Por: Jorge Peñuela
Fecha: julio 22, 2017
Imaginarios: una exposición en Art Studio que teje vacíos
Hace un año, Jorge Jurado abrió las puertas del espacio de arte contemporáneo Art Studio, del cual actualmente es su director. Adquirir un ejercicio artístico exige confianza en el ser humano y demanda generosidad consigo mismos. Comprar Obras de Arte consiste en aceptar que el Arte es un producto del mercado, en reconocer que las obras promocionadas se vuelven relevantes de manera artificiosa, pues, se construyen con base en una trama publicitaria y no a partir del pensamiento del artista. Por su juventud, Art Studio se puede caracterizar como un espacio para poner en escena los ejercicios de los artistas.
Abrir un espacio como Art Studio muestra que, en Colombia, la esperanza vuelve a tomarse los corazones de hombres y mujeres. Los galeristas serios saben que no es fácil asumir las responsabilidades estéticas, morales y económicas que implica aventurarse en este tipo proyectos. Todo aquello que tiene que ver con arte es una aventura. Esta condición legitima la práctica del artista y de todos aquellos que le acompañan o intervienen en el proceso de concebir, imaginar, pensar, simbolizar y exponer una idea en arte.
Con co-curaduría del artista y fotógrafo Orlando Salgado, Jorge Jurado convoca un grupo de artistas a que respondan con sus imágenes e imaginarios asuntos puntuales acerca de la actualidad. Los artistas convocados son expuestos bajo la expresión Imaginarios. Marcela Blanco, Paola Cárdenas, Simón Susacón y Sebastián Rojas se exponen en sus imágenes, quizá a su pesar. No es fácil exponerse de manera abierta, tal y como hacen los artistas. No muchos artistas se exponen hoy, en el sentido fuerte y vital de la expresión.
Imaginarios muestra artistas jóvenes que no se avergüenzan del oficio ni del pensamiento con imágenes y metáforas. Esta convicción estética y ética distingue a los artistas y les otorga un lugar en las escrituras del arte. Los artistas de Imaginarios exaltan el oficio como una forma de vida y lo exploran como herramienta para pensar el día a día de comunidades específicas. En este sentido, los artistas se desmarcan del régimen del arte, controlado por los discursos que suministra el mercado académico. Finalmente, el arte no importa. Actualmente, aquello que hace diferencia y por ello mismo importa, no es otra cosa que la imagen. Mucho más en este momento en el cual la profusión mecánica de imágenes asfixia el pensamiento libre. Un artista de oficio es un artista que realiza sus ejercicios por vocación, no sólo por compensación.
Los artistas reunidos en Imaginarios tienen en común varios aspectos. En primer lugar, apreciamos el ya mencionado gusto por el oficio, por el juego de imaginar mundos mediante imaginarios que tienen la potencia de sacarnos del agujero al cual nos arroja la violencia. En segundo lugar, comparten el concepto de vacío asociado a la imagen. Esta relación entre imagen y vacío la aporta el espectador que llega al espacio como crítico, como testigo de la crisis en que está inmerso el artista. Un imaginario consiste en la disposición de un conjunto de imágenes que emergen de una experiencia violenta, del vacío que se abre a los pies de quien intenta expandir el mundo. En el trasfondo de toda existencia subyacen restos de antiguas violencias. Una y otra vez, la imagen elabora esos restos activados por el pensamiento del artista. Ese resto nunca se satisface con la imagen que se le acerca. Por ello mismo, una y otra vez, los artistas deben actualizar las imágenes que dan cuenta de esos restos de ser, de esas insurgencias reprimidas. La imagen es una figura, como tal una entidad abierta. Al contrario, las formas son entidades cerradas, acabadas. En Arte, las formas son Obras. En tercer lugar, los artistas comparten su juventud, su esperanza de poder abrir puertas a realidades más igualitarias, por ello mismo, más justas.
Marcela Blanco es pintora. Su sensibilidad es atraía por el color local de sectores que no tienen imagen, que deambulan a través de los múltiples vacíos en los cuales sobreviven. Toma los colores de las barriadas que nadie visita, aquellas realidades de las cuales muchos jóvenes quieren escapar. El relato visual que Blanco expone, le permite mirar su realidad, la Colombia real, la cual piensa desde otra perspectiva. Blanco trabaja el vacío a través de placas de cemento a las cuales les imprime su sensibilidad. Tiene el propósito de que le ayuden a comprender y nombrar lo innombrable. En arte, nombrar consiste en figurar. La artista activa esos restos de violencia que la animan, que animan a todo un país a modelar imaginarios incluyentes. La activación tiene un propósito: actualizar el relato del vacío en que está inmersa. Blanco se apoya en algunos rady made. Si es que se le puede dar el nombre de ready made a los calderos que Blanco convoca dentro de sus pinturas. Por el contexto en el cual la artista piensa, los ready made que ella instala en algunas pinturas deben tener historia, un aspecto que solo el tiempo tiene la potestad de develar.
Paola Cárdenas modela en la piel de la pintura sus propios vacíos. Se trata de arrastrar el lenguaje escrito hasta la imagen. Durante este ejercicio la imagen se rompe y se renueva. La artista dispone un conjunto de imágenes que piensan y exponen su realidad a la manera de Aby Warburg. Teje historias que quedan abiertas, que se mueven en múltiples direcciones y en donde el norte está en todas partes.
Cárdenas no instala una perspectiva privilegiada para realizar la lectura del panel. Al romperlas con breviarios filosóficos, emancipa las imágenes, y a la vez, detona el pensamiento que se despliega mediante un juego entre imagen y palabra. No menos importante es el aspecto estético. Algunas de sus pinturas, en formato pequeño, son de calidad y de interés visual. Llaman mi atención sus pinturas blancas. El blanco es un color al cual muchos artistas temen. No es el caso de Cárdenas.
Simón Susacón mueve sus ideas en varias direcciones. Explora lenguajes tradicionales como el dibujo y el grabado, los cuales azuza con ensambles sugestivos mucho más contemporáneos. Con sus ejercicios, el artista da cuenta de personajes en fuga o en clausura; en algunos casos, se trata del relato de experiencias personales. Llaman la atención algunas piezas localizadas en el espacio como instalaciones. Otras dispuestas en pedestal no tienen la misma fuerza de aquellas que se inmiscuyen en el espacio del espectador, que lo cuestionan, que lo sacan de la cómoda distancia que el pedestal impone. Susacón juega un juego interesante: relaciona estéticas conceptuales con dibujos que dan la impresión de ser una expresión naif. Si es así, ¡mucho mejor! Nada más eficiente que una estética naif para erosionar, para fertilizar el formalismo moderno. Y viceversa. A su manera, cada uno abre un vacío en el otro, un vacío a través del cual pueden respirar.
Sebastián Rojas es una artista que nace en la era digital, como tal, es el más joven del colectivo, pero no por ello es menos perspicaz. Su interés por el cine de terror lo lleva a explorar figuras míticas dentro de la Historia del Cine, una de ellas es Nosferatu. Con este tipo de figuras, el artista pone en escena los fantasmas que pueblan los imaginarios de aquella especie que se niega a desaparecer, que muere. El animal desaparece, el hombre muere, dice Heidegger. En este orden ideas, Rojas saca del armario los fantasmas del ser que se niega a desaparecer, que aspira a vivir eternamente bajo su condición de ser para la muerte. Se vive eternamente en la imagen, a través de los imaginarios que una y otra vez los artistas retejen. Rojas emplea técnicas de grabado no tradicional. No desconoce estas técnicas ni otras tan antiguas como estas, pero explora los adelantados que la época pone a su disposición. Sus grabados son en vidrio y son impresos con técnicas láser. El resultado es inquietante. Evoca la presencia del fantasma ausente.
Muchos nos peguntamos con suspicacia en dónde se halla eso que el Régimen del Mercado llama “boom artístico”. La suspicacia proviene del escepticismo de encontrarnos día a día con los mismos artistas que reiteran los mismos problemas anclados a las mismas formas. La exposición Imaginarios muestra que, en Colombia, en verdad existe un “boom artístico”, pero que éste se encuentra en lugares insurgentes cercanos a la propuesta y apuesta de Art Studio. Es insurgente porque es una provocación apostarles a los artistas jóvenes que creen en su vocación, que se arremangan para lanzarse a la aventura del arte cuando se alía a la existencia.
En efecto, hay “boom”, pero sus artistas no se encuentran en los mapas que las Ferias de Arte distribuyen. Como los artistas de Imaginarios debe haber más, pero es necesario buscarlos por fuera de este Mercado de Obras de Arte, que en verdad no es arte con sentido. El “boom” existe, pero es más de orden político. Consiste en la expresión de una esperanza que caracteriza a la época reciente: los artistas jóvenes quieren ayudan a contar la historia de la actualidad. El “boom” se refiere a que es posible contar un relato diferente de las experiencias de vacío que animan la existencia de los sobrevivientes de la violencia.
No hay artista que no reciba un estímulo económico a su pensamiento. La danza, la música, el teatro, cuando presenta sus ideas al público requiere un pequeño importe. El artista plástico y visual no, con excepción de aquellos espacios como el Museo Nacional y el Museo de Arte Moderno, para hablar sólo de Bogotá, los cuales exhiben Obras de Arte y cobrar por apreciarlas.
Desconozco los precios de los ejercicios de los artistas que hoy pueden apreciarse en Art Studio. Reitero: no son obras. No son productos del discurso, de ese valor agregado que se moviliza cuando el ejercicio del artista deja dudas. Distingo entre ejercicios y Obras, porque en el ejercicio hay verdad esencial, no domesticada, y en la Obra sólo hay formas discursivas. Pienso que los precios pueden ser asequibles a ciudadanas y ciudadanos del común que ven en este “boom” la oportunidad de comenzar a tejer su propia historia.
La exposición estará abierta un par de semanas más.