Nosotras Las flores del mal

La poesía seguirá siendo trans o ya no será alternativa al absoluto del arte estatal.

El siglo XIX parió el dandy; el siglo XXI inventó la artista drag. Hay una relación entre uno y otra, la feminización del primero anuncia la sensibilidad de nuestros días. Solo hay que cambiar el espacio en que se aloja la barra que separa entre sí a los signos que nos hablan del incesante tránsito humano. Lo uno de ayer es la otra de hoy.

 “Hay que ser absolutamente modernas”, decía Rimbaud con determinación. ¿Radicalmente modernas? Sí? ¡SÍ, poetas! ¡Las artes de hoy son solo para poetas!

En la estética urbana del dandy del siglo burgués se contiene a la estética subversiva de la artista drag de nuestros días: somos absolutamente modernas. Según acota Paul B. Preciado, (…) “el  dandi es demasiado afeminado para ser simplemente un hombre”. ¿Simplemente un Hombre? No hay nada simple, todo fluye, todo transita sin cesar, sin detenerse: ¿podemos llamar a esa condición de existencia lo inter, lo entre? Lo simple solo es mercancía. Consumo infame. Ser es devenir, una y otra vez hasta alcanzar la cualidad de lo imperceptible, piensa Guilles Deleuze. 

Nosotras las sin-nombre, las desnombradas o para las que aún no hay nombre, las que devenimos en nuestra excritura, las delirantes, las bacantes, las hijas de Afrodita. No hace falta el Hombre. Solo hace falta otra masculinidad. 

Nosotras, las flores del mal, las contra-monumentos,   las demoledoras de  las “buenas” costumbres de la dictadura burguesa, ese horrible espectro social que asusta a niñas y  niños, que hace de su cuerpo una horripilante obra de arte bella para el mercado de bienes suntuarios.

Nosotras las abominadas, que como Baudelaire, hacemos del desprecio una obra de arte, según apostilla J. Benito Fernández. Solo es obra lo que transforma, aquello que acerca unas con otras, lo que se mantiene lejos del dispositivo de cosificación de los galeristas.

Nosotras las que una y otra vez reinventamos las artes, es decir, el amar. 

Nosotras demasiado jóvenes para una burguesía obscenamente vieja y rica, obsoleta en lo ético, perversa en lo político, inútil en lo económico. 

Conversación con Charles Baudelaire con motivo del bicentenario de su nacimiento.

Artículo con las referencias citadas, en: https://elpais.com/…/baudelaire-el-inventor-de-la-vida…

Imagen: periódico El Pais, de España.

Andrés Vergara, Dos Casas, en Sala de Proyectos, Galería Nueveochenta

Después de un año que parecen tres, dos motivos animan a las personas a visitar una exposición de arte contemporáneo en las actuales condiciones: 1) el nombre de la galería. 2) El nombre del o la artista. En el primer caso, así no se conozca al artista que muestra, se confía en la institución arte. A su acomodo, esta última nos venda los ojos. En el segundo caso, la confianza en el artista determina la decisión. En esta oportunidad, fui a la exposición por la seriedad con la cual piensa y trabaja el artista. No nos equivocamos.

Andrés Vergara plantea una investigación bien orientada en lo conceptual, bien pensada durante el proceso de su elaboración formal y bien resuelta la estrategia para el montaje. En primer lugar, Vergara le saca provecho a la exploración de las imágenes que logra liberar de la tutela del archivo de la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano, imágenes acerca de las demoliciones que dieron paso a la ideología del progreso. Su acercamiento es considerado pero no sumiso. La aproximación al concepto “mal de archivo” de Derrida, es buena compañía, proporciona la idea de deconstrucción que requiere toda propuesta sobre archivo y memoria que aborde un artista de hoy. El trabajo de la deconstrucción es inventivo o no mejorará la comprensión de muestras inquietudes de archivo. Vergara es un artista con imaginación, algo raro en nuestros días. Pues, allí donde hay imaginación acontece lo poético-político. Solo a través de la transformación poética las sociedades transforman sus imaginarios estancados y oprobiosos.

En segundo lugar, la forma que alberga los cuatro ejercicios que materializan la pulsión de archivo que Vergara confiesa sin rubor pero tampoco sin pedantería, es contemporánea y tiene como referentes no solo a los artistas minimalistas, en especial, a Carl Andre. La instalación tiene la contundencia y la limpieza que caracterizó a los artistas que piensan el espacio como condición de existencia a partir de los años sesenta del siglo XX. Vergara va más lejos, sabe intuitivamente que todo espacio es escritura. Este saber lo lleva más lejos de lo que alcanzaron a prever los minimalistas.

En tercer lugar, la instalación de las piezas de piso es afortunada. Vergara deja de lado lo obvio, la dispersión de escombros; controla la pulsión expresionista contra la cual luchan los artistas minimalistas. Se contuvo al intervenir uno de los muros de la galería. Inicialmente pensó pero descartó una metáfora de fácil lectura, porque este tipo de metáforas no son útiles a las artes; quería dar la impresión del desplome de una memoria oculta sobre el piso lustroso de la exposición, intentó aludir tanto al desplome del archivo, como a la idea de progreso en arte contemporáneo. Esto último es interpretación de toda la cadena de significantes espuesta. Vergara es artista. Se contuvo. No constata realidades: ¡las inventa! Esto es lo que hace, justamente, todo artista de hoy.

Dos Casas deja abiertas muchas preguntas de las cuales el artista debe ser consciente. Vergara a penas comienza a escarbar esa otra casa oculta en la Casa que hoy alberga a Nueveochenta. Cabe preguntar: ¿qué tanto puede indagar hoy un artista en este tipo de proyectos? ¿Hasta dónde le permiten llegar? ¿Hasta dónde la corrección política lo permite? La pregunta por la memoria viva y el hongo de la historia que Vergara pone hoy en escena, va más allá de la Casa Galeria, indaga sobre una historia esencial, acerca de unos sectores de élites sociales y comerciales que son responsables de muchas opresiones. Obliga a ser incorrectos en lo político, pues a toda memoria la rige una política, la política de la historia oficial con la cual se cubren y protegen todas las instituciones del arte colombiano. Cabe esperar posteriores elaboraciones porque el proyecto da para más. Ojalá Nueveochenta le permita a Vergara profundizar su investigación y ampliar sus preguntas. Dos Casas, a penas alcanza a rasguñar en esta otra casa escondida que sostiene a todo ser. Este tipo de proyectos es el que queremos ver en la Sala Principal.

Como podemos apreciar, Vergara logra organizar una serie de significantes que necesitan significados que les den sentido. Aquí hemos adelantado algunos. Los espectadores estamos convocados a seguir pensando la memoria, el hongo, el espacio, el arte y el archivo, una constelación sin duda alguna aún no suficientemente pensada.