Por: Jorge Peñuela
Fecha: julio 10, 2018
Lo—foto—gráfico, una exposición en la Galería El Museo
Por varias razones, una nueva exposición de artistas de carrera siempre es bien recibida en la ciudad. En primer lugar, vivimos una época en la cual muchos agentes sociales con una agenda política específica, asedian los pocos espacios con que cuentan los artistas para modelar sus imaginarios. En segundo lugar, los espacios del arte legitiman el ejercicio de la crítica escritural sin la cual los imaginarios artísticos quedan desprovistos de simbólicas y la ciudad despojada de cultura. En tercer lugar, la oferta cultural sin la proyección emancipatoria de los artistas empobrece aún más la pobreza cultural de la ciudad. En cuarto lugar, cada exposición es un manifiesto a través del cual los artistas reiteran los principios de una modernidad que aún no termina de realizarse: la igualdad, la libertad y la solidaridad. En quinto lugar, una exposición de imágenes pensativas enriquece el lenguaje estético, político y social de una comunidad específica. Toda exposición es una apuesta sígnica, conceptual, ética, espacial, política y sensorial. La sensibilidad artística tiene su política y modela sus propios signos para no quedar subyugada a la política ya sea esta coyuntural o dominante. En sexto lugar, el conjunto de los puntos antes expuestos, proporciona el sentido que requiere la importante labor de comercialización realizada en los espacios especializados. El marco expuesto nos permite elaborar los imaginarios que nos salen al encuentro en la Galería el Museo. Solo dentro de este marco podemos hablar de obras de arte.
Lo—foto—gráfico no es una exposición acerca de la fotografía como técnica, como herramienta para solventar problemas epistémicos, estéticos, políticos o sociales, para los cuales, con seguridad, las ciencias sociales cuentan con herramientas más adecuadas, eficientes y pertinentes. El problema que propone la curaduría es aquella experiencia que no es captada ni por la cámara ni por el concepto, es decir, aquella ausencia silenciada que la curaduría denomina “lo—foto—gráfico”, es decir, un doble vacío que se abre ante el fotógrafo cuando la realidad formal se desmorona ante la presencia de lo real político y social. Los artistas elaboran las condiciones para que irrumpa lo—foto—gráfico como punctum, esa sombra punzante que rompe la realidad consensuada y nos permite apreciar aquello que el régimen no deja ver. Por lo tanto, toda exposición se centra en un acontecimiento, en esa verdad desapercibida que clama por un signo, que exige entrar en el discurso institucional de las artes, del Estado y la sociedad.
Formalmente, la exposición lo—foto—gráfico no aborda esa otra realidad que Roland Barthes denomina studium, a pesar de que varios artistas quedan atrapados en las tramas del studium. En este sentido, pocas obras logran el propósito curatorial. La mayoría de artistas están preocupados por la Fotografía como Arte, como bello studium. Aún así, este aspecto de la fotografía es importante pues proporciona un placer gratificante a quien se expone a la luz de sus armonías. Ejemplo de este tipo de propuestas la hace Adriana Duque, con Flora 2. Sin embargo, cuando se trata de comprender el aquí-ahora, lo importante es la apertura a lo innombrado que se abre con el toque del punctum.
No se puede desconocer que la exposición muestra propuestas fotográficas que llaman la atención por su refinamiento técnico. Se podría decir de algunas de las fotografías expuestas que son perfectas. Pero la perfección no requiere mejoras, por lo tanto, no habla, no requiere del habla, por lo tanto no tiene interés para las artes ni para el ser humano. En la exposición podemos apreciar varias imágenes que rozan la perfección técnica, por ejemplo, las imágenes de Clemencia Echeverry, una mujer importante para el arte colombiano, una artista de larga y reconocida trayectoria. Este tipo de imágenes exigen que se preste mucha atención a la técnica. La técnica oculta y silencia el punctum, lo—foto—gráfico. Lo—foto—gráfico se esconde cuando la técnica comienza a gritar y exigir porque sí. Entiendo aquí el grito como aquella retórica que se impone a la imagen, como es el caso de las imágenes de Clemencia Echeverry, Juan Pablo Echeverri y María Isabel Rueda, entre otras propuestas en donde el discurso devora la imagen.
Pese a que algunas imágenes colapsan por el peso del discurso, por esas piedras con las cuales se ata la imagen en el momento de librarla a su suerte dentro del espacio expositivo, y pese a que muchas de ellas no logran hablar por sí mismas, la exposición se sostiene porque tres o cuatro propuestas logran su objetivo. Pasa en toda exposición. Al final de una exposición, muchas obras deben ser recicladas o devueltas al taller del artista para una mejor comprensión y elaboración de sus ideas.
Así solo una obra alcance a comunicar la idea que anima la curaduría, se puede considerar que la exposición logra su propósito, es decir, en este caso específico, mostrar aquello que no se puede mostrar, evocar en la imaginación del visitante aquello que ninguna simbólica puede hacer sensible. Llaman mi atención la propuesta instalativa de Jonathan Chaparro y la propuesta de Javier Vanegas. Este último usa con sutileza la anacronía como aquel espacio oscuro que habilita la comprensión, que permite ver aquello que pasa con muchas mujeres vueltas cosas como consecuencia del mercado sexual. Con estas dos propuestas la exposición logra sacudirse del peso discursivo que algunas imágenes intentan imponer. Por supuesto, es importante repasar lo sentido durante la fecha de inauguración, dejar que los imaginarios colectivos o individuales escritos en las imágenes de los artistas, reposen un poco. Ojalá otros y otras interesadas en la Fotografía de hoy, se animen a elaborar la simbólica que requieren estos imaginarios para evitar caer en el vacío del olvido.
Las exposiciones de la Galería El Museo son amplías e incluyen muchos artistas. El visitante puede entrar a jugar cualquiera de los juegos semánticos que los artistas proponen. Aquello que parece ser una fisura en sus curadurías es un mérito: las ideas que agrupan sus exposiciones no constriñen al visitante. Pese a que existe una apuesta estética, explícitamente sus curadurías no pretenden adoctrinar al visitante. Sin embargo, hace falta mayor apertura a imaginarios otros. Lo—foto—gráfico es una exposición falologocéntrica. Hace falta mostrar con imagen propia algunos de los feminismos actuales: lo queer, la experiencia drag, la apuesta trans y muchas más sensibilidades que se quedan por fuera del marco burgués contemporáneo. Si esto no se corrige, este generoso espacio se constituirá en una extensión más de las políticas de corrección erótica y sexual que imperan desde Facebook, ese espacio que no reconoce la diferencia, o por lo menos se asusta con ella, es decir, con su propia sombra. Por supuesto, esto no es un problema de la Galería el Museo. En un problema del arte colombiano. Los espacios financiados con recursos públicos también son falologocéntricos; principalmente, las Becas, los Premios, las Residencias y los Salones, entre otros.
La exposición puede apreciarse de lunes a viernes de 9 A.M. a 7 P.M. Los sábados, de 11 A.M. a 7 P.M. Entrada libre.
Fotografías cortesía Galería El Museo.