Por: El Malquerido
Fecha: marzo 19, 2015
Un Malpensante bienpensado rompe el hechizo que pesa sobre la imaginación del arte contemporáneo
Circula el número 161 de la revista El Malpensante. En su editorial, Mario Jursich interrumpe el dulce sueño en que pacen muchos y muchas artistas colombianas. Muestra la punta de un Iceberg que los artistas se niegan a ver. Por un lado, devela el nepotismo y la incuria que acabó con la imaginación que caracterizó el arte colombiano a lo largo del siglo XX. Por otro lado, señala que los artistas contemporáneos se resisten a pensar el dispositivo curatorial con el cual se reprime la esperanza que animó la producción artística colombiana presente en el Salón Nacional de Artistas, realizado desde 1940. Se trata de la esperanza con la cual Jorge Eliécer Gaitán contagió la producción artística de su época: los colombianos pueden cantarse a sí mismos sus desventuras en un lenguaje igualitarista y libre.
Las ferias de arte contemporáneo como Arco 2015, evidencian la catástrofe poética que arrastra al pensamiento emancipador hacia las letrinas de los hipermercados artísticos. Actualizando una de las prolíficas ideas de Goya, se puede decir que el sueño de la imaginación produce la miríada de mercancías con las cuales los señores del mercado colman sus aparadores de monstruos suntuosos. La ausencia de sentido modela los monstruos que muestran sus fauces en las Ferias de Arte como la realizada en Madrid.
Sería equivocado pensar que Jursich sólo está dolido por el uso banal y abusivo de la lengua española por parte del curador estatal, del jefe de la delegación de artistas y curadores que se “tomaron” la Feria de Arte de Madrid. A mi manera de ver y a pesar de la relevancia de su defensa incondicional del español, Jursich apunta más lejos. Y acierta. Principalmente, reivindica su voluntad de hacer parte del debate necesario que implica modelar una imagen artística de la actualidad colombiana. Así su queja se límite a resaltar lacónicamente la debilidad escritural en el campo del arte actual, este gesto no puede llevarnos a atrincherarnos en equívocos como la palabrería metafísica de una autonomía artística incomprendida.
No es que El Malpensante no entienda los gestos elegantes de los artistas neoconceptuales, pues, Jursich sabe de qué habla y de qué se habla en el campo del arte contemporáneo. Tampoco se trata de que las escrituras poéticas y transgresoras de los curadores estatales, estén más adelantadas a la mayoría de los discursos de los protagonistas de la vida cultural colombiana. El problema evidenciado por Jursich acucía la producción de arte y, por lo tanto, es más real que la realidad estatal colombiana que hizo presencia en Arco 2015. Es tiempo de que los y las artistas se tomen en serio sus prácticas y estudien sin prevenciones la bandera blanca que anarbolan hoy los Malpensantes bienpensados, los malqueridos por el Estado.
Jursich abre cuatro perspectivas de meditación. En primer lugar, una vez más, se evidencia que en Colombia no hay crítica de arte. Los pocos que se expresan críticamente como Ricardo Arcos-Palma, son sometidos a todo tipo de presiones y desplantes con el propósito de capturar y domesticar su independencia. Jursich se equivoca, pues parece reconocer que en Colombia aún existe crítica de arte. Parece ignorar que algo cambió en los protocolos de circulación que regulaban la producción de arte colombiano hasta hace poco. Al contrario, Jursich sabe que la crítica dejó de ser una necesidad creativa y afirmativa de la realidad real que acontece en un gesto artístico. Los artistas también tienen claro que a partir del siglo XXI, las escrituras del arte son sólo rellenos comerciales que no obedecen a una necesidad de pensar aquello que somos en este momento álgido en cual el peligro del mercado agobia la existencia del pensamiento artístico. Entonces, es comprensible la indiferencia de los artistas por la ausencia de crítica. En esta coyuntura es fácil inferir que las críticas ad hoc realizadas por algunos artistas durante los últimos quince años, empobrecen el campo del arte colombiano. Esta crítica empírica no colma las espectactivas de una crítica de arte real, aquel despliegue de ideas en el cual se escribe el sentir de una época.
En segundo lugar, Jursich parece reiterar que la Colombia real no manifiesta un interés cultural por la producción de arte. Los $2.100.000 de pesos gastados en Arco 2015 —puede ser mayor la suma—, muestran la crisis que ningún artista se atreve a mirar de frente para no caer fulminado por la mirada del mercado. La crisis del arte es tan grande que el Ministerio de Cultura se ve obligado a pagarlo todo, hasta la “crítica” aparecida en la prensa local e internacional.
En tercer lugar, ante este diagnóstico, se devela el mal de la época: los artistas de academia se transfiguran en curadores de simulacros para suplir la carencia de espacios físicos y para cubrir la ausencia de los gestos artísticos en el lenguaje que modela la percepción del siglo XXI.
En cuarto lugar, tras bambalinas, se muestra que estos curadores dirigen la estética de Estado implementada desde el Ministerio de Cultura. Con esta voluntad de dominio de las diferencias artísticas, el Estado le cierra a los artistas más importantes del país el acceso a la comprensión de la actualidad en sus mútilples verdades y manifestaciones.
En quinto lugar, señala la confabulación que se gestiona entre algunos artistas-curadores, comerciantes de arte y agentes estatales para suprimir el acontecimiento de pensar en libertad artísticamente. Los expertos llaman post-historia a esta fase de bestialización artística.
Ojalá el Malpensante se revindique con sus lectores, y vuelva a acercarse al arte contemporáneo. Ante la crisis evidenciada por Jursich, es oportuno que sus debates vayan más allá de la crítica a la pobreza gramatical y estilística de los curadores de arte. Ojalá la propuesta de los y las artistas colombianas vuelva a constituirse en centro de su interés artístico, cultural y literario.