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Agarrando pueblo, víctimas y columbarios

DIÁLOGO POLIFÓNICO EN LA ASAB  ACERCA DE LA OBRA DE DORIS SALCEDO

Comparto la mayoría de apreciaciones que el maestro Alberto Díaz expresa en sus observaciones críticas al texto acerca de la generación de artistas perdida, aquella que en Colombia se formó sin el apoyo de ninguna instancia crítica.

No obstante, las pocas cosas en que disentimos uno del otro, son las más relevantes para nuestras prácticas académicas, pedagógicas y profesionales. Aprovecho la lúcida intervención  del maestro Díaz quien  generosamente apostilló algunas de mis ideas, para hacer algunas precisiones de fondo.

Lo más grave que le puede pasar a un artista que haga obra en Colombia, consiste en que pase sin pena ni gloria por este valle de lágrimas y Columbarios en que se convirtió el arte contemporáneo.  Al quedar desregularizado, es decir, librado a su suerte y a las lógicas de la propaganda ideológica y el mercado global, el artista contemporáneo fue conminado a satisfacer las necesidades mercantiles de quienes ostentan alto poder adquisitivo y demandan bienes suntuarios para ahogar las críticas dirigidas  al régimen de injusticias sociales que ellos mismos constituyen con su modelo económico.

El acoso al entendimiento por todo tipo de textos laudatorios de la obra de Doris Salcedo es agobiante. La artista se convirtió en el buen árbol al que se arriman muchos para beneficiarse de su sombra. Los premios nacionales de crítica del ministerio de cultura constituyen un ejemplo vehemente. No es que algunos de los gestos con que se muestra la artista en el campo artístico, no tengan algún interés, o hasta sean “poéticos”. El punto es que muchos vemos que la marca Doris Salcedo, o Botero, o González, entre otros, se diferencia poco de la marca Apple. El bello diseño de un iPhone no tiene nada de “poético”, su belleza es transitoria, no tiene ningún vinculo con la verdad del ser que lo diseña o usa. Lamento que ninguna de las obras de Salcedo permite ver el ser del artista: ¿alguien sabe quién es Doris Salcedo, más allá de sus abstracciones sublimes? Supongo que muy pocos. La etiqueta lucrativa de  arte político y ético le sirve para silenciarse, para ocultarse bajo una máscara piadosa. Solo apreciamos el conjunto de víctimas que ha logrado agarrar. Agarrar pueblo dejó de ser lucrativo. Aquello que da rating hoy es agarrar víctimas columbarios, en el peor de los casos, fosas comunes. El discurso ético de Salcedo suena pomposo e irreal, pues, no sabemos a qué ética se refiere. El capital tiene su ética sublime, minimal, abstracta, irrepresentable.

Ahora bien, ¿por qué todo lo que hace un artista debe ser relevante para el campo del arte? ¿Por arte de magia de la marca registrada? Sin duda, puede haber obras “poéticas” salidas de la cabeza de Salcedo, pero con seguridad son muchas aquellas que no tienen ninguna relevancia, en especial aquellas en que la artista diserta como experta en teorías contemporáneas de la sociedad. El ejercicio crítico consiste en hacer diversos tipos de balances para mostrar los fracasos prolíficos. Balance  entre obras, entre artistas, entre discursos, entre los diversos momentos en que emerge una idea artística.

Ya que la artista nunca lo explica, a pesar de que explica generosamente muchos otros conceptos, estamos obligados a explicar qué entendemos por poesía, ese comodín que Salcedo usa con tanta frecuencia para hablar de arte político. Personalmente, pienso que modelar el gesto artístico con esta vacuidad conceptual no le proporciona oxígeno a una obra de arte contemporáneo. Por eso prefiero hablar de verdad. Es aquí donde disiento con el maestro Díaz. En la Bienal de Sao Pablo, Ivo Mesquita mostró que el vacío no existe. En la contemporaneidad todo está sobrepoblado de signos contaminados y sobreinterpretado por todo tipo de ideologías. Por ejemplo, la del minimalismo sublime, burgués.

El maestro Díaz sabe que el vacío entre verdad y realidad se lo inventó Platón y que sólo sirve para naturalizar y justificar las desigualdades sociales implementadas por este feudalismo arcaico. Este régimen ficticio nos impide  hablar con nosotros mismos, evita que tengamos el coraje de mirar de frente la bestia que somos. El vacío es una ficción que dejó de ser “poética”. El gesto que habla en el artista  es lo verdadero. La verdad emerge en esta práctica en que el artista se encuentra consigo mismo para poder escuchar el llamado a modelar una realidad justa.  Si la poesía tiene algún sentido hoy en día, es como verdad de lo que somos en sí mismos.

Es patético constatar que dejamos de agarrar pueblo para, por un lado, dedicarnos a agarrar víctimas, y, por el otro, para empeñarnos en agarrar Columbarios. Por favor, de una buena vez, ¡dejemos las víctimas en paz! No les robemos su último derecho, el derecho a realizar su duelo sin mediaciones mercantiles. Es una   pedantería afirmar que las víctimas hacen duelo con una obra acerca de su dolor. La banalidad del bien pone en entredicho a la artista. ¿Cómo puede realizarse este duelo si las víctimas no saben nada acerca de estas obras? Cuesta creer que pueden hacer duelo mientras estas obras están itinerando en el exterior, o pastando y engordando bajo la mirada de algún coleccionista.

Estoy de acuerdo con el maestro Díaz. La verdad de Heisenberg y Newton son útiles para explicar algunos fenómenos, pero es un estorbo para comprender aquella experiencia que altera la comprensión de la  materia, que le da sentido. No obstante, nada ganamos con decir que la esencia del arte es la poesía. Por eso prefiero hablar de verdad en el sentido que acabo de proponer. El maestro Díaz sabe que la verdad fue capturada por el régimen sublime de la modernidad, y que fue puesta al servicio de su ideología. Por fortuna, hoy se la ha rescatado de las garras del positivismo, o como dice, el maestro Díaz, del racionalismo instrumental y mercantil.

Agradezco al maestro Díaz la oportunidad que me dio con su lectura y sus oportunas observaciones, muchas de las cuales, vuelvo a reiterar, comparto plenamente. Asimismo, aprecio el entusiasmo del maestro Jorge Herrera, quien vislumbra que es posible liberarse de los protocolos serviles a que somos sometidos los académicos.

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