Por: Jorge Peñuela
Fecha: octubre 4, 2015
El juego del Santo Oficio en el VIII Luis Caballero
El premio Luis Caballero (LC) cumple veinte años. No habrá edición especial, pues, al parecer no hay mucho que celebrar, así el Idartes replique acríticamente el juicio de las élites artísticas de Bogotá, según el cual, este estímulo es el más importante que otorga el Estado colombiano a sus artistas. ¿Por qué es el más importante de los estímulos artísticos? Ni los artistas y ni el Idartes responden al respecto. Los artistas responden con sus propuestas, pero no se aprecia en ellas ninguna transformación que afecte nuestra compresión del arte, excepto la decadencia de la verdad del arte la cual devino verdad discursiva, no real. El Idartes es responsable por las políticas culturales, pero se niega a hacer una evaluación sería e informada de sus propios procesos. Uno y otros están en deuda con la ciudadanía bogotana.
Ahora que está en marcha el montaje y socialización de los logros del VIII LC, es oportuno preguntar: ¿es importante porque sus aportes teóricos y plásticos dinamizan el horizonte del arte colombiano? No se aprecian. En los últimos veinte años, nada ha cambiado en el arte colombiano. ¿Porque reivindica la autonomía del artista? Al contrario. El artista actual está coaccionado por todo tipo de ideologías que lastran su pensamiento y le impiden hablar con verdad real, aquella que emerge de su propias inquietudes. ¿Porque incentiva valores éticos, políticos y sociales? No es cierto. Este es un premio de élite artística y social, anti-igualitarista en cuanto a los procedimientos de nominación y premiación. ¿Porque estimula la libertad creativa frente al asedio de las ideológicas económicas, estéticas, políticas, sociales? Falso. La octava versión del premio muestra con creces cómo los artistas son devorados por todo tipo de tiburones discursivos. Los artistas no son libres de pensar por sí mismos y sí mismas. ¿Por los rubros asignados? El argumento es mezquino. Cualquiera que sea la respuesta, lo cierto es que ni el Idartes ni los artistas saben por qué el premio Luis Caballero es el estímulo artístico más importante de Colombia. Veinte años después de establecido este estímulo, ¿por qué el Idartes no encarga a la academia una evaluación de su pertinencia y de sus procedimientos? A mi juicio, pese a todas sus fallas. lo amerita. El estímulo merece conservarse, pero no como coto de caza de una élite artística, burocrática y comercial.
Comenzamos el estudio del VII premio LC con un análisis de las propuestas más “débiles” porque al hacerlo pueden mostrarnos que son las más fuertes (Jacanamijoy, Diez, Millán, Rueda). En los horizontes del arte, las ideas importantes son peligrosas. Por lo tanto, deben presentarse con ingenuidad y discreción. Sucede lo contrario con las ideas que ostentan descaradamente ser importantes. Al respecto, por ejemplo, el jurado del VII LC se dejó obnubilar por la sofistica comercial y técnica de la contemporaneidad. En este orden de ideas, dejamos para lo último un estudio de las propuestas “fuertes” porque pueden ser las más débiles (Baraya, Herrán, Mejía, Espinosa).
Ana Isabel Diez en una de las ocho artistas nominadas para la puesta en escena del premio en 2015. El sábado 3 de octubre, lo dedica a atender las inquietudes de los visitantes al Museo Santa Clara, un museo atravesado por la historia de Bogotá. Allí se habla de viva voz acerca de las mujeres de hoy, una inquietud pertinente para cualquier propuesta artística. Diez es una mujer con convicciones, sencilla, austera al hablar y en el vestir. Estas virtudes se reflejan en su propuesta artística. La ética que expresa en su conversación, es coherente con su propuesta plástica. Al hablar, muestra generosidad con los visitantes y les genera confianza. Éstos quedan persuadidos de que algunas imposturas de su propuesta artística provienen del régimen comercial de la actualidad y no de una incuria creativa. La propuesta de la artista no es una improvisación contemporánea.
Recibe el nombre de santo oficio la serie de pinturas que Diez instala en el Museo Santa Clara de Bogotá como guiño cortés a sus ilustres anfitrionas de Velo Negro. Simultáneamente, las pinturas activan los fantasmas que merodean el espacio y las huellas de experiencias intensas de la artista. Santo oficio es un nombre afortunado: santo es el oficio del religioso que colorea la existencia de su época. Andrei Rubliov, sólo es uno entre múltiples ejemplos de entrega artística a la meditación acerca de quién se es en el instante en que todo pensamiento queda expuesto al peligro. En el siglo XXI, devorado por la bestia del mercado discursivo. Pero también, el Santo Oficio es la institución que somete las singularidades revolucionarias a través de las cuales se muestra el pensamiento. En la actualidad, Santo Oficio es el nombre de las instituciones curatoriales que determinan secretamente qué artistas pueden salir al espacio público.
Los fantasmas conjurados agobian a la artista en sus procesos artísticos, éticos y cognitivos más significativos. Estos fantasmas personales enraízan en las prácticas estéticas, sociales y políticas sedimentadas en el convento de las Clarisas. La artista piensa las figuras de las cuales se valen sus fantasmas para hacer presencia en la actualidad, una actualidad pensable solo colectivamente, en el caso de Diez, pensable en conversación con mujeres violentadas. Sin éxito, Diez relaciona dos intereses antitéticos. Por una parte, se evidencian los intereses impuestos por la ideología victimaria instaurada por el Estado en el campo del arte colombiano. Por otra parte, se aprecian las inquietudes de la artista acerca del ser del arte en la actualidad. La artista no cae en la cuenta de que agrupar a un colectivo bajo el dispositivo de víctima se constituye en una vuelta de tuerca más dentro del proceso de marginalización colectiva que padecen muchas mujeres y hombres.
Diez es pintora de talento. Muestra solvencia expresiva, icónica y formal como para aspirar a ganar el premio VIII LC. No obstante, la problemática coyuntural abordada por la artista, la expulsa hacia complejos campos epistemológicos ajenos a su formación. La actualidad ideologizada reprime una vez la voz de las Clarisas, esa voz que clama en la sensibilidad de la artista. Al entregarse a otros campos de saber, queda expuesta a un fracaso inminente como pensadora de lo real político: la herida de ser mujer en la actualidad. Entiendo por mujer al ser que se abre a las posibilidades de sentido más insospechadas. Los actuales discursos acerca del género ocultan esta verdad del ser mujeres. Las teorías del campo que acogen a Diez, exigen el sometimiento incondicional de la artista. Sólo así aquéllas pueden mostrar sus virtudes y triunfar en el mercado de la “resocialización de víctimas de guerra”.
Tanto la propuesta de Diez como las de otros nominados son pesadamente discursivistas. Llamo discursivismo a esta modalidad de arte contemporáneo en Colombia, en la cual la propuesta está resuelta a priori, es decir, en el discurso del proyecto (Baraya, Herrán, Mejía, Espinosa). Con exactitud, Kant llamó e este tipo de propuestas, belleza de segundo orden. Diez no tuvo confianza en la potencia de sus ideas ni en sus destrezas técnicas. De esta manera pierde la oportunidad de ganarse el premio. El relato victimista con el cual acompaña su propuesta es apabullante y no deja que la verdad del sentido del arte en sí misma se muestre. El sentido del arte acontece con la pregunta acerca de quién es ese hombre-mujer que en la actualidad es arrastrado hasta sus límites. El sentido de una época no se capta por medio de una categoría tan limitada, marginal y sobrecodificada como lo es la categoría de víctima. En cada época, los artistas piensan el sentido de ser modelando su propia sensibilidad en este vacío que abren sus artistas más intensos, en el cual se muestra toda época. De esto hablan los artistas a través de los tiempos. De esto no se habla en el VIII LC. Ejercicios como aquellos que se realizan en este y otros espacios de la ciudad durante 2015, requieren de la sabiduría del equilibrista que anda a tientas en la cuerda floja.
A pesar de ser diestra pintora con una sensibilidad espacial meritoria, Diez se deja dominar por la ideología del momento, se entrega a ella, como si de ella dependiera el éxito de su trabajo como mujer, como víctima del régimen patriarcal que la marca, como artista en medio de un campo sumamente violentado por todo tipo de discursos. No es así. Pero los artistas están convencidos de lo contrario. Por supuesto, es cierto que si la artista no lastra sus ideas con la discursología del momento, no habría llegado al Luis Caballero. La crítica tiene claro que Diez está en el premio porque la artista se acoge a las reglas del arte del mercado actual. Pero un artista es mucho más que la vaguedad discursiva impuesta a su sensibilidad. Llama la atención la delicada exactitud con la cual Diez interviene los muros de madera de la antigua iglesia. Con ella muestra con creces su competencia formal y sensible. Pudo haber pintado más y con mayor contundencia. Dimo Garcia, el artista que intervino este mismo espacio años atrás, no logra relaciones tan intensas como las que Diez saca con sus pinturas.
Cuando los aciertos pasan por desapercibidos a los visitantes y las fallas se instalan pomposamente, la obra termina por colapsar. Dentro del espacio del altar, Diez instala de manera ostentosa un video en el cual unas manos anónimas rasgan compulsivamente prendas de vestir, las cuales, según la artista, tienen memoria. El sonido toca el sentido y activa aquello que los teóricos llaman memoria involuntaria. En este momento, no es el caso entablar un debate con la artista acerca de si esta hipótesis empírica acerca de la memoria del vestido es cierta o no. El punto relevante consiste en mostrar que con la intervención violenta del Retablo Mayor, se rompe el diálogo ágil y sutil que las pinturas instaladas promueven. El discurso ideológico de las víctimas impone sus lógicas y silencia la multiplicidad de voces que pululan fantasmagóricamente en el Museo. Sin embargo, a pesar del desacierto del video y del montículo de bolas de lana instalado, las pequeñas pinturas sacan al frente la propuesta de la artista. ¡Son tan ingenuas! ¡Son tan verdaderas! El visitante no olvida que la propuesta de Diez se realiza dentro de dos figuras conceptuales, plásticas y sociales del arte colombiano. En primer lugar, la del arte propiamente dicho. En segundo lugar, la de la sociedad curatorial que exige controlar y medicar la cabeza rota del artista. No solo hay que ver las mujeres en-bola-atadas por la artista con el pretexto de una supuesta sanación express.
Si no colapsa por la acción de su propia incuria, a partir del IX Premio Luis Caballero, el Estado debe desestimular la realización de los talleres de sanación que tan buenos dividendos económicos dan a muchos profesionales. Urge evaluar seriamente los talleres catárticos que realizadan sociológos, antropólogos, artístas políticos y políticos artistas. Evaluar si la sanación de la cual hablan estos profesionales, se puede realizar tan fácilmente, tal y como uno se prepara mágicamente un sopa de tomate Maggi.