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En “La Matria*”/ tu historia ¿es tu mejor herencia?

Hace unos días publiqué en una red social un comentario acerca de la recién estrenada película “Matria”, la primera del artista visual mexicano Fernando Llanos. Un amigo a quien admiro y a quien me gusta leer –Leonardo Tarifeño– la reseñó elogiosamente, especialmente debido a un episodio histórico poco conocido, sobre un destacamento de charros que se preparó en el caso de que los nazis invadieran México durante la segunda guerra mundial [1]; sin embargo, yo comenté a su post que a mi la película me había parecido “malísima.” De inmediato me arrepentí de ese primer impulso y ante la sorpresa de ambos por mi comentario, lo correcto tanto para el artista visual como para el reseñista, sería sustentar ese juicio espontáneo con una lectura y una crítica acerca de la obra y compartirla, y es lo que ahora voy a hacer.

Asistí a una de las funciones en las que se proyectó “Matria” en el marco del 12º Festival de cine de Morelia con la presencia del autor. En la sesión de preguntas que siguió a la proyección, se le preguntó al realizador el por qué del título “Matria.” Fernando Llanos contestó que era una restitución de lo femenino en el concepto de patria para recuperar la relación de la nación como ese “lugar materno” que acoge a sus hijos.

Hasta ahí todo parecería bien. Sin embargo, no, de ninguna manera iba bien. A Fernando Llanos se le olvidó citar el origen del término. O lo olvidó o lo ignora. No sé qué es peor en este caso, porque una sencilla operación de consulta nos ofrece una información básica de dónde proviene, qué autores lo han utilizado y con qué finalidad conceptual:

Matria es un neologismo utilizado desde la escritura y la crítica feminista por autores como Virginia Wolf o Miguel de Unamuno o más recientes como Diamela Eltit, pero también por antropólogos que buscan rescatar la idea de ciertas etinas indígenas del concepto femenino de la “patria” precisamente para oponerse a los valores del patriarcado. La ‘matria’ sería aquel espacio en el que prima una ‘política maternal’, es decir, una fuerza que las mujeres adquieren por el hecho de dar a luz. Gran parte de la fuerza política del concepto de ‘matria’ proviene de la potencia asociada a la maternidad. [2].

Pero hagamos a un lado, por un momento, esta cuestión de la omisión de la fuente que inspira el título del film y centrémonos en cómo el artista Fernando Llanos trabaja, documenta y significa en el documental esta idea suya de “Matria”, de la Madre-Patria.

Lo primero que resulta curioso es que lo haga a través de un ancestro suyo: su abuelo (y no por ejemplo, su abuela). Un personaje bastante peculiar, que luchó en la revolución junto a Villa, que fue presidente del club de charros, masón al igual que muchos priístas, que desempeñó varios cargos políticos en el estado de Oaxaca (de donde no era originario) de manera bastante dudosa y al parecer mafiosa (al decir de alguno de los entrevistados en el propio documental) pero que además, y aquí entra uno de los elementos centrales del film el elemento “telenovelezco” –que se mantiene a lo largo de la narración y tan desgraciadamente extendido en estas tierras– el señor mantuvo dos casas, es decir, dos mujeres y dos familias, como muchos machos orgullosamente mexicanos y de otras geografías: la casa grande y la casa chica.

Este elemento, el de la doble vida amorosa del personaje del abuelo, que el artista intenta reconstruir en su trabajo fílmico es uno de los que más pone en duda aquella intención primera que él asegura le ha motivado a realizar el documental: restituir la imagen de la mujer. Ya que casi la única mujer que (no)aparece en el documental sino –invisibilizada– es la propia madre del artista, quien solo se percibe de manera “espectral” a través de una voz desesperada y herida y que en reiteradas ocasiones le ruega a su hijo –desde el otro lado del teléfono– que desista de su proyecto de sacar a la luz ese lado “oscuro” de su padre y que tanto dolor le infligió sobre todo a las mujeres: sus esposas y sus hijas.

He aquí la primera contradicción de este film, mientras Llanos dice querer reivindicar la imagen de la madre la presenta como alguien débil desprovisto de cualquier “voz” de autoridad, su queja lastimera produjo risa en algunos espectadores –por lo menos en la función a la que yo asistí–, es decir el cineasta casi la “ridiculiza”, olvidando su papel de víctima en el drama del machismo mexicano y olvidando también restituirle su dignidad: es decir, respetar su deseo y encontrar otras vías para su obra que no fuera el de la exposición “forzada”.

Por otro lado, también incurre en contradicciones de discurso al pretender hacer la “crítica” del abuelo revolucionario que encarna uno de los peores estereotipos del mexicano macho, pillo, de doble moral, mujeriego, listillo corrupto que usa los recursos del Estado para hacer autopromoción y ganarse los favores que le permiten “gozar y mantenerse” en el poder y hasta posiblemente asesino de su primera esposa, quien fallece en un extraño accidente de coche (todos estos podrían ser los elementos de una nota periodística de nota roja que leyéramos sobre cualquiera de los personajes sin escrúpulos que hoy gobiernan a México, incluso debería ser objeto de una investigación judicial, otra de las muchas que no se han hecho y no se harán). Esta contradicción se revela cuando ya cerca del final, el propio nieto, es decir el documentalista hace un comentario exculpatorio y que le resta importancia a los graves episodios de la vida del abuelo que va descubriendo a lo largo de sus pesquisas.

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Resulta sorprendente que habiendo dado con los elementos para hacer realmente una (auto)crítica feroz acerca de cómo se ha (mal)construido la nación a partir de la perversión de los valores de la Revolución Mexicana por los mismos “revolucionarios” como el abuelo y sus “herederos”, el artista Fernando Llanos no se percate de esta falla, y que con esa omisión lo que precisamente consigue hacer resulta lo opuesto a lo que supuestamente dice buscar desde el título de su obra: invisibilizar y callar a la “Matria”, bajo la imagen más fácil y vendible de la exaltación del “nacionalismo” de postal: el charro, el caballo, el supuesto héroe de la revolución y la historia de los charros en contra del nazismo que obviamente mueve lo más profundo de la defensa del nacionalismo. Otra de las contradicciones (que no es responsabilidad suya, pero de la que es inadmisible no sea consciente): la pretensión de oponer un nacionalismo a otro.

La verdadera Matria, es decir, México, no aparece nunca, ella está ahí queriendo mostrar su herida y denunciar a quienes se las han infligido con su avidez insaciable, no los nazis precisamente, pero el artista no parece ver aquello: ella La Matria, al igual que la madre también es acallada e invisibilizada bajo la imagen turística y exaltada del exotismo macho.

Esta película no me ha parecido malísima, como señalé en mi primer comentario impulsivo, sino al contrario, buenísima para hacer una lectura y un análisis acerca de lo que sucede en nuestro país: un ejercicio de contemporaneidad. La falsa y ausente crítica de los arquetipos sobre los que se asienta la imagen y la idea de lo “nacional” tan nocivos y que con tanta urgencia deben ser cuestionados por sus inconsistencias y por sus chantajes, los falsos relatos de la heroicidad y, si me apuran, por ser el alimento del mismo género de la telenovela que parece ser aquel con el que se quiere escribir la historia nacional.

¿Porqué digo falsa crítica? Porque lo que en realidad Fernando Llanos está presentando a los espectadores es un (auto)elogio de esos valores del patriarcado machista que aún perviven y que tanto daño han hecho y nos siguen haciendo, pues sobre ellos se sustenta una sociedad con profundas desigualdades de género y misoginia, en donde las mujeres son transformadas en idealizaciones espectrales, objetivadas para su uso o para adorno, dan lástima por lloronas o son vejadas y asesinadas… pero pocas veces tratadas como iguales con respeto. Falsa crítica, al no tomar una distancia, al no desmarcarse de esa historia –la suya– y verla con ojos no de nieto perdido en busca del ancestro y hacer una lectura “emotiva” de qué ha significado en la construcción de la familia y de este país. Falsa crítica al aparecer él mismo en varias ocasiones a lo largo del film, satisfecho de sí mismo, vestido de charro mexicano paseándose por las calles de la Ciudad de México, y con ese gesto, simbólicamente acepta la “herencia” sin cuestionarla.

El artista deja pasar estas particularidades del personaje de su abuelo y las comenta a medias para luego pasar al olvido por medio del autoelogio. Y lo que es aún más grave termina de alguna manera admitiendo que poco importa lo que su abuelo haya hecho y lo que de él se diga o se oculte. Algo inadmisible en un momento en el que las conciencias despiertan, en el que muchas de las instituciones emanadas de ese pasado revolucionario están siendo cuestionadas y en el que más que nunca se exige de todos los ciudadanos un ejercicio de “consciencia”.

Quizás la intención del artista fuera realmente “sanar” una herida familiar que de alguna manera simbolizara la sanación “nacional”. No pongo en duda “sus buenas intenciones”, pero si me parece que no logró dar con la forma “inteligente” para conseguirlo. Pues uno se queda con la impresión de que a Llanos lo que le interesa aquí es aparecer “retratado” –de manera un tanto banal e insistente– haciendo que su película también sea una suerte de selfie, desprovista de otro “relato” que no sea la cansina telenovela de una familia más, sufrida y aplastada por las mentiras dentro ese episodio de la historia mexicana de la fallida construcción “moderna” del siglo XX, del que como bien afirma en el subtítulo de su película se reclama “heredero”.

El festival de cine de Morelia es excelente, y realmente me sorprendió el nivel de la programación. Sin embargo, el que le hayan dado el premio al mejor documental mexicano a esta película me sorprendió y me hizo preguntarme cuál es la capacidad de lectura del jurado, su capacidad crítica y la enorme ceguera ante un mal que siempre ha aquejado a este país: el interés desmedido por todo lo que se dice de él sin pasar por ningún filtro. El ombliguismo que nos aqueja. Al que debemos que todo lo que hable de México y de lo mexicano resulte un producto “exitoso”, sumado al triunfo inmemorial del ya mencionado “autoretrato” (de cuya prueba ya tenemos facebook).

Pienso que un acto realmente de reivindicación y de amor a la Matria habría sido un ejercicio muy diferente a lo que se plantea aquí. Desaparecerlo a “él” al “macho héroe” al que ya bastante se ha homenajeado y de los que hay miles de monumentos ecuestres a lo largo y ancho de la República, para dar voz y darle presencia a “ella”. Habría sido para el artista un verdadero reto llevar a cabo una verdadera crítica a esa figura “patriarcal” y a lo que ella nos ha dejado como “legado”.

Es por ello que las preguntas -con las que me gustaría cerrar estas reflexiones no solo para Fernando Llanos como artista sino para cualquier productor de imágenes y de relatos contemporáneo- podrían ser: ¿esta es la “herencia” simbólica de la que podemos sentirnos orgullosos? ¿Somos conscientes de que esta herencia que se honra tiene una deuda impagable con la herida que la “Matria” mexicana supura y por la que agoniza hoy? Acaso ¿no se esperaría del arte que además de ser estético, fuera original, honesto, y que aporte una visión sutil y crítica de su contexto y circunstancia?

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*Para los lectores no mexicanos darse “en la madre” es literalmente estrellarse.

[1] Véase “Todo por la matria
[2]. Véase Natalia Toledo Jofré, “El concepto de ‘matria’ desde la crítica literaria feminista y su lectura en “Por la patria” de Diamela Eltit,” Tesis de postgrado de Filosofía y Letras por la Universidad de Chile.

 

Publicado originalmente en Salon Kritik

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