El colectivo Mujeres Públicas prende fuego a la sacra audiencia católica en el Museo Reina Sofía

Magdalena Pagano, Lorena Bossi y Fernanda Carrizo constituyen el colectivo Mujeres Públicas. Se trata de una propuesta iniciada el 2003 en Buenos Aires, en la cual se abordan los problemas que padecen las mujeres latinoamericanas. En especial, enfrentan el dogma católico-patriarcal según el cual las mujeres no son sujetos morales ni de placer, es decir, no tienen la capacidad perceptual ni intelectual de decidir acerca de aquello que es lo mejor para ellas. En otras palabras, las mujeres latinoamericanas requieren a su lado un hombre que piense por ellas. Hasta aquí la propuesta del colectivo es necesaria y razonable. Pero, cabe preguntar: además, ¿con su activismo estas mujeres pretenden hacer arte e ingresar al Museo español que lleva el nombre de una ex-reina católica? Como reza en el expediente judicial  abierto a María Eugenia Trujillo, los católicos españoles dicen: «No». No hay arte en la propuesta de estas mujeres anárquicas. Sin embargo,  los y las artistas post-contemporpáneas dicen «Sí», sí hay arte en su propuesta. Por un lado, se puede decir que no hacen Arte, porque se apartan del Arte, pero, por otro lado, se puede afirmar que  sí, que sí hacen arte porque se ocupan de crear diferencias, lo cual es la esencia misma del arte.

Las agitadoras culturales responden afirmativamente  a una convocatoria del Museo Reina Sofía, a través de la cual se invita a  los y las artistas a pensar acerca de la utilidad del saber. Un saber realmente útil, aglutina a los colectivos invitados a pensar en un contexto palaciego como el Reina Sofía. Dudando al modo cartesiano, el poder detrás del trono neoliberal aún se pregunta: ¿pero el arte aún pretende ser un saber? Si lo es, ¿es un saber útil? A su vez, preguntan los artistas, pero ¿útil para quién? ¿Para la producción capitalista? ¿Útil para aquel régimen venerado por muchos y muchas artistas que ven en él una promesa de comodidad y de consumo sin asumnir ningún riesgo? Preguntamos nosotros: ¿la utilidad del arte contemporáneo consiste en proteger al régimen neoliberal de todos los riesgos que introducen los artistas de verdad?

La única iglesia que ilumina es la que arde. Esta frase atribuida a Pedro Kropotkin, fundador del periódico L’Avant Garde en 1876, detona la intifada católica en España. Mujeres Públicas se apropian de lo propio, pues, sólo de lo propio cabe apropiarse. Se apropian del grito de Kropotkin, y, como los monjes medievales, lo iluminan y lo ponen en acto, lo hacen reiterar toda la intensidad que se alberga en su verdad.  A este gesto anárquico lo denominan sarcásticamente Cajita de Fósforos.

Una vez abierta la exposición, la sociedad católica se conmociona: se exige la suspensión de la participación de las artistas en la exposición; se pide la suspensión del director del Museo Reina Sofía; falta que se obligue a las artistas a realizar un auto de fe, a ejecutar  una retractación pública, pues, su obra está instalada en un país católico el cual fue gravemente ofendido. Amparadas en la libertad de expresión, las directivas se niegan a censurar a las artistas concernidas en la querella, pues con ello no se haría más que ratificar el credo del Colectivo artístico, credo con el cual se identifican miles de mujeres católicas en Occidente: Padre y señor nuestro, “concédenos el derecho a decidir sobre nuestro cuerpo. Y danos la gracia de no ser ni vírgenes ni madres. Líbranos de la autoridad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo para que seamos nosotras las que decidamos por nosotras. Ruega porque el poder judicial no haga suyos los mandatos de la Iglesia y ambos nos libren de su misógina opresión. Venga a nosotros el derecho a cuestionar si es bendito el fruto de nuestro vientre. No nos dejes caer en la tentación de no luchar por nuestros derechos. Y concédenos el milagro de la legalidad del aborto en Argentina. Amén”.

A los colombianos y a las colombianas, Mujeres Públicas nos dejan una tarea: pensar si lo que se presenta en Colombia como Arte en realmente útil como arte. Yo creo que no, pues, este Arte al que me refiero sólo es útil al coleccionismo y al mercado, y no a los miles de  hombres y mujeres que reivindican tener la oportunidad de crear sus propias diferencias. En Colombia, la censura opera de manera sofisticada en todos los Salones y Ferias. Son muchos y muchas a quienes se les niega la libertad de expresión. Libertad de expresión en arte quiere decir, contar con un espacio y con los recursos  para hacer real esa expresión.

 

 

¡Ay Dear Marina!

Agotada su potencia creativa, en Sleeping Exercise, su última performance, la Abramovic invita a los espectadores a seguir durmiendo infinitamente sus respectivas vidas, tal y como hacen algunos artistas en Colombia, por supuesto, mediante otros medios.

Sin duda alguna, las Ferias de Arte Contemporáneo dan sueño y requieren un espacio para recuperarse del tedio que producen, sin embargo, la estrategia artística aquí debe ser de mal gusto, anticonformista.

La señora Abramovic es políticamente correcta: ¿siempre lo fue?

 

Performance aquí: