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Joan Fontcuberta: ¿la muerte de la fotografía o el nacimiento de la fotografía conceptual?

En el imaginario inconsciente de nuestra colectividad, Fotográfica Bogotá 2011  suple el vacío cultural que han dejado las riñas estéticas entre quienes lideran las artes plásticas y visuales en Bogotá y en el país.

Riñas que el Estado ha sabido administrar para clientelizar nuestras prácticas, incluida la corrupción que aquélla inexorablemente genera. Bogotá no cuenta con un evento que aglutine los intereses de esta importante tradición de pensamiento artístico. Fuera del Festival de Teatro, no existe un evento por el cual valga la pena vivir en Bogotá, pese a todas sus miserias. El premio Luis Caballero es todo lo que tenemos de alguna relevancia para el mundo del arte, pero nada más, sólo para los entendidos en la materia.  No ha habido mayor interés político por darle una dimensión diferente. Aunque no hablo de convertirlo en circo, sí merece personas más imaginativas, que miren más allá de la urgencia egoísta de mantenerse en sus cargos. No existe en Bogotá una política para ayudar a las artes plásticas y visuales de vanguardia de la ciudad, que las hay e importantes, para que, imaginativamente y sin tropeles autopropagandísticos, los/las artistas hagan presencia y resistencia a la campaña estupidizante de la aplanadora mediática. Sin duda alguna, Fotográfica Bogotá se nutre de este vacío cultural, de esta carencia de juicio de los bogotanos y las bogotanas, y llama la atención de una ciudadanía que espera ser sacada de sus rutinas más infamantes.

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He visto algunas de las exposiciones del conjunto Fotográfica Bogotá 2011,  y encuentro que algunos de los fotógrafos invitados que más han llamado la atención de los capitalinos, se debaten entre el manierismo y el apropiacionismo, maneras de pensar artísticamente que surgen en diferentes épocas para abordar circunstancias sociales y políticas específicas. Fotográfica Bogotá, como cualquier otro evento artístico de importancia  en nuestro país, cuenta con un Encuentro Teórico que llama vivamente la atención de los profesionales del medio. Durante cinco o seis días los especialistas piensan la fotografía. Ignoro qué resultados han dejado estos espacios en los años anteriores, si se han evaluado, o si se mantienen sólo para emular los grandes eventos artísticos internacionales, con el propósito de dar la apariencia de gran acontecimiento cultural: en nuestro país la teoría proporciona un lustre inusitado no sólo a las propuestas artísticas. Los teóricos internacionales arrebatan la imaginación de nuestros artistas y de nuestros críticos de arte. Pero, ¿qué nos ha quedado de estos encuentros onerosos para que ejerzan tanta fascinación entre los amigos de la fotografía? ¿De qué hablan los fotógrafos cuando deciden pensar su medio y se atreven a hacerle preguntas? ¿Se atreven, o sólo es una práctica esnobista más de algunos de sus protagonistas amantes del turismo académico? Dado que Fotográfica Bogotá recibe dineros fiscales, los bogotanos deberíamos estar mejor informaros a este respecto. Sus curadores deberían contarnos si Fotográfica Bogotáestá pensando nuestra actualidad o si duerme cómodamente en los brazos del espectáculo que las masas desculturadas, a falta de pan,  le exigen día a día a sus artistas.

 

 

Joan Fontcuberta ha realizado una instalación en el primer piso de La Casa de la Moneda, edificación del conjunto cultural del Banco de la República. En una sala pequeña, emulando la perspectiva cubista y a la manera de los reflectores y videoclips  de discotecas, instaló un dispositivo juvenil de veinte video beams para proyectar imágenes que el artista ha tomado del principal medio de comunicación con que cuentan los jóvenes contemporáneos: la internet. Fontcuberta se apropia de la ingenuidad y de la estupidez de algunos habitantes de las calles virtuales;  aquellos que están subyugados por sus calles más abyectas son su objeto de interés. Ubicados en diferentes ángulos, los video beams proyectan imágenes sobre la superficie de todos los muros del pequeño espacio que le fue asignado, de tal manera que quedan cubiertos completamente. Intentan a la vez impactar la sensibilidad de un espectador contemporáneo cuyo entendimiento está avezado a las fantasmagorías e imaginarios que se construyen en nuestras discotecas: las ficciones falsasde la sociedad de consumo. Las imágenes llaman la atención de los espectadores porque Fontcuberta le sigue el juego a los victorianos contemporáneos, aquellos que persiguen los placeres eróticos pervirtiéndolos al develárselos públicamente. Lo perverso no es la práctica sino la mirada. El perverso no es el agente sino el observador que saca a la luz lo que debe mantenerse en el lugar que le corresponde. El voyerismo del proyecto de Fontcuberta es crudo, no tiene elaboración plástica. El fotógrafo dejó olvidada su imaginación en alguno de los tantos baños de internet que frecuentó para sorprender a los espíritus más osados de nuestra época.

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Fontcuberta aplica un concepto sencillo, un tanto trivial porque no resiste mayor análisis, así el artista inmodestamente tenga la pretensión de develar la naturaleza de la internet. Fontcuberta habla de “reflectogramas”, de escrituras del reflejo. Más que reflejos, los registros de los cuales se apropia son arrebatos de hombres y mujeres en lugares íntimos y densos sexualmente, todos ellos alejados de cualquier dispositivo de escritura; precisamente, huyendo de las miradas victorianas como la de Fontcuberta. Senos, nalgas, penes, vaginas es lo que Fontcuberta extrae de la internet para mostrar que la tecnología acabó con el sueño de la fotografía: ser respetada como una visión de mundo al servicio de la libertad humana. La fotografía, en su opinión, ha perdido su dimensión creativa y reflexiva. La fotografía ya no captura el instante, es sólo el reflejo de un instante vacío de tiempo, de humanidad tal y como hasta ahora la hemos conocido. Los “reflectogramas” de Fontcuberta parecen hablar de los hombres y las mujeres de nuestros días en aquellos espacios en los cuales no se habla, así estemos convencidos de que lo hacemos. No obstante, en los baños no se habla, tampoco en la internet que frecuentan los viajeros victorianos, aquellos que buscan  con obsesión los pequeños placeres que se permiten algunos hombres y mujeres de nuestra época. Estos placeres son sólo eso, no son escrituras como pretende ingenuamente Fontcuberta, están más allá de ellas.

Curiosamente, Fontcuberta ha planteado el fin de la fotografía como una de las artes al servicio de la emancipación humana. El artista fotógrafo creativo debe buscar otros medios expresivos. Él recurre a la instalación para tratar de decir algo más con esta forma que han pensado los artistas plásticos. No obstante, no logró decir nada, lo suyo queda reducido a una cancioncilla pegajosa de temporada para adolescentes, algo así como Let’s talk about sex de Salt ‘n’ Pepa: un poco fotografía, mentiras y video.  Fontcuberta fue seducido por la internet y por un el prurito teórico banal con que ha fascinado a los bogotanos. Fontcuberta sólo sale del closet en la Internet y no le hace ninguna pregunta a esa realidad que está generando una mutación en la actual generación. Una generación que no habla, no lee, ni escribe, así este convencida de que lo hace brillantemente: una generación que solo se autorretrata para huir de su soledad, sin ningún éxito. Nuestros jóvenes no son felices pero se autorretratan.

Formalmente, la instalación es descuidada. Un tubo viejo de desagüe, sacado a último momento y como último recurso de alguna bodega de desperdicios, sirvió para amarrar de cualquier manera los video beams. Con seguridad, si el artista hubiera encontrado cabuyas, de ellas se habría servido para amarrar y asegurar los equipos. ¿Es un problema de los montajistas? No creo, pues, un artista serio no abandona sus obras en cualquier espacio. Si Fontcuberta quiere explorar las posibilidades expresivas que ofrecen los medios que han pensado los artistas plásticos, deberá pensar mejor esos pequeños detalles que constituyen todo trabajo artístico. Los bogotanos y las bogotanas informadas han percibido el esnobismo de Fontcuberta. Nos ha quedado claro, entonces, que a futuro este artista deberá pensar ficciones verdaderas si quiere incursionar como artista instalador.

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