Por: Jorge Peñuela
Fecha: enero 27, 2015
El primer Salón de Arte Anapoima
A distancia centenaria, los anapoimas se toman los espacios de crítica de arte contemporáneo. En la actualidad, con una población de 10.468 habitantes, el municipio colombiano de Anapoima acoge a un amplio número de artistas nacionales e internacionales y se convierte en centro del debate del arte colombiano. Aquí no vemos secuelas del Salón (inter). Este Salón estimula a los y las artistas colombianas, e invita a algunos artistas internacionales. Pensar locamente, desde los bordes, es la alternativa en la cual pueden acontecer las diferencias sepultadas en las mercancías de bienes suntuarios. El premio Luis Caballero, supuestamente el estímulo estatal más importante de Colombia, no provoca las pasiones que emergen con el fallo del jurado de premiación. Hasta el “Centro de Memoria, Paz y Reconciliación” está en cuestión por cuenta de este huracán que recuerda las refriegas de los anapoimas con Gonzalo Jiménez de Quezada. Ricardo Arcos-Palma, uno de los animadores más visibles en la actualidad artística, fue uno de los jurados, lo acompañaron María Elvira Ardila, curadora del Museo de Arte Moderno de Bogotá y Karla Melo, de cuyo historial poco se sabe. El equipo seleccionador lo conformó Eduardo Márceles –un conocido crítico de arte–, el historiador Álvaro Medina y la gestora cultural Nelly Peñaranda. La curaduría la realizó el primero de los agentes mencionados.
A propósito de los desafueros de las élites comerciales que cooptaron el 43 Salón Nacional de Artistas de 2013, Arcos-Palma creó en Facebook el grupo Crítica Pública, el cual tuvo una gran acogida entre los diversos actores del arte colombiano. Fue en este espacio crítico, alternativo a la crítica institucionalizante de la opinión pública, que nos enteramos acerca de la publicación de un líbelo por parte del artista Eduardo Esparza, en contra de la labor de Arcos-Palma en el Salón Anapoima. En el líbelo, en primer lugar, el artista muestra el desconcierto que padece el arte colombiano. En segundo lugar, como diagnóstico oportuno de la crisis igualitaria en la cual emergen los artistas colombianos, muestra un total desconocimiento del acontecer del arte colombiano. Esparza revuelve muchas cosas y suprime injustamente de un pincelazo los demás miembros de la organización, selección y premiación de este Salón un tanto insólito, tanto por su génesis como por su finalidad. Eventos insólitos es aquello que se requiere en las prácticas artísticas colombianas. En el país del realismo mágico, la violencia secó la imaginación de sus mejores artistas.
Como crítico perspicaz, Arcos-Palma acoge generosamente el texto de Esparza en Crítica Pública, pero dados los señalamientos arbitrarios que allí se hacen, hace las respectivas aclaraciones en Vistazos Críticos, un espacio de crítica de arte que responde al vacío crítico que padece Colombia. Al tanto de la muestra artística vía el Facebook del Salón, apostillamos el debate con el propósito de animar la discusión mediante la cual se pone en escena el arte colombiano actual, pues, muchos y muchas saben que este es el mal de nuestra época, la falta de una crítica conceptualizada, con un mínimo de rigor argumentativo y explicativo. Cuando los artistas explican, por lo general yerran en sus juicios. En efecto, los gritos que se aprecian en el líbelo mencionado, evidencian el vacío por el cual rueda el arte colombiano.
En esta mal comprensión del sentido del arte en sus variantes contemporáneas, varios asuntos perturban a la opinión pública animada por el Primer Salón de Arte Anapoima. En primer lugar, el que una institución con el nombre de “Centro de Memoria, Paz y Reconciliación”, se preste al juego de odios puesto en escena por el maestro Esparza. El prestigio bien ganado con su nombre no se puede dilapidar promoviendo odios en contra de quienes se destacan en un determinado campo. El director del Centro de Memoria debe explicar por qué incurre en esa falta. Es muy probable que si siquiera esté enterado de este exabrupto ético e institucional, pero alguien debe responder.
En segundo lugar, en el líbelo se evidencia el daño que el mercado le ha hecho al arte colombiano. La idea según la cual, el gesto del artista servil a las modas que “veden” debe ser convalidado como arte, es una ideología, no responde a la experiencia real de los procesos críticos entre los cuales acontece un gesto artístico. El artista debe saber que no es suficiente pintar acerca de la guerra, de la violencias, o de la pobreza o de la belleza del dibujo y del color. Hace falta el algo más, aquello que es puesto en escena por un estudio crítico serio. Por fortuna, en arte, las cosas no son tan simples. Es absurdo creer que todos aquellos gestos que se autopromocionan como propuesta conceptual o política, pueden ser considerados como arte. Arte es lo que resta del debate crítico. Como en Colombia no hay crítica en ningún nivel, es fácil comprender por qué se ve tan poco arte. Asimismo, es ingenuo pensar que sólo por la soberbia artística de refregarle en la cara a un sector de hombres y mujeres colombianas su condición de víctimas, solo por ello el poeta merece un lugar en el parnaso institucional, el que compra conciencias.
En tercer lugar, se aprecia la cortedad de vista de aquellos que creen que sólo lo que ellos hacen tiene valor artístico, que sólo sus lecturas y perspectivas acerca de la vida pueden reivindicar verdad. Por fortuna, son otras las personas quienes deben evaluar un conjunto de obras tan grande y disímil como las que llegaron al oportuno Salón Anapoima, un evento por fuera de las lógicas impuestas por ArtBO. Tienen razón quienes piensan que el arte es muy importante para una sociedad y que, por ello mismo, no se lo puede dejar ni en las manos de los artistas que hacen arte “políticamente correcto” ni entregarlo a las leguleyadas de los políticos que se presentan como artistas para sacar rendimientos económicos. Pensamos ahora en Tania Bruguera.
Se aprecian ideas buenas en el Salón Anapoima, pero también hay decisiones palaciegas. En primer lugar, es un acierto de la administración del municipio de Anapoima, apostarle a los juegos del arte como juegos en los cuales se pone en escena la igualdad y la libertad como prácticas de verdad sin mercados. En segundo lugar, la decisión de establecer un jurado de selección y otro de premiación, le da trasparencia a unos procesos que son proclives a expresar filas que son malentendidas por la opinión pública. En tercer lugar, deja mucho que desear la prerrogativa que se reserva el promotor del evento para elegir a dedo a un grupo de artistas de su gusto y pretender que alguno de ellos pueda ganar el Salón. El cuarto lugar, es un acierto la resistencia del jurado a dejarse imponer unos nombres y unas obras que no pasan previamente por su estudio.
Ahora bien, es legítimo que el maestro Eduardo Esparza exprese sus suspicacias en público, pues, insisto en este punto, un campo sin habla, sin discurso, sin estudio, sin debate público, no es una opción de igualdad y libertad que es aquella razón por la cual emerge un gesto artístico, por la cual tenemos ESO que llamamos arte. No obstante, las críticas públicas deben ser claras y argumentadas. Afirmar que Ricardo Arcos-Palma está a la caza de estímulos estatales, como cualquiera otro traficante de estímulos, es descocer su trabajo como crítico de este tipo de prácticas. Al centrar toda la crítica al Salón Anapoima en la humanidad de Arcos-Palma, Esparza sugiere que los otros dos jurados son invitados de piedra, no porque no hablen, pues, no lo han hecho hasta el momento. Se sugiere algo más: que no tienen relevancia alguna para el devenir del arte colombiano, lo cual, no creo que sea acertado, o por lo menos es exagerado. ¿La tienen? ¡Pues que hablen!
Finalmente, los argumentos ad hominen —contra la honra y buen nombre de las personas—, es una práctica que impide ver lo realmente importante en nuestro campo, los ejercicios de los artistas. ¿Qué podemos decir de ellos y respecto a Teresa Currea, autora de la obra ganadora? Nada: perversamente, el escándalo provocado devora el pensamiento incipiente. La perversión del escándalo es esa: hacer visible la mediocridad del atacante recurriendo a la deshonra de las personas que piensan mundos más inclusivos, más participativos. El maestro Esparza yerra su objetivo. Sin duda alguna, en nuestro campo hay muchos actores que complotan en contra de los artistas que manifiestan públicamente una perspectiva de nación, pero Ricardo Arcos-Palma no es uno de ellos. Muy al contrario.
Fotografías: Tomadas del facebook del Primer Salón de Arte Anapoima.