Por: Jorge Peñuela
Fecha: abril 9, 2017
El artista como traficante de afectos e ideas
Devolver a la cosa misma su lugar en el lenguaje y, a la vez, restituir la escritura a su dificultad, a su tarea poética en la redacción: ésta es la tarea de la filosofía que viene.
Agamben
El colectivo Traficantes reúne un grupo de artistas interesados por las artes en movimiento.[1] Omito la expresión “artes vivas” dentro de la cual el colectivo se comprende, porque con ella se configura un sofisma ideológico. En segundo plano, se señala que hay artes muertas. Como no existen artes muertas, la expresión es una cortina de humo con fin desconocido. Movimiento es todo aquello que no culmina en obra ( Agamben, 2005). El aspecto inacabado de un movimiento es aquello que denomino poesía. Sin duda alguna, la poesía es la tarea del pensamiento: la alborada de maneras de sentir otras. Para comprender mejor el concepto de obra desobrada o inacabada, se puede apreciar la tarea filosófica que llevó a cabo Rembrandt durante el siglo XVII en Amsterdam, en su momento, una ciudad opulenta habitada por todo tipo de traficantes.
El pensamiento artístico post-contemporáneo dentro del cual se puede localizar la propuesta de Traficantes, toma distancia respecto a los discursos vitalistas decimonónicos que aún hacen eco en la sensibilidad de los artistas, en especial dentro de aquel colectivo que se denomina a sí mismo “contemporáneo”. En la actualidad, las artes dejan de ser expresión de vida o encuentro con ella. Por sí misma, la vida es innombrable, pues, es un trauma insondable que es mejor no mirar de frente, ni demasiado cerca. Si se quiere existir, la vida debe quedar a distancia del artista. La tarea de la poesía consiste en guardar y mantener esa distancia. El artista debe hacer de cuenta que la vida no está, así haga presencia. En el mejor de los casos, es prudente darle la espalda y limitarse a escuchar sus señales. Siguiendo indicaciones de Lacan y Kant, las artes emergen cuando imaginación y simbolización entran en juego libre en aquellos espacios en que la vida se retira con decoro y prudencia. Puesta la vida a distancia, los artistas primero sienten, luego imaginan, finalmente, simbolizan y se exponen. No hay existencia sin sentirse a sí mismo, sin imaginación. Tampoco sin simbolización ni exposición. La crisis de las artes contemporáneas consiste en que pierden el espacio donde se relaciona imaginación e simbolización con un espacio sentido: la escritura. Las artes de hoy sobreviven sin escritura, sin pensamiento, sin poesía. La ciencia no piensa. Sólo en la escritura del poeta acontece pensamiento. Sin la imaginación y la simbolización que entran en libre juego dentro del pensamiento escrito, las artes son presa fácil del mercado de conceptos que se promueve en las Ferias de Arte y Académicas. Llamo artes post-contemporáneas a aquellas prácticas en las cuales la imaginación regresa al juego de las simbolizaciones en torno a lo real sentido en cada existencia, en torno al trauma insondable de la vida. Las artes post-contemporáneas serán poesía abierta o no serán pensadas ni sentidas. Aquello que permite al ser conversante tomar prudente distancia de la vida, es su propia herida, es decir, la singularidad en que insurge la poesía.
Traficantes es un proyecto transdisciplinar. Comienza a gestarse durante la participación de los artistas como becarios de Experimenta Sur, en 2016. Recientemente, socializa sus inquietudes artísticas. En un primer momento, se presenta en Casa Fractal, en Cali. Luego en la sede de Mapa Teatro, un espacio en Bogotá que rinde culto a la ruina como alegoría, como temblor ante aquello que somos hoy, la intuición de una verdad singular, una verdad que intenta ser universal una vez es escrita. Traficantes es un colectivo transitorio, abierto a los afectos, las experiencias, las ideas y las historias. Este conjunto de elementos tiene la propiedad de desconfigurar cualquier estado de cosas, una fluidez a la cual se le suspende su movimiento, a la cual se le cosifica, se le hurta su ser cosa. Sus integrantes saben que lo mejor de las artes se configura en sus incesantes tránsitos y tráficos, en la desconfiguración de aquello que deja de transitar en libertad. Aquello que requiere de libertad para transitar es la palabra escrita, enviada, recibida, meditada y correspondida. Traficantes piensa estas correspondencias que secularmente se conocen como comunicación. Una comunicación es una exposición de diferencias, la apertura al abismo que se promete en toda experiencia del otro hablante (Exposito, 2009).
Le pregunté a Diego Alejandro Garzón y a los demás artistas el porqué del nombre de Traficantes, si con él no temían arrastrar el lastre que esta figura carga sobre sus espaldas a lo largo y ancho de Latinoamérica, unos territorios asolados, expoliados, humillados y vandalizados por traficantes de todo pelambre, los cuales oscilan entre los colores rosa y los colores oscuros. Me contestaron que habían reflexionado bastante al respecto y que el enfoque artístico de su proyecto buscaba encontrar el aspecto positivo que tiene la palabra traficante. Sus ejercicios muestran que la experiencia artística relaciona fuerzas de manera incesante, trafica con ellas, con afectos, conceptos, emociones, experiencias, ideas y sentires, seis emociones a través de las cuales los cuerpos se ofrecen a nuestra comprensión. La experiencia del arte no puede prescindir de esta constelación insurgente sobre la cual se erige el mundo.
Como se sabe, el campo de la historia llama genealogía a este tipo de búsquedas, en especial aquellas que están inmersas en la experiencia, localizadas por fuera de los límites del sentido común, es decir, de aquel sentido que pierde lo esencial de ser-común-otros: la diferencia. La genealogía es una estrategia que se pone en marcha para avizorar los caminos que salen al encuentro de aquello que somos hoy en sí mismos. Consiste en una práctica de sí explorada por los pensadores helenístico a partir del siglo III a.d. Como Diógenes, Epicuro o Epicteto, Traficantes busca un resquicio en la actualidad, localiza la fractura silenciada por el sistema cultural hegemónico. Atisbada la fractura, deconstruyen la semántica cosificada del término e inician la exploración y elaboración de sendas bitácoras como apertura a maneras de sentir otras. Pese a la presión en contrario, Traficantes invita a hablar en términos afirmativos respecto al sentido de la figura que los congrega. En su propuesta performántica, evidencian problemas no suficientemente pensados por otras estrategias de pensamiento. Castellanizo el término performance para esquivar la semántica espectacular y mercantil que el término arrastra hoy, y simultáneamente, recoger el sentido que la palabra mantis promete, que quedamente nos susurra: la adivinación. Desde la antigüedad más remota, los movimientos que realizan las artes son actos de adivinación. A través de ellos, la imaginación y la simbolización se enfrentan en libre juego por la verdad del trauma de ser seres vivos, reclamados pugnazmente por ámbitos diversos.
Reposada la respuesta del colectivo, luego de este gran diálogo con los artistas, pienso que el horizonte de comprensión que inicialmente les planteé es equivocado. Sin duda alguna, el enfoque que les propuse es moralista, pues, está condicionado por la hipocresía y la mojigatería que caracteriza la época del neoliberalismo global. Esta mojigatería o corrección política, en la actualidad se expande globalmente y es la responsable de la unidimensionalidad que padece la realidad contemporánea, que la despojado de toda verdad. Dicho con otras palabras, el horizonte propuesto a los artistas está condicionado por la ideología de la corrección ética, estética, social y política; está afectado por esos grumos ideológicos que circulan peligrosamente dentro del flujo vital del pensamiento de muchos artistas. Estos grumos son responsables de que la imaginación de muchos artistas haya colapsado. Cabe preguntarse si el arte post-contemporáneo que hoy está en marcha en Colombia, podrá librarse del lastre de la corrección política y sensible con que se acosa sin cesar al pensamiento libre. Como se sabe, esta corrección la imponen el arte del espectáculo o contemporáneo, y sus mercados de bienes suntuarios. Pienso que este canon comercial, esta mano invisible, ata y extorsiona la imaginación. Al respecto, la historiadora Irmgard Emmelhainz ha reflexionado en extenso, con rigor y esmero.
Considero que es apropiado desconfigurar la figura del Traficante como horizonte de comprensión para la acción performántica que proponen los artistas traficantes de afectos, experiencias, ideas e historias. Como corresponde a toda propuesta artística, su problema se localiza en ese aquí-ahora-siempre-hoy que denominamos actualidad. Traficantes trata de localizarse más allá del bien y del mal (fase de simbolización), de esa realidad condicionada por el canon moral de un neoliberalismo falsamente sensible, perversamente estético y letalmente mercantil. Como se sabe, el mercado de bienes artísticos, académicos, conceptuales, políticos y sensibles, fabrica sensibilidades y emociones falsas, y las implanta en los ciudadanos y ciudadanas inermes, sin capacidad de responder efectivamente a estos tráficos. La sensibilidad contemporánea es falsa, fabricada, empacada y vendida de manera desvergonzada. Recientemente, algunos artistas son señalados por incurrir en esta desvergüenza. La crítica de hoy, está atenta a las sensibilidades falsas que se plantan en muchas propuestas artísticas, las evidencia con rigor y las denuncia con coraje como sensiblerías perversamente mercantiles e instrumentales. El juego libre de la imaginación y la simbolización, evita que el artista caiga en la sensiblería de folletín pop. Sin embargo, es importante volver a preguntarnos Qué es la crítica y Qué es la ilustración. Como se sabe, estas preguntas anuncian la alborada de la modernidad.
El interés de Traficantes es aquello que sus cuerpos experiencian en carne propia a través de la búsqueda de sí mismos. Exploran aquellas marcas indelebles e invisibles para su propia sensibilidad, sus diferencias más sentidas, quizá traumas a los cuales aún se les niega voz. Se trata de algo más intenso que la llamada herida colonial. Esta última enraíza en el mito. La herida real rehusa la palabra. A través de la bitácora (Hypomnemata), vieja estrategia helenística para cuidar aquello de sí mismos que se resiste a ser imaginado y simbolizado, los artistas piensan cómo se nos ofrecen las no-relaciones contemporáneas. Como se aprecia, la propuesta de Traficantes sigue las huellas de la tradición helenística, actualizan una estrategia del pensamiento para no sucumbir durante los tiempos aciagos. El pensamiento se realiza, deviene sujeto en la escritura. En este devenir sujeto, acontece simultáneamente el cuerpo. Subjetividad y cuerpo insurgen en la escritura artística. Sin escritura no hay pensamiento real. Tampoco acontece sujeto ni cuerpo. Aquello que Foucault (2009) denomina estética de la existencia, consiste en una práctica escritural, son técnicas que ponen en marcha libertades en las cuales insurgen sujetos prometidos a la conversación. La escritura poética es una excritura (Nancy, 2003). Mediante estos ejercicios, el poeta que tiene el coraje de desbordarse a sí mismo, con estupor se encuentra con su libertad, con temor intenta devenir sujeto, con temblor intuye la verdad de cuerpo: cuerpo es un estado que acontece con la libertad y la subjetividad. La escritura del poeta da cuenta de estas luchas. Establece correspondencias con lo otro de sí mismo, realiza tráficos más allá de lo aceptado por el sentido común, desenmascara las lealtades falsas que propia el lenguaje y silencia las traiciones a las cuales es proclive el ser arrastrado, aquel supurante que denomina ser humano a su psicosis permanente.
Al develarse la realidad neoliberal como una sociedad de traficantes de todo pelambre, se puede contar una verdad otra acerca de aquello que somos hoy. Para apropiar la existencia que nos fue diezmada y en muchos casos hurtada, toda palabra poética exige ser traficada, puesta en circulación por medio de traiciones sucesivas y lealtades esporádicas. Sospecho que Traficantes intenta traicionar el Régimen del Mercado Artístico y Académico imperante en la actualidad. Por otra parte, pienso que quiere declarar su lealtad a la palabra del poeta, aquel ser que tiene el coraje de abjurar de la sensibilidad falsa que le ha sido implantada. El mercado de afectos contemporáneo se olvida de ser-común-otros. En muchos casos lo censura, en otros lo abyecta imponiendo una comunicación que suspende las libertades que se exploran en todo pensamiento. La libertad del mercado de afectos no reconoce ninguna otra libertad que no sea el vacío desprovisto de palabra meditada, conversada con sigo mismo. Así operan e imperan todos sus agentes: dentro del sistema del arte, en la academia, en el mercado, en el Estado, entre otras instituciones. El artista que se abre en su escritura como un poeta, rompe la comunicación impuesta y experiencia el sentido de ser-común-otros. A esta experiencia límite, suele llamársele lo incomunicable en toda comunicación. Hace referencia a aquello que los teóricos denominan el ser de la comunicación, la diferencia diferida que ella es: su trauma insondable, aquel hueco, aquel troumatismo del cual habla Lacan. Las artes de hoy, las artes de la existencia, se localizan en ese entre-abismo que se abre en la incomunicabildiad que anuncia la libertad, la subjetividad y el cuerpo. El cuerpo no es lo último en acontecer. Incomunicabilidad, libertad, subjetividad y cuerpo acontecen con el mismo chispazo dentro del lenguaje común, en aquel incendio que propicia la palabra imaginada, meditada, pensada y sentida. El poeta se expone a las fuerzas que borbotean en el sentido, se localiza más allá de los recelos que irradia la vida a través de sus incesantes violencias a la materia.
Con razón, los artistas traficantes piensan que el concepto contemporáneo de comunicación impide ver lo esencial de su propuesta. A mi modo de ver, precisamente, la crisis de la comunicación se evidencia hoy cuando urbi et orbi nos ufanamos del “poder global de la comunicación”, el poder de la interconexión, acción que tiene el propósito de suprimir la comunicación. (El “poder” de los pocos, ejercido sobre los cuerpos de los muchos. Los muchos, las muchas, los muches no logran comunicarse para garantizar la experiencia de lo incomunicable. La negación a este acceso, obstaculiza la insurgencia de una subjetividad libre). Pese a las evidencias en contrario, el problema de la actualidad es la comunicación misma, el cómo se nos da, pues, estamos tan hiper-conectados, que somos incapaces de escapar a la zona de libertad que se promete en lo incomunicable. Es decir, en la experiencia de ser sí mismos, de ser-comunes-otros en aquellos traumas que reclaman voz y palabra abierta y cantada. Con todos los recursos de las artes, La libertad pensada, una video instalación de Cristina Lucas, aborda esta problemática. Las reflexiones de la artista acerca las condiciones del arte contemporáneo invitan a pensar nuestras prácticas.
A pesar de que su principal referencia artística y estética es el Mail Art, los artistas van más allá del diletantismo con el cual tropiezan y caen muchas propuestas de esta corriente artística en el pasado reciente. Al ampliar el análisis del tráfico de palabras hasta los nuevos medios, el colectivo Traficantes aporta elementos conceptuales, emocionales, experienciales e históricos con los cuales se enriquece la comprensión de la soledad global impuesta con inclemencia mediante la interconectividad operadas en las redes sociales contemporáneas. Esta soledad oprobiosa acompaña cada una de las palabras que emergen como aullidos inaudibles en las redes sociales, por ejemplo, en Facebook.
Finalmente, recordando a Rimbaud, pienso que todo, que toda poeta tiene alma de traidor, de traficante, ser de traductor. El poeta solo habla con verdad cuando traiciona su-ser-sí-mismo-común-otros. Con su gesto corajudo, se enemista con el régimen que intenta controlarlo, que lucha por domesticarlo, que no cesa de someterlo y vejarlo, concitando para ello todo tipo de conjuras, improperios, insidias, maledicencias y odios. Cuando finalmente el poeta triunfa, yace muerto para la poesía, pues, sus luchas quedan sepultadas con el triunfo de su obra. La ascensión de la obra inmaculada al Cielo del Mercado Académico y de Bienes Suntuarios, cosifica el requiem (that day of wrath) del poeta arriesgado, aquel que tiene el coraje de desbordar el sentido común de su época y se atreve a escribir su existencia sobre la piel de su cuerpo, con unas palabras que si se las toca, como hay que hacerlo, dejan las manos ensangrentadas, según cantaba con alegría Eduardo Carranza. El cuerpo del poeta es piel abierta, expuesta en cada una de sus palabras. Por ello mismo, Traficantes tatúa sus cuerpos como señal de que juntos y juntas inician una existencia prometida a la diferencia de ser-sí-mismos-comunes-otros. Hay una experiencia poética en este gesto. Por supuesto, aquí hablo ya de un sí mismo inventado con la intercorporalidad que se posibilita con el despliegue del pensamiento en sus múltiples escrituras. Como ya mencioné, sin escritura no acontece pensamiento ni insurge el cuerpo. Tampoco intercorporalidad.[2] Mucho menos poesía. Solo el pensamiento tiene la potencia para crear la ficción de la intercorporalidad de los cuerpos. Como creía Hume (1984), el pensamiento es una emoción delicada, sutil. La tradición occidental, llama alma a este cuerpo delicado y sutil. El pensamiento no es algo ajeno al cuerpo. El pensamiento es el movimiento de ese resto de ser que habita los Hypomnemata del poeta. En este momento, ya no hago referencia al sí mismo impuesto por el mercado infame de afectos que predomina en la actualidad académica, artística, política y social.
A mi modo de comprender, los artistas traficantes buscan un sí mismo que sea el resultado procesual de los cuestionamientos que poco a poco emergen entre los intersticios de sus bitácoras. En toda bitácora se ponen en escena estrategias de simbolización que tienen el propósito de controlar el ímpetu de la imaginación. Sin embargo, la imaginación se las arregla para desestabilizar la prepotencia del acto simbolizador. A pesar suyo, esta insurgencia de la imaginación arrastra a los artistas a encontrarse consigo mismos en el espacio que sus mismos tráficos modelan, así estos amenacen destruirlos y finalmente los devoren. En este sentido, la propuesta de Traficantes no se puede considerar una propuesta estética diseñada para el mercado global. Están muy lejos de este oprobio. Al contrario, se trata de una propuesta poética, no instrumental. Es una experiencia de sentido, sentido delicado y sutil, sentido por todos los sentidos y en todos los sentidos. Lo bello que se repliega en las imágenes que captan sus experiencias, consiste en que no pueden cosificarse con facilidad.
Los y las artistas que configuran la actualidad post-contemporánea se caracterizan por su voluntad de develar en sí mismos, las sensibilidades falsas, los afectos implantados, aquellos ídolos que el mercado les inocula para limpiar sus crímenes de pasión o tramitar inutilmente sus traumas. El mercado no es delicado ni sutil. Es ansioso y compulsivo, agresivo y cruel, colérico y déspota, envidioso y esnobista, hipócrita e indolente, hostil e incendiario, traidor y vano, con la verdad de ser cuerpos prometidos a la libertad. El mercado de falsos afectos no comprende que el cuerpo tiene su razón y emoción de ser en la libertad y la subjetividad. A pesar de que la ética hoy es manipulada por los comerciantes de falsos afectos que control el Mundo del Arte, de la Academia, de la Sociedad y de La política, hay propuestas artísticas que logran esquivar el oportunismo artístico, la venalidad académica, la usura mercantil y la arrogancia política que imperan en nuestros días. No podemos olvidar que Rimbaud pasó de traficar con afectos, ideas y palabras con fines de existir, a ser un prolífico e inclemente traficante de armas. Sin duda alguna, dos caras de la misma realidad: ¡somos contemporáneos de Rimbaud! Aunque no sobra decirlo, a diferencia del poeta francés, hoy somos individuos con muchas Obras de Arte y un mínimo de existencia. Somos mercancías dispuestas para el mejor postor.
Fotografías: cortesía Colectivo Traficantes.
[1] El colectivo lo configuran: Mercedes Halfón (Argentina), Adriana Bermúdez Fernández (Colombia), Julián Mauricio Gómez Ocampo (Colombia), Diego Alejandro Garzón (Colombia), Laura Liz Gil Echenique (Cuba), Jorge Tadeo Baldeón (Perú) y Leonor Courtoisie (Uruguay).
[2] Nancy, Jean-Luc (2003). Corpus. Buenos Aires: Arena libros.
Bibliografia
Agamben, Giorgio (2007). La potencia del pensamiento. Buenos Aires: Adriana Hidalgo.
Expósito, Roberto (2009). Comunidad, inmunidad y biopolítica. España: Herder.
Foucault, Michel (2008). Nietzsche, la genealogía y la historia. Valencia: Pretextos.
Foucault, Michel (2009). Historia de la sexualidad. Vol. 2. Madrid: Siglo XXI.
Foucault, Michel (2010). El coraje de la verdad. México: F.C.E.
Hume, David (1984). Tratado de la naturaleza humana. Vol. 1. Buenos Aires: Hispanoamérica Ediciones.
Nancy, Jean-Luc (2003). Corpus. Buenos Aires: Arena libros.
Webgrafía
Agamben, Giorgio (2005). Movimiento. Recuperado de: https://quepuedeuncuerpo.files.wordpress.com/2014/06/giorgio-agamben-movimiento.pdf