Por: Christian Padilla
Fecha: abril 15, 2011
León Ferrari tocado por Dios
En torno a una entrevista realizada a Ferrari en 2008 y el lanzamiento del libro El Caso Ferrari.
En 1964 León Ferrari realizó una de sus primeras obras de contenido político abiertamente anticristiano. La obra se tituló Cuadro escrito y consistía en un texto sobre un bastidor donde describía aquel cuadro que jamás podría pintar porque Dios en su afán de crear las maravillas terrenales no lo había tocado, lo había ignorado negándole la virtud de hacerlo un gran pintor como lo fue su padre. Visto ahora desde otra perspectiva tocaría dar gracias a Dios por no hacer de él un pintor más sino el gran paradigma del arte en que se convirtió. Frente a Ferrari, cuarenta años después de esa incipiente y prometedora carrera, tuve la oportunidad de preguntarle si al ser “bendecido” con la máxima distinción de la Bienal de Venecia en 2007 no sentía que Dios se había acordado de él y había decidido tocarlo como proponiéndole una tregua a su máximo opositor. En su estudio en Buenos Aires, León Ferrari a sus 88 años -edad que burla irresponsablemente con un tabaco en la boca- bota el vaho en un estallido súbito de risa y me confiesa que su pelea nunca fue contra Dios sino contra sus representantes.
En todo caso a él Dios lo tiene sin cuidado (se confiesa agnóstico antes que ateo). Pero Dios si lo ha tocado –por medio de sus representantes-, lo ha castigado, lo ha censurado y le ha condenado al mismo infierno que Ferrari le solicitó a Juan Pablo II que clausurará en su santísima infalibilidad. De esa petición enviada al Vaticano en nombre suyo y de CIHABAPAI (Club de impíos herejes apóstatas blasfemos ateos paganos agnósticos e infieles, fundado por el mismo artista) no hubo réplica, pero si generó malestar en los religiosos, una cacería de brujas que se hizo evidente cuando Ferrari presentó su primer retrospectiva, exhibida en el Centro Cultural La Recoleta de Buenos Aires en 2004. De manos del mismo Ferrari tuve el honor de recibir la reciente compilación de toda la disputa originada en torno a esa exposición, la cual produjo manifestaciones en su contra, destrucción de obras por parte de religiosos, demandas judiciales, pero también debates sobre la relación entre la cultura y la religión, la libertad de expresión y el papel del Estado y sus instituciones como mediadores entre artistas y espectadores.
El Caso Ferrari (título del libro), reúne los artículos de prensa, textos inéditos, documentos legales y además describe los hechos sucedidos y las reacciones suscitadas durante los 40 días que duró la exposición retrospectiva del artista argentino. La recopilación de textos y la descripción cronológica de la polémica exposición fue liderada por quien combatiera junto a Ferrari en contra de los furibundos feligreses católicos y sus superiores, la curadora Andrea Giunta, quien se dedicó previamente a una investigación que le permitió reunir las 400 obras más significativas de la producción del artista.
La prestigiosa investigadora de arte inicia la narración con la inauguración de la retrospectiva, llevada a cabo el 30 de noviembre de 2004, donde tempranamente se evidenciaron extraños eventos que prenunciarían la pólemica que iniciaría días más tarde: dos mujeres rezaban un rosario frente al Cristo crucificado en el avión de guerra estadounidense (La civilización occidental y cristiana, su obra más conocida que a su vez funge de portada de este nuevo libro). Durante los cinco primeros días de la exposición trabajadores del centro cultural y patrocinadores del evento decidieron renunciar a cualquier vínculo con la muestra. Se presentaron destrucción de algunas obras, agresión física y verbal a los visitantes, manifestaciones a favor y en contra y procesos legales que enfrentarían a la libre expresión de pensamiento encarnada en las obras de Ferrari contra abogados y líderes de la ultraderecha argentina, entre ellos juristas y patricios conocidos por sus coqueteos con el nazismo, responsables de la noche de los lápices, de crímenes en tiempos de la dictadura y afamados por sus abiertas actitudes de discriminación racial. El Cristo en el avión de guerra anunciaba hace 40 años esa posición de Ferrari frente a la reacción cristiana que la hace inconsecuente con respecto a su propia ideología: guerras y muertes ejecutadas en el nombre de Dios, ejércitos que como en Colombia enuncian en su escudo “Dios y Patria”, bendiciendo sus armas y santiguándose antes del ataque, rechazo a los medios de planificación sexual que previenen abortos, muertes por sida, pobreza y más miseria terrenal; acciones que ponen entredicho a una institución religiosa y el mensaje enviado a sus seguidores. Y curiosamente, en algún punto de esos 40 días, después de 21 años de democracia, la censura al pensamiento crítico ganó en Argentina.
El Caso Ferrari deja la impresión de que a este creador argentino su obra se le salió de las manos y empezó a crecer por sí sola hasta convertirse en un organismo independiente, en una obra que cobró vida gracias a un impulso inicial del artista porque cuando los medios comenzaron a abrir un debate masivo (debate que generalmente es exclusivo para los círculos artísticos) empezaron a suceder cosas que no se tenían previstas, entre ellas la más importante, que la Iglesia argentina se expusiera como una institución inquisidora que amenazó no solo con las llamas del infierno post-mortem sino que se encargó de alentar a feligreses a librar una cruzada en contra de los infieles, la misma Iglesia que puso el grito en el cielo indignada por la muestra de Ferrari y que el pueblo denunció por haberse callado en tiempos de dictadura o en el peor de los casos haber dado la extremaunción a los enemigos del gobierno que eran lanzados desde aviones en la Pampa. Ese organismo vivo que durante más de cuarenta días existió, se nutrió y se desarrolló gracias al debate que el libro de Andrea Giunta recopila, renace ahora reencarnado en una magnífica novela, en un diario, o en un estudio para investigadores si se quiere, porque la estructura en que es narrada permite imaginar personajes, lugares y eventos trascurriendo en un tiempo definido, así como seguir la pista de bibliografías y artículos de prensa exactos.
Ese ser vivo que es registrado desde su nacimiento en este texto y que fue condenado a muerte desde sus primeros días sólo pudo ser mermado por su propio creador, quien decidió clausurar la exposición después de recibir cuatro amenazas de bomba e intimidaciones en contra de su vida. Sin embargo, la exposición viajaría durante los siguientes años a México D. F. y a Sao Paulo donde sería recibida con los brazos abiertos y, por su parte, a León Ferrari se le “beatificaría” por su destacada contribución a las artes con la máxima distinción de la Bienal de Venecia, a pocos cientos de kilómetros de las estancias de su Santidad, Benedicto XVI. A partir de esa reivindicación le propuse a Ferrari hacer una nueva versión del Cuadro escrito agradeciéndole a Dios por haberlo tocado, y aunque la sugerencia fue hecha con la sinceridad y seriedad de quien ha conocido lo ambigua que puede ser su producción, recibí otra carcajada de respuesta. Eso ha demostrado ser la obra de Ferrari, una producción de dos caras donde lo irónico, lo ridículo y lo hilarante son la fachada de una reflexión seria, crítica y mordaz que sucede en el mundo real. Enviarle una carta al Papa pidiéndole que clausure el infierno puede ser interpretado como una utopía o una provocación anticristiana hasta que se tiene en cuenta que el infierno ha sido el arma evangelizadora de la religión y que, como el artista ha señalado acertadamente, “creer en el infierno es creer que nuestro prójimo merece ser condenado porque piensa diferente… sacar al infierno de la cabeza de tanta gente le haría mucho bien a la humanidad”. El humor en su trabajo lo ha acercado a la gente con la cara contraria con la que sus adversarios se presentan: condena, clausura y castigo. Es a partir de esa amable impresión que causa el primer contacto con sus obras que recibió el apoyo general de Argentina durante una exposición que cambiaría la vida de muchos y marcaría un hito en la actividad artística de una nación.
Para la ultraderecha conservadora León no dejó de ser un artista de porquerías mientras que en los más grandes centros artísticos del mundo se le celebra como uno de los más importantes de nuestra generación, elogio que volveremos a escuchar repetidamente a partir de abril cuando el MoMA de New York presente su próxima exposición -esta vez junto al desaparecido artista brasileño Mira Schendel (1919 -1988)- titulada Tangled Alphabets.
Durante cuarenta días, afuera del Centro Cultural La Recoleta se reunían grupos de feligreses manifestándose en contra de la muestra Al otro lado de la puerta, la vida de cientos de argentinos cambio radicalmente;, algunos agradecían al artista por abrirles los ojos, otros celebraban a un creador inquieto, irónico y divertido. Varias de estas consignas a favor y en contra de Ferrari quedaron registradas en el libro de firmas que Andrea Giunta nos revela ahora, un libro que expone de este casi nonagenario creador rebelde su importancia en el panorama artístico mundial y su legado que recibimos las naciones latinoamericanas como la confrontación entre la libertad de expresión y toda forma de ocultar el pensamiento, reflexión que quedó consignada por un visitante que sentenció la máxima: “Dios hizo la luz y las tinieblas sobre la tierra, León Ferrari hizo la luz sobre las tinieblas de Dios”.