Barón y Ordoñez se toma en serio estas décadas que aun no han sido pensadas, por lo tanto, amerita un estudio acorde con ella.
Pese a que no es competencia del Estado producir su propio conocimiento para no incurrir en filias, fobias, ni sesgos no deseados por sus gobernados, ante la obsolescencia de las academias, obsolescencia que paradójicamente el estudiantado exige, las investigaciones independientes en historia del arte colombiano nos hacen ver la precariedad actual de la libertad creativa en Colombia. Finalmente, la historia si no habla en la actualidad no tiene razón de ser. En la actualidad se constata que pese a todos los bombos y platillos del mercado, el arte colombiano deja de ser vulnerable y deviene precario. Quizá a pesar suyo, Barón y Ordoñez destapan una Caja de Pandora. Nos indican que es necesario pensar esta década en que el arte cambió, según sentencia lapidariamente Eduardo Serrano. El libro Con Wilson y su respectiva exposición en curso, es oportuno. Nos invita a pensar varios aspectos neurálgicos del arte colombiano globalizado a partir del siglo XXI. En primer lugar, el colapso de la crítica, su empirización. La crítica de bolsillo que promueve actualmente el Ministerio de Cultura no le aporta nada al campo. En segundo lugar, el derrumbe del artista como creador de imaginarios otros a aquellos impuestos por la sociedad mercantil y el Estado neoliberal. En tercer lugar, el empoderamiento del dispositivo de la figura del curador como “creador de narrativas” compatibles con la globalización de los mercados, es decir, críticos con el neoliberalismo global. Nótese la elegancia de la paradoja. En cuarto lugar, la emergencia del movimiento de los “Independientes”. No es que algunos espacios y gestores así denominados no tengan méritos. Los tienen, y muchos. Muestran decisión y coraje ante la época. Por tal razón, el Estado colombiano los promueve, como es su deber proteger a los precarios y a los vulnerables. Se trata más bien de la captura de esta categoría por parte del mercado para incluir en ella ejercicios que no tienen nada de “Independientes”. Urge entonces que los “Independientes” que reclaman apoyo del Estado, muestran su independencia del mercado. Estas cuatro paradojas contemporáneas nutren con generosidad el humanismo de cocodrilo del neoliberalismo.
Algunas de las pinturas de Wilson Díaz ejemplifican la precariedad de la época. Mis preferidas son las de pequeño formato, las realizadas en 1998, ad portas del fin de siglo. La intimidad que se refleja en algunas de ellas, señala el colapso de lo común, de lo público. Cuando el artista no encuentra en lo público un espacio de libertad, no tiene otra alternativa que refugiarse en su sí mismo, en modelar su diferencia en la soledad de su taller. Las pinturas y registros performáticos de Díaz que llaman más la atención del público, son aquellas en las que el artista intenta salir de sí, en las que esboza una mirada crítica hacia sí mismo. Este ejercicio es el comienzo de todo proceso de creación. Mirarse a sí mismo quiere decir enfrentarse con el poder opresor con el cual cada uno de nosotros y nosotras se solidariza inconscientemente. Paradójicamente, se trata del mismo poder que externamente muchos artistas critican. Ignoran que a diario transmiten acríticamente sus consignas. No perciben que lo albergan en sí y lo imponen acríticamente en sus redes afectivas más inmediatas.
Díaz está en sintonía con esta época que comenzamos a llamar post-contemporaneidad. En la actualidad, los artistas internacionales vuelven a mirarse a sí mismos, a modelar su diferencia dentro del colapso general de las instituciones globalizadas. En medio de todo tipo de guerras, amenazados por las pestes del momento y sometidos a los protocolos de las hambrunas en que se debate el hombre y la mujer actuales, emerge la diferencia del artista verdadero, de aquel y aquella que hablan verazmente. El libro Con Wilson, publicado por el Ministerio de Cultura, nos ayuda a descubrir un Wilson mucho más personal. No obstante, las categorías que elaboran los historiadores no alcanzan a dar cuenta de este aspecto neurálgico. Pintura, acción y tierra caliente, no son suficientes. Son categorías precarias porque no logran deconstruir el poder al cual nos enfrentamos en la actualidad. A pesar del potencial expresivo de Tierra Caliente, faltó en la exposición hacer mayor énfasis visual en lo personal. Es a través de lo personal que se logra deconstruir el poder. Poca presencia performática se puede apreciar en la muestra. En la actualidad, los artistas deben mostrarse diestros en tres instancias: lo performático, lo instalativo y lo pictórico. Con esta última categoría se alude a las destrezas disciplinares de las cuales aún debe dar cuenta un artista profesional. En Colombia, muchas propuestas suelen reducirse a alguna de las dos primeras.
Más que un título, Con Wilson es una declaración. Se nos susurra, «por ahí hay una salida a nuestra precariedad infinita». Por fin se ve una luz al final del túnel. Finalmente sale un “hay” en un país en donde no hay nada común. Ni siquiera los artistas tienen el coraje de reivindicar un común mínimo. Con Díaz, se trata de un “hay” que no es un ¡¡¡ay!!!, que no es una queja más. Se trata de la emergencia de una esperanza en una Tierra Caliente en donde la cultura es la incultura, según sentenció perspicazmente Marta Traba. Heidegger llamó a este síndrome “el olvido del ser”, el olvido de nuestra diferencia como seres que sólo pueden ser en el habla, en la expresión de todo aquello que quieren decirse unos a otros. Algunas de las pinturas íntimas de Díaz indican los caminos a seguir, si queremos fugarnos del imperio artístico mercantil. Y el público así lo entiende, aquel público fatigado con las luces de las imposturas del mercado conceptual. Una vez se ha visto toda la muestra expuesta eficientemente en la Sede Temporal de la Galería Santa Fe, una vez se comprenden todas las facetas expresivas exploradas por este artista de vanguardia, optamos por sus pinturas íntimas. Al verlas se tiene la impresión de que “todos estamos con Wilson”, porque, a diferencia de los malos artistas, Díaz no sólo habla de sí mismo sino que logra sintonizarse con la urgencia, con la angustia, con el estado de ánimo que envuelve la subjetividad de la época, precaria en medio de la suntuosidad de las Ferias de Arte, cruel en medio de todo tipo de humanismos artísticos y administrativos, hipócrita en medio de las violencias más diversas, en especial en el campo de las artes. La geopolítica actual es tan rica que cada cual puede comprar el humanismo que más le apetezca para subyugar a los precarios.
Con Wilson, no tiene la pretensión de ser la Gran Exposición, pues, no se busca vender obra espectacularizando el arte y sus diversas escrituras. Sin embargo, sin duda alguna, es una de las mejores exposiciones del año, por lo menos en Bogotá. Enhorabuena, María Sol Barón y Camilo Ordoñez traen esta mirada alternativa del arte colombiano, alejada de las bagatelas comerciales que agobian el mes de octubre en Bogotá, el cual se contrae en una semana de glamur y especulación.
Bienvenida la Feria de Arte (ArtBO). Se trata de otra mirada al arte colombiano preso de las presiones inevitables de la globalización. Bienvenida, así no se comparta este enfoque imperializante. Pero, los colombianos y las colombianas tenemos derecho a apreciar aquellas otras miradas que sin la fanfarria mediática y ferial, indican las condiciones de marginalidad que padecen los hombres y las mujeres contemporáneas en su soledad. Alejados de la utopía democrática real, solo cabe refugiarse en la intimidad de cada hombre y mujer.
La exposición Con Wilson, es una oportunidad para legitimar no solo estas otras miradas, sino los espacios de circulación alternos al mercado de bienes suntuarios. La Galería Santa Fe es un espacio de los colombianos que no debe ser subyugado por políticas empresariales como aquellas que se aprecian en las ferias de arte o bienales como las de Cartagena. Los colombianos debemos exigir celeridad en la construcción de su sede definitiva. Tanto el premio Luis Caballero como las exposiciones de las cuales hablamos, se constituyen en espacios independientes del mercado. La Galería Santa Fe, finalmente, con esta exposición alcanza su punto más prolífico. Ojalá en su sede propia logre aglutinar en torno suyo el arte no-comercial de Colombia. Su actual director es consciente de estas problemáticas y, como artista-investigador, está haciendo lo que está a su alcance para modelar un puente que relacione el Estado con la comunidad artística real, aquella que no tiene acceso a los circuitos de poder que se dan cita en ArtBO. Ojalá alguien tenga la gentileza de informarnos si el Ministerio de Cultura o el Idartes o cualquier otra institución oficial participan económicamente en este encuentro de mercados, pues, sería oneroso para la ciudadanía y el artista de a pie. Si en verdad, como es de esperar, el Estado participa económicamente de alguna manera en ArtBO, no sobra decir que estos recursos pueden tener mejor destino. Dada la precariedad del arte no-comercial, estos recursos deben destinarse a promover los espacios que urgentemente requieren los artistas para pensar en libertad lo real que nos agobia. Es el caso de la Galería Santa Fe.