Fragmentos, Doris Salcedo, Inauguración del espacio Arte y Memoria, en Bogotá.

La propuesta de Doris Salcedo que hoy puede apreciarse en Bogotá es compleja porque conjuga cuatro elementos claves que la artista y el mercado del arte han elaborado cuidadosamente a lo largo de varias décadas: lo estético, lo ético, lo político y lo pedagógico. A pesar de la importancia estética y la relevancia política de su propuesta, lo determinante en la selección de Fragmentos como paradigma coyuntural es la identificación del Estado con el rigor minimalista, formal e ideológico, que se expresa en el proyecto.

Salcedo recibe el encargo oficial de simbolizar las esperanzas de paz de millones de colombianas y colombianos, principalmente, por tres razones. En primer lugar, debido al reconocimiento internacional que su minimalismo recibe en los centros de arte contemporáneo. En segundo lugar, por la relación ética que establecen las élites artísticas con el rigor formal de la propuesta estética de Salcedo. Al respecto, en los círculos artísticos se habla ya de “Salcedismo”. En tercer lugar, por la identificación estatal con la apuesta política que reivindican las formas plásticas que la artista explora a lo largo de varias décadas.

Salcedo reta la estética moderna: la política del monumento del siglo XIX y la estética figurativa que la hacen sensible. Habla de contra-monumento. Esta actitud de resistencia configura una ética negativa, de oposición a unos imaginarios que, tras-escena la artista llama totalitarios. En este sentido, la retórica política coyuntural se impone a la reflexión estética y ética de la tradición plástica. En términos de Baudelaire, la moda devora lo eterno, la coyuntura política se traga la poética.

Fragmentos como contra-monumento es un espacio vacío. Por más ausente y silenciosa que sea su presencia, no pierde su condición de monumento, de referente jerárquico. El concepto de vacío es tan fuerte y pesado que expulsa el ejercicio artístico del espacio común del cual emerge. Instituye el espacio como monumento mediante un proceso complejo de simbolización. Allí en donde hay simbolización se ponen en escena unas jerarquías. Así opera el mercado del arte y su respectivo uso político, es decir, por medio de sofisticados protocolos discursivos de comercialización y simbolización. Discursivamente, el contra-monumento desplaza al monumento pero en la práctica asume funciones políticas reverenciales, monumentales. El contra-monumento jerarquiza, instaura un nuevo orden, se auto-instituye como referente privilegiado del arte contemporáneo. A su pesar, Fragmentos asume funciones de monumento. Reivindica una apuesta minimalista que ya no es novedad para el aburrido y acartonado mundillo del arte. Pero sobre todo, legitima una política que hoy se denomina global. Así, se evidencia la importancia de la apuesta política que el Estado hace con la sofisticada propuesta estética de Doris Salcedo.

Salcedo afirma que Fragmentos es su mejor “Obra”. Pero, preguntamos, ¿por qué hace esta declaración a priori, aún antes de que los secretos de la Obra se develen? ¿Por qué la ansiedad de la artista, por qué no esperar a que hable la crítica luego de la inauguración? Cierto: no hay crítica. El desierto crece. La artista asume funciones críticas. Intuye que esta es su mejor “Obra” porque solo hay ensayo de obra, porque falta aún mucho por pensar y hacer acerca de las esperanzas de paz. La obra apenas comienza. Salcedo aporta el piso.  Fragmentos es una obra aún sin Obra, así el Régimen en boga le reclame una Obra, así el Régimen insista en que paga por Obras, no por obras.

Dentro de los muñones de una antigua y legendaria casa colonial del barrio Santa Bárbara que el Distrito Capital dejó podrir, Doris Salcedo levanta su monumento contra-monumento vacío. Hace diez años Ivo Mesquita propuso algo parecido para la 28 Bienal de Sao Pablo: una Bienal Vacía. Con esta propuesta, Mesquita puso a hablar profusamente a los artistas y a los críticos ansiosos de novedades, no tanto de ideas. Pero también provocó la ira de los artistas populares y urbanos locales que consideraron la propuesta curatorial una ofensa al sentido común. Si los artistas de Mesquita tenían poco o nada que decir, ellos y ellas sí que tenían mucho que decir. ¡Y lo hicieron! ¡Y de qué manera!

El 10 de diciembre de 2018, Día Internacional de losDerechos Humanos, se abre en Bogotá Arte y Memoria. Pocos y pocas de las visitantes entienden de qué se trata el ejercicio que propone la artista con su grupo de trabajo. ¿Arte? ¿Arquitectura? ¿Escultura? ¿Teatro?  Se respira con incomodidad. El vino palia la ansiedad. Los visitantes no saben qué hacer sin la presencia de la imagen o del objeto reverenciales. El Vellocino de Oro no aparece. No apareció. Pronto se olvidan de los silencios y las ausencias de la artista y se reencuentran como seres conversantes. ¿De qué hablan? ¡Poco importa! ¡Ojalá se atrevan a hablar de pequeñas cosas que no sean las coyunturas políticas! ¡El arte actual, real, nos libera del ominoso presente! ¡Ese que no nos deja hablar sino de las políticas de otras y otros! ¡Hace falta silencio para que el habla se active y el presente se piense como tal! En toda respuesta artística, lo importante es el habla, es encontrar y apropiarse del vacío que instala la artista y hacer de él un monumento de contra-palabras. Mejor sería hablar de alter-palabras. Cuando a la artista le sale al encuentro una alter-palabra, esa voz silenciada, se constituye en una apuesta política de verdad, transformadora de lo ominoso en lo real político. No antes.

El Régimen en pleno se hizo presente en Fragmentos. Estaban todos y todas. Todas y todos fueron a decir “¡HI!”: César, María Paz, Vicky, María Belén, José, Jaime, Ricardo, Andrés, Consuelo y, por supuesto, Doris y Beatriz, entre muchas otras y otros. Faltó la Ministra. Debió estar ahí. El presidente no fue porque tampoco sabe de arte.

Doris Salcedo es una artista iconoclasta. Y, ¡hay! ¡Se leapareció la Virgen! ¡Le encontraron estos bellos muñones! Y a su lado, hace presencia Santa Bárbara, la Señora del Trueno. Sin embargo, las iconoclastas no ven Vírgenes, mucho menos Santas. Salcedo no se percata de la riqueza simbólica de la legendaria casona que hospeda sus ideas. Tampoco comprende la localidad ni sus dinámicas de resistencia. Salcedo no alcanzó a enterarse de que allí, al lado de Fragmentos, desde hace años se reúnen muchas mujeres mayores que sobreviven en este barrio amenazado por el empuje constructor y avasallador que ha desalojado del sector a cientos de mujeres y hombres. El sector no se entera de este evento. ¡A esto llaman los artistas Obra In Situ! El gesto de Salcedo en el barrio Santa Bárbara es colonial. Al incrustarse dentro de una casa que fue referente para las más ricas mitologías del sector, se hace violencia a una memoria por medio de otra memoria. Salcedo reitera  que en Colombia no todas las memorias son iguales, es decir, cuando pasan a los relatos de la historia, se les impone un protocolo de jerarquización.

Llama la atención la eficiencia con la cual se trabaja en Fragmentos. En un año sacaron adelante este proyecto. El Idartes lleva más de cinco años pensando la Galería Santa Fe y aún no la entrega a la ciudad. Gracias al auspicio del Ministerio de Cultura, Bogotá gana un espacio para las artes, no para el Arte.

Ojalá se hagan los ajustes que hay que hacer. En especial, respecto a la idea de que son las artes las convocadas, no el Arte. De esta manera tendremos un espacio transdisciplinar que enriquecerá la vida cultural de la ciudad y del país. Doris Salcedo lo enuncia con claridad en el texto entregado la noche del 10 de diciembre: Arte y Memoria es un espacio polifónico. Desafortunadamente, en esta primera exposición sin Obra, solo hubo una voz, un solo discurso, una sola ética, una sola estética, una sola política, una sola disciplina. Es decir, finalmente, lo que se presenta como obra se instituye como Obra Totalitaria. Este tipo de Monumentos contra-monumentales no son los requiere el país. Necesitamos con urgencia esa polifonía que anuncia Salcedo. Tal y como está presentado, Fragmentos es un espacio excluyente, en lo ético, en lo estético, en lo político y en lo social. Ojalá Andrés Gaitán ponga en marcha pronto los ajustes que requiere el espacio.

Post Scriptum:

La estética del espectáculo no transforma. No le interesa hacerlo porque no tiene esa potencialidad. Al contrario, el espectáculo refuerza nuestras manías más amadas, aquellas que naturalizan las diversas formas con las cuales hacemos violencias a quienes están más próximos y próximas a nosotros y nosotras.

La estética de Salcedo tiene amplio reconocimiento internacional pero no es adecuada para transformar la sensibilidad ética de los colombianos. Precisamente por eso: porque a nivel internacional el dolor de los demás sólo es importante como mercancía. Así Salcedo de buena voluntad quiera transformar nuestra ética, su estética es limitada. A pesar de que algunas de sus formas pueden considerarse “bellas”, esta “belleza” no logra tocar a quienes está dirigida. Cabe preguntar: ¿a quién está dirigida?

Cuando las formas plásticas tocan, obligan. Se instituyen como mandato. La estética de Salcedo no obliga, no nos conmina a cambiar nuestras maneras de conducir nuestras vidas. Solo provoca un encogimiento de hombros entre todas y todos aquellos que no han sido educados dentro del canon anglosajón.

Ahora, lograr este propósito no es fácil. ¿Quién puede hacerlo? Hace falta comprender la sensibilidad que se quiere transformar, que implora transformación. El Salcedismo comprende bien el ethos anglosajón, pero reprueba cuando se trata de comprender la sensibilidad local. Nuestro ethos ha sido modelado por otros traumas.

El esnobismo tradicional no nos deja ver al Otro real y doliente. Por eso es hipócrita. Nuestra precaria historia del arte es una historia esnobista e hipócrita. En fin, hay mucho que hacer y pensar al respecto. Solo así podemos separar los intereses de las políticas coyunturales de aquellas prácticas de pensamiento que se atreven a tomar distancia respecto a las imposturas epocales.

Ver registro de la inauguración de Fragmentos AQUÍ: 

Fragmentos: la mejor obra de Doris Salcedo. Muy a su pesar, es un monumento; muy a su pesar, sigue siendo una “obra” de autor

Vacío, silencio y ausencia son algunos de los conceptos que ordenan las ideas de Doris Salcedo. Especialmente, son los que permiten comprender el qué, el cómo, el quién, el por qué  y el para qué de Fragmentos, la obra conmemorativa que el Estado colombiano encarga a esta artista, paradigma estético y conceptual del Régimen denominado Arte Contemporáneo.

Decir que Doris Salcedo encarna un Régimen contradice muchas de las declaraciones que la artista entrega al El Espectador en una entrevista extensa a propósito de la inauguración de Fragmentos, realizada el 9 de diciembre de 2018. La artista habla de poder, de historia, de totalitarismo, entre otros muchos conceptos; “(…) lo más importante es que no haya una historia totalitaria. Es que quienes detentan el poder en este país no solamente detentan la mermelada, sino el cómo se cuenta la historia, quieren dar una versión totalitaria de la historia.” A este respecto, Salcedo mira la paja en ojo ajeno: la historia del arte colombiano ejerce en la sensibilidad de los artistas un poder totalitario, un poder al cual la artista le debe toda su fortuna material e inmaterial. Sobre estas condiciones de producción la artista calla. 

En esta oportunidad, Salcedo sazona su propuesta monumental con especies ajenas a su cocina como son las realidades de género: las 1300 placas metálicas con las cuales se  diseña y cubre el piso de 800 metros cuadrados entregados a la artista, fueron intervenidas por mujeres violentadas;  “(…) Para darles mayor significado tienen cicatrices hechas a martillazos por mujeres víctimas de violación sexual durante nuestra guerra”, acota la artista. Salcedo no es ingenua: sabe que el contenido sexual es aquello que mejor vende en los mercados actuales.

Decepcionado con Fragmentos, el periodista echa de menos la belleza,  le plantea a Salcedo que la paz requiere una estética más  adecuada a las esperanzas que manifiestan al respecto millones de colombianas y colombianos. Sofísticamente, la artista responde que las armas no se pueden embellecer, que hacerlo sería “inmoral”. Aquí Salcedo abre un interesante debate de fin de año, días antes de inaugurar su Monumento Contra-monumento: “(…)  es una obra que no es vertical, que no es jerárquica, que no es monumental ni monumentaliza, que no cuenta una versión grandiosa”. Muy a su pesar, Fragmentos monumentaliza. Nada más vertical que la ideología que ha impuesto el discurso arte contemporáneo. Por lo general, este discurso jerarquiza, determina quiénes son artistas y quiénes no. Queramos o no, Fragmentos configura estéticamente una “versión grandiosa”  de los tratados de paz relatados por unas de las elites responsables de mucha injusticia social. Por otra parte, la artista no alcanza a intuir que su tradición estética constituye un monumento fúnebre, que su insistencia ad nauseam en el duelo divide, que los protocolos de circulación que ella legitima,  elitizan, jerarquizan y segregan.

Al “moralizar” el origen del material de la obra encargada, al no comprender a cabalidad  que la fundición del material de guerra abre otros horizontes,  Salcedo se aferra con desesperación a la retórica a la cual le debe todo su prestigio. Con esta compulsión se hace daño y le cierra al arte colombiano  otras maneras de sentir, menos luctuosas, no tan siniestras. Salcedo tenía la oportunidad de romper consigo misma y con la estética de Estado que se inspira en la tradición anglosajona.  Es oportuno preguntar: ¿Salcedo era la artista más adecuada para  salir del eterno duelo al cual el Bureau nos quiere someter, el Régimen del cual ella misma hace parte? La retórica de la víctima y la estética del duelo le impiden a la artista pensar con la serenidad que exige todo pensar;  “(…) yo no puedo presentar la muerte violenta de manera obscena y como es obscena está más allá de toda posibilidad de simbolización. Lo único que puedo hacer es presentar un silencio que genere ecos sobre lo que nos ocurrió”. La obsesión de Salcedo con los silencios sublimes propios  del romanticismo del siglo XIX,  con una concepción de la  muerte  centrada en la destrucción y la devastación, le impiden orientar su sensibilidad hacia unas simbólicas esperanzadoras, si se quiere bellas, como esperaba legítimamente el periodista que la entrevista.  Por otro lado, la artista no se percata de que aquello que realiza con los conceptos vacío, silencio y ausencia, es una representación.    

Salcedo acierta cuando dice que todas y todos somos sobrevivientes. Sería más apropiado hablar de supervivientes por la fortaleza espiritual de quienes han padecido directamente la guerra,  Sin embargo, yerra cuando somete a los supervivientes con la estética del duelo. El superviviente celebra la muerte con perspectiva vital. La muerte celebra la vida. Como en México, la muerte supervive de manera bella en la fiesta. No se supervive sin hacer de la muerte una fiesta. Salcedo insiste en que la vida debe entregarse a los ritos funerarios vacíos, silenciosos y ausentes. Más confusas son sus declaraciones acerca del trabajo colectivo:  “(…) siempre he tratado de borrarme, solo que en este caso, abiertamente, la volví más colectiva, aunque venía trabajando con colectivos, como en “Sumando Ausencias”, la pieza que hice en la Plaza de Bolívar, cuando perdimos el plebiscito, obra en la que participaron diez mil personas”. Noten: “la pieza que hice en la Plaza de Bolívar”. Salcedo sabe que el Régimen le atribuye a ella “Sumando Ausencias”, porque ella misma se la atribuye, así supuestamente  hayan participado diez mil personas.

Para terminar, Salcedo habla del nuevo espacio de arte contemporáneo que se abre con Fragmentos, mañana lunes 10 de diciembre. Se trata de un conjunto de tres salas de exposición: (…) “un lugar sublime donde cualquier artista puede presentar su obra con muchísima dignidad. Si la experiencia de la víctima no es narrada de una forma digna y elegante no se humaniza.” Cabe peguntar, ¿en verdad cualquier artista puede ingresar con sus obras a este lugar, o solo los artistas confesionales que han memorizado el humanismo neoliberal? Es importante resaltar que Salcedo comenta que ya tienen seleccionados a los dos primeros artistas: “(…) ya tuvimos la fortuna de escoger a dos grandes artistas, Clemencia Echeverri y Felipe Arturo”, dice. Cabe preguntar: ¿tuvimos? ¿Tuvimos quiénes? ¿Quién controla esta espacio?

Como millones de colombianas y colombianos, Doris Salcedo tiene vocación de paz. Por ello mismo, elogiamos su postura política, así haya sido tardía. Antes del plebiscito por la paz no dijo nada. Otra cosa es la estética discusiva con la cual aborda las realidades colombianas. Esta estética abreva en una política de las imágenes que no es de Salcedo, una estética incapaz de generar los diálogos amplios e incluyentes que el país demanda. Este es nuestro diferendo con esta gran artista.  

Entrevista AQUÌ: