Por: David Montes
Fecha: octubre 18, 2011
Las guerra quiebra las palabras
Al entrar, la primera percepción es de oscuridad total. Se camina con la sensación inminente de estrellarse con algo. El camino hacia la proyección del video es incierta y allí las primeras palabras que se escuchan.
Una voz masculina, vocablos ya familiares en los relatos de la violencia en Colombia. La imagen de un hombre encapuchado sigue reafirmando el ambiente de desconfianza, de estar en un espacio incierto, ajeno. Las palabras de estos encapuchados se desfasan y no se puede captar el significado de lo que dicen, solo palabras, palabras repetidas, vacías, sin sentido. Esto configura el lugar común que representan estos relatos para quienes nunca hemos vivido de cerca eventos violentos del conflicto armado. Palabras que pierden sentido como muerte, conflicto, guerra, eventos relatados en pasado sobre estrategias y anécdotas de los grupos armados. El video, ese marco de imagen digital al cual nos hemos habituado y nos ha hecho perder asombro por la guerra.
El recurso del sonido, también digital, refuerza la intención de yuxtaponer palabras, que dan sensación de un efecto “delay”, pero que finalmente sería un diseño sonoro en multicanal 5.1. Esto es, en ocasiones un paneo o también el uso de cinco lugares de emisión sonora sobre un mismo punto de recepción, con la posibilidad de presentar sonidos diferentes en cada uno de los cinco puntos de emisión. De esta forma, las emisiones que provienen de la pantalla, se escuchan desde el centro, izquierda y derecha, voces desfasadas y palabras revueltas en el discurso común sobre la guerra. Esto por sí solo, ya tendría una posible significación en el terreno del poder. A espaldas de quien observa la imagen, dos parlantes más, cubren los silencios de los relatos con sonidos que yo asociaría a máquinas. Estos sonidos no permiten que haya silencio y que se torne siempre activo, dinámico, pero a la vez tenso e intenso. Me atrevería a asociar esto con cubrir los silencios de la guerra. Inmediatamente después de los relatos, suenan las maquinarias que desvían un poco la atención y no dejan pensar mucho más en las palabras que quedan retumbando en la cabeza.
En contraste sonoro, está el testimonio del hombre que se arrepiente de no haber visto crecer a su familia y pide perdón. Este relato tiene silencios que acentúan y permiten concentrarse más en lo que el hombre dice. No es interpelado de igual forma por los sonidos que provienen de atrás, aunque sí tiene desfase y revoltura de palabras. Esto no deja de conmover. Puede ser por este silencio, puede ser porque tengo una hija o porque en cualquier instancia alguien pidiendo perdón apela a la compasión que en algún lugar llevamos todos. De reojo, hacia la derecha, la sensación de ver salir a un hombre encapuchado de la oscuridad y acercarse, mantiene la desconfianza, la alerta. Finalmente, al estar más cerca, pienso que es un maniquí, no menos intimidador y aún más cerca, se aprecia la proyección sobre una tela negra. Esta cercanía me permitió ver mi sombra allí proyectada, al igual que en el video de los relatos, cuando uno se acerca bastante, se hace parte de la imagen, se hace parte del relato, se hace parte del rezago del conflicto. Por detrás, este hombre que está caminando, no descuida su espalda y hay otro que parece cuidarlo.
Queda una sensación incómoda, increpante, conmovedora y desconfiada de lo obvio y lo oscuro, del conflicto. De sus restos y prosaicas, nosotros, como Clemencia Echeverry, podemos interpretar desde afuera sus símbolos con la seguridad de no ser tocados por la guerra. Como la seguridad de que, la imposibilidad de aislamiento acústico que tiene la sala, me tuvo todo el tiempo escuchando la melodía de un instrumento de viento que sonaba fuera de la exposición y me mantuvo siempre consciente de estar en una Galería.