Por: Yecid Calderón
Fecha: junio 28, 2018
Súper jacarandositas desde un comienzo
Salíamos casi siempre de Cinema, luego de la super fiesta al son de Dj Gerard, en grupo de 7 -10 personas- Todos éramos los sendos levantes de cada quien. El más pudiente y acomodado nos llevaba al apartamento que le pagaban los papás por el Lago o por la Cien o por Rosales. Allí seguíamos bebiendo hasta entrada la mañana.
Al calor de las copas, las parejas se hacían cuartetos, luego octetos y luego desmadre total, eso sí, desde un principio con químicas y sinergias. No había marcha gay en ese entonces. Nosotras, las fundadoras de GAEDS en la Universidad Nacional y GADOS en la Universidad de Los Andes, las iniciamos siendo un contigente minúsculo de gatos, por allá en 1997.
No había nada LGBTI institucionalizado, ni la sigla se usaba por aquí. Ser gay era ser malo, por lo tanto, nuestra sexualidad era toda una aventura erótica que se mantenía en cierto secreto y se usaba como estrategia en algunas circunstancias para incomodar, pues, atreverse a expresar las cosas maricas implicaba el rechazo absoluto de la gente que miraba. Su intolerancia se evidenciaba con un gesto de mofa y ridiculización, una carcajada sardónica, cuando no hacían cara de asco, escupían al piso o se echaban bendiciones, a decir lo menos.
Tomarse de la mano era un acto de rebeldía y darse besitos en el taxi o en la última banca del autobús a hurtadillas, como delincuentes, implicaba de hecho una proeza. Sé que esa discriminación todavía existe, pero, de alguna manera nuestras posturas, en su amplia variedad, han ganado terreno. Los heterosexuales saben bien que existimos, a despecho de la mayoría de ellos.
Nosotras fuimos brote que germinó y ahora robustecen secoyas que se yerguen por doquier, de muchos modos y maderas, en bosques aleatorios, random, fuga y vegetal caleidoscópico. Nos habitan faunas inconsiderables que nos ayudan a confrontar las hegemonías impuestas según la comprensión del mundo como único paisaje; unidas pero separadas, rechazamos abiertamente no sólo la discriminación sexual, sino las discriminaciones (en sentido político) en cualquier orden.
Ahora somos más conscientes de las opresiones tan diversas y, por eso, optamos ya no sólo por una bandera de arcoiris, sino que abrimos senda en vórtice y revolvemos nuestros colores en una promiscuidad reivindicativa que, más allá de su diversidad es, ante todo, disidencia contra cualquier normalización de régimen injusto, opresivo o excluyente.
Al final, la cosa es que algunas hemos sido bien fiesteras y bien putas, o sea, súper jacarandositas desde un comienzo. Y no es una vergüenza defender la rabia con la que esta sexualidad sin bordes, sin marido y sin ley, remonta como tromba de viento al ritmo de la música y chinchin de las copas, para posicionarse a modo de posible existencia y disidencia política. Algunas putas maricas estamos de buenas personas hasta el morro.
Pininis